martes, 7 de mayo de 2013

Por qué el 'modelo alemán' fracasaría en España

Foto: Reuters

EL 'KURZARBEIT' SÓLO FUNCIONA EN ECONOMÍAS INDUSTRIALES

Hace ahora casi cuatro años, en el otoño de 2009 -y cuando la tasa de desempleo se situaba en el 17,93% de la población activa (casi diez puntos menos que ahora)- alguien del anterior Gobierno recordó que en Alemania se aplicaba un sistema dereducción de jornada llamado Kurzarbeit, cuya virtud principal era evitar los despidos. Las empresas se comprometían a no reducir sus plantillas a cambio de que el Estado (mediante bonificaciones en sus cotizaciones a la Seguridad Social) financiara una parte del salario del trabajador, aunque siempre que este gasto se vinculara a programas de formación.

Desde entonces, España ha destruido nada menos que 2,23 millones de empleos (3,87 millones desde que comenzó la crisis) y el paro ha aumentado en algo más de dos millones de personas (menos por el efecto que está teniendo en la economía el descenso de la población activa); pero, como en el día de la marmota, el llamado‘modelo alemán’ vuelve a la palestra. De nuevo, aireado por los economistas que asesoran a la dirección federal del PSOE. Lo curioso del caso es que los argumentos son los mismos, pero el país no ha cambiado, lo que significa que la propuesta está condenada al fracaso. Básicamente, por una razón: la estructura productiva de España es muy diferente a la de Alemania. Algunos datos lo revelan.

Al comienzo de la crisis, el 76% de los beneficiarios del Kurzarbeit trabajaba en la industria manufacturera (debido a que Alemania está volcada a las exportaciones); y dentro de esta, el sector metalúrgico era el ramo más afectado, con el 19%, seguido de los fabricantes de automóviles, con el 11%. Casi uno de cada cinco trabajadores del sector metalúrgico percibía dicha prestación, frente al 12% del sector del automóvil, el 12,4% de la industria manufacturera y el 3,8% de la totalidad de los sectores. Según algunas estimaciones, entre 1 y 1,5 millones de trabajadores se han acogido a este mecanismo de protección, lo que ha permitido aligerar las listas de paro.

¿Qué quiere decir esto? Pues que el sistema está pensando para una economía industrial donde las caídas transitorias de demanda son consustanciales al sistema económico (los célebres ciclos). Y en esas economías industriales (basadas en la cualificación y en el valor añadido), la formación es la clave, algo que desgraciadamente no sucede en España. Entre otras cosas, porque mientras que en España el 17,8% del empleo se concentra en empresas con más de 250 trabajadores, en Alemania este porcentaje llega al 33%.

Negociación centralizada

¿Y por qué el modelo está condenado al fracaso? Básicamente por una razón. El ‘modelo alemán’ es inaplicable en España -al menos de forma significativa- simplemente porque el sistema de relaciones laborales de ambos países es, igualmente, distinto. Mientras que en Alemania la negociación colectiva estáaltamente centralizada y se articula en torno a cada sector industrial, en España –pese a las sucesivas reformas laborales- el sistema está atomizado, lo que explica que el año pasado se firmaran 3.016 convenios colectivos, una cifra inusualmente baja (lo normal hasta 2010 era la firma de más de 5.000 convenios) por los efectos de la reforma laboral. En todo caso, el 75% son de empresa.

La ventaja del sistema alemán es que, al ser centralizado, las reformas económicas (en este caso el programa Kurzarbeit) se trasladan de forma inmediata a la realidad de cada empresa, mientras que en España sobrevive una auténtica jungla normativa con convenios de empresa, comarcales, de rama, provinciales, autonómicos o estatales. La reforma laboral todavía no alcanzado sus últimos objetivos, que es simplificar este esquema.

La mayor dificultad para trasladar el programa Kurzarbeit, sin embargo, tiene que ver con la diferente estructura productiva de ambos países. Tanto en España como en Alemania predominan las pequeñas y medianas empresas en la actividad económica general, pero en el caso germano el tamaño de las empresas industriales (principales destinatarias del programa) es sensiblemente mayor. En Alemania, más del 90% de las empresas tienen menos de 9 trabajadores, pero en el sector industrial este porcentaje baja al 76%. Es más, si en la actividad económica general sólo el 0,3% de las empresas tienen más de 250 trabajadores, en el caso de la industria este porcentaje llega al 1,5%, es decir, cinco veces más.

Dicho en otros términos, mientras que en España el 17,8% del empleo se concentra en empresas con más de 250 trabajadores, en Alemania este porcentaje llega al 33%, es decir, prácticamente el doble. Por eso no es de extrañar que el 63% de los beneficiarios del programa (en el año de máximo apogeo del Kurzarbeit)) trabajara en empresas con cien o más empleados, que, normalmente, tienen mayor musculatura financiera que las pequeñas.

Apuesta por el exterior

El mayor tamaño de la empresa alemana explica en buena medida su apuesta por los mercados internacionales. Alemania es el segundo exportador mundial (tras China), y más de la mitad de su crecimiento se justificó por sus ventas al exterior, que representan nada menos que casi el 10% del total de las exportaciones mundiales.

¿Y por qué es importante esto? Fundamentalmente por una razón. Buena parte de los problemas de Alemania (y por eso se puso en marcha el Kurzarbeit) se justificaron por la caída del comercio mundial. El desplome fue un fenómeno pasajero (aunque intenso) que se fue disipando a medida que el planeta se sacudía la Gran Recesión de 2009. Y eso explica que tan sólo el 2,3% de trabajadores se beneficiaran del programa durante más de un año, cuando en España el problema es contar con un paro de larga duración. Según la última EPA, 2,9 millones de parados llevan sin empleo más de 365 días.

Los profesores Fernández-Villaverde y Garicano lo explicaron de forma precisa eneste artículo. La diferencia, sostenían, radica en que, mientras que el shockexperimentado por la economía germana es de carácter temporal de demanda causado por la fuerte caída del comercio internacional, el shock en España tiene un componente permanente importante: durante los años del boom, la construcción de vivienda residencial llegó a representar por sí solo un 9% del PIB, una cifra absolutamente inaudita.

Es decir, que en el caso español, el país se ha quedado sin modelo productivo, lo que explica que muchas empresas no estén en crisis por una caída de la demanda exterior, sino simplemente porque son inviables debido a que el negocio del ‘ladrillo’ ha periclitado, que diría un clásico.

Esto quiere decir que aunque existiera un programa de ayudas públicas como el llamado modelo alemán, ninguna empresa dispone de incentivos suficientes como para seguir pagando el sueldo a un trabajador (aunque sea la mitad) en lugar de acogerse a lo que prevé la legislación, que es simplemente no renovar el contrato. Entre pagar la mitad del jornal y cero euros no hay color, por lo que difícilmente una empresa optará a la solución propuesta.

Según los datos de la Seguridad Social, de las 241.000 empresas que han dejado de cotizar desde el estallido de la crisis, más de la mitad (136.000) pertenece al sector de la construcción. Son, por lo tanto, inviables porque se ha pinchado la burbuja inmobiliaria. Así de fácil.

Lo curioso del caso es que el modelo alemán se plantea como un gran descubrimiento en las relaciones laborales, cuando la legislación española ya contempla casuísticas similares. Sobre todo, tras la entrada en vigor de la últimareforma laboral, que ha aumentado de forma notable los expedientes temporales de regulación de empleo, una especie de Kurzarbeit a la española.

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