miércoles, 12 de febrero de 2014

Mientras corre la sangre en Maidan

Los « pacíficos manifestantes » de Kiev preparan un nuevo asalto contra las fuerzas antimotines.¿De verdad están viendo los televidentes occidentales las imágenes sobre lo que sucede en Kiev o lo que hacen es interpretarlas según los comentarios de sus televisiones? 

La pregunta se impone cuando vemos la ausencia de reacciones ante las imágenes de manifestantes nazis con cascos y uniformes militares que utilizan incluso catapultas para desatar una lluvia de cocteles Molotov sobre las fuerzas del orden, mientras los comentaristas disertan sobre el carácter supuestamente pacífico y democrático de los manifestantes. 

Ucrania está al borde de la guerra civil y, como de costumbre, los medios de prensa occidentales no contribuyen en nada a la comprensión de los hechos. Fuera de las constantes imágenes de enfrentamientos entre la policía antimotines y los temibles militantes nacionalistas en la plaza de la Independencia (Maidan Nezalezknosti), la prensa dominante nos propone únicamente un relato fantástico en 3 capítulos: 

Capítulo I. En noviembre de 2013, el presidente corrupto Viktor Yanukovich echa por la borda el acuerdo de asociación con la Unión Europea que antes se disponía firmar. Decididos a hacer valer su deseo de formar parte de Europa Occidental, los habitantes de Kiev organizan «manifestaciones pacíficas».

Capítulo II. La cólera del pueblo se desencadena cuando, el 17 de diciembre de 2013, Yanukovich acepta firmar un importante acuerdo de cooperación económica con la Rusia de Vladimir Putin. Los ucranianos amantes de la libertad corren el peligro de que su país caiga en la órbita funesta de Moscú. Sólo los valerosos manifestantes pueden impedir que eso suceda.

Capítulo III. Prosigue la batalla por el control de Kiev mientras que el régimen, al verse amenazado, trata de aferrarse al poder imponiendo leyes draconianas que restringen la libertad de reunión. Ucrania está ahora en la línea de fuego de la batalla por la democracia, por los Big Mac hechos con OGM y la guerra sicológica que se libra en las pantallas de Disney y de MTV.Pero las realidades geoestratégicas raramente se ajustan a los estrechos moldes de las románticas historias contadas a los telespectadores. Lo que realmente se trama en segundo plano es un intento de Estados Unidos de impedir el regreso de Rusia a un papel protagónico allí donde eso tiene verdadera importancia: en Ucrania. 

Los promotores de la política exterior de Estados Unidos en los medios de difusión prefieren desviar la atención de los televidentes para que estos no vean los hechos que permiten poner en duda su esquema narrativo predilecto. Y en primera línea de esas realidades está precisamente el hecho de que Washington ha montado en Kiev un remake de sus nuevas técnicas de golpe de Estado. Desde hace ya más de 10 años se les viene haciendo creer a los estadounidenses que se han producido en toda Eurasia y el Medio Oriente olas sucesivas de «revoluciones populares» para derrocar dictadores, dictadores que - casualmente - se oponían o perjudicaban los intereses de Estados Unidos. 

Pero no hay casualidad. Desde Belgrado hasta Chisinau, pasando por Tiflis y Minsk, la CIA y el Departamento de Estado han orquestado los cambios de régimen desde la sombra, con diferentes grados de éxito y arreglándoselas para poder negar la paternidad de esos cambios. 

En el caso de Ucrania, la «revolución naranja» de Yuchenko, el niño mimado de Occidente, fracasó estruendosamente. Pero el país se ha convertido nuevamente en blanco de las acciones subterráneas de desestabilización organizadas por Estados Unidos porque Ucrania goza de una posición geográfica muy ventajosa y es al mismo tiempo vulnerable debido a las fracturas étnicas y culturales que la caracterizan. 

La cuestión de la integración a la Unión Europea ha sido el tan esperado pretexto para desencadenar el nuevo round de la Gran Confrontacion. Pero lo que los heraldos y los editorialistas de la prensa dominante de Manhattan ponen especial cuidado en no explicarle al público es el verdadero contenido de los «acuerdos de asociación» que propone la Unión Europea. Si tales acuerdos llegaran a entrar en aplicación, Ucrania entera caería bajo el control de las grandes empresas occidentales, su industria se vería despedazada y todo el proceso conduciría a uno de esos planes de austeridad preparados por los bancos que tan bien se conocen en los países que ya forman parte de la Unión Europea. 

Fueron los oligarcas, individuos que ejercen el verdadero poder en Kiev sin importar quien sea el presidente, los primeros que impulsaron esos acuerdos. Bruselas, por su parte, quiere apoderarse de Ucrania por unas pocas migajas, ofreciendo apenas algo más de 1 000 millones de dólares como ayuda para cubrir 17 000 millones de deuda, a la que habría que agregar el costo que tendrían las consecuencias del desastre económico que espera al país si finalmente firma esos acuerdos. 

El comportamiento de Rusia ha sido muy diferente. Rusia profundizó su asociación con Ucrania destinando 15 000 millones de dólares al pago de la deuda de este último país, creando empresas comunes en el fundamental sector de la industria pesada y proponiéndole la venta del gas ruso a un precio inferior al que se practica en el mercado internacional [1]. 

Es de sobra conocida la corrupción de las administraciones presidenciales que han dirigido Ucrania desde que esta se independizó, en 1991. Pero Yanukovich y personajes tan decisivos como Rinat Ajmetov, el millonario que logró hacerse de una posición dominante en el mercado de la energía, acabaron por entender que el principio mismo del acuerdo con la Unión Europea conduciría inevitablemente el país a la ruina y al desastre político, a pesar de que los dirigentes de Europa occidental presentaban el asunto como «una opción por Europa» y en oposición a Rusia. Viendo las escasas ventajas que presentaba este acuerdo evidentemente leonino, el régimen de Kiev encontró en Putin un socio mucho más dispuesto a negociar verdaderamente, cosa que no tenían la intención de hacer Angela Merkel, ni la baronesa Catherine Ashton y sus comparsas. 

Los grupos de manifestantes de la oposición que han invadido las calles de Kiev, que ahora se enfrentan a la policía en verdaderas batallas callejeras y que toman el control de las administraciones regionales, son la principal carta de triunfo de los occidentales en su empeño por hacer fracasar el acercamiento entre Rusia y Ucrania. Pero muchos de esos «manifestantes», nuevo objetivo humanitario del establishment estadounidense, no son otra cosa que nacionalistas fanatizados, originarios en su mayoría de las 3 provincias más occidentales del país (la región de Galitzia). Los habitantes de esa parte de Ucrania, a menudo católicos, vivieron durante siglos bajo el yugo de Polonia y de los austrohúngaros y hoy alimentan la hostilidad contra los ucranianos ortodoxos prorrusos de la parte oriental del país. 

No hace todavía mucho tiempo que los abuelos de los actuales combatientes de la plaza Maidan conformaban una división entera en las filas de las Waffen SS. Los grupos que hoy reclutan grandes cantidades de individuos provenientes de la ya mencionada región occidental de Ucrania, como es el caso de los partidos Batkishchina (Madre Patria) y Svoboda (Libertad), dicen estar retomando la lucha por la independencia contra el odiado yugo de Moscú. 

Es además evidente que Washington no se limita a proporcionar a la oposición ucraniana un estruendoso respaldo diplomático (que incluye amenazas de sanciones) así como un importante apoyo logístico y organizativo a través de toda una serie de «ONGs», como Freedom House [2] y la NED [3]. Todo indica que los servicios secretos de Estados Unidos y sus aliados del MI6 británico, del BND alemán y los servicios de inteligencia de Polonia han aportado un activo apoyo a los actos de violencia de los nacionalistas ucranianos, ahora designados como «pacíficos manifestantes», siguiendo el mismo método que ya convirtió a los mercenarios yihadistas que devastaron Libia y Siria en «combatientes de la libertad» y a los apologistas de diversas desviaciones sexuales en «militantes de los derechos humanos» [4]. Más allá de sus aspiraciones, cualesquiera que sean estas, los ultras no son a fin de cuentas otra cosa que legiones de infantería al servicio de maniobras geopolíticas que ellos mismos ignoran y que ni siquiera pueden entender. 

Los territorios situados a ambos lados del Dniéper y del Don no sólo son el corazón mismo de la civilización eslava. También son para Rusia parte fundamental de su política de seguridad ante Europa [occidental]. Para comprender los objetivos de la política exterior de Estados Unidos en Ucrania, es importante recordar el análisis que hacía Zbigniew Brzezinski, estratega emérito de los magnates de la finanza mundial:

«Sin Ucrania, Rusia dejar de ser un imperio. Pero si Moscú logra recuperar el control de Ucrania, con sus [46] millones de habitantes, sus recursos económicos y su acceso al Mar Negro, Rusia dispone automáticamente de todas las cartas de triunfo para conformar un Estado imperial poderoso, a caballo entre Europa y Asia.»Inspirado, sin la menor duda, por su naturaleza filantrópica y su inmenso amor por el pueblo ruso, Brzezinski expresa a menudo su esperanza de que la democracia liberal acabe imponiéndose en Rusia [5]. Lo único que no le gusta de esa nación es su apego a la soberanía, a su identidad rusa y a su cristianismo ortodoxo. 

Es la Rusia soberana lo que impide que los Estados Unidos de los banksters logren concretar su inhumano sueño de controlar el planeta. Y es por eso que Brzezinski y sus acólitos han condenado a ese enemigo a vivir bajo la amenaza de la subversión y el desmembramiento. El montaje de una revolución en Ucrania, combinado con el continuo respaldo que aporta por debajo de la mesa a los movimientos separatistas islamistas del Cáucaso, es para Estados Unidos una ventajosa manera de desestabilizar el flanco sur de Rusia. El éxito de ese plan proyectaría inevitablemente una sombra sobre los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi. Además, importantes proyectos energéticos se verían en peligro, como el South Stream (para la explotación y la comercialización del gas). Como ya sucedió en Kosovo, la organización del caos, al ritmo de la misma fanfarria de retórica humanitaria liberal, puede proporcionar nuevamente el esperado pretexto para el despliegue de las fuerzas de la OTAN. 

Ahora que Putin ha logrado consolidar el lugar de Rusia en el Mediterráneo, al hacer fracasar en 2013 el ataque contra Siria, Washington concentra sus esfuerzos en cómo impedir la menor consolidación del poder de Moscú en Eurasia. Si logra exacerbar en su propio beneficio las divisiones de la sociedad ucraniana, Estados Unidos tendrá una excelente posibilidad de instalar en Kiev otro gobierno prooccidental y de crear las condiciones favorables para la implantación de fuerzas militares estadounidenses a sólo unos cuantos cientos de kilómetros de Moscú. Pero Rusia parece haber aprendido la lección de la «revolución naranja» del siglo pasado y no está hoy dispuesta a tolerar ese tipo de maniobras. 

Esperemos que se logre evitar la guerra civil. Pero existe un riesgo de partición del país que dejaría la región oriental - donde se concentran las industrias ucranianas - y el litoral del Mar Negro bajo la protección de Moscú, mientras que la parte occidental realizaría su sueño proeuropeo [6]. 

Los que financian a los militantes ultras de la región de Galitzia pueden darse el lujo de desfilar en honor de estos por las calles de París, Londres y Berlín. A quienes realmente toman las decisiones, en Estados Unidos, y a los eurócratas no les importa en lo absoluto la suerte que han de correr los manifestantes de Maidan.
[1] La ejecución de las diferentes fases de la ayuda de Moscú se suspendió a raíz de la renuncia del primer ministro ucraniano Mykola Azarov y debe reanudarse cuando Kiev tenga un nuevo gobierno y emprenda la aplicación de los compromisos que contrajo en el marco de los acuerdos con Moscú. 

[2] «Freedom House: cuando la libertad no es más que un pretexto», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 3 de enero de 2005. 

[3] «La NED, vitrina legal de la CIA», por Thierry Meyssan,Odnako/Red Voltaire, 11 de octubre de 2010. 

[4] El autor se refiere aquí a un grupo de asociaciones que promueven las relaciones sexuales tarifadas con menores del mismo sexo. NdlR. 

[5] «La monstruosa estrategia para destruir Rusia», por Arthur Lepic,Red Voltaire, 12 de diciembre de 2004. 

[6] En caso de partición del país no hay que excluir la posibilidad de que Hungría y Rumania presenten reclamos territoriales sobre la Rutenia carpática - en el caso de Hungría - y la región de Bukovina - en el caso de Rumania.

Mark Hackard
mar, 11 feb 2014 17:48 CST
http://es.sott.net/article/25570-Mientras-corre-la-sangre-en-Maidan


Después de Yugoslavia, ¿le ha llegado el turno a Ucrania?

En Europa Occidental, la opinión pública observa erróneamente la crisis ucraniana como una simple rivalidad entre occidentales y rusos. Pero lo que le interesa a Washington no es que Ucrania se incorpore a la Unión Europea sino privar a Rusia de uno de sus socios históricos. Y para lograr su objetivo, Estados Unidos está dispuesto a provocar una nueva guerra civil en Europa.

Después de desmembrar Yugoslavia con una guerra civil de 10 años (de 1990 a 1999), ¿ha decidido Estados Unidos destruir Ucrania de la misma manera? Eso hacen pensar las maniobras que está preparando la oposición para su realización durante los Juegos Olímpicos de Invierno de Sochi.

Ucrania ha estado dividida históricamente entre el oeste, con una población favorable a la Unión Europea, y el este, cuya población es favorable al acercamiento con Rusia. A esos dos grupos se agrega una pequeña minoría musulmana en Crimea. Después de la independencia, el Estado ucraniano fue debilitándose. Aprovechando la confusión, Estados Unidos organizó en 2004 la llamada «revolución naranja» [1], que puso en el poder un clan mafioso proatlantista. Cuando Moscú respondió anulando sus subvenciones al precio de gas, los occidentales dieron la espalda al gobierno naranja a la hora de pagar sus compras de gas a precio de mercado. El gobierno naranja perdió la elección presidencial de 2010 y la presidencia pasó a manos de Viktor Yanukovich, político corrupto y a veces pro-ruso.

El 21 de noviembre de 2013, el gobierno ucraniano renuncia al acuerdo de asociación negociado con la Unión Europea. La oposición responde a esa decisión con una serie de manifestaciones en Kiev y en la parte occidental del país, manifestaciones que rápidamente toman un cariz insurreccional. La oposición exige elecciones legislativas y presidenciales anticipadas, pero se niega a formar un gobierno cuando el presidente Yanukovich le propone hacerlo, luego de la renuncia del primer ministro. Ya para entonces, Radio Free Europe –radio del Departamento de Estado estadounidense– había bautizado las manifestaciones como Euromaidan y, posteriormente, como Eurorrevolución.

Por otro lado, el servicio de seguridad de la oposición lo garantiza Azatlyk, un grupo de jóvenes tártaros de Crimea que regresó para eso de la yihad en Siria, en la que participaron con el respaldo del senador estadounidense John McCain [2].

La prensa atlantista también respalda a la «oposición democrática» ucraniana y denuncia la influencia rusa. Altas personalidades de los países miembros de la alianza atlántica incluso se han tomado el trabajo de presentarse personalmente ante los manifestantes, como la secretaria de Estado adjunta y ex embajadora de Estados Unidos ante la OTAN Victoria Nuland y el ya mencionado senador estadounidense John McCain, también presidente de la rama republicana de la NED. La prensa rusa denuncia, por el contrario, que los manifestantes pretenden derrocar desde la calle las instituciones ucranianas democráticamente electas.

Al principio, el movimiento parece ser un intento de reeditar la «revolución naranja». Pero el 1º de enero de 2014, el control de la revuelta cambia de manos. El partido nazi Svoboda [Libertad] organiza una marcha con antorchas que reúne 15 000 personas, en memoria de Stepan Bandera (1909-1959), el líder nacionalista que luchó contra los soviéticos aliándose con los nazis. A partir de ese momento, las paredes de la capital ucraniana se cubren de consignas antisemitas y se registran ataques callejeros contra personas de origen judío.

La oposición proeuropea se compone de 3 partidos políticos:

- La Unión Panucraniana «Patria» (Bakitchina), de la oligarca y ex primera ministro Yulia Timochenko (quien actualmente se halla en la cárcel cumpliendo varias condenas por malversación de fondos públicos), partido encabezado ahora por el abogado y ex presidente del parlamento Arseni Yatseniuk.
Defiende la propiedad privada y el modelo liberal vigente en Occidente. Obtuvo un 25,57% de los sufragios en las elecciones legislativas de 2012.

- La Alianza Democrática Ucraniana por la Reforma (UDAR) del ex campeón de boxeo Vitali Klichko.
Dice ser demócrata-cristiana y obtuvo un 13,98% de los votos en las elecciones de 2012.

- La Unión Panucraniana Libertad (Svoboda), del cirujano Oleg Tiagnibok.
Esta formación proviene del Partido Nacional-Socialista de Ucrania. Se pronuncia por retirar la nacionalidad ucraniana a los judíos. Obtuvo un 10,45% de los votos en las elecciones legislativas de 2012.

Estos partidos, representados en el parlamento ucraniano, cuentan con el respaldo de:

- El Congreso de los Nacionalistas Ucranianos, grupúsculo nazi nacido de las antiguas redes stay-behind de la OTAN en el antiguo Bloque del Este [3].
Es sionista y se pronuncia por la anulación de la nacionalidad de los judíos ucranianos y su expulsión hacia Israel. Obtuvo un 0,08% de los votos en las legislativas de 2012.

- La Autodefensa Ucraniana, grupúsculo nacionalista que ha enviado sus miembros a luchar contra los rusos en Chechenia. También los envió a Osetia durante el conflicto georgiano.

La oposición ha recibido también el apoyo de la iglesia ortodoxa ucraniana, en rebelión contra el Patriarcado de Moscú.

Desde que el partido nazi salió a la calle, los manifestantes –a menudo protegidos con cascos y uniformes paramilitares– levantan barricadas y asaltan los edificios oficiales. Algunos elementos de las fuerzas policiales también han procedido brutalmente, llegando incluso a torturar detenidos. Se afirma que han muerto varios manifestantes y que se cuentan cerca de 2 000 heridos. Los desórdenes siguen propagándose en las provincias de la parte occidental del país.

Según nuestras propias informaciones, la oposición ucraniana está tratando de introducir material de guerra comprado en mercados paralelos. Por supuesto, la compra y traslado de armas en Europa Occidental es imposible… a no ser que se haga con el consentimiento de la OTAN.

La estrategia de Washington en Ucrania parece ser una mezcla de las recetas que ya han funcionado anteriormente, durante las «revoluciones de colores», con las fórmulas recientemente aplicadas en las «primaveras árabes» [4]. Estados Unidos ni siquiera trata de ocultarlo, al extremo de haber enviado a Ucrania una alta funcionaria, Victoria Nuland –adjunta de John Kerry en el Departamento de Estado– y el senador John McCain –quien es también presidente del IRI, la rama republicana de la NED [5]–, para expresar su apoyo a los manifestantes.

Al contrario de los casos de Libia y Siria, Washington no tiene en Ucrania yihadistas que se encarguen de sembrar el caos –aparte de los extremistas


Fuente: http://www.laproximaguerra.com/2014/02/despues-de-yugoslavia-le-ha-llegado-el-turno-a-ucrania.html

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