jueves, 21 de marzo de 2013

Erase una vez un Vampiro: La verdadera historia del “ataúd maldito


cazadores de vampiros
Se trata de uno de los casos más clásicos de la historia del misterio en España. Constantemente programas de radio y televisión, revistas especializadas, libros y web sobre anomalías, rescatan de los archivos la sugerente historia del “ataúd maldito”. Hoy J. J. Montejo y V. Orozco resuelven para siempre el misterio.

Las leyendas de vampiros no sólo se registran en paisajes centroeuropeos, bosques balcánicos o castillos en los Cárpatos… La investigación que sigue a continuación se refiere a uno, o varios, no-muertos mucho más cercanos.

Todo comenzó en el verano de 1993, cuando el equipo formado por los tres inseparables (Jordi Ardanuy, Martí Fló y Valentín Ferrán), en busca de historias de vampiros para publicar, hablaron con el investigador Ángel Gordon. Éste les dio una nota mecanografiada por Miguel Gómez Aracil, donde se narraba una historia ocurrida en 1915, sobre un ataúd llegado a Cartagena desde Yugoslavia, carga que luego sería mandada por carretera a Santillana del Mar, cerca de Santander.

Tal nota, con fecha 7 de octubre de 1983, llevaba el pomposo título de Resumen de la investigación realizada por el abogado D.A.M. a Miguel Aracil, entre las fechas 1 de septiembre y 6 de octubre. Por ello, los tres colegas acudieron a ver a Gómez Aracil, pero éste, molesto porque le venían con un papel que les fue entregado sin su permiso, respondió desabridamente “que él no sabía nada más de lo que decía el escrito”.

He aquí la historia contada en la nota: en una determinada fecha del citado año de 1915, había llegado al puerto de Cartagena un ataúd típico; allí quedó depositado un tiempo, hasta que lo reclamó un particular de La Coruña. Tras las formalidades habituales, le fue enviado por carretera a tierras gallegas, con paradas en diferentes localidades. En esos días se habrían producido ataques vampíricos en Alhama de Segura, Almería, Toledo, Santillana del Mar, Comillas y La Coruña. 

En Bórox, pueblecito de la provincia de Toledo, se habló del “vampiro de Bórox”. Lo curioso fue que el ataúd se devolvió a Cartagena, haciéndose cargo de él un noble servio con escasos recursos económicos que se alojaba en una pensión de la calle Mayor de Alhama de Segura, al cual solamente se le veía por las noches.

Según les contaron a nuestros investigadores, un anciano del pueblo aseguró conocer a un aristócrata polaco muy parecido al balcánico. Al parecer el polaco se esfumó al poco tiempo, igual que el serbio, y el ataúd fue enterrado en uno de los cementerios de Cartagena; sobre la tumba alguien puso la inscripción con el nombre y detalles del difunto.

Pero dicha historia ya era conocida, pues el mismo Gómez Aracil la citaba en uno de sus libros: Vampirismo: magia póstuma de los no-muertos (Arbor, Barcelona, 1986), allí mencionaba “un caso ocurrido en Cartagena”, y posteriormente, en 1992, en la revista Ritos, dirigida también por él, un tal Miguel Montero de Espinosa contó la historia de unos ocultistas que, en 1917, se reunieron para combatir a un vampiro en Cantabria mediante una sesión de espiritismo. Según la narración, al realizar la invocación, la estancia se llenó de un hedor tremendo, a carne putrefacta, y la temperatura bajó hasta el punto de congelación.

Los tres amigos leyeron la historia y acudieron en demanda de información a la Asociación Catalana de Estudios Forteanos, cuyo director era… Gómez Aracil. Un miembro de este grupo contestó que “respecto al vampiro aparecido en diferentes lugares de España en el primer tercio de este siglo, sabemos que la documentación está en el archivo de Santillana del Mar (Cantabria)”. Y como Aracil amenazó con deportarles a las antípodas si les volvía a ver, a ellos y a su mugriento trozo de papel, el trío investigador optó por prescindir de él como fuente y centrarse en localizar al abogado D.A.M., supuestamente el origen de la información inicial; también decidieron buscar la documentación guardada en Santillana del Mar. No lograron localizar al abogado tras una paciente búsqueda en la guía telefónica, así que hicieron las maletas y se lanzaron a la carretera en busca de las pistas que la suerte les tenía reservadas para llevarles al “vampiro de Bórox”. Pero antes se les ocurrió que podrían encontrar algo en Cartagena, lugar del “desembarco” del misterioso ataúd.

Un deus ex machina madrileño

Llegaron a Cartagena, pero aunque indagaron en los dos cementerios municipales de la localidad, el de Nuestra Señora del Remedio y el de San Antonio Abad, no hallaron referencia alguna, como por otra parte era lógico al no conocer el nombre del difunto, así que tras pasear por las necrópolis buscando alguna inscripción que acompañara a un nombre exótico, acudieron a la Aduana Marítima de Cartagena, y no descubrieron nada tampoco. Una consulta posterior a la Cámara Oficial de Comercio de Murcia, arrojó el mismo resultado negativo.

Siguieron el ya señalado recorrido del macabro objeto hacia el norte de España, pero a la inversa, comenzaron por el norte. En Santillana del Mar, en el archivo municipal, ni documentos ni nada. En Comillas, ídem de ídem. Y en La Coruña, aunque preguntaron en su Cámara de comercio, ni siquiera encontraron referencia del receptor del dichoso ataúd, o sea, menos todavía.
En Bórox, pueblo toledano situado en la comarca de La Baja Sagra, a 50 km. al sur de Madrid y entonces (1994) con 1.000 habitantes, todo evocaba viejas glorias taurinas. Fue Ardanuy quien viajó hasta allí, logrando interesar al secretario municipal, quien ofreció su colaboración en la barra del bar “Los Toriles”. En el club social, ninguno de los viejos del lugar recordaba una historia parecida, pero el secretario localizó a una anciana que les habló de un hombre “que chupaba la sangre a sus congéneres”, lo que parecía confirmar la historia. [La expresión “un chupasangres” se refería también a un usurero. En los pueblos, antes y a veces ahora, el usurero era un personaje relevante, hasta el punto de que podía tener más poder que el alcalde, el juez de paz, el médico y el párroco juntos.]

Convencidos de la inutilidad de sus viajes, decidieron escribir un libro sobre el tema: Vampiros: magia póstuma dentro y fuera de España (Luna Negra Eds., Barcelona, 1994), uno de cuyos capítulos, escrito por Jordi Ardanuy, se dedicaba al vampiro borosino y los hallazgos gracias al eficiente secretario del Ayuntamiento. Pero resultó una sorpresa poco agradable que la publicación

del libro provocara que en España y Sudamérica se empezase a hablar del “viaje del ataúd maldito”, aceptado finalmente como un hecho real. El equipo se dispersó, pero el asunto siguió en vigor, y así, en 1998 Sebastián Arbonés, o profesor D’Arbó en los círculos paranormales, publicó en Karma.7 otro artículo sobre el vampiro de Bórox, de enfoque similar, pero exagerando los datos disponibles, bautizando al vampiro como Ugarés y mezclando en la acción hombres lobos y hombres locos.

Mientras tanto, en Madrid, uno de los autores de este trabajo (Montejo) consiguió conocer gracias a Juan Carlos Menéndez (experto en historias y leyendas sobre mundos subterráneos) al mencionado abogado D.A.M., en realidad de nombre A. M. García, al hilo de la correspondencia que Menéndez y él mantuvieron años atrás. Como ya conocía la historia del vampiro de Bórox por haberla leído en trabajos del investigador Luis García Chapinal[Como los publicados en las revistas Karma.7 y Enigmas. También es autor de Vampirismo. Entre la realidad y la leyenda, Ed. Éride, Madrid, 2000.], e interesado por un caso de vampirismo tan próximo a Madrid, Montejo, residente en esta capital, pidió a su colega de profesión A. M. García que le contase cómo fue aquello. El abogado explicó que en 1983 había contactado con Miguel Gómez Aracil después de leer un artículo suyo en Karma.7 donde relataba un viaje a Rumanía tras las huellas de Vlad Tepes “el Empalador”, personaje histórico que dio pie a la leyenda del conde Drácula, iniciándose entre ambos una relación epistolar. Dada la compartida pasión por las historias de vampiros, García refirió a Aracil una que había leído “en un libro cuyo título no recordaba”, basándose en lo que recordaba y dándole visos de credibilidad.
- ¿Cómo se llamaba el autor? –preguntó Montejo.

- Era un relato corto… esto… lo firmaba Juan Perucho.

Juan Perucho era un notable escritor catalán, muy aficionado a las historias lovecraftianas, hasta el punto de escribir cuentos sobre los dioses primordiales[Juan Perucho: “Con la técnica de Lovecraft”, en Los mitos de Ctulhu, selección de Rafael Llopis, Alianza Editorial, Madrid, 1976.]. Aunque el abogado García no logró recordar el título del libro en cuestión, uno de nosotros (Orozco) envió al otro un folleto, en italiano, del crítico y especialista en cine de terror Carlos Aguilar[Carlos Aguilar: Fantaespaña, Lindau S.R.L., Turín, Italia, 2002.]. En la bibliografía anexa, se citaba “una obra indispensable para tener una idea sobre la abundante y variada literatura fantástica española”[Antología de la literatura fantástica española, selección de José Luis Guarner, Libro Amigo, Ed. Bruguera, Barcelona, 1969.].

Una vez confirmados el título y año de edición (que A. M. García recordaba por aproximación), Montejo cogió el primer autobús que paraba en la Biblioteca Nacional, subió los escalones de la entrada dos a dos bajo la divertida mirada de San Isidoro, Alfonso X el Sabio, Lope de Vega[Para quienes no conozcan Madrid ni sus principales edificios, son algunas de las estatuas colocadas en las escaleras de acceso a la Biblioteca Nacional]…, y pidió a la amable funcionaria el anhelado libro. Sí, disponían de un ejemplar. En la sala de lectura siguió el índice de la Antología con la uña del meñique y allí encontró el relato de Perucho, titulado “El vampiro de Pratdip”, en la página 773, pero ¡oh desilusión!, el argumento no tenía nada que ver con la historia narrada por Miguel G. Aracil. Decepcionado, iba a dejarlo cuando pensó en una posible equivocación de García, y revisó otra vez el índice. Entonces se detuvo en otro relato, titulado “Historia popular de los vampiros Zarco y Amalia”, que empezaba en la página 656 y firmado por Alfonso Sastre, dramaturgo de conocida filiación izquierdista y perteneciente a la llamada “generación del ‘55”.

En el relato de Sastre, un tal Ramiro Civil Inglés, natural de Alcoy (Alicante), conocido en su barrio como “El Chancaichepa”, jorobado y trapero de profesión, exponía su triste y miserable vida así como sus conocimientos en “ciencia vampírica”, de los que está muy orgulloso, a los contertulios en una taberna suburbial de Madrid, entre humo de tabaco y coñac Veterano. Los verdaderos protagonistas son dos convecinos, el señor Zarco y la señora Amalia, un matrimonio sin recursos que para sobrevivir en un ambiente hostil se han hecho donantes profesionales de sangre.

Tales oyentes son don Antonio, profesor jubilado y escritor, un quinqui llamado Román el Falso, y un tercero, El Gangrena, tipo de naturaleza enfermiza.

En la primera parte del relato, Chancaichepa repasa su vida laboral: fue pinche de cocina en un trasatlántico de lujo, y luego diserta sobre el vampirismo, “culturita” adquirida gracias a los ratos libres pasados en la biblioteca del barco, leyendo sobre vurdalaques, vrucolaques, vroloques y vlokoslaques, pero haciendo hincapié en las historias de los sacamantecas, cuando el padre rico compraba la sangre del hijo del padre pobre para prolongar así la vida de su hijo tuberculoso[Hasta 1960 aproximadamente, la tuberculosis era en España la primera causa de mortandad; en esta década comienza a ser desplazada por el cáncer]. Y en la segunda parte, desgrana la historia de una novia de su juventud, una tal Amalia que “olía a muerto” y era muy aficionada a hincarle los dientes en la garganta.

Finalmente, El Chancaichepa huye de las “caricias dentales” de su novia Amalia e investiga un poco sobre ella, averiguando lo siguiente: “Que el 1º de mayo de 1915, en plena guerra europea, murió en Alhama de Murcia y fue enterrada al día siguiente, Amalia Franco Calderas… natural de la ciudad y de profesión sus labores (…) Que en la policía de Cartagena, gracias a un amigo de la B.I.C., alcoyano como yo, hay un atestado sobre la desaparición de algunos cadáveres en los cementerios de Alhama, Lorca y Mazarrón, caso achacado a un vicioso llamado ‘el Capitán Saltatumbas’ (…) Que se sabe que en el 1898, el año de Cuba, fue desembarcado, en el puerto de Cartagena, un ataúd yugoslavo, cuyo contenido se ignora y que muy bien pudo ser –según dice Francisco Pérez Navarro, especialista en ciencias del demonio- la semilla del vampirismo que parece extenderse hasta Almería por el sur y cruzar la península hasta La Coruña, como un ramalazo, señalándose casos en la provincia de Toledo –p.ej., el vampiro de Bórox-, mientras que por el norte se extiende una rama lateral hasta Santillana del Mar y Comillas (…) Que la familia de Amalia tenía una pensión de viajeros y estables en Alhama de Murcia, y que en ella se sabe que vivió algún tiempo un conde o aristócrata yugoslavo o polaco que muy bien pudo ser el gachó del ataúd de Cartagena (…) Que el 14 de mayo de 1915, Amalia se pone a servir en casa de un coronel de Artillería, el cual fallece anémico perdido al año de convivencia…”

Después de leer el relato, Montejo hizo fotocopias de las páginas correspondientes y las remitió a Jordi Ardanuy, a quien había conocido, igual que a Martí Fló, durante una reunión en 1994 del colectivo Cuadernos de Ufología en Navacerrada. Todo parecía claro, pues A. M. García había contado esta historia a Gómez Aracil basándose en sus recuerdos y olvidando que no se trataba más que de un cuento,ya publicado en 1964 por Alfonso Sastre[Alfonso Sastre: Las noches lúgubres, Ed. Horizonte, Madrid, 1964. 

No censurada] en un volumen dedicado al humor negro. Pero en 2003, sin tener en cuenta estos datos, Aracil reescribió la historia para una colección de libros auspiciada por Íker Jiménez[Los expedientes X españoles (Ed. EDAF, Madrid, 2003)]. Ardanuy y sus compañeros comprendieron que la cosa no acabaría si no se ponían serios, y el primero se dedicó a localizar a Alfonso Sastre para que arbitrase la cuestión, consiguiéndolo finalmente a través de medios abertzales que le condujeron hasta la editorial Argiletxe HIRU, de Fuenterrabía (Guipúzcoa), en la que el dramaturgo colaboraba y que seis años antes había reeditado Las noches lúgubres, ahora sin censura[Si bien ya en la segunda edición de la obra (Ed. Júcar, Madrid, 1973), se incluyeron todos los textos anteriormente suprimidos, tal y como se afirmaba en la contraportada].

Jordi Ardanuy explicó lo sucedido en una detallada carta al escritor, pidiendo le informase si se había basado en alguna historia, leyenda o similar. La respuesta en forma manuscrita llegó al poco tiempo:

“24 Noviembre 2005(…)
Querido amigo: Todo es imaginario! Cordialmente, (fdo.) Alfonso Sastre”[Esta carta, así como el informe final del trío investigador, se publicó en 2006 bajo el título El caso del vampiro de Borox y la historia del ataúd maldito en la web site de la CEEV (Sociedad Española de Estudios sobre Vampiros)]

El Chancaichepa y otras dudas

Tras el desmentido de Sastre, el caso podía considerarse cerrado. Sin embargo, uno de los firmantes (Montejo), que había seguido tratando el tema con A. M. García y ocasionalmente con Luis García Chapinal, empezó a pensar que había gato encerrado. Un mero examen visual de la carta sugería, por la asaz garabatosa letra, que Alfonso Sastre, octogenario, sufriría algún grave problema de salud, como Parkinson o una artritis torturante. Por tanto, era difícil contar con él y menos todavía molestarle[Los autores preferimos utilizar la sutileza para obtener la información en vez de molestar a una persona mayor. Y además, ¿habría respondido Alfonso Sastre de haber sido preguntado visto la escueta contestación que envió a Ardanuy?]. Aparentemente, el trapero cheposo apodado El Chancaichepa sería producto de su fértil imaginación, pero supimos que también aparecía, bajo meras alusiones, en otra obra de Sastre más conocida, La taberna fantástica (1967), un sainete sobre marginados sociales y quinquilleros.

El argumento de esta última obra es el siguiente: al fallecer la madre de un quinqui, El Rojo, éste junto a un grupo de conocidos visitan una taberna de mala muerte llamada, a lo Allan Poe, “El gato negro”[Este detalle no es casual, ya que otra taberna de igual nombre pero en plural (Los Gatos Negros) figura en Las noches lúgubres, y el propio Sastre declaró que si escribió dicha obra fue también “por gusto, placer y admiración a Edgar Allan Poe”.], donde, bajo la influencia de los licores de garrafón, airean sus trapos sucios. Paulatinamente la tensión va subiendo, entre gritos e injurias. 

De pronto, El Carburo mata a El Rojo de un navajazo, y todo se convierte en un esperpento, con canciones y coplas en honor a las virtudes del muerto. Uno de los personajes recuerda a los parroquianos que días atrás se hallaban en otra tasca de la zona llamada “El Gurugú”, dando una lista donde se incluye al Chancaichepa y otros apodados El Caca, El Piloto,El Zambombo, El Canillas, etc. Cabía suponer que todos o algunos de estos personajes hubieran sido de carne y hueso y no meras creaciones literarias, ya que Alfonso Sastre residió durante años en la zona de Madrid donde situaba la acción de estas dos obras, en Las Ventas del Espíritu Santo y los barrios de San Pascual y la Concepción.

Otro punto a favor de posibles personajes “de carne y hueso” llegó tras hablar con el investigador Luis Puicercús, autor de dos obras históricas sobre los barrios de Ventas y Ciudad Lineal: en la primera[Luis Puicercús: Ventas-Ciudad Lineal en el recuerdo: la otra historia del barrio contada por los vecinos, Eds. Vosa, Madrid, 2005.] de ellas habíamos visto citado al Chancaichepa, al parecer identificado gracias a la paciente labor de dicho investigador, que accedió a álbumes familiares y archivos de antiguas tiendas de fotografía para documentar la parte gráfica de esos libros. Por desgracia en ninguno de los pies de las fotos de época, estampas familiares o individuales de antes y después de la guerra, se mencionaba a nadie apodado El Chancaichepa, pero cuando en 2008 uno de los autores (Montejo) pudo entrevistarse con él, en compañía de A. M. García y Luis García Chapinal, Puicercús confirmó la veracidad de aquella cita y que sólo había publicado una parte de la abundante documentación gráfica que había recopilado.

Así que no todo era tan imaginario en la obra de Sastre… Aurora de Albornoz, autora del prólogo en la segunda edición de Las noches lúgubres, expone la técnica narrativa utilizada por el ilustre escritor: “Para lograr esta fusión de imaginación y realidad el autor se vale de una técnica que utiliza muy bien: el contraste visible de datos muy concretos con elementos imaginarios –a veces puramente fantásticos- (…) En la historia de Amalia las alusiones a la circunstancia concreta son frecuentísimas: se hace alusión a periódicos, revistas –“Cuadernos Hispanoamericanos”-, (…) a escritores –Vicente Aleixandre, Luis Rosales…-, a figuras políticas del momento –Fraga Iribarne-, etc.”

Como la propia prologuista se pregunta, ¿se trata nada más que de historias puramente fantásticas?, y finalmente ella misma se sumerge en la duda: “La historia de la Amalia, a la vez que fantástica, es el relato crudamente real de la vida de unos seres pertenecientes a una sociedad marginada, que se dedican a vender su sangre a varios hospitales públicos y privados para poder subsistir. Dentro del grupo en que vive, la mujer –delgada, amarilla, con postizos dientes larguísimos- es la vampiro; para el autor los bancos de sangre son los actuales castillos de los Cárpatos, donde el vampirismo moderno se refugia. Una sociedad que hace que un ser humano tenga que vivir de vender su sangre es, pues, el verdadero vampiro. Esto está claramente sugerido. Más todo es tan intencionadamente confuso que, desde el principio hasta el final, vemos la figura de la Amalia como un ser extraño que nos produce una gran inquietud. Y hasta llegamos a pensar, con sobresalto, que esa legendaria raza existe…”

Si una especialista en la obra de un autor expresa dudas como las anteriores, los demás no podemos sino hacernos las mismas preguntas: es cierto que la historia del “ataúd maldito” está inspirada o copiada de un cuento escrito por Alfonso Sastre, pero también es cierto que los límites entre la realidad y la ficción aparecen tan desdibujados en dicho relato, que ni la persona que mejor conoce Las noches lúgubres después del autor supo a qué carta quedarse. La investigación, en nuestra modesta opinión, sigue abierta.

Fuente :  http://libertaliadehatali.wordpress.com/2013/03/20/erase-una-vez-un-vampiro/

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