La ciencia occidental comienza a confirmar lo que diversas tradiciones espirituales ancestrales venían afirmando hace milenios, que la práctica regular de la meditación no solo mejora nuestra salud sino que es capaz de operar cambios profundos que alteran la estructura de nuestro cuerpo y nuestra mente.
José Gregorio González
11 de Marzo de 2020 (16:45 CET)
Un equipo español ha mostrado que un grupo de meditadores tenía de media un 7% más de materia gris en sus cerebros respecto de un grupo equivalente de no meditadores.
El protocolo seguido en la investigación sorprende por su aparente sencillez: un yogui se introduce en el sofisticado y ruidoso túnel de un escáner de resonancia magnética, mientras el moderno aparato custodiado en el Hospital Universitario de Canarias cartografía al detalle su cerebro.
El protocolo seguido en la investigación sorprende por su aparente sencillez: un yogui se introduce en el sofisticado y ruidoso túnel de un escáner de resonancia magnética, mientras el moderno aparato custodiado en el Hospital Universitario de Canarias cartografía al detalle su cerebro.
El doctor en física y profesor de la Universidad de La Laguna Sergio Elías Hernández es el impulsor, desde hace casi diez años, de una serie de estudios que de manera escalonada han ido incrementando el alcance de sus hallazgos, logrando notoriedad y reconocimiento internacional.
Estas investigaciones han venido a sumarse a lo que Daniel Goleman y Richard J. Davidson, dos de las figuras internacionales más relevantes en este campo, describen como el fenómeno de aceleración que actualmente vive el estudio científico de la meditación, un interés académico inexistente hace cuarenta años y que ha permitido pasar de 1.135 estudios registrados sobre neurociencia contemplativa en 2014 a 6.838 en 2016.
La bioquímica Perla Kaliman se refiere a este boom como una «explosión en la investigación científica acerca de los efectos positivos de las prácticas meditativas sobre la regulación emocional y atencional y su impacto a múltiples niveles, por ejemplo, en la estructura y la función del cerebro, en el sistema inmunitario y proceso de inflamación, en el envejecimiento celular y en la regulación epigenética».
«Meditar provoca cambios en la estructura y la función del cerebro, en el sistema inmunitario y proceso de inflamación, en el envejecimiento celular y en la regulación epigenética», Perla Kaliman, bioquímica.
Entre las diversas tradiciones meditativas existentes, el ingeniero canario ha optado por la meditación Sahaja Yoga o meditación del silencio mental, que persigue la llamada «conciencia sin pensamiento» y que conoce muy bien por ser él mismo un experimentado practicante.
Según reconoce, optar por ella se debe a que desde la primera meditación «permite percibir el estado de los centros energéticos descritos en la tradición oriental con el nombre de chakras.
Según reconoce, optar por ella se debe a que desde la primera meditación «permite percibir el estado de los centros energéticos descritos en la tradición oriental con el nombre de chakras.
Cuando un chakra está débil, podemos notar calor en los puntos reflejos de las manos. Hay una objetividad, porque cuando se tiene una meditación profunda y se llega al estado de consciencia sin pensamientos se percibe una brisa fresca en las manos y por encima de la cabeza», explica Sergio Elías Hernández.
Resultados del estudio
Tras el primer experimento, el equipo español afrontó el segundo reto, cuyos resultados han generado una notable expectación desde que fueron dados a conocer en marzo de 2016, a través de la revista científica Plos One, la de mayor volumen de todo el mundo en cuanto a publicaciones y diversidad temática.
Básicamente, se comparó, mediante una técnica denominada Morfometría Basada en Voxeles, la anatomía cerebral de veintitrés experimentados meditadores de Sahaja Yoga con la de otros tantos sujetos no meditadores, todos ellos con valores equivalentes en edad, género y nivel educativo, detectándose en los meditadores un mayor volumen de materia gris en todo el cerebro.
Es significativo que los no meditadores no mostraron más materia gris que los meditadores en ninguna parte de sus cerebros. Como advierte Elías Hernández, los meditadores «tenían un volumen significativamente mayor de materia gris en todo el cerebro, en torno al 7%. Esto, que sepamos, es la primera vez que ocurre al comparar grupos de voluntarios sanos.
En los demás estudios se muestran expansiones en áreas muy concretas del cerebro relacionadas con la actividad específica desarrollada, pero esta expansión en áreas concretas hasta ahora nunca se ha traducido en una diferencia en volumen en todo el cerebro estadísticamente significativa, como nosotros hemos mostrado».
Este hallazgo no sólo certifica la neuroplasticidad de nuestro cerebro, calibrando incluso el porcentaje de materia gris desarrollada como producto de la meditación, sino que además localiza esos engrosamientos de materia gris en regiones cerebrales específicas, que están directamente relacionadas con las capacidades superiores atribuidas tradicionalmente a la meditación habitual y disciplinada.