viernes, 12 de octubre de 2018

¿Puede el ser humano realmente LEVITAR? Hechos históricos que lo demuestran (y II)


Este don probablemente permanezca encerrado en el ser humano hasta ese instante en que la humanidad entre en una nueva fase de conocimiento. Tal vez solo así los humanos puedan volver a elevarse por los cielos, tal y como los antiguos solían hacer.

Jesús caminando sobre las aguas, óleo de Amédée Varin (1818–1883) (Public Domain)





Imagen de portada: Fotografía de un individuo, supuestamente levitando. (Muu-karhu/Public Domain)

Autor: Leonardo Vintiñi – La Gran Época

Muchas culturas aborígenes también hablaban de la capacidad de levitar o de realizar vuelos en trance. 

Incluso hay quienes dicen que la única explicación del origen de las líneas encontradas en Nazca y otras partes del mundo (dibujos gigantescos que solo pueden ser apreciados desde el aire) radica en que los antiguos disponían de la capacidad natural e innata de volar a gran altura. 

En Oriente Medio, por ejemplo, los beduinos sostienen que los cientos de grandes ruedas dibujadas milenios atrás sobre sus tierras son “obras de los antiguos”, sin conocer específicamente el motivo ni el método por el que fueron trazadas.

Hay quien afirma que la única explicación del origen de las líneas de Nazca radica en que nuestros ancestros disponían de la capacidad natural e innata de volar a gran altura.

En la imagen, la célebre figura de Nazca denominada “El Colibrí”. (Diego Delso/CC-BY-SA 4.0)

Los indígenas de la América precolombina contaban historias similares.

El cronista español Juan Polo de Ondegardo, quien documentó la forma de vida de los incas en el siglo XVI, escribió que los sacerdotes de Cuzco podían volar sobre la copa de los árboles.

Idénticos poderes se han documentado acerca de los brujos de la tribu de los Inuit (esquimales).

Todos estos casos parecen insinuar que en la antigüedad existían factores que facilitaban el desarrollo de una capacidad que los humanos poseían en estado latente. Algunos opinan que dicho fenómeno podía darse porque los valores morales de la humanidad aún no habían caído hasta el estrepitoso nivel actual, o porque la carencia de tecnologías obligaba a la mente a buscar caminos alternativos para facilitarles la existencia.

Frente a éstos, los científicos modernos aducen que los testimonios y documentos recogidos durante años por los cronistas e historiadores de todo el mundo carecen de fiabilidad, aseverando que resulta imposible que el cuerpo humano, un cuerpo compuesto de partículas con un peso específico, pueda transgredir de algún modo las leyes de la física conocida. 

No obstante, antes de inventarse los aviones la ciencia también había declarado de forma unánime y terminante que ninguna máquina más pesada que el aire podría llegar a volar jamás.





El cronista español Juan Polo de Ondegardo escribió que los sacerdotes incas de Cuzco podían volar sobre la copa de los árboles. En la imagen, ilustración del Inti Raimi, el festival del solsticio de invierno y el nacimiento del año, aparecida en el libro “Nueva crónica y buen gobierno” (1615) de Guamán Poma De Ayala. (Public Domain)

Santos voladores

Es así que me parecía, cuando quería resistir, que desde debajo de los pies me levantaban fuerzas tan grandes, que no sé como compararlo… y aún yo confieso qué gran temor me generó, al principio.

El relato anterior pertenece a Santa Teresa de Ávila (1515-1582), fundadora de la orden católica de las Carmelitas Descalzas. 

La primera vez que Santa Teresa tuvo uno de sus singulares episodios fue durante su juventud, mientras se hallaba cantando en el coro de la iglesia. Sin darse cuenta, Teresa comenzó a elevarse hasta llegar a los tres metros de altura y continuó de rodillas, entonando todavía los cantos místicos, mientras todos miraban asombrados. 

Como casi todas las figuras del cristianismo a las que se atribuyen levitaciones, Teresa de Ávila no gozaba de tal don, sino que se resistía con humildad y temor a lo que ella llamaba “sus ataques”. Con frecuencia se tiraba al piso y rogaba a sus compañeras que la sujetasen para impedir así su vuelo. Tal era su esmero, que un día levantó también con ella a una superiora que intentaba ayudarla a bajar.

Al igual que Santa Teresa, otros 200 santos cristianos habrían gozado –o padecido– la capacidad de elevarse por los aires. Muchos de estos casos se hallan extensamente documentados, ya que se producían con cierta frecuencia y ante multitud de testigos. 

San Francisco de Asís, San Juan de la Cruz, Santo Tomás de Aquino y San José de Cupertino se hallan entre los “santos voladores” más conocidos. Pero además también existe documentación de otros cientos de casos de místicos que no llegaron a ser canonizados.

Detalle del grupo escultórico del Éxtasis de Santa Teresa (1647-1651), obra en mármol del escultor y pintor Gian Lorenzo Bernini, de estilo barroco. Iglesia de Santa María de la Victoria de Roma, Italia. (Napoleón Vier/Public Domain)

Entre las anécdotas más curiosas de este selecto grupo de hombres y mujeres se halla aquella en la que Teresa de Ávila y Juan de la Cruz levitaron juntos. 





El escritor Robert Tocquet lo describe de la siguiente manera: “Cuando San Juan de la Cruz le hablaba de la Trinidad, él se elevó en el aire, y junto con él, su asiento. Inmediatamente, Santa Teresa, que estaba arrodillada, viose también elevada del suelo”.

Al ser una condición compartida por ambos, los religiosos no vieron más opción que continuar con su animada charla a un metro del suelo mientras otra religiosa, Sor Beatriz de Jesús, contemplaba atónita la escena.

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Otro relato nos cuenta que Gemma de Galgani, una santa italiana nacida en 1878, era tan conocida por el arte de su vuelo que un día el sacerdote Constanzo Salvi le pidió por favor que limpiara las vidrieras del templo que por su altura resultaban inaccesibles.

 Por esta petición Gemma se sintió tan ofendida que nunca más se volvió a tener noticia de una levitación suya.

Retrato del año 1901 de Santa Gemma de Galgani, famosa por su desarrollada capacidad para volar y levitar. (Public Domain)

De los santos voladores, el italiano José de Cupertino (1603-1663) fue el más prolífico del que se tiene conocimiento. Considerado el “patrono de los aviadores”, a José de Cupertino se le atribuyen varios cientos de vuelos de toda altura, duración y condición. 

Miles de personas fueron testigos de sus vuelos a plena luz del día: una osadía que le valió muchos sufrimientos y castigos en plena época de la Inquisición. 

Según las crónicas, el santo volador tenía una capacidad intelectual muy por debajo del promedio, lo que le llevó, en un principio, a no ser aceptado por los franciscanos y a ser rechazado por la orden de los capuchinos a los ocho meses de haber ingresado. Sin embargo, los monjes reconocieron la sobresaliente devoción de José por su fe en Cristo.





Los registros manifiestan que José de Cupertino voló frente a muchas de las más respetadas autoridades de Europa, ante creyentes e incluso ante los más escépticos. En más de una oportunidad también habría elevado consigo a quien quiso mantenerlo en el suelo. 

Tanto es así que un día, tras un presunto vuelo en la Capilla del Santo Oficio, José fue arrestado y enviado a Roma para que lo conociese el papa Urbano VIII, quien se mostraba escéptico ante los supuestos milagros del monje. 

Una vez ante él, José se arrodilló y besó el pie del pontífice para luego ascender y tocar el cielo raso con su cuerpo: solo bajó cuando el Papa se lo hubo ordenado.

Las historias de santos voladores son tantas y tan curiosas que es difícil imaginar que tantos testigos hayan podido ser engañados en tantas ocasiones diferentes. Incluso en Argentina se pueden encontrar historias de religiosos voladores, como fue el caso de un sacerdote de apellido Suárez que vivió en Santa Cruz a principios del siglo pasado.


Cuerpo de San José de Cupertino en la cripta de la basílica que lleva su nombre, Osimo, Italia. (Valentini17/Public Domain)

Autor: Leonardo Vintiñi – La Gran Época
http://www.unsurcoenlasombra.com/levitar/

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