lunes, 26 de agosto de 2019

El imperialista John Dee, el rey Arturo y la conquista del Ártico

 Antes que Donald Trump y otros mandatarios norteamericanos quisieran comprar Groenlandia, un célebre ocultista e imperialista británico afirmó que el rey Arturo había llegado y conquistado esas latitudes árticas y por tanto Inglaterra podía reclamarlas como propias. 


Desde 1577 hasta 1580 el polímata John Dee diseminó información tan increíble como extraordinaria en nombre de la monarquía inglesa y sus ambiciones imperiales. 

La reina Isabel podía reclamar el dominio sobre una vasta parte del norte del Nuevo Mundo ¿La razón? 

Alguna vez fue conquistada y gobernada por un legendario ancestro de los Tudors: el rey Arturo. 

Así decía: «Título real a todas las costas e islas comenzando o cerca de Terra Florida, y a lo largo, o cerca y hacia Atlantis [=América], yendo hacia el norte, a todas las islas septentrionales, pequeñas y grandes, llegando hasta Groenland [=Groenlandia]»

 ¿Pero de dónde sacó Dee la información que lo justificaba? Rey de las batallas Las primeras referencias a Arturo se encuentran en las literaturas célticas, en poemas galeses como Y Gododdin (colección de poemas elegíacos a los héroes del reino de Gododdin). 





El primer relato de la vida del personaje se encuentra en la Historia Regum Britanniae (Historia de los reyes de Britania, c. 1138), de Geoffrey de Monmouth, quien configuró los rasgos principales de su leyenda. 

Monmouth presenta a Arturo como un rey de Gran Bretaña que derrotó a los sajones y estableció un imperio en las islas británicas: «Ese verano Arturo preparó su flota y partió hacia Irlanda, la cual deseaba conquistar… Habiendo sometido a todo el país, luego llevó a sus tropas hacia Islandia, donde derrotó a los nativos y conquistó la tierra. 

A medida que las noticia de que Arturo no podía ser detenido se esparcía, los reyes Doldauius de Gotland y Gunusius de las Orkneys voluntariamente se rindieron ante su poder y prometieron pagarle tributo. »Regocijándose por ser universalmente temido, [Arturo] decidió conquistar toda Europa.

 Preparó sus flotas y se dirigió a Noruega para hacer a su cuñado Loth rey… [Los britanos] asaltaron las ciudades con fuego y azotaron a sus habitantes con furia hasta que toda Noruega y Dinamarca se rindieron ante el control de Arturo». 

Pero eso no es todo, no satisfecho con el norte de Europa, el rey britano «marchó sobre Galia y la conquistó también». 

El rey Arturo representado como uno de los Nueve de la Fama. Ciertamente se puede decir que los cimientos para el imperio arturiano descrito por Dee están en el texto anterior. 

Ya no se habla de un caudillo insular sino de un emperador y conquistador de Islandia y Escandinavia. 

Sin embargo, el relato se queda corto en comparación con las proclamaciones del ocultista; Arturo conquista el norte entonces conocido, pero no se habla de su dominio sobre el océano Ártico, Groenlandia y partes de Norteamérica. 

Aquí es donde debemos voltear la vista a los propios manuscritos de Dee, buscando algo de iluminación sobre cómo se desarrolla la idea de un rey conquistador del Nuevo Mundo que precede por mucho a la «Era de los Descubrimientos» inaugurada por España y Portugal. 

Inventio Fortunata 

 parecía estar al tanto de que muchas de las conquistas arturianas —particularmente aquellas en el Ártico— no estaban atestiguadas en las fuentes primarias sobre la carrera militar de este personaje que se debate entre el mito y la historia, y que la evidencia documental de la que dependía no era del todo confiable. 

Es por eso que en su tiempo se excusaba diciendo que «celosos rivales» de Britania habían destruido deliberadamente la evidencia escrita. 

En su obra Brytanici Imperii Limites (Límites del Imperio Británico, 1578), Dee afirma que otrora hubo muchas pruebas sobre las conquistas de Arturo, pero que fueron quemadas por sus críticos, tales como el sacerdote y humanista italiano Polidoro Virgilio. 

No obstante, y a pesar de estos presuntos expolios, el imperialista británico sí tenía evidencia que citar sobre las aventuras de Arturo en el Atlántico y en el Ártico, tal como queda patente en un revelador intercambio de correspondencia entre él y el geógrafo Gerardus Mercator. John Dee fue un notorio matemático, astrónomo, astrólogo, ocultista, navegante, imperialista​ y consultor de la reina Isabel I. 

Dedicó gran parte de su vida al estudio de la alquimia, la adivinación y la filosofía hermética. En 1569, Mercator publicó su gran mapa mundial, usando como fuente para la representación del Polo Norte una imaginativa descripción, basada en un testimonio de tercera mano, sacado de la lectura de una copia de un libro escrita por un monje hacía más de 200 años. 

Según cuenta la leyenda, un monje franciscano emprendió un largo y complicado viaje desde Oxford hasta alcanzar las regiones más septentrionales del planeta. 

Corría el año 1360 y, cuando volvió a la corte del rey Eduardo III, presentó una descripción de los increíbles hallazgos que había presenciado más allá de la tierra conocida en un libro intitulado Inventio Fortunata. 

El informe en cuestión quedó en el olvido hasta que dos siglos después, los exploradores ingleses decidieron aventurarse de nuevo tan al Norte. 

Por desgracia, el libro original parecía haberse perdido, no así retazos y detalles del viaje en otros volúmenes que se habían escrito sobre geografía y viajes. ‘


Orbis terrae compendiosa descriptio’, por Rumold Mercator, 1587, basado en el mapa de 1569 de Gerardus Mercator. 

El viajero Jacobus Cnoyen hizo un resumen del Inventio Fortunata que sirvió de base para la confección de mapas de la región ártica; aunque su texto también se perdió y lo único que conocemos de él, de nuevo, son referencias en cartas y textos de la época. 

Entre ellos, justamente, se halla la mencionada correspondencia entre Dee y Mercator, donde el primero le preguntaba sobre las fuentes utilizadas para su representación del Polo Norte.

 Para las ambiciones imperialistas del ocultista británico obtener algo que respaldara la gesta arturiana en aquellas latitudes era de suma importancia. 

Al respecto Mercator le respondió: «Tocando la descripción de las partes del Norte, la he extraído del viaje de Jacobus Cnoyen de Hartzevan Buske, que alega ciertas conquistas del rey Arturo de Britania, y la mayor parte, y las cosas principales del resto que aprendió de cierto sacerdote en la corte del rey de Noruega, en el año 1364.

 Este hombre del clero descendía (en la quinta generación) de aquellos que el rey Arturo envió a habitar estas islas». Carta de Mercator, Museo Británico. 

Esta leyenda obviamente atrajo el interés de Dee, a quien Mercator le aclara que lo que le envía es una traducción al latín de los escritos en holandés de Cnoyen, que a pesar de haber sido resumidos conservan «la esencia de lo que quiso decir» el viajero. 

Además, el cartógrafo incluye en la carta sus propios comentarios. 

Esta carta, que actualmente se conserva en el Museo Británico, también incluye anotaciones al margen de Dee, algo que nos provee tres diferentes perspectivas sobre la conquista arturiana de Groenlandia y el Ártico: la del viajero, la del cartógrafo, y la del imperialista, ocultista y consultor de la reina.

 La gente pequeña del Polo Norte 

De acuerdo a esta compleja mezcla, la primera mención de Arturo por parte de Cnoyen provendría a la vez de un texto llamado Gestae Arthuri, donde se habla de montañas supuestamente «alrededor del Polo Norte», habitadas por «Gente Pequeña». 

Este texto, Gestae Arthuri, parece haber desaparecido en el transcurrir de la historia, aunque queda claro, de acuerdo a las referencias, que tanto Mercator como Dee tenían constancia de su existencia en aquellos tiempos.





 Y aunque lo citado hasta aquí sea verdadero, si queremos darle algo de credibilidad al asunto, todo se sostiene con una enredada cadena: la transcripción de Mercator sobre los resúmenes de Cnoyen sobre los contenidos de Gestae Arthuri. Como tal, lo que tuviera que decir el texto más original de todos sobre la misteriosa «Gente Pequeña del Ártico» y sus encuentros con el rey Arturo, nunca lo sabremos. 

No obstante, se ha especulado con que podría ser una referencia a los Skræling, calificativo que los pueblos nórdicos de Europa y sus asentamientos usaban para identificar a los pueblos indígenas americanos que encontraron en América del Norte y Groenlandia (por ejemplo, el pueblo esquimal Thule).

 Las corrientes internas 

En su obra Brytanici Imperii Limites que se nutre de lo antedicho, Dee nos describe con más detalle el Polo Norte. 

Allí menciona que las montañas alrededor del polo estaban en la latitud 78 grados y que no formaban un anillo continuo, sino más bien tenían particiones por las cuales fluían canales conocidos como «corrientes internas», nombre debido —según el británico— a la fuerza con dirección norte que tenía el agua que rodea el mismísimo mar central del polo.

 El Polo Norte según Mercator. «Un grupo de caballeros de Arturo zarpó hasta allí cuando él estaba conquistando las islas septentrionales y sometiéndolas. Y leemos que cerca de 4000 personas entraron en estas corrientes internas [i.e. los canales que llevan al Polo Norte] y jamás regresaron. 

Pero en el año 1364 de nuestra era, ocho de estas personas [i.e. descendientes de los primeros aventureros] regresaron y fueron a la corte del rey en Noruega.

 Entre ellos estaban dos sacerdotes, uno de los cuales tenía un astrolabio y era la 5ta generación de los Bruxellensis: uno, se dice, que logró penetrar las regiones septentrionales en los primeros barcos», escribe. 

Las notas de Cnoyen, por su parte, destacan que ante este misterioso escenario de las corrientes interiores, Arturo reculó y no siguió más allá, y se limitó a conquistar las islas cercanas, incluyendo Islandia y «Grocland» (¿Groenlandia?). 

En este último territorio, el rey se habría topado con gigantes de siete metros de altura. 

La roca magnética Pero ¿qué hay más allá de las «corrientes internas» que presuntamente fueron capaces de detener el avance del rey Arturo? Mercator nos da una extraña idea: «Justo en medio de los cuatro continentes hay un remolino, en el que se vuelcan los cuatro mares que dividen el Norte.

 Y el agua ruge a su alrededor y desciende al interior de la Tierra, como si se colara por un embudo. Es cuatro grados de ancho a cada lado del Polo, unos ocho grados en conjunto. 

Excepto porque justo debajo del Polo yace una roca desnuda en medio del mar. Su circunferencia es de por lo menos 33 millas francesas, y está compuesta en su totalidad por piedra magnética».

 Detalle del Polo Norte. 

Esto fue reflejado claramente en el mapa de Mercator, que a la vez fue la base de otros trabajos, como el que publicó su hijo de manera póstuma, el Septentrionalium Terrarum. 

Esta imagen inexpugnable del Polo Norte se mantuvo vigente durante los siglos XVI y XVII, ya que los grandes cartógrafos la habían dado por buena.

 Hasta que las primeras exploraciones serias no volvieron de tierras árticas, con nuevos datos bien contrastados, no se cambió la percepción de que tras los hielos eternos había un gigantesco remolino bajo el que una poderosa roca magnética yacía solitaria. 





Toda una visión de leyenda… Sincretismo heroico Por lo escrito y leído podemos concluir que, al menos, el famoso consultor de la reina Isabel no se inventó lo de Arturo en el Ártico, sino que se limitó a buscar fragmentos de evidencia que luego majestuosamente agrupó para justificar la idea de que Inglaterra tenía mayores derechos sobre el norte del continente americano que sus rivales españoles y portugueses. 

John Dee realizando un experimento ante Isabel I de Inglaterra, por Henry Gillard Glindoni. 

Desde luego, si hilamos históricamente fino, podemos vislumbrar que textos desaparecidos como el de Gestae Arthuri podrían estar simplemente tomando prestado material de sagas nórdicas, por ejemplo la de Eric el Rojo y sus hijos, para pergeñar un sincretismo heroico, aunando todo en el arquetípico rey Arturo. 

Fuentes consultadas: John Dee, King Arthur, and the Conquest of the Arctic, Caitlin R. Green. John Dee and the Quest for a British Empire, Ceri Carter. Inventio Fortunata, el libro perdido que se inventó el Polo Norte, Alfredo Álamo. Inventio Fortunata. 

Por Arkantos Khan

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