viernes, 21 de junio de 2013

Droga, petróleo y guerra


Peter Dale Scott prosigue su análisis sobre el sistema estadounidense de dominación. En una conferencia organizada en Moscú, este ex diplomático canadiense resumió el resultado de sus investigaciones sobre el financiamiento de ese sistema con fondos provenientes del tráfico de droga y del comercio de hidrocarburos. Son cosas que ya se saben, pero que siguen siendo difíciles de admitir.

El siguiente discurso lo pronuncié en una conferencia sobre la OTAN que se organizó en Moscú el año pasado. Fui el único orador estadounidense en aquel encuentro. Me habían invitado a raíz de la publicación en lengua rusa de mi libro La Route vers le nouveau désordre mondial [En español “El camino hacia el nuevo desorden mundial”] y por mi último libro, La Machine de guerre américaine [En español, “La máquina de guerra de Estados Unidos”] [1]. Como ex diplomático preocupado por la paz, yo estaba feliz de participar. Me parece, en efecto, que el diálogo entre los intelectuales estadounidenses y rusos es hoy menos serio de lo que fue en pleno paroxismo de la guerra fría, aunque es evidente que no ha desaparecido el peligro de una guerra que implique a las dos principales potencias nucleares.

En respuesta al problema de las crisis interconectadas, como la producción de droga en Afganistán y el yihadismo salafista financiado por el tráfico de droga, mi discurso exhortaba a los rusos a cooperar en un marco multilateral con los estadounidenses que compartiesen esa voluntad –a pesar de las actividades agresivas de la CIA, de la OTAN y del SOCOM (Siglas del US Special Operations Command) en Asia central, posición que no coincidía con la de los demás oradores.

A partir de aquella conferencia comencé a reflexionar profundamente sobre el nivel de degradación de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos y sobre mis esperanzas ligeramente utópicas de restaurarlas. A pesar de los diferentes puntos de vista de los conferencistas, estos tenían tendencia a compartir una gran inquietud sobre las intenciones estadounidenses hacia Rusia y [hacia] los Estados de la antigua URSS. Aquella ansiedad común se basaba en lo que sabían sobre acciones anteriores de Estados Unidos y sus compromisos no respetados. En efecto, contrariamente a la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, ellos estaban bien informados sobre esos temas.

La garantía de que la OTAN no se aprovecharía de la distención para extenderse por Europa del Este es un importante ejemplo de promesa no respetada. Evidentemente, Polonia y otros ex miembros del Pacto de Varsovia hoy forman parte de la alianza atlántica, al igual que las ex repúblicas socialistas soviéticas del Báltico. Por otra parte, todavía están en pie proposiciones tendientes a la entrada de Ucrania en la OTAN ya que ese país es el verdadero corazón de la antigua Unión Soviética. Ese movimiento de expansión hacia el este estuvo acompañado de actividades y de operaciones conjuntas de las tropas de la OTAN con las fuerzas armadas y los cuerpos de seguridad de Uzbekistán –algunos organizados incluso por la OTAN. (Ambas iniciativas comenzaron en 1997, bajo la administración Clinton.)

Podemos seguir citando más compromisos rotos, como la conversión no autorizada de una fuerza de la ONU en Afganistán (aprobada por Rusia en 2001) en una coalición militar dirigida por la OTAN. Dos conferencistas criticaron la determinación de Estados Unidos en instalar en Europa del este un escudo antimisiles contra Irán, rechazando las sugerencias rusas de que lo desplieguen en Asia. Según ellos, esa intransigencia constituía «una amenaza para la paz mundial».

Los conferencistas percibían aquellas medidas como extensiones agresivas del movimiento que, desde Washington, tenía como objetivo la destrucción de la URSS en tiempos de Reagan. Algunos de los oradores con los que pude conversar consideraban que, durante los dos decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Rusia se había visto bajo la amenaza de planes operacionales de Estados Unidos y la OTAN destinados a desatar un primer golpe nuclear contra la URSS. Aquellos planes hubiesen podido ejecutarse antes de que se alcanzara la paridad nuclear, pero es evidente que nunca llegaron a aplicarse. A pesar de todo, mis interlocutores estaban convencidos de que los halcones que habían trazado aquellos planes nunca renunciaron su deseo de humillar a Rusia y de reducirla al rango de potencia de tercera categoría, inquietud que yo no puedo refutar. En efecto, mi último libro, La Machine de guerre américaine, también describe continuas presiones tendientes a establecer y mantener la supremacía de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial.

Los discursos pronunciados en aquella conferencia no se limitaban en todo caso a criticar las políticas de Estados Unidos y de la alianza atlántica. Los oradores se oponían con cierta amargura al apoyo que Vladimir Putin había expresado el 11 de abril de 2012 a la campaña militar de la OTAN en Afganistán. Estaban particularmente indignados por el hecho que Putin había aprobado la instalación de una base de la alianza atlántica en Ulianovsk, a 900 kilómetros de Moscú. Aunque aquella base se le “vendió” a la opinión pública rusa como una forma de facilitar la retirada estadounidense de Afganistán, uno de los conferencistas nos aseguró que en los documentos de la OTAN el puesto de avanzada de Ulianovsk se presentaba como una base militar. Para terminar, los conferencistas se mostraban hostiles a las sanciones de la ONU contra Irán, inspiradas por Estados Unidos. Consideraban a Irán como un aliado natural contra los intentos estadounidenses de concretar el proyecto de dominación global de Washington.

Exceptuando el siguiente discurso, me mantuve silencioso durante la mayor parte de aquella conferencia. Pero mi mente, e incluso mi conciencia, me la recuerdan cuando pienso en las recientes revelaciones sobre Donald Rumsfeld y Dick Cheney.

Inmediatamente después del 11 de septiembre [de 2001], Rumsfeld y Cheney comenzaron a implementar un proyecto tendiente al derrocamiento de numerosos gobiernos amigos de Rusia, como Irak, Libia, Siria e Irán [2] (Diez años antes, en el Pentágono, el neoconservador Paul Wolfowitz le había dicho al general Wesley Clark que Estados Unidos tenía la oportunidad de deshacerse de aquellos clientes de Rusia, durante el periodo de reestructuración de este último país provocado por el derrumbe de la URSS [3].), proyecto que no ha finalizado aún en los casos de Siria e Irán.

Lo que hemos podido observar bajo Obama se parece mucho a la aplicación de ese plan. Pero hay que reconocer que en Libia, y actualmente en Siria, Obama se mostró más reticente que su predecesor en cuanto al envío de soldados al campo de batalla. (A pesar de ello se ha reportado que, bajo su presidencia, una pequeña cantidad de fuerzas especiales estadounidenses operó en ambos países, para alentar la lucha contra Kadhafi y posteriormente contra Assad.)

Más particularmente, me preocupa la ausencia de reacción de la ciudadanía estadounidense ante el militarismo agresivo de su país. Ese belicismo permanente, que yo llamaría «dominacionismo», está previsto a largo plazo en los planes del Pentágono y de la CIA [4]. Indudablemente, muchos estadounidenses pudieran pensar que una Pax Americana global garantizaría una era de paz, como la Pax Romana lo hizo dos milenios antes. Yo estoy convencido de lo contrario. Al igual que la Pax Britannica del siglo XIX, ese dominacionismo conducirá inevitablemente a un conflicto de gran envergadura, potencialmente a una guerra nuclear. En realidad, la clave de la Pax Romana residía en el hecho que Roma, bajo el reinado de Adriano, se había retirado de Mesopotamia. Además, había aceptado estrictas limitaciones de su propio poder en las regiones donde ejercía su hegemonía. Gran Bretaña mostró una sabiduría comparable, pero lo hizo demasiado tarde. Hasta ahora, Estados Unidos nunca se ha mostrado tan razonable.

En Estados Unidos, muy poca gente parece interesarse en el proyecto de dominación global de Washington, al menos desde el fracaso de las grandes manifestaciones que trataron de impedir la guerra contra Irak. Hemos podido comprobar la abundancia de estudios críticos sobre las razones de la intervención militar de Estados Unidos en Vietnam e incluso sobre la implicación estadounidense en atrocidades como la masacre de 1965 en Indonesia. Autores como Noan Chomsky y William Blum [5] han analizado los actos criminales de Estados Unidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pero han estudiado poco la reciente aceleración del expansionismo militar estadounidense. Sólo unos pocos autores, como Chalmers Johnson y Andrew Bacevich, han analizado el progresivo fortalecimiento de la máquina de guerra de Estados Unidos que hoy domina los procesos políticos en Estados Unidos.

Es además sorprendente ver que el joven movimiento Occupyhablara tan poco sobre las guerras estadounidenses de agresión. Dudo incluso que haya llegado a denunciar la militarización de la vigilancia [interna] y del orden público así como los campos de detención, a pesar de que esas medidas son parte fundamental del dispositivo de represión interna que amenaza su propia supervivencia [6]. Me refiero aquí al llamado programa de «continuidad del gobierno» (COG, siglas de «Continuity of Government»), a través del cual los planificadores militares estadounidenses han desarrollado medios para neutralizar definitivamente cualquier movimiento antibelicista en Estados Unidos [7].

Como ex diplomático canadiense, si tuviese que volver a Rusia nuevamente exhortaría a una colaboración entre Estados Unidos y ese país frente a los problemas mundiales más urgentes. Nuestro desafío consiste en ir más allá de ese compromiso rudimentario que es la distensión, esa supuesta «coexistencia pacífica» entre las superpotencias. En realidad, ese entendimiento, que ya cuenta medio siglo de existencia, permitió –e incluso alentó– las atrocidades de dictadores clientes, como Suharto en Indonesia y Mohamed Siad Barré en Somalia. Es probable que la alternativa de la distención, que sería una ruptura total de la propia distención, conduzca a enfrentamientos cada vez más peligrosos en Asia –muy probablemente en Irán.

Pero, ¿puede evitarse esa ruptura? Hoy me pregunto si no he minimizado la intransigencia hegemonista de Estados Unidos [8]. En Londres, conversé recientemente con un viejo amigo a quien conocí durante mi carrera como diplomático. Es un diplomático británico de alto rango, experto en Rusia. Pensé que él me llevaría a suavizar mi evaluación negativa sobre las intenciones de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia. Lo que hizo fue acentuarla.

Así que decidí publicar mi discurso acompañado de este prefacio, destinado tanto a la ciudadanía estadounidense como al público internacional. Pienso que hoy en día lo más urgente para preservar la paz mundial es contrarrestar el avance de Estados Unidos hacia la hegemonía total. En nombre de la coexistencia en un mundo pacificado y multilateral es por lo tanto necesario reactivar la prohibición –por parte de la ONU– de las guerras preventivas y unilaterales.

Para lograrlo, yo espero que la ciudadanía de Estados Unidos se movilice contra el dominacionismo y de su propio país y que los propios ciudadanos estadounidense llamen a que el gobierno o el Congreso [estadounidenses] emitan una declaración política. Esa Declaración:
Renunciaría explícitamente a los anteriores llamados del Pentágono que hacen de la «supremacía total» («full spectrum dominance») un objetivo militar central de la política exterior de Estados Unidos [9];
Rechazaría como inaceptable la práctica de las guerras preventivas, hoy profundamente enraizada;
Renunciaría categóricamente a todo proyecto estadounidense de utilización permanente de bases militares en Irak, Afganistán y Kirguistán;
Comprometería a Estados Unidos a realizar sus futuras operaciones militares en estricto acuerdo con los procedimientos establecidos en la Carta de las Naciones Unidas.

Yo llamo a mis conciudadanos a que se unan a mí para exhortar el Congreso [estadounidense] a presentar una resolución con ese objetivo.

Puede ser que, en un primer momento, ese tipo de gestión no arroje resultados. Pero sí es posible que ayude a redirigir el debate político en Estados Unidos hacia un tema que es, en mi opinión, urgente y que se ha abordado muy poco: el expansionismo de Estados Unidos y la amenaza que representa para la paz global.
Discurso pronunciado en la conferencia de Invissin sobre la OTAN
(Moscú, 15 de mayo de 2012)

Ante todo, agradezco a los organizadores de esta conferencia esta oportunidad de hablar del grave problema del narcotráfico en Afganistán. Se trata, hoy en día, de una amenaza tanto para Rusia como para las relaciones entre este país y Estados Unidos. Hablaré por lo tanto de política profunda, según la visión de mi libro Drugs, Oil, and War y también de mi obra más reciente (La Machine de guerre américaine) y de la anterior (La Route vers le nouveau désordre mondial). Esos libros analizan esencialmente los factores subyacentes del tráfico internacional de droga así como las intervenciones estadounidenses. Hablaré también del papel de la OTAN en la facilitación de estrategias tendientes a implantar la supremacía de Estados Unidos en el continente asiático. Pero quisiera, en primer lugar, analizar el tráfico de droga en relación con un importante factor, que en mis libros resulta determinante. Se trata del papel del petróleo en las políticas asiáticas de Estados Unidos en Asia y también de la influencia de importantes compañías petroleras alineadas con los intereses de ese país, como British Petroleum (BP).

Detrás de cada ofensiva reciente de Estados Unidos y de la OTAN, la industria petrolera ha sido una fuerza profunda determinante. Para comprobarlo basta con recordar las intervenciones en Afganistán (2001), en Irak (2003) y en Libia (2011) [10].

Estudié, por lo tanto, el papel de las compañías petroleras y de sus representantes en Washington –como los grupos de cabildeo (lobbies)– en cada una de las grandes intervenciones de Estados Unidos, desde la época de Vietnam en los años 1960 [11]. El poder de las compañías petroleras estadounidenses conllevaría toda una serie de explicaciones para un público de Rusia, donde el Estado controla la industria de los hidrocarburos. En Estados Unidos es prácticamente al revés, las compañías petroleras tienden a dominar tanto la política exterior de ese país como el Congreso [12]. Eso explica por qué los sucesivos presidentes, desde Kennedy hasta Obama y pasando por Reagan, han sido incapaces de limitar las ventajas fiscales de las compañías petroleras, garantizadas por la «oil deplettion allowance», incluso en el contexto de hoy cuando la mayoría de los estadounidenses se hunden en la pobreza [13].

Las acciones de Estados Unidos en Asia central, en zonas que se hallaron tradicionalmente bajo influencia de Rusia –como Kazajstán– presentan un factor común. Desde hace unos 30 años, incluso más, las compañías petroleras y sus representantes en Washington han mostrado gran interés por el desarrollo, y sobre todo el control, de los recursos gasíferos y petrolíferos subexplotados de la cuenca del Caspio [14]. Para lograr ese objetivo [el control], Washington desarrolló políticas que dieron como resultado la instalación de bases avanzadas en Kirguistán y, durante 4 años, en Uzbekistán (de 2001 a 2005) [15]. El objetivo oficial de esas bases era servir de apoyo a las operaciones militares de Estados Unidos en Afganistán. Pero la presencia estadounidense incita a los gobiernos de las naciones vecinas a actuar más independientemente de la voluntad rusa. Ejemplo de ello son los casos de Kazajstán y Turkmenistán, dos países que son zonas de inversiones en gas y en petróleo para las compañías estadounidenses.

Washington sirve a los intereses de las compañías petroleras occidentales, no sólo por causa de la influencia corruptora que estas ejercen sobre la administración sino porque la supervivencia de la actual petroeconomía estadounidense depende de la dominación occidental sobre el comercio mundial del petróleo. En uno de mis libros analizo esta política y explico cómo ha contribuido a las recientes intervenciones de Estados Unidos y también al empobrecimiento del Tercer Mundo desde 1980. En esencia, Estados Unidos provocó que el precio del petróleo se cuadruplicara en los años 1970 al organizar el reciclaje de los petrodólares en la economía estadounidense, mediante acuerdos secretos con los sauditas. El primero de esos acuerdos garantizaba una participación especial y continua de Arabia Saudita en la salud del dólar estadounidense; el segundo garantizaba el permanente respaldo de ese país a la tarificación integral de la OPEP en dólares [16]. Esos dos acuerdos garantizaban que las alzas de los precios del petróleo que decidía la OPEP no debilitaran la economía de Estados Unidos ya que la carga más pesada recaería –por el contrario– en las economías de los países menos desarrollados [17].

El dólar estadounidense, aunque actualmente está debilitándose, aún depende en gran parte de la política de la OPEP que impone el uso de esa moneda para la compra del petróleo que venden los países de esa organización.

Para tener una idea de lo que Estados Unidos es capaz de hacer para seguir imponiendo esa política sólo hay que ver cuál ha sido el destino de los países que han tratado de oponerse a ella.
«En el año 2000, Saddam Hussein insistió en que el petróleo iraquí se vendiera en euros. Fue una maniobra política, pero aumentó los ingresos recientes de Irak gracias al alza del valor del euro en relación con el dólar» [18]. Tres años más tarde, en marzo de 2003, Estados Unidos invadía ese país. Dos meses después, en mayo de 2003, Bush decretó a través de una orden ejecutiva que las ventas de petróleo iraquí tenían que efectuarse nuevamente en dólares y no en euros [19].
Según un artículo ruso, poco antes de la intervención de la OTAN en Libia, a principios de 2011, Muammar el-Kadhafi había maniobrado para rechazar el dólar como moneda de pago a las exportaciones de petróleo libio, al igual que Saddam Hussein [20].
En febrero de 2009, Irán anunció que había «cesado completamente las transacciones petroleras en dólares estadounidenses» [21]. Todavía no se han visto las verdaderas consecuencias de esa audaz decisión iraní [22].

Insisto en el siguiente punto: cada intervención reciente de Estados Unidos y de la OTAN ha permitido sostener la debilitada supremacía de las compañías petroleras occidentales sobre el sistema petrolero global y, por lo tanto, la de los petrodólares. Pienso, sin embargo, que las propias compañías petroleras son capaces de iniciar o al menos de contribuir al inicio de las intervenciones políticas. Como ya señalé en mi libro Drugs, Oil, and Wars (p.8):

«De forma recurrente se acusa a las compañías petroleras de Estados Unidos de emprender operaciones clandestinas, ya sea directamente o a través de intermediarios. En Colombia (como veremos más adelante) una empresa estadounidense de seguridad que trabajaba para Occidental Petroleum participó en una operación militar del ejército colombiano “que mató 18 civiles por error”.»

Para citar un ejemplo más cerca de Rusia mencionaré una operación clandestina, realizada en 1991 en Azerbaiyán, que es un ejemplo clásico de política profunda. En ese país, ex colaboradores de la CIA empleados por una dudosa empresa petrolera (MEGA Oil), «emprendieron entrenamientos militares, repartieron “bolsas llenas de dinero en efectivo” a miembros del gobierno y crearon una compañía aérea […] que pronto permitió traer de Afganistán cientos de mercenarios muyahidines» [23]. Al principio, aquellos mercenarios, cuyo número se estimó finalmente en unos 2 000, fueron utilizados para luchar contra las fuerzas armenias respaldadas por Rusia en la disputada región del Alto Karabaj. Pero también apoyaron a los combatientes islamistas en Chechenia y en Daguestán. Y contribuyeron también a convertir Bakú en un punto de escala de la heroína afgana hacia el mercado urbano de Rusia e igualmente hacia la mafia chechena [24].

En 1993 participaron en el derrocamiento de Abulfaz Elchibey, el primer presidente electo en Azerbaiyán, y en sustituirlo por Heydar Aliev. Este último firmó inmediatamente un importante contrato petrolero con BP que incluía lo que finalmente se convirtió en el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan, que conecta ese país con Turquía. Hay que subrayar que los orígenes estadounidenses de los agentes de MEGAL Oil están más que comprobados. Lo que no se sabe es quién financiaba aquella empresa. Puede haber sido una o más de las grandes compañías petroleras ya que la mayoría de ellas tienen (o tuvieron) sus propios servicios clandestinos [25]. Algunas empresas petroleras importantes, como Exxon, Mobil y BP, han sido acusadas de estar «detrás del golpe de Estado» que sustituyó a Elchibey por Aliev [26].

Es evidente que Washington y las grandes compañías petroleras piensan que su supervivencia depende de la preservación de su actual supremacía en los mercados petroleros internacionales. En los años 1990, cuando las mayores reservas no comprobadas de hidrocarburos se localizaban generalmente en la cuenca del Caspio, esa región se hizo central, a la vez para las inversiones de las empresas petroleras estadounidenses y para la expansión de Estados Unidos por razones de seguridad [27].

Como secretario de Estado adjunto, Strobe Talbott, amigo cercano de Bill Clinton, trató de promover una estrategia razonable para garantizar esa expansión. En un importante discurso pronunciado el 21 de julio de 1997,


«Talbott expuso los 4 aspectos de un [potencial] apoyo de Estados Unidos a los países del Cáucaso y de Asia central:
La promoción de la democracia;
La creación de economías de mercado;
La promoción de la paz y de la cooperación en los países de la región y entre esos mismos países y
La integración [de estos países] a la más amplia comunidad internacional […]

Criticando con virulencia lo que él considera una concepción obsoleta de la competencia en el Cáucaso y en Asia central, el señor Talbott lanzó una advertencia a quien vea el “Gran Juego” como clave para la lectura de la región. Propuso, por el contrario, un entendimiento en el que cada cual saldrá ganando con la cooperación.» [28]

Pero ese enfoque multilateral se vio inmediatamente bajo el fuego de los miembros de los partidos [estadounidenses]. Sólo 3 días después, la Heritage Foundation, el círculo de reflexión derechizante del Partido Republicano, respondió que «[la] administración Clinton, deseosa de apaciguar a Moscú, ponía reparos en explotar la oportunidad estratégica de garantizar la seguridad de los intereses de Estados Unidos en el Cáucaso» [29]. En octubre de 1997, esta crítica halló eco enThe Grand Chessboard, importante libro del ex consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski. Este último, ciertamente el principal oponente de Rusia dentro del Partido Demócrata, admite sin embargo que «la política exterior [estadounidense debería] […] favorecer los vínculos necesarios para una verdadera cooperación mundial», pero defiende en su libro la noción de «Gran Juego» que Talbott rechazaba. Según Brzezinski, era una necesidad imperiosa impedir «[la] aparición en Eurasia de un competidor capaz de dominar ese continente y de desafiar [a Estados Unidos]» [30].

Como trasfondo de ese debate, la CIA y el Pentágono desarrollaban a través de la alianza atlántica una «estrategia de proyección» contraria a las proposiciones de Talbott. En 1997, en el marco del programa «Asociación para la Paz» de la OTAN, el Pentágono comenzó ejercicios militares con Uzbekistán, Kazajstán y Kirguistán. Aquel programa era «el embrión de una fuerza militar dirigida por la OTAN en esa región» [31]. Bautizados como CENTRAZBAT, aquellos ejercicios preparaban posibles despliegues de fuerzas estadounidenses de combate. Catherine Kelleher, asistente del secretario adjunto de Defensa, mencionó «la presencia de enormes recursos energéticos» como justificación de la implicación militar de Estados Unidos en la región [32]. Uzbekistán cuya importancia geopolítica resaltó Brzezinski, se convirtió en trampolín para los ejercicios militares estadounidenses, a pesar de tener los peores resultados en materia de respeto de los derechos humanos en la región [33].

Es evidente que la «revolución de los tulipanes» de marzo de 2005 en Kirguistán fue otra etapa de la doctrina de proyección estratégica del Pentágono y la CIA. Se desarrolló en un momento en que George W. Bush hablaba a menudo de una «estrategia de proyección de la libertad». Más tarde, mientras estaba de visita en Georgia, el propio Bush aprobó aquel cambio de régimen presentándolo como un ejemplo de «democracia y de libertad en plena expansión» [34]. (En realidad, en vez de una «revolución», aquello parecía más bien un sangriento golpe de Estado.) Sin embargo, el régimen de Bakiyev «había dirigido el país como un sindicato del crimen», según palabras de Alexander Cooley, un profesor de la Universidad de Columbia. Específicamente, numerosos observadores acusaron a Bakiyev de haberse apoderado del control del tráfico de droga local y de administrarlo como una empresa familiar [35].

La administración Obama se ha alejado, en cierta medida, de esa retorica hegemónica que el Pentágono llama la «supremacía total» (full spectrum dominance) [36]. Pero no resulta sorprendente comprobar que bajo su presidencia se han mantenido las presiones tendientes a reducir la influencia de Rusia, como en el caso de Siria. En realidad, a lo largo de medio siglo Washington ha estado dividido en 2 bandos. De un lado, una minoría que se mueve principalmente en el Departamento de Estado (como Strobe Talbott) y que había previsto un porvenir de cooperación con la Unión Soviética. Del otro lado, los halcones hegemonistas, que trabajan principalmente en la CIA y el Pentágono (como William Casey, Dick Cheney y Donald Rumsfeld). Estos últimos han presionado continuamente para implantar en Estados Unidos una estrategia unipolar de dominación global [37]. Para alcanzar ese imposible objetivo no han vacilado en aliarse con traficantes de droga, sobre todo en Indochina, en Colombia y ahora en Afganistán [38].

Por otro lado, esos halcones emplearon masivamente las estrategias de erradicación de utilizadas por la DEA (Drug Enforcement Administration) [39]. Como señalé en La Machine de guerre américaine (p.43),


«El verdadero objetivo de la mayoría de esas campañas […] nunca fue el ideal de erradicar la droga. Consistió más bien en modificar la repartición del mercado, o sea apuntar a enemigos específicos para garantizar que el tráfico de la droga quede bajo el control de los traficantes aliados del aparato de seguridad del Estado en Colombia y/o de la CIA.» [40]

Esa tendencia se comprobó de manera flagrante en Afganistán, donde Estados Unidos reclutó ex traficantes de droga para que respaldaran su invasión en 2001 [41]. Washington anunció después una estrategia de lucha antidroga que se limitaba a atacar a los traficantes de droga que apoyaban a los rebeldes [42].

Quienes, como yo, se preocupan por reducir el flujo de droga proveniente de Afganistán se ven ante un dilema. Para ser eficaces, las estrategias de lucha contra el tráfico internacional de droga tienen que ser multilaterales. En Asia central esas estrategias necesitan una mayor cooperación entre Estados Unidos y Rusia. Sin embargo, todos los esfuerzos de las principales fuerzas proestadounidenses presentes en la región –como la CIA, el ejército de Estados Unidos, la OTAN y la DEA– no se han concentrado hasta ahora en la cooperación sino en la hegemonía estadounidense.

A mi modo de ver, la respuesta a ese problema estará en la aplicación conjunta de la experiencia y de los recursos de ambos países, en el marco de agencias bilaterales o multilaterales en las que no predomine ninguna de las partes. Una estrategia antidrogas eficaz tendría que ser pluridimensional, como la exitosa campaña realizada en Tailandia. Además, es probable que también necesite que los dos países estudien la aplicación de estrategias capaces de favorecer a la población, algo que ninguno de los dos ha concretado [43].

Rusia y Estados Unidos tienen muchas características comunes y comparten muchos problemas. Los dos son súper Estados, aún cuando su predominio se está debilitando ante la China emergente. Como superpotencias, ambos países cedieron a la tentación de la aventura afgana, algo que hoy deploran muchas mentes despiertas. Al mismo tiempo, el devastado país en el que se ha convertido Afganistán tiene que enfrentar problemas muy urgentes, que también lo son para esas tres superpotencias. Se trata de la amenaza que la droga representa y del correspondiente peligro que constituye el terrorismo.

Es interés del mundo entero ver a Rusia y Estados Unidos enfrentar esos peligros de manera constructiva y desinteresada. Y esperamos que cada progreso en la reducción de esas amenazas comunes sea una nueva etapa en el difícil proceso de fortalecimiento de la paz.

El pasado siglo fue testigo de una guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, dos potencias que se armaron hasta los dientes en nombre de la defensa de sus respectivos pueblos. Perdió la Unión Soviética, dando paso a una Pax Americana inestable, como la Pax Britannica del siglo XIX: una peligrosa mezcla de globalización comercial, de acentuación de las desigualdades en términos de ingresos y riqueza y de un militarismo brutalmente excesivo y expansionista. Este último está provocando cada vez más conflictos armados (Somalia, Irak, Yemen, Libia) y además acentúa el riesgo de una posible guerra mundial (Irán).

Hoy en día, tratando de preservar su peligrosa supremacía, Estados Unidos está tratando de armarse contra su propio pueblo, en vez de dedicarse a defenderlo [44]. Es interés de todos los pueblos del mundo, incluyendo el de Estados Unidos, que se debilite esa supremacía para favorecer un mundo más multipolar y menos militarista.
por Peter Dale Scott
Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Maxime Chaix
RED VOLTAIRE | MOSCÚ (RUSIA) | 20 DE JUNIO DE 2013

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