Los restos humanos completos más antiguos de América han estado más de 12.000 años ocultos en una de las cuevas inundadas -llamadas cenotes- de la península de Yucatán (México).
La historia de su descubrimiento es una aventura en sí misma que tiene todos los ingredientes para el éxito científico. En mayo de 2007, un experto buzo venezolano que trabaja para National Geographic, Alberto Nava, estaba explorando junto con dos colegas mexicanos una estrecha galería de más de un kilómetro de longitud cuando el estrecho túnel se abrió de pronto en una gran cámara completamente oscura que ni siquiera podían explorar de forma completa con la iluminación que llevaban en ese momento. Dos meses después, Nava y sus colaboradores volvían al mismo lugar equipados con potentes luces para explorar aquel lugar que ya habían apodado Hoyo Negro.
Lo que se encontraron fue una impresionante cámara con forma de campana de unos 60 metros de diámetro. Pero, aunque su intención era sólo explorar la geología del lugar, no quedó en eso el hallazgo. Mientras estudiaban el lugar, los buzos comenzaron a ver un montón de huesos de grandes mamíferos. «De repente, vimos un cráneo humano en una pequeña repisa. Estaba colocada boca abajo, mostrando un perfecto juego de dientes y con las oscuras cuencas de los ojos mirando hacia nosotros», cuenta Nava en la revista Science, donde se acaban de publicar los resultados de la investigación. «Sólo buzos especializados en cuevas pueden llegar hasta el fondo de ese lugar», asegura James Chatters, científico jefe del Proyecto Hoyo Negro y autor principal del trabajo publicado en Science.
«Ellos son los astronautas de este proyecto; nosotros, los científicos, somos el control de la misión desde tierra», dice Chatters. Tras años de trabajo desde entonces, un equipo científico internacional de antropólogos, genetistas, arqueólogos, geólogos y expertos en datación de restos, además del propio Nava, ha llegado a la conclusión de que aquel cráneo y los huesos del mismo esqueleto que había a su alrededor pertenecieron a una joven de 15 o 16 años que murió en aquel cenote hace entre 12.000 y 13.000 años.
Aquella adolescente, a la que los investigadores bautizaron como Naia -la ninfa griega de los arroyos y manantiales-, ha cerrado el debate sobre cómo fue la humanización de América y ha permitido contestar a una vieja pregunta sin respuesta: ¿Quiénes fueron los primeros americanos? Análisis de ADN Lo primero que estudiaron los investigadores cuando el equipo de Nava extrajo los restos humanos fue la morfología del cráneo.
El objetivo era saber si se asemejaba más a los primeros pobladores de América tras el último periodo glacial -hace unos 11.000 años- o a algún otro grupo de Asia o incluso de Europa. «Este esqueleto tiene la cara pequeña, el cráneo estrecho y más alargado que los nativos americanos modernos. Si tuviéramos que establecer un parecido sería similar a los africanos o a los habitantes del Pacífico sur», aseguró el miércoles James Chatters en una teleconferencia de prensa.
Basándose en datos genéticos aportados por estudios anteriores -un trabajo publicado recientemente en Nature ya aportó el genoma completo del conocido como niño de Anzik, de hace 12.600 años-, los científicos creían que los nativos americanos modernos provienen de habitantes de Siberia que accedieron a través del estrecho de Bering hace entre 18.000 y 26.000 años.
Sin embargo, todavía hay quien cuestiona esta teoría por las diferencias morfológicas faciales entre los amerindios actuales y los primeros americanos, como Naia. «Los americanos nativos modernos se parecen mucho a los pobladores de China, Corea o Japón, pero los esqueletos americanos antiguos no», explicó Chatters.
Esto ha provocado que se generen especulaciones científicas sobre la posibilidad de que los primeros americanos y los nativos actuales tengan procedencias diferentes y que la humanización del continente se pudiera haber producido en oleadas de colonización desde otros puntos de Asia. «Esta expedición ha producido una de las pruebas más convincentes hasta la fecha del nexo entre los paleoamericanos, los primeros habitantes de América después de la última edad de hielo, y los nativos americanos», aseguró el autor principal del trabajo.
«Lo que sugiere que las diferencias entre ambos grupos son el resultado de la evolución in situ más que la consecuencia de migraciones separadas desde distintos lugares del Viejo Mundo», afirmó Chatters. Para perfeccionar los resultados, los investigadores también hicieron pruebas de ADN que consiguieron extraer de los molares.
«Me quedé noqueado cuando obtuvimos ADN intacto», confesó el investigador principal. Los resultados del análisis apoyaron la misma teoría: el ADN mitocondrial de Naia es similar al de los nativos americanos actuales. «Este descubrimiento es extremadamente importante», sentenció Pilar Luna, directora de arqueología subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.
Artículo publicado en MysteryPlanet.com.ar:
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