jueves, 17 de octubre de 2019

James Martín sugiere que el recién canonizado cardenal Newman era gay

Que el jesuita, consultor vaticano para las comunicaciones, padre James Martin haya sugerido como todo comentario a la canonización del cardenal Newman que el nuevo santo probablemente era gay da la medida de dos problemas de gran calado.

“Esto no implica que el hombre que se convertirá en un santo mañana alguna vez haya roto su promesa de celibato. Y es posible que nunca lo sepamos con certeza. Pero su relación con Ambrose St. John es digna de atención. 

No es un insulto sugerir que Newman pudo haber sido gay”, escribió el activista proLGTB James Martin el 12 de octubre en su cuenta de Twitter, enlazándolo a un artículo donde maliciosamente se pregunta: ¿era el Cardenal Newman Gay?

El recién canonizado John Henry Newman fue un personaje fascinante, de una hondísima espiritualidad, una vasta erudición, una caridad reconocida y amplia y una peripecia vital apasionante que constituyó un drama seguido por dos iglesias rivales de la cristiandad. 





Clérigo anglicano convertido en líder del resurgir la Iglesia de Inglaterra mediante el Movimiento de Oxford, su evolución teológica e histórica le llevó a concluir que solo había una verdadera iglesia de Cristo, la romana, y se sacrificó en una conversión que iba a contrapelo de todo lo que por disposición de carácter le atraía. Por su decisión perdió amistades, influencia y prestigio.

 Se vio pronto implicado en la cuestión debatida en el truncado Concilio Vaticano I de la infalibilidad papal, fue hecho cardenal por León XIII sin haber pasado por el trámite habitual de ser consagrado obispo, teorizó sobre asuntos tan cruciales como el desarrollo de la doctrina católica…

… Y todo para que lo que al padre Martin le interese de él sea su orientación sexual.

Obviando la posibilidad, abierta a todos los cristianos, de que se pueda ser santo superando cualquier tendencia, incluso si es desordenada, hay que decir que la presunta homosexualidad de Newman es un viejo tópico que los historiadores más serios han refutado en incontables ocasiones. 

No hay el menor indicio de que su íntima amistad con Ambrose St. John fuera otra cosa que eso, una amistad, algo que hasta hace poco era celebrado y cantado por los autores de nuestra civilización. Al contrario, de sus propios escritos se deduce que Newman vivió el celibato como la renuncia a algo muy bueno, la consoladora compañía que solo una mujer puede dar al hombre, en pos de algo aún mejor.

Pero eso, ya digo, es secundario. Lo crucial aquí, lo preocupante, es, en primer lugar, que un sacerdote con la enorme proyección mediática del padre James Martin sea aparentemente incapaz de ver nada si no es bajo la perspectiva del ‘lobby arcoiris’. 

Reducir la personalidad gigantesca, humana y religiosa, del cardenal Newman a preguntarse si se sentía sexualmente atraído por su amigo es enfermizo, y apunta a que quienes denuncia la acción de zapa de una red homosexualista en el clero no andan muy errados. Es no solo pensar unidimensionalmente, sino a partir de la dimensión más baja y pedestre del ser humano.

En segundo lugar, la morbosa obsesión de Martin, aparte de la evidente ceguera y despreocupación por los aspectos más altos y candentes de la fe, refleja a su vez lo que algunos han llamado ‘el riesgo moral’ de la promoción de la homosexualidad -casta o, como suele ser el caso, no-, que no es otro que la rápida desaparición de una de las instituciones más valoradas a lo largo de todas las épocas: la amistad masculina.

Nunca ha estado, en tiempos históricos, en un momento más bajo; nunca tantos varones consultados confiesan no tener ningún amigo de alguna intimidad. Y en parte se debe a esa persistente sombra de sospecha que los homosexualistas han logrado proyectar sobre cualquier afecto intenso entre dos personas del mismo sexo. 

Los adalides del lobby lavanda se han convertido en expertos, de hecho, en desenterrar personajes históricos para hacerles desfilar en un macabro ‘orgullo’ postmortem, sexualizando todas sus amistades y declarando definitivamente ‘gay’ muestras de afecto que en épocas más felices se consideraban perfectamente normales.



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