Según el Génesis: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.”
En la actualidad hay unas seis mil quinientas lenguas en nuestro mundo. De ellas, solamente veinticinco pueden considerarse importantes por su extensión y por su producción escrita.
La pregunta que ha preocupado siempre a pensadores y lingüistas es inmediata: ¿De dónde surgió tal diversidad? ¿Cuál fue el origen de todas las lenguas?
Empecemos con algunas ideas sobre el origen fisiológico del lenguaje. El hecho de que la actividad lingüística tenga su base fisiológica en la actividad analítico-sintética de la corteza cerebral dirigió el esfuerzo de los científicos a tratar de dilucidar, en qué áreas de la corteza cerebral podría localizarse esta función psíquica. Uno de los más eminentes fue Paul Pierre Broca (1824 – 1880), que fue un médico, anatomista y antropólogo francés. Fue un niño prodigio, consiguiendo graduarse simultáneamente en literatura, matemática y física.
Es famosa su frase:“Prefiero ser un mono transformado que un hijo degenerado de Adán”. Ingresó a la escuela de medicina cuando tenía sólo 17 años y se graduó a los 20, cuando la mayoría de sus contemporáneos apenas comenzaban sus estudios médicos. Broca estudió medicina en París. Pronto se convirtió en profesor de la cirugía patológica en la Universidad de París y un notable investigador médico en muchas áreas.
A la edad de 24 años fue reconocido con premios, medallas y posiciones importantes. Sus trabajos científicos tempranos tuvieron que ver con la histología del cartílago y hueso, pero también estudió la patología del cáncer, el tratamiento de aneurismas y la mortalidad infantil. Como neuroanatomista excelso, hizo importantes contribuciones al entendimiento del sistema límbico.
En 1861 Broca estudió a un enfermo que mostraba dificultades articulatorias severas, y que presentaba una lesión en su corteza cerebral, causante de dichos trastornos. La zona dañada, tercera circunvolución inferior del hemisferio izquierdo, fue denominada por Brocá como causal de problema, zona a la que denominó como centro motor del lenguaje.
De igual forma, Karl Wernicke (1848-1905), neurólogo y psiquiatra alemán conocido por sus estudios sobre la afasia (alteraciones de la expresión y/o la comprensión causadas por trastornos neuronales), apoyándose en una serie de observaciones, llegó a la conclusión de que la región comprendida en el tercio posterior de la circunvolución temporal superior del hemisferio izquierdo, constituía el centro de comprensión del habla (centro sensorial del lenguaje).
En El síndrome afásico (1874), describió lo que más tarde se denominaría afasia sensorial (imposibilidad para comprender el significado del lenguaje hablado o escrito), distinguiéndola de la afasia motora (dificultad para recordar los movimientos articulatorios del habla y de la escritura), descrita por primera vez por el cirujano francés Paul Broca.
Aunque ambos tipos de afasia son resultado de un daño cerebral, Wernicke encontró que la localización del mismo era distinta. La afasia sensorial se debe a una lesión en el lóbulo temporal. En cambio la afasia motora está provocada por una lesión en el área de Broca, situada en el lóbulo frontal. Wernicke utilizó las diferentes características clínicas para formular una teoría general de las bases neurológicas del lenguaje. También describió, en colaboración con el psiquiatra ruso Sergei Korsakov, un tipo de enfermedad cerebral, debida a una deficiencia de la vitamina B1 o tiamina, llamada encefalopatía alcohólica de Wernicke o síndrome de Wernicke-Korsakov.
El área de Wernicke es una parte del cerebro humano situada en la corteza cerebral en la mitad posterior del circunvolución temporal superior, y en la parte adyacente del circunvolución temporal media. Corresponde a las áreas 22, 39 y 40 de Brodmann. Pertenece a la corteza de asociación o córtex asociativo, específicamente auditiva, situada en la parte postero-inferior de la corteza auditiva primaria área de Heschl. Su papel fundamental radica en la decodificación auditiva de la función lingüística (se relaciona con la comprensión del lenguaje); función que se complementa con la del Área de Broca que procesa la gramática.
La afasia de esta área que se denomina como fluente, es aquella en la que el paciente no presenta problemas en la articulación de palabras; no hay disfunción motora del habla, sin embargo, este no comprende lo que oye, a diferencia de la afasia de Broca, denominada como no fluente, donde sucede lo contrario, se pierde la habilidad de elaboración de palabras, aunque el paciente sí comprende lo que escucha. Debe su nombre al neurólogo y psiquiatra alemán Karl Wernicke.
El sánscrito es una lengua antigua del grupo indoario de la familia indoeuropea, que floreció en el sur de contiene asiático. Aunque los antiguos habitantes del norte de la India hablaban varios dialectos parecidos a lo que hoy llamamos sánscrito clásico, en general se considera que el sánscrito es una lengua escrita que ha funcionado como vehículo de expresión y comunicación entre líderes religiosos brahamánicos y eruditos. El sánscrito es la principal lengua litúrgica del hinduismo, el jainismo y el budismo mahayana.
La literatura escrita en esta lengua es vasta y se ha expandido a través de muchos siglos. Podemos decir que ha gozado de publicación casi ininterrumpida desde el 1500 a.C. hasta la fecha. Sin embargo, los historiadores identifican dos épocas principales de la literatura sánscrita: el periodo védico, aproximadamente entre los años 1500 y 200 a.C., y el periodo clásico, entre el 500 y el 1000 de nuestra era. Los Vedas son los textos más antiguos en sánscrito y las escrituras más antiguas del hinduismo, y están escritos en sánscrito arcaico, al que muchos llaman, justamente, sánscrito védico.
Las dos grandes obras épicas de la India, el Ramayana –la vida de Rama– y el Mahabarata –el gran relato de los Bharatas– también fueron originalmente traducidas a muchos idiomas regionales. Además de ser utilizado para temas religiosos, el sánscrito también fue el principal medio para propagar conocimiento sobre temas de lógica, matemáticas, astronomía y filosofía. Durante su larga historia, el sánscrito se ha escrito con el alfabeto devanagari así como el alfabeto de varias lenguas regionales, tales como el bengalí, del este de la India, el gujarati, de oeste, y el tamil, del sur.
El alfabeto grantha se diseñó exclusivamente para textos de sánscrito durante el siglo V d.C., bajo el reinado de los Pallavas en el sur de la India. Hoy en día, la literatura en sánscrito por lo general se publica en el alfabeto devanagari, aunque aún hay textos en sánscrito escritos en alfabetos regionales en circulación.
La Dinastía Pallava fue una dinastía Tamil Dravidiana que gobernó el norte de las regiones de Tamil Nadu y Andhra Pradesh, estableciendo su capital en la ciudad de Kanchipuram. Alcanzaron el poder durante los reinados de Mahendravarman I (571 – 630 d.C.) y Narasimhavarman I (630 – 668 d.C.) dominando a los Telugus y las partes septentrionales del antiguo país Tamil por más de seiscientos años hasta el fin de la dinastía en el siglo IX.
A lo largo de su reinado estuvieron en constante conflictos con Chalukyas de Badami y con los reinos tamiles de la Dinastía Chola en el norte y con los Pandyas en el sur, resultando finalmente vencidos en el siglo VIII por los reinos Chola. Los Pallavas son conocidos por patrocinar las más grandes obras de la arquitectura dravidiana las cuales aún pueden ser vistas en Mahabalipuram.
Este pueblo dejó como legado magníficas esculturas y templos creando las bases de la arquitectura dravidiana clásica. Algunas fuentes mencionan a Bodhidharma, fundador de la escuela Zen del Budismo en China, como un príncipe de esta dinastía, siendo un contemporáneo de Skandavarman IV, Nandivarman I, e incluso del hijo de Simhavarman II, pero estos datos aún no son confirmados. El Reino Pallava marcó un momento de grandes espirituales en el sur de la India, con el declive del budismo, emergieron el jainismo y el movimiento Bhakti.
Se destaca de esta monarquía, el floreciente comercio marítimo con la isla de Sri Lanka y con los pueblos del Sureste asiático. Los alcances de la próspera cultura Pallava se evidenciaron luego del tsunami del 26 de dicimbre del 2004 con la aparición de un conjunto de estructuras que hoy en día forman parte del Patrimonio Histórico de la India. Especialistas en las culturas del sureste asiático afirman que la escritura pallava tiene su origen en el alfabeto vatteluttu, propio del sur de la India y que es la base de muchas lenguas actuales como el Khmer, el birmano y el javanés.
La palabra pallava traduce rama o tronco en sanscrito. Esta misma palabra en Tamil se traduce como Tondaiyar, a ello se debe que en algunos lugares los reyes de esta dinastía se les conoce como Thondamans o Thondaiyarkon. Su territorio era conocido como Tundaka Visaya o Tundaka Rashtra. El rey de Chola Karikala Chola anexa la región ahora denominada Tondaimandalam después de derrocar a la dinastía Kurmubar y se la dio a su valiente hijo Athondai Chakravarti. La región de ahora en adelante vino a ser conocida como parte de los dominios del rey Athondai.
Con el colapso del poder de Satvahana, los Pallavas afirmaron su poderío y adjuntaron una gran parte del territorio de los Chola. Tras el colapso de los Satavahanas cerca del 225 d. C., los Pallavas de Tondamandlam ampliaron sus dominios hasta el río Krishna. Los Vanniakula Kshatriyas de Tamil Nadu son descendientes de los reyes Pallavas. Los Pahlavas son un pueblo que aparece en numerosos textos hindues de la antigüedad, entre ellos el Manu Smriti, varios Puranas, en el Ramayana, en el Mahábharata, y en el Brhatsamhita. De acuerdo a estudios realizados por P. Carnegy, los Pahlava serían posiblemente un pueblo que hablaba el Paluvi o Pehlvi, un lenguaje partiano. Buhler igualmente sugiere que Pahlava es una forma índica de Parthava, nótese su cercanía con Partia.
El idioma parto, también conocido como pahlavi arsácido, es una lengua extinta del grupo noroccidental de la familia irania cuyo origen se sitúa el imperio parto (ubicado en el actual noreste de Irán, más en concreto en la provincia de Jorasán y otros territorios limítrofes como el sur de Turkmenistán). Este idioma fue la lengua oficial de este imperio bajo la dinastía arsácida (248 a. C. – 224 d. C.).
El idioma parto era el más oriental de las lenguas iranias noroccidentales. Este hecho provocó que retuviera muchos arcaísmos propios de las lenguas orientales, a lo que también ayudó que la dinastía fuera fundada por la tribu parni que había migrado desde las estepas de Asia central a Partia.
En un principio los parni hablaban una lengua irania nororiental relacionada con otras de la misma zona como el escita y el bactriano.
El estudio de las tribus indoiranias desvela que no era inusual que al migrar adoptaran la lengua local además de las costumbres y creencias de los pueblos en los que se asentaban, ya fuera por mera migración o conquista. Todos los textos pallavas remontan el origen del clan cerca del año 1279 a.C y hacen relación con una posible relación con el clan brahma-kshatra de Bharadwajan.
Aswattaman, hijo de Drona, es conocido como el padre de este clan. Según la literatura pallava, una vez el bravo Aswattaman ” quien durante esa noche de guerra luchó ferozmente contra el ejército del demonio Rakshasa de Ghatotkacha ” renunciándo a la vida mundana, hizo meditación en la provincia de Funan, en el sureste asiático, cuando una ninfa celestial llamada Menaka, en una de sus visitas a la Tierra, pidió su mano. Como resultado de esta unión nació un “apuesto príncipe” llamado Pallava.
Desde el principio Pallava tuvo como ancestros a un valiente guerrero (Aswattaman) y a una ninfa celestial (Menaka), por ello sus descendientes son vistos como una mezcla de ambos. Muchas leyendas asocian este relato con algunos extractos del Ramayana y del Mahabharatha. En todos aparece Aswattaman.
En su estructura gramatical, el sánscrito tiene parentesco con lenguas indoeuropeas –como el griego y el latín–, y ésta es una de las razones por las que este antiguo idioma interesó enormemente –y sigue interesando– a los académicos europeos.
Sin embargo, la gramática del sánscrito más reconocida, la escribió Panini, un gramático de la India que vivió alrededor del 400 a.C. y formuló las 3 959 reglas del sánscrito. La gramática de Panini, llamada Ashtadhyayi, ha influido a muchas teorías lingüísticas modernas. En la biología evolutiva hay dos grandes corrientes de pensamiento: una dice que se produce de manera gradual y otra que se produce a saltos.
Los gradualistas sostienen que la evolución de las especies ocurre de forma gradual, mientras los partidarios de que se produce a saltos defienden la idea de que los cambios son abruptos, y que antes y después de los mismos, prácticamente no se produce cambio alguno durante largos periodos de tiempo. En relación con la evolución de las lenguas se han planteado incógnitas similares.
Un equipo dirigido por el británico Mark Pagel publicó en la revista Science los resultados de un estudio en el que analizaron la evolución de las lenguas indoeuropeas (en Europa), de las bantúes (en África) y de las austronesias (en el Pacífico). Encontraron que la variación más fuerte ocurre en el momento en que se produce la divergencia entre variedades para surgir nuevas lenguas.
Así, han deducido que un tercio de la variación del vocabulario en las lenguas bantúes se ha producido en los periodos de diferenciación, y que esas proporciones han sido de un quinto en las lenguas indoeuropeas y de un décimo en las austronesias.
La hipótesis que se ha propuesto para este fenómeno es que la diferenciación que da lugar a la aparición de nuevas lenguas es un fenómeno de evolución cultural que tiene una cierta componente activa y que obedece al interés de las correspondientes comunidades por diferenciarse entre sí. A eso se debería que en los momentos iniciales de la diferenciación el proceso sea especialmente acusado, haciéndose más gradual posteriormente.
Las distintas proporciones de diferenciación en las bifurcaciones propias de cada familia de lenguas abonan la idea de la componente activa en el proceso de generación lingüística.
Allí donde la separación entre comunidades vino muy determinada por barreras físicas, como el caso de las islas del Pacífico, no se necesitaba acentuar las diferencias y por tanto el proceso de diferenciación ha sido mucho más pasivo.
Esto es, el mismo aislamiento de las comunidades actuaría diferenciando pasivamente a unas lenguas de otras. Se deduce, pues, que las comunidades bantúes experimentaban, por comparación, una mucho mayor necesidad de diferenciación cultural, por lo que la diferenciación de esas lenguas ha sido más activa que las de las otras familias. Si esta hipótesis es correcta, parece claro que las lenguas, en todo el mundo, son algo más que herramientas de comunicación.
Dos hipótesis compiten para ubicar el origen de las lenguas indoeuropeas. La clásica es la que sitúa dicho origen en las estepas pónticas, al norte del Mar Negro, la cordillera del Caucaso y el Mar Caspio, hace unos 6.000 años. La alternativa propone que surgieron hace entre 8.000 y 9.500 años en Anatolia, y que se extendieron a partir de ese momento por Europa y hacia la India, siguiendo la expansión agrícola del Neolítico.
La hipótesis del origen estepario atribuye la expansión hacia Europa y el Oriente Próximo a pueblos de pastores seminómadas que han sido agrupados bajo la denominación de “kurganes”. Esa hipótesis se ha basado en estudios de “paleontología lingüística”, reconstruyendo términos de la “protolengua” ancestral y haciendo así inferencias acerca de la cultura y el ambiente de los hablantes.
La protolengua o lengua reconstruida es la reconstrucción probable de la lengua origen de un grupo de lenguas, sea una rama o una familia, sobre la base de las coincidencias y rasgos comunes a dicha familia de lenguas que no constituyan innovaciones o préstamos.
Dicha reconstrucción se realiza mediante la comparación de lenguas o método comparativo de dicho grupo aplicando los métodos de la lingüística histórica. Normalmente el proceso de reconstrucción empieza reconstruyendo el nivel fonético-fonológico de la lengua madre, lo cual se hace en tres etapas:
Se establecen listas de cognados, es decir, palabras con significado idéntico o muy parecido y que tienen formas fonéticas cercanas o relacionables mediante leyes fonéticas; Se establecen correlaciones regulares entre sonidos en forma de leyes fonéticas; Para cada correlación regular se conjetura el fonema o fonemas que podían haber sido los originales en la protolengua y que por diferentes evoluciones regulares dieron lugar a diferentes sonidos (la regularidad de la evolución es lo que explicaría la ocurrencia de correlaciones regulares y leyes fonéticas).
Naturalmente, este proceder no puede hacer olvidar la existencia de leyes fonéticas que relacionan sonidos o segmentos muy distintos entre sí, como los famosos casos (según Meillet) existentes entre el armenio y las restantes lenguas indoeuropeas.
Es más, este tipo de correspondencias inexplicables por mera casualidad son las preferidas por los comparatistas para su labor en este apartado, al igual que en morfología son muy relevantes las irregularidades compartidas. La reconstrucción del nivel morfosintáctico y otros es bastante más complejo y no es sencillo sistematizarlo en un conjunto de pasos. En general se empieza por la identificación de un conjunto de morfos que se encuentran en varias lenguas, aunque el problema de descubrir la función y la extensión de uso de cada morfo suele resultar complicado debido a que el mismo segmento puede haber adquirido diferentes funciones gramaticales en cada lengua.
La reconstrucción del orden básico y el orden de constituyentes resulta de ordinario difícil, ya que es un aspecto más fácilmente cambiante de las lenguas. Sin embargo, otros aspectos, como la existencia de concordancia gramatical en la protolengua, en general es más fácilmente determinable.
Es importante entender que habitualmente la reconstrucción se aplica a una lengua que dejó de hablarse hace tiempo, y generalmente es desconocida en su mayoría, es decir, no existen inscripciones o referencias escritas.
Dicho proceso de reconstrucción pretende conjeturar cuál fue el camino seguido en la evolución de la lengua, y recorrerlo en sentido inverso. Históricamente, la primera protolengua reconstruida fue el protoindoeuropeo o indoeuropeo común, lengua madre que habría dado lugar a las lenguas romances, germánicas, griegas, eslavas e indoiranias. Esto se realizó a finales del siglo XIX, y entonces el método comparativo adquirió un carácter plenamente científico (inducción + deducción). Desde entonces se han hecho decenas de reconstrucciones de otras protolenguas.
Con todo, la reconstrucción interna puede y debe a veces aplicarse al resultado de la comparación (por ejemplo, a la protolengua de primer grado) o a diferentes etapas de la prehistoria de las lenguas particulares, no sólo para descubrir nuevos procesos o formas, sino para establecer cronologías relativas entre estos. También se han basado en la existencia de supuestas relaciones tempranas entre las familias de lenguas indoeuropeas y las de lenguas urálicas del norte de Eurasia.
Por su parte, las estimaciones de la edad de la familia indoeuropea basadas en modelos de evolución de vocabulario apoyan la hipótesis de su origen anatolio. Esas dos hipótesis, la clásica y la de origen estepario, han sido sometidas a contraste recientemente mediante un método desarrollado originariamente para estudiar el origen de epidemias de virus a partir de secuencias moleculares.
En vez de secuencias moleculares, el estudio de las lenguas se ha basado en el vocabulario y rangos geográficos de 103 lenguas indoeuropeas, incluyendo tanto las existentes en la actualidad como lenguas ya desaparecidas.
Los resultados del estudio apoyan con claridad la hipótesis del origen anatolio y son consistentes con un inicio de la expansión de esas lenguas desde Anatolia hace entre 8.000 y 9.500 años, a la vez que se difundió la agricultura. Se trata, al parecer, de un escenario similar al propuesto para otras expansiones lingüísticas en el Pacífico, Sudeste asiático y África subsahariana, lo que pondría de relieve la gran importancia de la agricultura en la conformación de la diversidad lingüística en el mundo. Los autores del trabajo indican, no obstante, que no debe considerarse la expansión de la agricultura como el único factor impulsor de la extensión y la diversificación lingüística.
Las cinco subfamilias lingüísticas principales, -célticas, germánicas, itálicas, báltico-eslavas e indoiranias-, habrían aparecido como líneas diferenciadas hace entre 4.000 y 6.000 años, de manera simultánea a ciertas expansiones culturales, según los registros arqueológicos, entre las que se encontraba la expansión kurgana.
Y dentro de cada subfamilia, las lenguas se habrían empezado a diversificar hace entre 4.500 y 2.000 años, mucho después de que la agricultura se hubiese expandido globalmente. Los recuentos que se han hecho de las lenguas que se hablan en el mundo raramente coinciden. Mientras la base de datos Ethnologue (Summer Institute of Linguistics, Dallas, Texas, 1996) proporciona cifras que oscilan entre 6.700 y 8.370 lenguas, al incluir lenguas extinguidas.
Pero otros investigadores, como David Dalby (Global Language Register, 1997), las sitúan en más de 10.000. Esta oscilación obedece a que un elevado número de lenguas no tiene representación literaria, muchas son simples variantes dialectales, un porcentaje muy alto se halla en proceso de desaparición o de asimilación y un buen número de lenguajes para ciegos y sordos, jergas profesionales o étnicas y variantes híbridas o pidgin quedan o no recogidos por los distintos informadores.
Algunas lenguas apenas tienen hablantes, y éstos suelen ser ancianos; otras se hallan restringidas al ámbito religioso; muchas han dejado de ser maternas y han sido relegadas a un segundo plano como lenguas subordinadas de otras de mayor prestigio y uso.
Las denominaciones de las lenguas o variantes dialectales de las que se tiene noticia alcanzan la cifra de 40.000, ya que muchas son conocidas por varios nombres o reciben el de las etnias que las hablan. La extraordinaria riqueza lingüística de Oceanía (1.365 lenguas) no guarda proporción con su reducida población (28 millones de habitantes) y extensión territorial (unos 9 millones de km2 de superficie emergente, la mayor parte ocupada por Australia). Lo más sorprendente es que sólo en la isla que comprende la parte occidental de Nueva Guinea (antigua Nueva Guinea holandesa, hoy Irian Jaya, bajo el dominio de Indonesia) y la República de Papúa Nueva Guinea (antes Nueva Guinea australiana) se hablan 1.075 lenguas (256 y 819 respectivamente), ligeramente por debajo del número total de las que se hablan en América (1.269), cuya extensión geográfica (42 millones kms2) es cinco veces superior, siendo su población (738 millones de habitantes) catorce veces la de Oceanía. Por su parte, África y Asia alojan un cuerpo lingüístico similar (2.674 y 2.567 lenguas respectivamente), si bien la población de Asia (más de 3 mil millones de habitantes) es cinco veces la de África (de unos 662 millones de habitantes).
Europa (unos 710 millones de habitantes) tiene una población parecida a la de África, aunque su densidad demográfica se halla muy por encima de la de este último continente, sobre un territorio tres veces más pequeño (10,5 millones de km2) y con un inventario de idiomas cinco veces inferior (462). La dimensión territorial de América y Asia es semejante; pero mientras la población asiática cuadruplica la americana, la lingüística es sólo el doble.
Con arreglo al número de habitantes, la proporción entre el número de lenguas que se hablan en Europa y Asia es algo inferior en Europa. Pero si, en un ejercicio de lingüística ficción, la población de Oceanía fuese la misma que la de Asia y el número de lenguas que se hablan en Oceanía fuese proporcional a la población actual de Asia, allí se hablarían nada menos que 156.300 lenguas.
En la misma línea, tomando la población de Asia como punto de partida, podemos establecer parecidas proporciones respecto de una hipotética distribución de las lenguas en el mundo: en África se hablarían 13.272 lenguas, en América 5.586 y en Europa 2.152.
Cabe preguntarse de dónde procede tan enorme diversidad y cuál debió ser la situación en el pasado, habida cuenta que muchas lenguas ya han dejado de existir debido a las políticas genocidas de las distintas tribus, naciones y gobiernos a lo largo de la historia de la humanidad, y también a causa de la inestabilidad interna de todas las lenguas, cuya evolución es constante; Jenofonte, por ejemplo, necesitaría hoy un intérprete para seguir la conversación de un hablante de griego moderno.
Los argumentos siguen una línea darwinista: la introducción de los sistemas de escritura y las tendencias universales hacia la selección y potenciación de modelos lingüísticos unitarios y uniformistas, sobre todo tras la aparición de la imprenta, pueden haber limitado la capacidad de evolución de los sistemas tradicionales de comunicación verbal.
Asimismo los grandes movimientos migratorios del pasado -pongamos por caso los gitanos, salidos de la India en el siglo XIII o XIV- se han reducido en los últimos mil años, contribuyendo de esta manera a fijar las fronteras modernas, estabilizar sus respectivas comunidades y, por ende, sus lenguas. Un mayor grado de aculturación puede guardar cierta correlación negativa con la fragmentación lingüística. Como contraste, el aislamiento, hasta fechas relativamente recientes, de las comunidades caucásicas, amazónicas, subsaharianas y papúes respecto de los modelos culturales europeos es un claro marcador de su diversidad lingüística.¡
La pluralidad de las Américas responde a la distribución etnolingüística precolombina; el desembarco de Colón dio comienzo a una etapa de exterminio lingüístico que, con toda probabilidad, finalizará en un par de siglos.
Igualmente las grandes corrientes religiosas -sobre todo las monoteistas como el Islam, el Cristianismo o el Judaísmo- con su labor universalista y unificadora, han forzado el empleo de una lengua común para sus fieles, relegando a los vernáculos a una función marginal y profana.
El Cristianismo mantuvo esta política al menos hasta la Reforma; pero mientras el latín ha seguido siendo el vehículo oficial de comunicación de los católicos con su divinidad hasta hace unas pocas décadas, por el contrario la liturgia protestante contribuyó sustancialmente al desarrollo de los vernáculos.
Actualmente los misioneros ponen un gran empeño en aprender las lenguas indígenas como punto de encuentro con sus fieles, participando directamente en la codificación de las lenguas verbales mediante la traducción de la Biblia y los Evangelios y la elaboración de diccionarios y gramáticas.
La labor del misionero Mihalic en Papúa Nueva Guinea con sus manuales de tok pisin fue considerable. En otro orden de cosas, hay lugares muy poco productivos desde un ángulo lingüístico y otros extraordinariamente fértiles.
Dos países de extensión similar a la de España, como Papúa Nueva Guinea y Camerún, presentan cifras lingüísticas y demográficas muy distintas: en España, con 504.750 km2 y unos 40 millones de habitantes, se hablan 14 variedades lingüísticas; en Papúa Nueva Guinea (462.840 km2 y 4,5 millones de habitantes) nada menos que 817; y en Camerún (475.442 km2 y 12,5 millones de habitantes) 286. En Nigeria (923.768 km2 y 114 millones de habitantes) se hablan 478 idiomas, mientras que en Bangladesh (144.000 km2 y 127 millones de habitantes) sólo 35.
Como contraste, en México (casi 2 millones de km2 y 81 millones de habitantes) aparecen registradas 289 lenguas; en Irian Jaya (412.981 km2 y 1,6 millones de habitantes) 256; en la India (más de 3 millones de km2 y unos 1000 millones de habitantes) 407; en Australia (7,6 millones de km2 y más de 18 millones de habitantes) 236; en Zaire (antes República Democrática del Congo, con 2,3 millones de km2 y 49 millones de habitantes) 221; y en Myanmar (antes Burma, con 678.500 km2 y 47 millones de habitantes) 110. En el lado opuesto observamos que en Bielorusia (207.600 km2 y 10,4 millones de habitantes) sólo se habla 1 lengua; en Chile (756.950 km2 y 14,7 millones de habitantes) 10; y entre las dos Coreas (219.020 km2 y 67 millones de habitantes) 3 lenguas solamente.
Las diez primeras lenguas del mundo, por el número de hablantes naturales, son el chino mandarín (885 millones), el inglés (322 millones), el español (266 millones), el bengalí (189 millones), el hindi (182 millones), el portugués (170 millones), el ruso (170 millones), el japonés (125 millones), el alemán (98 millones) y el chino wu (77 millones).
El número de lenguajes de señales para sordos repartidos por el mundo alcanza la cifra de 103.
Hay 16 variantes gitano-romanís, 27 judías, 79 híbridos criollos o pidgin y 114 lenguas pendientes de clasificar, la mayoría en Brasil, India y Colombia. Cabe señalar una lista de 94 especies o subespecies lingüísticas europeas en peligro de extinción, preparada por el finlandés Tapani Salminen por encargo de la UNESCO (1996), en la que figuran, entre otras, el yiddish (judeo-alemán), el ladino (judeo-español), el bretón, el gaélico, el galés, el leonés, el asturiano, el aragonés, el catalán de Alghero (Italia), el provenzal, el gascón, el euskara y el gallego.
El catalán (unos 12 millones de habitantes que lo hablan) aparece expresamente mencionado como lengua sin riesgo alguno de desaparición. La presencia de una lengua en un territorio geográfico no excluye su uso en lugares apartados del mismo, teniendo en cuenta los constantes movimientos migratorios de población y las deportaciones.
También se da el fenómeno de la expansión de determinadas lenguas -por ejemplo, el inglés, el francés o el español, cuyo número real de hablantes es imposible de determinar al haber sido adoptadas por millones de hablantes no nativos. Igualmente se da el caso frecuente de que el mismo grupo étnico es multilingüe y, en contra de lo que cabría esperar, comunidades diferentes e independientes comparten el mismo sistema lingüístico.
La distinción entre lengua y dialecto no es fácil, puesto que entran en juego factores sociológicos y extralingüísticos como el autogobierno, la conciencia étnica y el prestigio de una variante respecto de otras próximas. Los profanos creen que las diferencias de acento, léxico o gramática son señales de autonomía.
Sin embargo, la única forma de discernir entre lenguas y dialectos más o menos aceptable entre los sociolingüistas, aunque resulta poco fiable, es mediante la afirmación de mutua inteligibilidad: si los hablantes de dos comunidades diferenciadas se entienden entre sí sin graves problemas de comunicación, se dice que hablan dialectos de la misma lengua; si la comprensión presenta obstáculos importantes, se dice que hablan lenguas distintas.
La cuestión se complica en el momento de su codificación para la alfabetización de la población y su aprovechamiento educativo; la toma de decisiones es entonces determinante para situar cada variante en el plano que presumiblemente le corresponde. Puede darse el caso de que los extremos de un mismo continuo lingüístico -la misma lengua- se hallen tan separados que susciten dudas fundamentadas acerca de su calificación como lenguas o dialectos. Ahí está el caso del ticinés, el lombardo y el italiano, que son casi ininteligibles entre sí.
El problema no siempre se resuelve con un análisis estrictamente lingüístico como son la tipología, la descripción contrastiva de las respectivas morfologías, el inventario léxico, la calidad y la cantidad fonológicas y la representación ortográfica de las distintas combinaciones fonémicas, sino que tienen que sopesarse otros procedimientos sociolingüísticos y etnolingüísticos para averiguar qué factores empujan a los hablantes a elegir su modelo comunicativo.
Pero cualquier arranque de genio nacionalista puede dar al traste con todo ello y señalar con una medida política radical los confines de la lengua de la comunidad respecto de la del país vecino, aunque ambas formen parte del mismo continuo.
Los estudios realizados sobre las grandes familias lingüísticas como el proto-indoeuropeo, del que provienen las distintas variantes albanesas, anatólicas (como el extinguido hitita), armenias, balto-eslávicas, célticas, germánicas, griegas, indoiraníes e itálicas indican que las distintas particiones y su dispersión geográfica comenzaron hace aproximadamente 6.000 años.
Los troncos del continente euroasiático comprenden, además del indoeuropeo, el cartveliano o georgiano, el urálico (finlandés, húngaro), el mongol, el tungúsico o manchú, el caucásico noroccidental y nororiental, el japonés y el chucotco-camchatcan de Siberia. Sus sucesivas fragmentaciones tuvieron lugar en períodos diferentes. En el grupo afroasiático sobreviven ramas como el bereber, el chádico, el cushítico, el omótico y el semítico. El antiguo egipcio, del que se deriva el copto, pertenece al mismo linaje. La antigüedad de la familia afroasiática se calcula entre 12.000 y 24.000 años. Otras familias se hallan repartidas por América Central, Norteamérica, Sudamérica y el Pacífico.
El número de isolantes o especies lingüísticas infértiles, es decir, que carecen de ramificaciones conocidas, probablemente por extinción de las mismas, supone un 30% del total de los linajes del planeta, entre ellas el vasco, el coreano, el kutenai en Estados y Canadá y el yuracare en Bolivia, junto con sus respectivas variantes dialectales, que siguen ocupando el mismo nicho. El vasco o euskera es la única lengua no indoeuropea de la península Ibérica, y la única, juntamente con el finés, estonio, el húngaro y el maltés, de Europa. Tuvo una marcada influencia en la evolución del sistema fonético del castellano (véase sustrato vasco en lenguas romances).
Tras un periodo prolongado de declive, estuvo a punto de desaparecer: su lenta recuperación no comenzó hasta finales de la década de 1950 y principios de la de 1960. Existen diversidad de hipótesis que emparentan el euskera con otras muchas lenguas europeas y el hallazgo de toponimia vasca en diversas zonas europeas incluso provocó la hipótesis de que su extensión fuera a nivel europeo.
El ruso Karl Bouda emparentó el euskera con diversos idiomas hablados en Siberia (chukche) y el argentino Gandía reflejó que “El pueblo vasco es el pueblo más viejo de Europa“. Su lengua es la que se hablaba desde el Cáucaso al Atlántico y desde el norte de África al norte de Europa en los períodos paleolítico y neolítico. Los arios o indoeuropeos, los etruscos, los íberos y otros pueblos de la antigüedad son posteriores a los vascos. Otras hipótesis, más especulativas, hablan de un origen atlante.
Steven Arthur Pinker, prominente psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y popular escritor de origen canadiense, siguiendo una línea darvinista, atribuye el nacimiento y el progreso del lenguaje a una estrategia de adaptación y especialización. La diversidad -en forma de acento y dialecto- básicamente se puede justificar como un modo de reconocimiento de la especie y de un grupo concreto.
Los distintos sistemas de codificación del lenguaje contribuyen de esta manera a mantener la reserva de servicios dentro del grupo y a enmascararlos ante el peligro de que grupos extraños accedan a ellos. La interpretación que se da en la Biblia acerca de la diversidad y sus consecuencias no deja de ser un mito.
Muchos dicen que el sánscrito es la lengua de los dioses, porque desde hace casi mil años se ha utilizado para alabar a las diferentes deidades. Los mantras y cánticos que recitan los hindúes, budistas y jaines, en su mayoría, fueron compuestos en sánscrito. Durante gran parte de su historia, el sánscrito fue un idioma de religiosos de casta alta, al cual el público general no tenía acceso.
Y los gramáticos, literatos e historiadores del sánscrito, se jactan de que esta es la lengua de los dioses, porque su gramática es tan perfecta y difícil, que sin lugar a dudas es para los dioses y no para los humanos. En 1947, la India se dividió en dos países: uno con mayoría hindú, la India, y otro con mayoría musulmana, Pakistán. Desde entonces, en la India ha surgido un nuevo interés por revivir el sánscrito, por lo que se ha incorporado al hindi, que es la lengua más importante de la India, y a otras lenguas de este país.
Esto se debe en gran parte a que la gente asocia el sánscrito con el hinduismo y con la historia antigua de la India, es decir, la que precede a la presencia musulmana en la India. De esta manera el sánscrito ha sido involucrado –quizás involuntariamente– en las disputas políticas modernas. Sin embargo, muchos académicos y aficionados del sánscrito opinan que la lengua de los dioses no debe ser utilizada para dirimir controversias.
Como hemos dicho al inicio de este artículo, según el Génesis: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.” En la actualidad hay unas seis mil quinientas lenguas en nuestro mundo.
De ellas, solamente veinticinco pueden considerarse importantes por su extensión y por su producción escrita.
La pregunta que ha preocupado siempre a pensadores y lingüistas es inmediata: ¿De dónde surgió tal diversidad? ¿Cuál fue el origen de todas las lenguas? Desde que Charles Robert Darwln, en el año 1871, escribía la frase: “Creemos que la facultad del lenguaje articulado no ofrece tampoco una seria objeción a la hipótesis de que el hombre descienda de una forma inferior”, en su famosa obra “El origen delas especies“, se han venido publicando toneladas de libros en favor de esta teoría: La teoría de la evolución del lenguaje, según la cual la enorme variedad de lenguas que existen actualmente se habrían originado a partir de los gruñidos y gritos intermitentes de los monos antecesores -según el transformismo del hombre.
Se ha supuesto, que los hombres empezaron por imitar los sonidos que oían en los animales, a lanzar gritos emocionales instintivos o cantos de sincronización al trabajar en equipo. Y todo esto dio origen al lenguaje. Engels, en su “Dialéctica de la naturaleza” dice: “…los hombres en formación llegaron a un punto en que tuvieron necesidad de decirse algo los unos a los otros.
La necesidad creó el órgano. La laringe poco desarrollada del mono se fue transformando… mientras los órganos de la boca aprendían a pronunciar un sonido tras otro“. Y esto es, en definitiva, lo que se acepta hoy. Mayoritariamente se cree, se escribe y se enseña que de los gruñidos han surgido las modernas gramáticas; de lo simple lo complejo y de lo primitivo lo civilizado.
Hasta tal punto esto es así que los modernos métodos “científicos” para la investigación del origen del lenguaje se centran en la observación de los recién nacidos, desde sus primeros balbuceos, y en el estudio de retrasados mentales, pues según Marie de Maistre, en su obra “Deficiencia mental y lenguaje”, estos deficientes nos marcarían las etapas por las que la inteligencia humana tuvo que pasar para conseguir hablar.
Pero, ¿es la teoría de la evolución del lenguaje la explicación científica definitiva al problema del origen de las lenguas?Pues parece que no. El asunto no es tan simple como creían Darwin, Engels y sus correligionarios.
La ciencia que estudia las leyes humanas del lenguaje (Lingüística), acabó desechando -ya el siglo pasado- el problema del origen de las lenguas, por considerarlo incompatible con la objetividad científica.
Así, en el año 1866, la Sociedad Lingüística de París prohibió en sus estatutos que se tratase sobre el tema en cuestión, negándose a aceptar cualquier comunicación en éste sentido, ya que el problema supera los límites de la observación científica.
Se afirmaba que cualquier discusión acerca del origen del lenguaje no era más que una mera especulación. Desde ese momento, los lingüistas se han interesado más por el funcionamiento de las lenguas que por su origen.
Así pues, para la ciencia actual los orígenes del lenguaje articulado constituye un verdadero enigma; pero ¿quiere esto decir que los lingüistas se muestran asépticos al problema, que no profesan, sostienen y enseñan ninguna hipótesis sobre este origen?. Bueno, esto ya es otra cosa, porque a pesar que los hombres de ciencia como tal no pueden decir nada al respecto, los hombres de ciencia sí dicen y enseñan lo que creen.
Y lo que creen es precisamente la teoría de la evolución darwinista del lenguaje: un mono que se hizo inteligente, dejó de gruñir y empezó a hablar. Pero hay algunos hechos que podemos observar en la actualidad que ponen en cuestión esta teoría. En primer lugar, notemos que, sorprendentemente, los lenguajes escritos más antiguos que nos han llegado suelen ser los más difíciles y complicados.
Es conocido que el griego clásico es más difícil que el griego moderno; el latín más que el castellano, el francés o el inglés, y el chino antiguo mucho más que el chino moderno. Incluso, si comparamos. los más antiguos entre sí, resulta que el griego clásico, anterior 600 años al latín, era más complicado que éste, y si nos remontamos al Sánscrito Veda (1.500 a.C.) la dificultad es increíblemente superior, ya que, por ejemplo, cada verbo poseía 500 partes. Es especialmente significativo si lo comparamos con el inglés, en el que cada verbo solo posee 5 partes.
¿Qué nos dice este hecho? Si la teoría de la evolución fuera verdad, deberíamos esperar que las lenguas antiguas fuesen más simples que las modernas, ya que la teoría dice que de lo más simple se evoluciona a lo más complejo. Pero esto no es lo que podemos observar, sino más bien todo lo contrario.
Si estudiamos detenidamente las lenguas modernas podemos observar una creciente degeneración de las lenguas primitivas, una simplificación a partir de un idioma complicado. El eminente filólogo inglés Richard Chevenix Trench, después de estudiar numerosas lenguas nativas en distintas expediciones por todo el mundo, dijo que en cada caso se trataba de las ruinas de un pasado mejor y más noble.
A medida que cambian las costumbres en una civilización, ciertas palabras se pierden primero del uso y después de la memoria. En la India existe el descendiente más directo del Sánscrito, el Hindi, que tiene solamente 400 años de antigüedad y es considerado como el idioma más fácil de aprender de toda la India. La conclusión es evidente: En los distintos lenguajes a través del tiempo, la dirección es siempre la misma: de lo complicado a lo simple, y nunca al revés.
El segundo hecho en el que podemos fijarnos, es que los lenguajes hablados por pueblos considerados “primitivos” son con frecuencia más complejos que los hablados por pueblos teóricamente más civilizados. Así por ejemplo: los Yagaanos de la Tierra de Fuego, -tribu nómada- poseen 30000 palabras en su vocabulario, casi como los Zulúes de Sudáfrica.
La lengua Aymará del Perú tiene la posibilidad de expresar casi cada raíz verbal en 100000 combinaciones distintas. Algunos lenguajes Bantúes poseen una gramática más compleja que el griego, tienen 20 clases de nombres y cada adjetivo tiene que concordar con el nombre al que modifica. Los esquimales utilizan 63 formas para el presente y sus nombres tienen 252 desinencias (finales de palabra distintos, ejemplo: mesa, mesita, etc.).
Desde luego, esto tampoco encaja con la pretendida evolución del lenguaje a partir de estructuras monosilábicas, pues sería de esperar que los pueblos “primitivos” tuviesen también un lenguaje primitivo y simple. Pero los hechos nos dicen de nuevo que esto no es así.
Otro dato a tener en cuenta es la existencia en el mundo de cincuenta familias de lenguajes diferentes que no parecen tener ninguna relación entre sí. Por ejemplo, la familia Indoeuropea (que comprende a su vez otras 70 lenguas), la Sinotibetana, Semítico-camítica, Dravidiana, Uralaltaica, Japonesa, Malayo-polinesia, Bantú, Austro-asiática y aproximadamente cuarenta más, algunas de las cuales se hablan en grupos pequeños, como el vascuence, de la zona vasco-navarra, que parece no tener ningún “antepasado“, ni ningún “descendiente“.
Entre todas estas familias no existen evidencias de pertenecer a un tronco común o de tener algún tipo de relación histórica. Pero a pesar de ello, los antropólogos admiten la unidad de la raza; entonces ¿por qué son tan distintos nuestros idiomas? La teoría de la evolución del lenguaje no tiene respuesta a esta pregunta. Pero si descartamos esta teoría, aparece una posible respuesta, que de antigua ya casi habíamos olvidado: la historia de la Torre de Babel del Génesis.
Todos estos hechos que acabamos de comentar constituyen un problema para la teoría de la evolución del lenguaje articulado, pero sin embargo concuerdan perfectamente con el registro bíblico. La Biblia nos dice que el lenguaje fue un don de Dios dado al primer hombre.
Adán no tiene que realizar todo un proceso de aprendizaje, pasando por etapas de balbuceos, gritos o gruñidos, antes de pronunciar la primera palabra correcta, sino que en el mismo acto creador le es infundida una lengua perfecta y compleja. Inmediatamente, el padre de la humanidad es capaz de comprender órdenes verbales, de hablar con su compañera, de poner nombre a todos los animales -los zoólogos saben bien lo difícil que puede resultar esta labor- y de comunicarse con Dios.
Según el primer versículo del capítulo 11 de Génesis, parece que toda la tierra era de una misma lengua. Pero esto no duró mucho; cien años después del diluvio universal, los hombres se rebelan contra Dios y los descendientes de Noé no quieren obedecer el mandato de Dios de “llenar la tierra“, por lo queDios tiene que actuar. Provoca una confusión instantánea y total del primitivo lenguaje, para que no se pudieran entender unos con otros y no tuvieran más remedio que dispersarse. Este es, según la Biblia, el verdadero origen de las lenguas.
En la misma Torre de Babel, Dios (o quién fuera) dividió el lenguaje original, que había otorgado a Adán, en los aproximadamente cincuenta lenguajes principales que hoy los lingüistas no consiguen relacionar entre sí, todosigualmente complejos y mutuamente incomprensibles. Surgen así el japonés, el árabe, el bantú, etc., modos completamente distintos de comunicación verbal.
Desde luego, es muy cierto que un español, un inglés, un alemán o un francés que no conociesen las lenguas de sus vecinos, no se podrían entender en absoluto con ellos; pero la evidencia demuestra que probablemente Dios no actuó dividiendo idiomas de una misma familia, en este caso, la Indoeuropea, sino que se centró en la separación, rotunda y radical de las principales familias, que luego, con el tiempo, cada una por separado, originarían el total de las lenguas de la actualidad.
En el transcurso de los siglos, algunas tribus aprenderían a escribir y dejarían así constancia de su lenguaje, como el griego. Otras se perderían en la jungla y no desarrollarían ningún sistema de escritura. Pero aún así, la transmisión oral nos permite comprobar que sus lenguas son reliquias de un pasado glorioso. Esto es lo que dice la Biblia.
La oscura incógnita que se cierne en nuestros días sobre el tema de los orígenes de las lenguas, este verdadero enigma que ha hecho abandonar a numerosos investigadores, se ha producido y se continúa manteniendo como consecuencia del fracaso de arqueólogos, lingüistas y antropólogos, al pretender obstinadamente explicar este origen, en términos evolucionistas.
La gran diversidad de lenguas que existe en la actualidad, tal vez no sea una obra del ingenio humano, sino de la rebeldía del hombre a la voluntad de Dios. Toda lengua viene de alguna otra, y así hasta el origen del lenguaje. Los lingüistas sistemáticos tratan de desentrañar las relaciones entre las distintas lenguas existentes hoy en el mundo para determinar sus raíces comunes y poder agruparlas mejor. No otra cosa hacen los biólogos con las especies.
Y, de hecho, los paralelismos entre lingüística y biología van más allá, como pudo constatar el genetista italiano Luca Cavalli-Sforza, dado que los pueblos, al desplazarse, llevan consigo tanto su lengua como sus genes, por lo que los mapas genéticos y lingüísticos de la humanidad coinciden en alto grado.
El más importante sistematizador de la lengua fue Joseph Greenberg. En efecto, Joseph Harold Greenberg (1915 – 2001), fue un lingüista estadounidense, conocido por su trabajo en clasificación y tipología lingüística.
Trabajó por muchos años en la Universidad de Stanford. Sus contribuciones más importantes estuvieron en el campo de la tipología lingüística, en la búsqueda de universales lingüísticos; también propuso una clasificación de las lenguas de África, en cuatro unidades filogenéticas, ampliamente aceptada por los africanistas.
También propuso otras agrupaciones más grandes para familias de lenguas ya conocidas, denominadas actualmente macrofamilias. Además postuló la existencia de unas macrofamilias más controvertidas como las lenguas amerindias y las lenguas euroasiáticas.
Estas dos últimas propuestas han encontrado mayor oposición, principalmente por los métodos que empleó para realizarlos. En general los lingüistas están muy especializados en una o unas pocas lenguas. Así, el ingente trabajo de comparación entre distintos lenguajes para averiguar sus parecidos y diferencias se limita, en el mejor de los casos, a la contrastación de un par.
No sorprende por tanto que el nuevo método empleado por Greenberg encontrara una poderosa oposición dentro del campo de la lingüística. Greenberg se puso manos a la obra con las múltiples lenguas africanas, constituido por unas 1300, y las agrupó en 4 familias. Comparó muchas lenguas a la vez, centrándose especialmente en las palabras más significativas, que cabía esperar hubieran cambiado menos con el tiempo y la evolución lingüística de los pueblos.
Se centró en los pronombres personales, los términos para referirse a partes de nuestra anatomía o a las palabras para designar a la familia. Greenberg concluyó que, a pesar de las muchísimas diferencias superficiales, muchas lenguas tenían un núcleo duro de términos que apenas variaban y que daban cuenta de sus orígenes comunes.
Tras triunfar en su batalla africana contra los lingüistas opuestos a su análisis, Greenberg se lanzó a la conquista del mundo, y realizó nuevas agrupaciones. En esta labor le ayudó otro lingüista, Merritt Ruhlen. Entre los dos trabajaron duramente comparando una gran cantidad de lenguas entre sí y buscando sus relaciones. Merritt Ruhlen (nacido en 1944 en Washington D.C.) es un lingüista estadounidense.
Su trabajo más conocido está dedicado a la clasificación de las lenguas del mundo y a la evolución de la humanidad desde la perspectiva de la actividad lingüística. Ruhlen estudió en las universidades de París, Illinois y Bucarest. Se graduó en 1973 en la Universidad de Stanford con una disertación sobre análisis morfológico de la lengua rumana desde el punto de vista de la gramática generativa. Posteriormente trabajó varios años en Stanford como profesor ayudante del lingüista Joseph Greenberg, con el cual trabajaría conjuntamente durante 35 años, hasta el fallecimiento de Greenberg en el año 2001.
Desde 1994 es profesor de antropología y biología humana en la misma universidad. Junto con Murray Gell-Mann y Sergéi Stárostin fue director del Programa de Santa Fe “Evolución de la Lengua Humana“. Merritt Ruhlen es un precursor del uso de métodos interdisciplinares para el conocimiento de la Lingüística histórica, combinando la genética humana y la arqueología, lo que le llevó a colaborar intensamente con el genetista Luigi Luca Cavalli-Sforza y el arqueólogo Colin Renfrew.
Es también uno de los más conocidos sostenedores de la hipótesis de la superfamilia lingüística del amerindio, como discípulo principal del lingüista taxonomista Joseph Greenberg. En Nepal participó en la investigación del kusunda, una lengua aislada, así como también en la investigación de la lengua nahali, conocida como perteneciente a la familia de lenguas indo-pacíficas. Investigó el parentesco de los idiomas yeniseianos con la familia de lenguas na-dené de América del Norte, de gran transcendencia para la macrofamilia dené-caucásica.
Otro punto de interés en el que Ruhlen centra la atención es el de los “étimos globales“, que deben comprender todos los idiomas, base de la hipótesis lingüística monogénetica. La monogénesis y la poligénesis lingüísticas son dos hipótesis alternativas sobre el origen filogenético de las lenguas humanas. De acuerdo con la monogénesis, el lenguaje humano surgió una sola vez en una única comunidad, y todas las lenguas actuales proceden de la primera lengua primigenia. De acuerdo con la segunda las lenguas humanas pudieron nacer en varias comunidades independientemente, y las lenguas actuales procederían de diferentes fuentes.
Hoy Merritt Ruhlen continúa trabajando en esta amplia área del conocimiento y la indagación, y trazando mapas lingüísticos del mundo, aunque su principal interés está en las lenguas Amerindias, es decir, las de los pueblos que ahora habitan el continente americano, que se supone llegaron allí en sucesivas olas migratorias comenzadas hará unos 12000 años.
El Profesor Ruhlen dice que hoy se hablan en la Tierra aproximadamente 5000 lenguas. Pero no hay un número exacto porque con frecuencia es difícil decidir si dos formas de expresión son dos dialectos de un idioma o dos idiomas. Todas las lenguas que existen actualmente en el mundo parece se derivan de una lengua que se hablaba en el este de África hace alrededor de 50000 años.
Las lenguas nacen cuando una lengua se divide en dos grupos, que luego se separan entre sí. Tras la separación la lengua de estos dos grupos evoluciona gradualmente hasta dar dos lenguas distintas. Las lenguas desaparecen cuando sus hablantes cambian a otra lengua (a menudo la lengua nacional de algún país) o bien cuando sus hablantes se extinguen, lo que puede deberse a varias razones, tales como enfermedad o genocidio.
El lenguaje y la cultura son, de alguna manera, la misma cosa. Cada lengua codifica una cultura. La conexión entre lenguaje y consciencia consiste en que, cuando pensamos, usamos una lengua para hacerlo, por lo que la lengua es la mejor manera de identificar a una población humana.
Cuando esa población se convierte en un estado, la lengua es la forma en que la nación se identifica. Con respecto al origen del lenguaje, Merritt Ruhlen opina que la facultad del lenguaje debe de haber evolucionado a lo largo de los últimos millones de años.
Pero las lenguas de gentes tales como los Homo habilis, Homo erectus, o los Neandertales se extinguieron todas, junto con las gentes que las hablaban; y no hay manera de saber cómo eran estos lenguajes intermedios. El origen de las lenguas que existen actualmente se remonta a una lengua hablada en África hace 50000 años.
Se estima que el 90% de las 5000 lenguas del mundo desaparecerán este siglo, así que en 2100 habrá sólo 500 idiomas. Sin embargo, Merritt Ruhlen no cree que el número de lenguas se reduzca a una sola. Los lenguajes hablados por una gran población es poco probable que se extingan, sobre todo si es la lengua nacional de un país independiente.
En cierto modo, todas las lenguas son igualmente complejas. Algunos idiomas son más complejos en sus sonidos, por ejemplo, las lenguas joisán, con clics, que pueden tener hasta 80 chasquidos consonánticos.
Otros idiomas, sin embargo, pueden ser complejos en otras áreas de gramática, por ejemplo, los pronombres. Algunas lenguas tienen sólo seis pronombres(yo, tú, tercera persona del singular, nosotros, tú plural, tercera persona del plural), mientras que otros sistemas pronominales pueden tener muchos más, incluyendo pronombres como nosotros-dos, nosotros-tres, nosotros inclusivo (tú y yo), nosotros exclusivo (yo y alguien más, pero no tú), y, con el género, él, ella y ello.
El objetivo final de Merritt Ruhlen es descubrir el árbol genealógico de todas las lenguas existentes, es decir, la forma en todas las lenguas están relacionadas entre sí en un árbol utilizado para representar estas relaciones.
Dentro de esta perspectiva mundial, Merritt Ruhlen está más interesado en la forma en que el Nuevo Mundo fue poblado. 13500 años atrás no había gente en el Nuevo Mundo y luego, en sólo mil años, se encuentra gente a través de toda América del Norte y del Sur. Las poblaciones que poblaron las Américas se llaman Amerindias y ha estado trabajando en un diccionario de sus lenguas a lo largo de los últimos 20 años.
El experto en lingüística argentino, Andrés Muni, ha efectuado una interesante recopilación de los trabajos de distintos autores, tales como Thomas V. Gramkrelidze, V.V. Ivanov o Franz Bopp, que intento resumir en este artículo. En sus estudios Andrés Muni se dio cuenta de lo misterioso y esquivo que era el desarrollo y evolución del Sánscrito.
La lingüística nació del estudio de la superfamilia de las lenguas indoeuropeas, ya que cerca de la mitad de la población mundial tiene por lengua materna una lengua indoeuropea. En los últimos siglos, los lingüistas han reconstruido el vocabulario y la sintaxis del protolenguaje indoeuropeo. Las primeras investigaciones ubicaban su origen en Europa, desplegando rutas migratorias por las cuales las lenguas hijas habían evolucionado hasta agruparse en dos ramas bien definidas: una oriental y otra occidental.
Si se observan las migraciones puede verse que hacia el Este hay tres ramas: una va hacia Asia Central, otra hacia India y la última hacia Irán. Hacia el Oeste hay dos ramas principales: una que va directamente desde Anatolia (actual Turquía) hacia Grecia, y la otra que da la vuelta al Mar Caspio. Esta última rama ha originado la mayoría de los idiomas occidentales. Recientes trabajos indican que el protolenguaje se originó hace más de 6000 años en la parte oriental de Anatolia, y que algunas de las lenguas hijas fueron diferenciándose a través de las migraciones que las llevaron primeramente hacia el Este y luego hacia el Oeste.
Los lingüistas buscan correspondencias gramaticales, sintácticas, léxicas y de pronunciación entre los idiomas conocidos, a fin de reconstruir sus lenguas predecesoras inmediatas, y por último, la lengua originaria. Las lenguas vivas admiten la comparación directa entre sí, pero las muertas que han sobrevivido en forma escrita generalmente pueden ser vocalizadas por inferencia, a partir de datos lingüísticos internos.
Pero las lenguas muertas que nunca fueron escritas sólo pueden reconstruirse por comparaciones entre sus descendientes y proyectándose hacia el pasado con la atención puesta en las leyes que rigen los cambios fonológicos. Esto es de suma importancia ya que los sonidos son más estables en el tiempo que los significados.
Los primeros estudios trataron sobre las lenguas que les eran más familiares a los lingüistas europeos: las pertenecientes a las familias Itálica, Céltica, Germánica, Báltica y Eslava. Pero desde el siglo XVI los viajeros europeos habían detectado la afinidad entre estas lenguas y las “arias” de la lejana India. William Jones propuso en 1786 que todas ellas podrían llegar a compartir un antepasado común.
A esto se le llamó “Hipótesis Indoeuropea“. Para reconstruir el lenguaje indoeuropeo, los primeros lingüistas se basaron en la ley enunciada en 1822 por Jacob Grim llamada del cambio de sonido. Esta ley postulaba que los grupos consonánticos van substituyéndose unos a otros a lo largo del tiempo en forma regular y predecible. Las reglas de esta ley se utilizaron para reconstruir un vocabulario indoeuropeo que reflejara como vivían quienes lo hablaban. Las palabras de ese vocabulario describían paisajes y climas que los lingüistas situaron en Europa, en la región comprendida entre los Alpes y los mares Báltico y del Norte. En la actualidad, los datos más recientes ubican el probable origen de la lengua indoeuropea en la parte occidental de Asia.
Las investigaciones arqueológicas y lingüísticas realizadas hasta ahora incluyen cerca de una docena de lenguas antiguas que van desde la actual Turquía hasta países alejados como Tokaria, en el Turquestán. El paisaje descrito por el protolenguaje en su concepción actual debió de hallarse en algún lugar de la zona delimitada por el arco que se extiende desde la ribera meridional del mar Negro, que luego baja a la península de los Balcanes y cruza hacia el Este la antigua Anatolia (actual Turquía) hasta llegar por el norte a la región del Cáucaso.
Allí, la revolución agrícola proporcionó el excedente de alimentos que impulsó a los indoeuropeos a fundar pueblos y ciudades-estado, desde las cuales iniciaron sus migraciones por el continente euroasiático hace unos 6000 años. Algunas de aquellas corrientes migratorias invadieron Anatolia desde el Este (año 2000 a.C.) y fundaron el reino hitita, que hacia el 1400 a.C. había dominado toda la región.
El idioma oficial de los hititas fue una de las primeras lenguas indoeuropeas escritas. A comienzos del siglo XX, Bedrich Hrozný, lingüista de la Universidad de Viena y luego de la Universidad Carolina de Praga, descifró las inscripciones cuneiformes hititas de unas tablillas halladas en la biblioteca de su capital, Hattusas, 200 km. al Este de la actual Ankara. Allí se encontraron también tablillas con escrituras cuneiformes en dos lenguas afines, la luwiana y la palaica.
Se investigó la evolución de la lengua luwiana en inscripciones jeroglíficas posteriores (1200 a.C.), cuando el imperio hitita ya había desaparecido. A esta familia de lenguas anatolias que iba emergiendo, se le agregó el idioma lidio (próximo al hitita) y el licio (afín al luwiano), ambos conocidos a partir de inscripciones que se remontan hacia fines del año 1000 a.C. La aparición del hitita y de otras lenguas anatolias (en el transcurso del 3000 al 2000 a.C.) pone un límite absoluto a la fragmentación del lenguaje indoeuropeo.
Debido a que el protolenguaje anatolio ya estaba entonces dividido en lenguas hijas, se calcula que se había desprendido del indoeuropeo paterno alrededor del 4000 a.C. Esta interferencia se comprueba por lo que se sabe de la porción de la comunidad indoeuropea que quedó después de la ruptura con la familia anatolia.
De aquella comunidad provinieron las lenguas que persistirían en la época histórica de los testimonios escritos. La primera rama que se separó fue la de la comunidad lingüística greco-armenio-indo-irania. Ésta debió empezar a separarse en el 4000 a.C., ya que a mediados del tercer milenio a.C. estaba ya dividiéndose en dos grupos: el indo-iranio y el greco-armenio.
Algunas tablillas del archivo de Hattusas dan testimonio que a mediados del segundo milenio a.C., el grupo indo-iranio había originado un idioma que se hablaba en el reino Mitanni (ubicado en la frontera sudeste de Anatolia), que era ya distinto del antiguo indo (sánscrito) y del antiguo iranio.
Textos creto-micénicos contemporáneos del reino Mitanni, descifrados a comienzos de la década de 1950 por los especialistas Británicos Michael G. F. Ventris y John Chadwick, resultaron estar escritos en un dialecto griego hasta entonces desconocido. Todos estos lenguajes procedían, cada uno por distinta vía, del armenio. Latocaria fue otra familia de lenguas que se distinguió muy pronto del lenguaje indoeuropeo.
El tocario es uno de los idiomas indoeuropeos descubierto a principios del siglo XX en textos procedentes del Turquestán chino. Tales textos fueron fáciles de descifrar, ya que estaban escritos en una variante de la escritura Brāhmī (uno de los tres alfabetos del Sánscrito, mientras que el que usamos actualmente es el alfabeto Devanāgarī).
Y, además, porque todos ellos eran traducciones de conocidas escrituras Buddhistas. El estudioso británico W. N. Henning sugirió que los tocarios no eran sino los gutianos, los cuales son mencionados, en Akkadio, un idioma Semita, en algunas inscripciones cuneiformes de Babilonia. Se calcula que estas inscripciones son de fines del tercer milenio a.C., cuando el rey Sargón estaba levantando el primer gran imperio mesopotámico.
Si las opiniones de Henning son acertadas, los tocarios serían los primeros indoeuropeos que aparecen en los documentos históricos del Cercano Oriente. Afinidades léxicas entre la lengua tocaria y la ítalo-celta prueban que los habitantes de las dos familias lingüísticas compartían la patria del indoeuropeo antes de que los tocarios emprendiesen su emigración hacia el Este.
Hoy día se pueden trazar las diversas sendas que siguieron las migraciones humanas y la transformación lingüística hasta dar con el protolenguaje indoeuropeo en su propia patria. Todo ello como resultado de la revisión de los cánones fonológicos. Al revisar el sistema consonántico del protolenguaje europeo, también se han puesto en tela de juicio las vías de transformación que desembocan en las lenguas indoeuropeas históricas.
Según recientes investigaciones, la reconstrucción de las consonantes del protolenguaje evidencia su mayor afinidad con las lenguas Germánica, Armenia e Hitita que con las del Sánscrito. Esto invierte la concepción clásica según la cual, el sistema sonoro de los primeros (germánico, armenio e hitita) habría sufrido una alteración continua, mientras que el sistema sonoro original se había conservado fielmente en el Sánscrito.
Es posible aprender más cosas sobre los primitivos indoeuropeos a partir de otros aspectos de su vocabulario. Algunos de sus vocablos, por ejemplo, describen una técnica agrícola cuya existencia se remonta al 5000 a.C.
Los vocablos indoeuropeos con que se designan la “cebada”, el “trigo”, el “lino”, las “manzanas”, las “cerezas” y sus árboles, las “moras” y sus arbustos, las “uvas” y sus cepas, así como también los instrumentos o aperos con que se cultivan y cosechan tales frutos, describen un modo de vida desconocido en Europa septentrional hace alrededor de unos 4.000 o 5.000 años según los datos arqueológicos.
El paisaje que describe el reconstruido protolenguaje indoeuropeo es montañoso, y así lo evidencian numerosos términos utilizados para designar altas cumbres, lagos situados entre montes y ríos torrentosos que descienden de manantiales de montaña.
Este cuadro no podría darse ni en las llanuras centroeuropeas ni en las estepas que se extienden al norte del mar Negro, unas zonas que también han sido propuestas como país natal del indoeuropeo. Esa descripción se adapta muy bien, en cambio, al paisaje de Anatolia oriental y al de la Transcaucasia, en cuyos horizontes se halla la cordillera del Cáucaso. Otra clave importante para la identificación del país en que se originó el indoeuropeo la proporciona la terminología dedicada al transporte sobre ruedas: hay palabras para rueda, eje, yugo, arreos, caballo y potro.
Las piezas del carro y los utensilios de bronce con que se cortaban y desbastaban los troncos para fabricar los vehículos, se designan con palabras que suponen la fundición de metales. Los grabados en piedra hallados en la zona comprendida desde la Transcaucasia hasta la Mesopotamia Superior, y entre los lagos Van y Urmia, contienen las primeras representaciones de carros tirados por caballos. La posible patria originaria del indoeuropeo es, por cierto, una de las regiones en que se domesticó al caballo y se lo utilizó como animal de tiro en el cuarto milenio a.C.
Desde allí los vehículos con ruedas se difundirían –a través de las migraciones de los indoeuropeos en el tercero y segundo milenio a.C.– por el este hasta el Asia Central, por el oeste hacia los Balcanes, y circundando el mar Negro llegarían luego al centro de Europa. El carruaje es un elemento significativo de la mezcla de las culturas, pues tanto en los pueblos indoeuropeos como en los mesopotámicos aparece el carro formando parte de los ritos fúnebres y otras ceremonias religiosas.
Sin embargo, el problema del origen de las lenguas aún no ha sido resuelto por falta de pruebas materiales. Dos de ellas son fundamentales para el conocimiento de la humanidad y su avance cultural: monogénesis (origen único de los diferentes linajes de homínidos y lenguas) o poligénesis (procedencia de múltiples linajes).
Algunas doctrinas religiosas sitúan el nacimiento de la humanidad a partir de una semilla germinada por el soplo de Dios en el jardín del Edén, espacio de imposible localización geográfica y arqueológicamente indemostrable. Por su parte, los científicos, sin descartar una explicación enmascarada bajo el mito de Adán y Eva, se inclinan por el origen poligenético de nuestros antepasados en el marco del denominado protomundo.
Los contactos con culturas del occidente asiático se manifiestan también en la coincidencia de temas mitológicos, por ejemplo, el robo de las manzanas de las Hespérides por parte de Hércules, y otras leyendas similares que se repiten en los pueblos nórdicos y celtas. Por otro lado, las lenguas semíticas y las indoeuropeas coinciden en identificar al hombre con la tierra. El enraizamiento de las lenguas indoeuropeas en la zona central de Anatolia lo sugiere también la abundancia de palabras tomadas de varios lenguajes que allí florecieron, tales como el semítico, kartveliano, sumerio y egipcio.
Según Andrés Muni, la arqueología, la paleo-demografía y la geografía lingüística cada vez aportan nuevos datos acerca de la probable dispersión del hombre moderno desde las regiones lacustres de África hacia Asia, Australasia y América via Beringia (estrecho de Bering).
Al mismo tiempo, la actividad humana -fabricación de artefactos, intercambios comerciales, innovaciones culturales- forma parte del proceso general de adaptación de la especie. Por consiguiente, se supone que las lenguas han tenido que seguir la misma ruta que los hablantes.
La glotocronología es una división de la lingüística encargada de fijar la antigüedad de las lenguas.
Según los cálculos del profesor Johanna Nichols, expuestos en 1998 ante la Academia de Ciencias de California, la edad del lenguaje humano es superior a los 130.000 años si tiene un origen monogenético y 100.000 si es poligenético, procedente de al menos 10 cepas distintas.
Tanto en un caso como en otro pudo haberse producido una evolución gradual del lenguaje premoderno al moderno, o bien un cambio drástico en el seno de una o varias ramas de homínidos.
La colonización debió ocurrir, siempre partiendo de África, en sentido de sur a norte y de oeste a este. La combinación de movimientos migratorios y cambios lingüísticos divergentes ayudó a desplegar, por ejemplo, el enorme abanico lingüístico de Nueva Guinea (Irian Jaya y Papúa), donde todavía permanecen vivas 1.075 lenguas distintas en un espacio reducido.
El número plausible de pobladores de cada asentamiento no excedería los 500 individuos. La vecindad entre ellos, la exogamia y la introducción de la agricultura generarían un renovado bilingüismo o plurilingüismo y también fenómenos lingüísticos convergentes. Derek Bickerton, lingüista y profesor emérito en la Universidad de Hawai , Manoa, ha hecho un interesante análisis de un imaginario protolenguaje, como pudiera haberlo hablado el hombre primitivo, a partir de los marcadores genéticos de las lenguas modernas.
Conviene aclarar que la presencia de rasgos comunes a dos o más lenguas no significa necesariamente que hayan estado emparentadas, sino que acaso sean el reflejo de un contacto entre ellas en el pasado.
Por otra parte, si bien es cierto que nuestros genes, desde el punto de vista biológico, llevan la señal de nuestros antepasados, ello no implica que nosotros también seamos portadores de su legado lingüístico más allá de unas cuantas generaciones. Tenemos suficientes muestras.
Por ejemplo, los búlgaros descienden en gran parte de los turcos pero se expresan en una lengua eslava; la mayoría de los norteamericanos -estadounidenses y canadienses- hablan inglés o francés, tras haber olvidado las lenguas de sus abuelos -alemán, sueco, holandés, lituano, italiano, afro-seminole, apache, cherokee, inuktitut, etc.-; los franceses hace siglos que abandonaron las lenguas gálicas prerromanas; del antiguo ibérico apenas quedan rastros en las actuales variantes romances hispánicas.
Es, pues, muy arriesgado afirmar quién hablaba qué lengua 6.000 años atrás, aunque se conoce con relativa precisión el estado actual de unas 8.000 lenguas pertenecientes, según Nichols, a 300 familias y 200 linajes.
Hecha la salvedad de que es imposible, al menos por ahora, extraer pruebas irrefutables sobre el verdadero perfil del lenguaje de nuestros antecesores más remotos y su posterior evolución, Bickerton se pregunta si la introducción de la sintaxis se produjo en virtud de una mutación en el desarrollo cerebral del homo sapiens sapiens.
La posible analogía del protolenguaje con lenguajes primarios, tales como los que practican ciertos investigadores con antropoides, así como algunos dialectos pidgin actuales, no debe llevarnos a concluir que haya habido un avance progresivo y significativo del protolenguaje hasta alcanzar la complejidad sintáctica y léxico-semántica de nuestros sistemas.
En realidad, el desarrollo de la sintaxis es posterior al de la semántica y la pragmática. Hay numerosos estudios que confirman la transición del lenguaje infantil, basado en componentes léxicos utilizados como soporte del significado y su contexto, hacia formas progresivamente gramaticalizadas a medida que se incrementan las necesidades comunicativas y la experiencia sociocultural de los hablantes.
A nosotros nos parece una tarea innecesaria hacer una abstracción de la estructura del lenguaje moderno y analizarla con independencia de sus funciones comunicativas. No podemos ignorar que el lenguaje sólo adquiere significado en el contexto social y cultural en el que se produce y, por consiguiente, su despliegue viene determinado por la observación directa de los comunicantes sobre las reacciones de sus interlocutores ante los estímulos verbales.
Un pidgin es un interlingua simplificada y usada por individuos de comunidades que no tienen una lengua común, ni conocen suficientemente alguna otra lengua para usarla entre ellos. Los pidgins han sido comunes a lo largo de la historia en situaciones como el comercio, donde los dos grupos hablan lenguas diferentes, o situaciones coloniales en que había mano de obra forzada (frecuentemente entre los esclavos de las colonias se usaban temporalmente pidgins).
En esencia, un pidgin es un código simplificado que permite una comunicación lingüística escueta, con estructuras simples y construidas azarosamente mediante convenciones, entre los grupos que lo usan. Un pidgin no es la lengua materna de ninguna comunidad, sino aprendido o adquirido como segunda lengua.
Los pidgins se caracterizaban por combinar los rasgos fonéticos y morfológicos y léxicos de una lengua con las unidades léxicas de otra, sin tener una gramática estructurada estable. El pidgin no es habitualmente el lenguaje materno de ningún grupo étnico o social, sino que suele ser la lengua que emplea un inmigrante en su nuevo lugar de residencia, o una lingua franca empleada en una zona de contacto intenso de poblaciones lingüísticamente diferenciadas, como por ejemplo un puerto muy activo. Los pidgins fueron frecuentes también en las colonias, mezclando elementos de la lengua de la nación dominante con los de los nativos y los esclavos introducidos en ella.
El hablante del pidgin emplea las estructuras formales de su lengua materna, a las que completa con vocablos de la lengua de su interlocutor; puesto que se emplean para mantener comunicaciones entre individuos con competencias lingüísticas diferentes, su gramática normalmente suele reducirse a lo indispensable. Es comúnmente aceptada la idea de que si un pidgin se estabiliza como lengua de un grupo, de modo que llega a tener hablantes nativos, empieza a convertirse en un creole o lengua criolla, la cual se caracteriza por adquirir, sobre la base del pidgin, todas las características de una lengua natural completa; sin embargo algunos lingüistas, como Salikoko Mufwene, consideran que este hecho no está bien demostrado.
El pidgin más antiguo del que se tiene noticia es la lingua franca o sabir, un dialecto empleado por los marinos y mercaderes del Mediterráneo desde el siglo XIV que continuó en uso hasta finales del siglo XIX. Muchos otros pidgins se han originado en la actividad comercial de los europeos. El pidgin de Guangzhou –del que una etimología popular hace derivar en el propio término “pidgin“– se originó en los puertos chinos para la negociación.
Otra rica fuente de pidgins fue la introducción en las colonias americanas y caribeñas de esclavos de origen africano; la combinación de las distintas lenguas que éstos hablaban –puesto que los esclavistas capturaban indistintamente a miembros de distintas etnias, muchas veces desconocidas u hostiles entre sí– con las lenguas de los terratenientes coloniales y los nativos amerindios dio lugar a numerosas mezclas, de las cuales la mayoría se estabilizaron al final en lenguas criollas.
En Sudamérica, la combinación del portugués, el español y las lenguas tupí-guaraníes dio origen a la Língua geral o ñẽen’gatú, hablado en la cuenca del Amazonas y empleada para los ritos umbanda hasta el día de hoy. El origen del término no está claro. Se ha sugerido que la palabra se tomó de la pronunciación china de la palabra inglesa business (“negocios“), pero podría deberse también a la expresión pigeon English (“inglés de paloma“), en referencia a la paloma mensajera.
La palabra china para pidgin, yáng jīng bīn, tuvo su origen a partir del nombre del río Jīng, situado a lo largo de la frontera entre las tierras arrendadas a franceses e ingleses en Shanghái. Pidgin English es el nombre dado por los anglohablantes al pidgin sino-anglo-portugués usado para el comercio en Guangzhou durante los siglos XVIII y XIX.
En China esta lingua franca recibió el nombre de inglés de Guangzhou. Ciertamente los pidgin poco evolucionados son sistemas altamente lexicalizados (aquellos en los que el significado de los enunciados se apoya en las palabras, con escasos testigos de la función gramatical). La falta de una estructura comparable a la de las lenguas lexificantes o lenguas superestrato (las que aportan el mayor número de componentes léxicos) les da un aspecto primario.
Sin embargo, su reducido inventario funcional -describir cosas o personas y referir episodios- obedece más a las limitaciones comunicativas de los hablantes en el entorno en el que se mueven que a la posibilidad real de ampliarlas a medida que se ensanchan sus horizontes comunicativos.
De hecho, bastantes pidgin -por ejemplo, el inglés dialectal que se habla en Jamaica- han crecido hasta alcanzar un grado de sofisticación similar a la de los lenguajes con plena operatividad, es decir, capaces de expresar complejas funciones referenciales, artísticas y metalingüísticas y servir de herramientas de cohesión social, para describir el propio lenguaje, transmitir estados emocionales o ideas abstractas y crear formas artísticas.
Esta circunstancia no se puede producir, lógicamente, en la jaula de un chimpancé sometido a experimentación con semantemas visuales.
Las condiciones previas que se requieren -tal vez simultáneamente, aunque en un largo trayecto evolutivo- son, en primer lugar, una radical transformación de los órganos de fonación; por ejemplo, en el hombre la epiglotis no está en contacto con el paladar blando, como en los primates, disposición anatómica que resulta esencial para la articulación del lenguaje.
De igual manera tiene que producirse un notable incremento en el tamaño del cerebro, una adecuada distribución y potente desarrollo de la red neuronal para procesar y transmitir la información.
Finalmente, es imprescindible un encuentro sostenido con el linaje adecuado para comenzar a explorar los matices de cada episodio comunicativo y enriquecer el campo de la experiencia individual y colectiva. Existen datos sobre la variación lingüística enormemente perturbadores: el incremento de hablantes a lo largo de la historia produce un desgaste más o menos intenso de dichas lenguas, que se ven afectadas por numerosos fenómenos de hibridación, reducción, simplificación o relevo de sus engranajes estructurales.
Basta comparar la elaborada sintaxis del latín o el antiguo germánico con la de las modernas lenguas románicas y el inglés para observar la pérdida masiva de componentes paradigmáticos (por ejemplo los morfemas que indican el caso en el nombre o la persona en el verbo), a favor de los sintagmáticos (horizontales o lineales, como los clíticos, las preposiciones que señalan el caso o los pronombres que indican la persona del verbo).
Asimismo se conjetura que en el transcurso de mil años se pierde o es reemplazado un 20% de la masa léxica de cada lengua. Como contraste, ciertos idiomas cuyo número de hablantes es estable o se halla en progresivo declive no se ven tan afectados por cambios estructurales profundos, ya que la incidencia de la variación también es menor en virtud de la escasa innovación léxica o semántica de dichos hablantes.
Islandia, junto al Ártico, y Pitcairn, un islote perdido en el Pacífico, son magníficos enclaves donde se puede admirar, respectivamente, la longeva estabilidad del antiguo nórdico y la de un inglés semicriollizado anclado en el siglo XVIII.