Los Textos de las pirámides fueron traducidos al inglés y de ellos podemos extraer este pequeño fragmento:
Oh rey, eres esta Gran Estrella, la Compañera de Orión, que atraviesa el cielo con Orión, que Navega el Otro Mundo con Osiris, asciende por el este del cielo, te renuevas en tu debida estación y rejuveneces a tu debido tiempo. El cielo te ha parido con Orión... (TP 882 - 883)
Bauval pronto sumó a su teoría los hallazgos realizados en 1964 por el egiptólogo Alexander Badawy y la astrónoma Virginia Trimble.
Ambos estudiaron los dos conductos, de unos 20 x 20 centímetros de lado, que partían de la Cámara del rey de la Gran Pirámide y que atraviesan toda la mampostería del edificio hasta salir al exterior. Su objetivo era demostrar que dichos conductos no eran simples canales de ventilación, sino que debían representar una tarea más simbólica como, por ejemplo, guiar el alma del faraón hacia ciertas estrellas a las que podían estar alineados los dos estrechos conductos.
Demostrar que no eran simples canales de ventilación fue tarea fácil: para conseguir la mejor entrada de aire posible generando así una corriente renovadora, se hubieran construido dos canales horizontales enfrentados el uno al otro; y no tan empinados.
En 1998, Bauval vería respaldada su hipótesis con la publicación de la nueva obra El espejo del Paraíso, de Graham Hancock. Este libro era el resultado de varios viajes en busca de pruebas que demostrasen que en la noche de los tiempos ya existieron pueblos con avanzados conocimientos astronómicos tales como la precesión de la Tierra.
Su opinión se basaba en estudios anteriores realizados por la Universidad de Frankfurt y el Instituto Tecnológico de Massachusetts en 1969. Argumentaban que en los mitos de pueblos de todo el mundo existen suficientes indicios para sostener la existencia de un saber astronómico al que sólo accedían ciertas castas de iniciados.
Un saber que podía comprender el fenómeno de la precesión.
La precesión de la Tierra demuestra que las estrellas no están siempre fijas en el firmamento, sino que se desplazan siguiendo un ritmo muy particular y difícil de calcular.
La existencia de ese movimiento se deduce de la minuciosa observación de los movimientos de las estrellas en la bóveda celeste a través de los siglos. Se trata de un desplazamiento casi imperceptible, apenas un grado en el firmamento cada setenta y dos años, que surge como consecuencia del viaje de la Tierra a través del espacio. Alguien en el pasado, sin satélites ni ordenadores, sin planisferios ni calculadoras, se dio cuenta de ello.
Los Textos de las pirámides fueron traducidos al inglés y de ellos podemos extraer este pequeño fragmento:
“Oh rey, eres esta Gran Estrella, la Compañera de Orión, que atraviesa el cielo con Orión, que Navega el Otro Mundo con Osiris, asciende por el este del cielo, te renuevas en tu debida estación y rejuveneces a tu debido tiempo. El cielo te ha parido con Orión…” (TP 882 – 883)
Bauval pronto sumó a su teoría los hallazgos realizados en 1964 por el egiptólogo Alexander Badawy y la astrónoma Virginia Trimble. Ambos estudiaron los dos conductos, de unos 20 x 20 centímetros de lado, que partían de la Cámara del rey de la Gran Pirámide y que atraviesan toda la mampostería del edificio hasta salir al exterior.
Su objetivo era demostrar que dichos conductos no eran simples canales de ventilación, sino que debían representar una tarea más simbólica como, por ejemplo, guiar el alma del faraón hacia ciertas estrellas a las que podían estar alineados los dos estrechos conductos. Demostrar que no eran simples canales de ventilación fue tarea fácil: para conseguir la mejor entrada de aire posible generando así una corriente renovadora, se hubieran construido dos canales horizontales enfrentados el uno al otro; y no tan empinados.
Su objetivo era demostrar que dichos conductos no eran simples canales de ventilación, sino que debían representar una tarea más simbólica como, por ejemplo, guiar el alma del faraón hacia ciertas estrellas a las que podían estar alineados los dos estrechos conductos. Demostrar que no eran simples canales de ventilación fue tarea fácil: para conseguir la mejor entrada de aire posible generando así una corriente renovadora, se hubieran construido dos canales horizontales enfrentados el uno al otro; y no tan empinados.
El cinturón de Orión se podía ver perfectamente a través de conducto sur en el año 10500 a. C.
El conducto sur presenta una inclinación de 44,5 grados, y el norte de 31 grados. En el 2500 a. C. el ángulo de las tres estrellas del Cinturón de Orión eran de unos 73 grados con el meridiano, sin embargo el ángulo del conducto era de 44,5 grados.
Para el año 10500 a. C. el ángulo de las estrellas de Orión eran muy próximos a los 45 grados.
Con lo que respecta a la posición física de las pirámides en relación a las tres estrellas del cinturón de Orión, podemos afirmar los siguientes hechos:
- Las tres Pirámides están alineadas en dirección sudoeste orientadas al meridión.
- La estrella más alta Delta Orionis, está ligeramente desviada hacia el este de la diagonal que proyectan las otras dos estrellas.
- La Pirámide del Sur, Micerinos está ligeramente separada hacia el este con respecto a la línea diagonal proyectado por las otras dos pirámides.
- Delta Orionis es también mucho menos brillante que las otras dos estrellas, las cuales son de una magnitud muy similar (magn. 2.20, comparado con 1.70 y 1.79).
- La Pirámide de Micerinos es también mucho más pequeña que las otras dos pirámides las cuales son de una altura muy parecida (65 metros comparados con 147 y 143 metros).
- La estrella del centro, Epsilon se encuentra casi equidistante a las otras dos estrellas. – La Pirámide del medio, la de Kefrén, es casi equidistante a las otras dos pirámides.
En 1998, Bauval vería respaldada su hipótesis con la publicación de la nueva obra El espejo del Paraíso, de Graham Hancock. Este libro era el resultado de varios viajes en busca de pruebas que demostrasen que en la noche de los tiempos ya existieron pueblos con avanzados conocimientos astronómicos tales como la precesión de la Tierra. Su opinión se basaba en estudios anteriores realizados por la Universidad de Frankfurt y el Instituto Tecnológico de Massachusetts en 1969.
Argumentaban que en los mitos de pueblos de todo el mundo existen suficientes indicios para sostener la existencia de un saber astronómico al que sólo accedían ciertas castas de iniciados. Un saber que podía comprender el fenómeno de la precesión.La precesión de la Tierra demuestra que las estrellas no están siempre fijas en el firmamento, sino que se desplazan siguiendo un ritmo muy particular y difícil de calcular.
La existencia de ese movimiento se deduce de la minuciosa observación de los movimientos de las estrellas en la bóveda celeste a través de los siglos. Se trata de un desplazamiento casi imperceptible, apenas un grado en el firmamento cada setenta y dos años, que surge como consecuencia del viaje de la Tierra a través del espacio. Alguien en el pasado, sin satélites ni ordenadores, sin planisferios ni calculadoras, se dio cuenta de ello.