En su obra “La Maldición de Yig“, H.P Lovecraft relaciona a su dios serpiente Yig con la deidad de la mitología americana Quetzalcóatl. Lovecraft era un amante de la mitología y para crear sus misteriosos hombres serpiente seguramente se inspiró en dichos mitos. Tal vez civilizaciones como las de los indios hopi, los indios anasazi, los toltecas, los olmecas, los mayas, unos misteriosos seres barbudos de raza semita, etc… estuvieron relacionados de alguna manera, sea de manera pacífica o de manera violenta.
Una civilización desconocida construyó un sistema habitable de subterráneos en el subsuelo americano. Los indios hopi, asentados en el estado norteamericano de Arizona, y que afirman proceder de un continente desaparecido en lo que hoy es el océano Pacífico, tal vez Mu, recuerdan que sus antepasados fueron instruidos y ayudados por unos seres que se desplazaban en escudos voladores, y que les enseñaron la técnica de la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas. Muchas otras leyendas y tradiciones indígenas del continente americano hablan de la existencia de redes de comunicación y de ciudades subterráneas. Existe una nutrida literatura y suficientes investigadores que mantienen la hipótesis de que debajo de la superficie de nuestro planeta habitan seres inteligentes desconocidos por nosotros. Existen diversas hipótesis acerca de la posibilidad de que inteligencias procedentes de fuera de nuestro planeta posean puntos de apoyo subterráneos o subacuáticos en el planeta Tierra.
Las posibilidades de conectar con este mundo subterráneo aflora en muchas narraciones de los indios del Norte, del Centro y del Sur de América, que han sido recogidas desde la época de la conquista hasta nuestros días. Los indios hopi afirman que sus antepasados proceden de unas tierras hundidas en un pasado remoto en lo que hoy es el océano Pacífico. Y que quienes les ayudaron en su éxodo hacia el continente Americano fueron unos seres de apariencia humana que dominaban la técnica del vuelo y la de la construcción de túneles e instalaciones subterráneas. Los indios Hopi pertenecen al grupo de antiguos habitantes de la meseta central de los Estados Unidos. Sus costumbres y tradiciones se adentran en lo más profundo de la prehistoria. Pero su tierra natal no es su actual emplazamiento, sino que está situada en un lejano territorio que los Hopi llamaban Kasskara. Allí fueron víctimas de guerras y cataclismos que a punto estuvieron de exterminar a toda su raza.
Kasskara era el nombre de un gran continente situado donde hoy se encuentra el Océano Pacífico. Dice la tradición que América del Sur todavía no existía por hallarse aún bajo las aguas, pero sí había un lugar llamado “País del Este”, tal vez la Atlántida, cuyos habitantes tenían el mismo origen. Y serían aquellos habitantes del Este los primeros en desobedecer las leyes del Creador, Dayowa, entablando guerras contra los pueblos situados aún más al Este. Aquellos belicosos moradores del país del Este también quisieron conquistar Kasskara y utilizaron para ello potentes armas, que recuerdan las que se detallan en el Mahabhárata, texto épico-mitológico de la India.. En el primer mundo los hombres se relacionaban con unos seres “altos, respetados, sabios”, a los que llamaban katchinas. Eran seres visibles, de forma humana, procedentes de un sistema estelar formado por doce planetas y muy alejado de la Tierra. Se desplazaban en lo que los hopi describían como escudos volantes o pájaros tronantes, y dominaban el arte de cortar y transportar enormes bloques de piedra, así como de construir túneles e instalaciones subterráneas, lo que explicaría la gran red de túneles que se han encontrado en toda América. Al ser atacada Kasskara, la tierra tembló bajo el impacto de grandes explosiones, pero los katchinas colocaron un escudo para proteger a unos cuantos elegidos, que seleccionaron para vivir en el siguiente mundo. El País del Este y Kasskara se hundieron bajo las aguas. Los katchinas trasladaron a los elegidos a nuevas tierras, mientras que otros se salvaron a bordo de embarcaciones y hubieron de recorrer gran número de islas. Un día los katchinas les dejaron, regresaron a las estrellas y así terminó el tercer mundo. Los primeros katchinas se estima que llegaron hace unos ochenta mil años y erigieron una ciudad a orillas del lago Titicaca, a la que llamaron Tautoma, “la tocada por el brazo del Sol”, hoy conocida por Tiahuanaco. La cordillera andina se había desnivelado por causa de un cataclismo anterior. La antigua ciudad de Tiahuanaco fue en aquel tiempo un gran puerto de mar y una gran ciudad. Más tarde, por un nuevo cataclismo, Tiahuanaco se vio alzada y luego sumergida, lo que produjo la diáspora. Los hopi descienden de los que se dirigieron hacia el norte y entre sus recuerdos más antiguos está el obstáculo insalvable de una inmensa pared de hielo, que les obligó a retroceder. Seguramente era antes de que finalizase la última era glacial. Diversos clanes decidieron construir una gran ciudad, a la que dieron el nombre de “Ciudad Roja”, que los hopi identifican con la ciudad maya de Palenque.
Para el investigador británico James Churchward ese país de Kasskara era el “país de Mu”. Investigando por todo el mundo acerca del continente perdido de Mu, Churchward llegó a la conclusión de que se habría extendido desde el Norte de las Islas Hawaii, hacia las Islas Fidji y Pascua en el Sur. Probablemente lo más asombroso de todo es el hecho de que los polinesios, que habían estado aislados del resto del mundo por más de 12.000 años, tienen tradiciones idénticas al relato bíblico de la creación. De acuerdo con la tradición hopi, la historia de la Humanidad está dividida en períodos que ellos denominan mundos, los cuales están separados entre sí por terribles catástrofes naturales. El primer mundo sucumbió por el fuego, el segundo por el hielo y el tercero por el agua. Nuestro actual mundo, que es el cuarto según sus profecías, está tocando a su fin, y dará paso a un nuevo mundo en un futuro no muy lejano. En total, la Humanidad deberá recorrer siete periodos o mundos. De los katchinas aprendieron a observar las estrellas, cortar raíces, aplicar leyes y una larga lista más de actividades. Se multiplicaron como pueblo, y de ellos surgieron nuevos clanes y naciones que se extendieron por toda América. Los katchinas ayudaron a los elegidos a trasladarse a nuevas tierras. Este hecho marcó el fin del tercer mundo y el comienzo del cuarto. La población, de acuerdo con el recuerdo tradicional de los hopi, llegó a la nueva tierra por caminos diferentes. Los seleccionados para recorrerla, inspeccionarla y prepararla, fueron llevados allí por aire, a bordo de los escudos volantes de los katchinas. El resto de la población tuvo que salvar la enorme distancia a bordo de barcas. Es preciso aclarar que, desde el primer mundo, los humanos estaban en contacto con los katchinas. Se trataba de seres visibles, de apariencia humana, que nunca fueron tomados por dioses, sino solamente como seres de conocimientos y potencial superiores a los del ser humano. Eran capaces de trasladarse por el aire a velocidades gigantescas, y de aterrizar en cualquier lugar. Dado que se trataba de seres corpóreos, precisaban para estos desplazamientos unos artefactos voladores que recibían diversos nombres. Hoy en día los katchinas ya no existen en la Tierra. Un día los katchinas les dejaron, regresaron a las estrellas y los pueblos olvidaron las enseñanzas de sus maestros. Los hopi, como fieles seguidores de las tradiciones de sus antecesores, continúan esperando el regreso de sus maestros para cuando termine el mundo actual.
A la espera de este ansiado regreso, los hopi han venido fabricando rigurosamente, con el mismo diseño generación tras generación, unas máscaras y muñecos que al igual que sus maestros llaman katchinas. Estos muñecos portan extrañas indumentarias y cascos, así como representaciones de animales con una fuerte connotación simbólica, para resaltar el carácter individual de los verdaderos katchinas, o maestros, a quienes representan. También estos muñecos son una manera idónea para que los niños jueguen, no se asusten y reconozcan a los katchina cuando estos regresen de nuevo. Según los hopi, las primeras señales proféticas para que esto suceda, ya están apareciendo. Tal como hemos indicado, los indios hopi han vivido en el desierto del norte de Arizona durante miles de años. Este paisaje árido era el lugar donde los dioses de los hopi les dirigieron para construir una serie de aldeas formadas por pueblos, lo que hoy llamaríamos complejos de apartamentos de piedra. Aquí los hopi lograron prosperar con sólo el cultivo de maíz, frijol y calabaza, con muy pocas precipitaciones y casi sin riego. Los Hopi construyeron lápidas de piedra. En ellas hay inscripciones alusivas a todo cuanto ocurrirá después de la próxima depuración. Esas lápidas anunciaron a los Hopi que primero llegarían gentes acompañadas de extraños animales tirando de cajas, o tal vez vagonetas, y que más tarde las cajas se moverían por sí solas (probablemente trenes y automóviles). Les dijeron también que se extendería un hilo plateado a través de la tierra. Leyeron también que verían telas de araña en el cielo a través de los cuales la gente podría hablar (seguramente líneas telefónicas), y que llegaría el momento en que el águila caminaría sobre la luna. Cuando el astronauta americano Neil Amstrong bajó de su nave espacial al suelo lunar y dijo: “El águila ha tomado tierra”, se cumplió la profecía Hopi. Predijeron también que llegaría la hora en que dos potencias sacudirían la Tierra por dos veces. El símbolo de una de ellas sería el Sol naciente (Japón), y el de la otra sería el signo de las cuatro direcciones (la esvástica alemana). En los dibujos rupestres de Oraibi, la colonia más antigua de los hopi en Arizona, se ve una mujer sentada en un escudo abombado hacia arriba, y debajo una flecha con plumas que significa “velocidad”.
Al llegar al nuevo continente, los indios se multiplicaron, formaron tribus y se separaron en clanes. Algunos emigraron hacia el norte, entre ellos los antepasados de los hopi, quienes recibieron este nombre al llegar a Oraibi y ser aceptados allí. A su vez los hopi formaron nuevas tribus que se establecieron en la alta montaña y la selva virgen, de forma semejante a los aztecas e incas. La tradición hopi habla de la ciudad Palátquapi (tierra roja) que sus antepasados erigieron en Centroamérica y que figura como centro de las ciencias. Palátquapi tiene un edificio de tres plantas que servía para la enseñanza. Se llega a él por una escalinata en la que cada peldaño equivale a un grado más alto del saber. En la planta baja se aprende la historia de su pueblo, en la primera Historia Natural, incluida la composición de las materias (química) y el respeto a la naturaleza, reverenciada en las ceremonias hopi junto con el poder del ser deifico. Una de las más intrigantes leyendas hopi implica a la Gente Hormiga, que fueron cruciales dos veces para la supervivencia de los hopi. El llamado Primer Mundo fue aparentemente destruido por algún tipo de vulcanismo o por el impacto de un asteroide. El Segundo Mundo fue destruido por los glaciares de la edad de hielo o por una inversión de los polos. Durante estos dos cataclismos, los miembros de la tribu hopi fueron guiados por una nube de extraña forma durante el día y una estrella en movimiento por la noche que los llevó ante el dios del cielo dios llamado Sotuknang, que finalmente los condujo hasta la Gente Hormiga, que escoltó a los Hopi a cuevas subterráneas donde encontraron refugio y sustento. En esta leyenda, la Gente Hormiga es retratada como gente generosa y trabajadora, que alimentaban a los hopi cuando los suministros escaseaban, y les enseñaban las ventajas del almacenamiento de los alimentos. Como sabemos, en invierno las hormigas permanecen en las profundidades de sus pequeñas colinas subterráneas. Estas estructuras son similares en la forma a las kivas Hopi, que son cámaras subterráneas para la oración comunitaria. Casualmente la palabra sánscrita ki significa “hormiguero” y va significa “morada”. Cada febrero los hopi realizan dentro de sus kivas la Danza de los frijoles, llamada Powamu. Durante este tiempo, los fuegos se mantienen ardiendo continuamente, convirtiendo estas estructuras en cálidas casas.
El ritual conmemora un momento en que la Gente Hormiga enseñó a los hopi cómo hacer germinar los granos dentro de las cavernas para poder sobrevivir. Es interesante notar que el dios del cielo babilónico fue llamado Anu. La palabra hopi para “hormiga” es también anu , y la raíz de la palabra hopi naki significa “amigos.” Por lo tanto, los Anu-Naki de los hopi, o “amigos de hormigas”, podrían haber sido los mismos que los sumerios Anunnaki, los seres que una vez llegaron a la Tierra desde los cielos. La Gente Hormiga puede también haber estado en el antiguo Egipto. Akenatón, el faraón de la 18ª dinastía, que gobernó de 1351 a 1334 antes de Cristo, se muestra en algunas representaciones con un cráneo alargado como la forma de la cabeza de una hormiga. Sus ojos almendrados y el cuello son como los de la hormiga, y también la serpiente o el buitre en sus Uraeus asemejan a las mandíbulas de la hormiga. El uræus, o ureus, es una representación de la diosa Uadyet. La imagen del uræus constituyó el emblema protector preferente de muchos faraones, quienes eran los únicos que podían portarlo como atributo distintivo de la realeza. El uræus tenía forma de cobra y, algunas veces, portaba la corona Roja del Bajo Egipto y la corona Blanca del Alto Egipto. La diosa cobra Uadyet, solía figurar junto a la diosa buitre Nejbet, como representantes del Alto y Bajo Egipto. Asimismo, Akenatón tiene brazos y piernas delgados como los de la hormiga, y su parte superior del cuerpo se parece al tórax de la hormiga, mientras que la parte inferior refleja el abdomen de la hormiga. El tipo de cuerpo de Akenatón puede ser comparado específicamente a la Hormiga Faraón (Momomorium pharaonis), que se originó en África occidental. También tiene una cabeza alargada, el cuerpo de un color amarillo a marrón rojizo, y un abdomen más oscuro, con un aguijón. Quizás es más que una coincidencia que la palabra egipcia sahusignifique “estrellas de Orión”, mientras que la palabra hopi sohu significa “estrella”, las más importante de las cuales son las de la constelación de Orión.
Cuenta una leyenda hopi que hace cientos de años tomaron la decisión de escindirse de otro grupo mayor por no aprobar su violencia. Muchos historiadores creen que este pueblo se llamaba Anasazi. La de los anasazi fue una de las primeras culturas de la historia en utilizar viviendas de varias alturas. Aún sin conocer el metal y con grandes limitaciones técnicas, crearon sistemas de riego artificial, poseyeron avanzados estudios astronómicos y construyeron asentamientos que se convirtieron en ciudades. Era una civilización que florecía. El espacio ocupado por los bosques se iba reemplazando paulatinamente por cultivos y construcciones. A medida que el poder de los anasazi, crecía su consumo de recursos. Súbitamente, un mal día se inició un periodo de sequía que los chamanes decidieron apaciguar con rituales y sacrificios. Pero las súplicas nunca fueron escuchadas y las lluvias no llegaron. De la noche a la mañana se encontraron prisioneros dentro de grandes poblaciones. Sin agua ni comida, con los bosques más cercanos a muchos kilómetros de distancia, el paraíso se había transformado en un pedregal tallado en medio del desierto. Agotados los recursos, lo tuvieron que abandonar todo y buscar nuevos caminos, dejando tras de sí un misterioso tesoro arqueológico. Y al diseminarse, como si fuese una torre de Babel americana, nacieron muchos de los pueblos nativos americanos, los mismos indios nómadas que hicieron de la veneración a la madre naturaleza la razón de su existencia. Los anasazi fue un pueblo que desapareció repentinamente en el 1.300 d. C. Tenemos conocimiento sobre los indios anasazi gracias a las construcciones de esta cultura que se conservan. Los anasazi, «ancianos» en idioma navajo, habitaron esta región durante más de mil años y desarrollaron una sofisticada sociedad, una compleja cosmología, extensas relaciones comerciales y grandes habilidades constructivas, pero aún no se sabe por qué en el siglo XIII abandonaron sus ciudades. Esto recuerda al comportamiento de los mayas.
El Parque Nacional de Mesa Verde reúne la mayor concentración de edificios anasazi. Entre ellos destaca el Cliff Palace, con cuatro pisos de altura. Algunas ruinas sólo pueden ser visitadas por pequeños grupos, y otras no son aptas para todo el mundo, ya que los anasazi construían a veces en lugares casi inaccesibles. El suroeste de Estados Unidos es la zona del país donde los distintos grupos de indios americanos han mantenido más su cultura, su lengua, sus tradiciones y su dignidad. Los navajos constituyen el pueblo más numeroso, con más de 250.000 miembros, lo que supone un milagro, teniendo en cuenta que hace 150 años fueron casi exterminados. Su reserva ocupa más de 60.000 kilómetros cuadrados al sur y al este del Gran Cañón. En medio de la reserva se hallan los hopis, con solo10.000 miembros, que poseen una compleja y fascinante cosmología aún viva. Más al sur hay reservas apaches, mientras que en Nuevo México están los indios pueblo, que se consideran descendientes de los anasazi. Mesa Verde, al sudoeste de Colorado, es una tierra de cañones escarpados y elevadas mesetas donde se asientan algunas de las ruinas prehistóricas más impresionantes de los Estados Unidos y uno de los mayores misterios de la arqueología norteamericana. Desde que estos pueblos abandonados fueron descubiertos a finales del siglo XIX, no han dejado de desconcertar a visitantes y arqueólogos. Todavía nadie ha podido explicar por qué los indios anasazi construyeron increíbles asentamientos en cañones escarpados, para luego abandonarlos unas décadas después, para no volver. En realidad no se sabe por qué esta avanzada civilización desapareció de repente. Muchos arqueólogos piensan que los antiguos anasazi tenían un lado oscuro, que se manifestó en forma de matanzas e incluso de canibalismo. Pero no se sabe si estos actos violentos explicarían su traslado a la zona de cañones escarpados. La mayoría de los arqueólogos piensa que se produjeron enfrentamientos. Tuvo que haber algún motivo que les obligo a tener que reiniciar su vida en esos lugares, y luego, alejarse. En aquellos cañones, con enormes precipicios, representaba un esfuerzo enorme construir aquellas poblaciones, un esfuerzo aparentemente solo justificable si estuvieran huyendo de algo.
En las excavaciones efectuadas se han obtenido cientos de piezas de cerámica, así como restos humanos y de animales mutilados. Estos restos no encajan con una imagen de los anasazi como un pueblo pacífico. Parece evidente que no se marcharon pacíficamente. Este lugar, evidentemente, marco el final de un periodo para ellos. Según Archie Hansen, director del equipo de arqueólogos que trabajan en Mesa Verde: “Aquí encontramos restos de muerte y violencia”. En uno de estos asentamientos había tres kivas subterráneos, que eran centros en los que se reunía la comunidad anasazi. Y, según parece, se convirtieron en el escenario de horribles matanzas. Allí se han encontrado pruebas de violencia extrema y de canibalismo. Archie Hansen nos dice: “hay indicios claros de canibalismo, como el brillo en el fondo de las vasijas, las fracturas y los huesos totalmente rotos, la medula separada de los cuerpos, los cuerpos desarticulados, las marcas de cortes y abrasiones en los restos humanos idénticas a los restos de animales que fueron consumidos, la ausencia de cráneos, de vertebras, de manos, de pies…”. Así, según las investigaciones llevadas a cabo, la violencia y una probable guerra fue lo que llevo a los anasazi a huir a los cañones escarpados. Pero es muy probable que su enemigo no fuera otro que otros grupos de los propios anasazi. El gran sudoeste de Norteamérica es un lugar de pueblos antiguos y de espíritus que todavía parecen rondar por los cañones y planicies. Hace miles de años un pueblo ancestral estuvo allí y dejó huellas de grandes ciudades, moradas en los riscos y cámaras ceremoniales llamadas kivas. Se trataba de los anasazi, y hay quienes aún creen que su espíritu sigue vivo en estas tierras. A finales del siglo XIX un gran descubrimiento tuvo lugar en el cañón del Chaco, en Nuevo México. Se encontraron catorce esqueletos en una fosa común Aparentemente fueron sacrificados en rituales secretos.
La región llamada “Las Cuatro esquinas“, conocida así por la confluencia de cuatro estados: Arizona, Utah, Colorado y Nuevo México, es para los indígenas la tierra de los anasazi. Se extinguieron hace mucho pero, según se dice, sus espíritus siguen teniendo una poderosa presencia. En 1897 un ranchero, en busca de ganado que se había alejado de un rebaño, realizó un hallazgo sorprendente. Se trataba de las antiguas moradas situadas en abruptos riscos, en Colorado. Las espectaculares construcciones y objetos encontrados eran evidencia tangible de una civilización avanzada que había desaparecido. Más tarde se encontrarían otros restos en Utah y Arizona. El 17 de octubre de 1897, cuando se buscaba una legendaria ciudad pérdida, se descubrió este mundo escondido y misterioso. Se encontraron construcciones que nunca se habían visto ni imaginado en este territorio, edificios sin cimientos de hasta cinco pisos de alto. Una de las estructuras en el centro arqueológico, que posteriormente sería llamado Pueblo Bonito, contiene más de 650 habitáculos. El cañón del Chaco es el lugar dónde se encuentran una docena de enormes complejos que incluyen más de 300 fosos perfectamente circulares. Las paredes están cubiertas de misteriosas pinturas e inscripciones. Nada hallado antes o después en Norteamérica se acerca en magnitud a lo hallado en el cañón del Chaco. Los arqueólogos se sorprendieron por la calidad y abundancia de piezas de cerámica, así como por las armas, las herramientas y la joyería. Cada una de las piezas era una obra de arte. Pero también se descubrió algo macabro en el lugar. En un pequeño habitáculo se encontró una fosa común que contenía catorce esqueletos, todos ellos cubiertos con exquisitas joyas de turquesa. Uno de los cuerpos contenía más de 400 gemas semipreciosas, por lo que se cree que era el de un personaje de alto rango. Los otros trece son mujeres y la evidencia indica que no tuvieron una muerte natural. Ello recuerda a la tradición hindú del sati. La palabra sánscrita sati se refiere al rito o acto en el que una mujer se inmola en la pira funeraria del recién fallecido marido. Las crónicas de viajeros griegos, como Aristóbulo, Estrabo y Diódoros, son la principal evidencia de la existencia de este ritual en territorio indio a principios de la era cristiana. Si bien es cierto que no se tiene certeza de cuándo exactamente y quién originó el ritual, existe literatura histórica diversa que sitúa su apogeo a partir del siglo IV. La palabra se origina en la leyenda de la diosa Sati, esposa del dios Shiva en la mitología hinduista.
Existen otras sepulturas en el cañón del Chaco, pero ninguna tan importante como la antes indicada. Pero todo ello plantea un gran interrogante. Hace 20 millones de años el cañón del Chaco era el centro de un gran mar. Pero al retirarse las aguas sólo quedó un desierto sin agua. Ello plantea el interrogante de cómo pudo florecer esta gran civilización y por qué construirían sus ciudades en este lugar. Las paredes del cañón eran la fuente del material de piedra para las construcciones, pero no se sabe de dónde provenía la madera utilizada. Los arqueólogos estiman que la gran obra de ingeniería requirió el uso de madera de unos 250.000 árboles, pero en la actualidad el paisaje es totalmente desolado y sin árboles. Muestras de las vigas indican que la madera no era de los alrededores, sino de maderas que sólo se encuentran a distancias de más de 50 millas. Para el corte y tallado de la madera se cree que se utilizaron hachas de piedra. Sin embargo, se supone que el pueblo del Chaco no disponía de carretas o caballos para el transporte de la madera. Ello plantea el interrogante de cómo pudieron transportar la madera. Los arqueólogos sitúan a los anasazi entre los años 900 y 1250 de nuestra era. No hay duda de que los pobladores de estas estructuras desaparecieron hace tiempo y no sabemos qué pasó con ellos. Tal vez algún cataclismo los hizo abandonar la zona. Pero ello plantea otro interrogante: ¿A dónde fueron?
Para los amerindios una serpiente tiene poderes mágicos. En 1925 un fotógrafo tuvo la oportunidad de ser admitido en un asentamiento indio hopi en el norte de Arizona. Era una ocasión única de filmar algo que nunca antes había sido filmado. Ritos que han permanecido casi sin cambios desde tiempos inmemoriales. Los danzantes llevan serpientes venenosas vivas que fácilmente pueden morder con efectos mortales. Colocando las víboras en sus bocas los hopi afirman ser uno con la naturaleza. Una fila de danzantes representa al antílope, cuyo galope produce el sonido del trueno cuando atraviesa velozmente la planicie. Pero las nubes deben ser inducidas a dejar caer su lluvia. Y como las serpientes pasan su vida tan cerca de la tierra, sólo ellas tienen el poder de invocar el poder de la lluvia. La lluvia es la clave de varios de los misterios del cañón del Chaco. Los anasazi eran un pueblo nómada de cazadores y recolectores, pero hace mil años dejaron su trashumancia para comenzar a construir en este lugar seco y desolado, sin que se supieran las razones. Pero el misterio fue aparentemente resuelto gracias a una moderna técnica científica. Se trata de estudiar la cronología de los anillos concéntricos de los árboles usados para construir en el cañón del Chaco. Estos anillos revelan que hace unos mil años se produjo un cambio climático, que implicó el comienzo de una época de grandes lluvias. Antes los anasazi dependían de la caza y recolección de frutos. Pero ahora podían ser agricultores, cultivar maíz, calabaza, granos y disponer de una fuente de alimento fiable. Los antiguos moradores del cañón del Chaco comenzaron a construir sistemas de irrigación. Las herramientas eran primitivas pero construyeron a gran escala. Se decía que los antiguos construyeron un gran sistema de caminos, pero los arqueólogos sólo encontraron caminos angostos. Pero más tarde los científicos comenzaron a emplear técnicas de observación aérea. Y de pronto apareció una vasta red de vías difusa entre la vegetación y las arenas del cañón. Algunas eran tan anchas como una calle moderna, mientras que otras algunas terminaban sorprendentemente en las paredes casi verticales del cañón. Se realizaron otros hallazgos a cierta distancia del cañón. Pueblo Alto es de menor importancia que Pueblo Bonito pero dio nuevas evidencias de las denominadas “Grandes Casas“.
Como ocurre frecuentemente en distintos yacimientos arqueológicos, los montículos de restos representan una fuente valiosa de información. Más de 2000 piezas de alfarería se han encontrado en este montículo de Pueblo Alto y se calcula la existencia de más de un millón de piezas. Pero este número tan alto de objetos excedía las necesidades de la población estimada. La respuesta al interrogante surgió del hecho de que los depósitos no eran regulares sino conformados por capas de distinto espesor. De las muchas imágenes del cañón del Chaco ninguna aparece con más frecuencia que la espiral, considerada de profundo significado espiritual. La espiral de Fajada es parte de un ingenioso mecanismo para seguir el movimiento del Sol. Está localizada detrás de tres enormes monolitos. Cada año, durante el solsticio de verano del hemisferio norte, un rayo de luz se introduce para formar una línea en el centro de la espiral al amanecer. Al mediodía, la llamada daga solar puede observarse en el centro de la espiral. Un evento primordial en la vida de los anasazi lo constituía la ascendencia del astro rey, con la que el calendario estaba completo. El ciclo de la vida prevalecía y la Madre Naturaleza podía continuar produciendo. En este lugar de historias y de fantasmas, las enormes cámaras ceremoniales subterráneas, llamadas kivas, lucen sombrías y amenazadoras. Pero para los antiguos pobladores eran los lugares en donde los dioses hablaban con la gente. De todas las kivas, la Casa Rinconada es la más grande y compleja, y también es la que mejor se conserva. Los techos y superestructuras de la mayoría de las kivas han colapsado, pero en la Casa Rinconada aún es posible experimentar la danza solar una vez al año. El 21 de junio ocurre un momento mágico, como ha ocurrido desde tiempos inmemoriales. La luz del amanecer penetra en la kiva a través de una pequeña ventana, dibujando así un rectángulo en la pared opuesta. Lentamente el rayo de luz sube hasta iluminar un nicho que no recibe luz en ningún otro momento del año.
Durante 250 años se supone que floreció aquí una civilización, pero en cierto momento la furia de los dioses privó a los anasazi del regalo más preciado: la lluvia. El ciclo de lluvias que permitió el nacimiento del Chaco concluyó, dando comienzo a una era de sequía. Pero para los anasazi incluso la lluvia tenía un significado. Constantemente era necesario aplacar la ira de los dioses con antiguos ritos, como una ceremonia hopi de la lluvia, en donde distintos clanes competían en juegos sagrados, de forma similar a los Juegos Olímpicos de los antiguos griegos. Miembros de los clanes serpiente y antílope corrían con pies desnudos sobre el desierto y escalaban la meseta. El ganador de la dura carrera era recompensado con una jarra de agua. Todo comenzó como una competencia sagrada, pero tal vez ya habrían perdido la conexión divina o extraterrestre. Quizá un hombre santo de los anasazi no pudo cumplir con su misión, y esto explicaría una misteriosa tumba de un gran hombre y trece mujeres. Tal vez fue un sacrificio a los dioses, para aplacarlos. Lo único cierto es que las lluvias cesaron y con ellas las cosechas. Los anasazi abandonaron el cañón del Chaco, que ya no les servía de sostén, y se vieron obligados a abandonar su paraíso. En todas las religiones los humanos pueden comunicarse con los dioses y los eventos tienen un significado que va más allá de lo físico. Quizás los dioses querían que los anasazi abandonaran el cañón del Chaco. Actualmente se cree que los hopi, suni y otras naciones indígenas de la zona son los descendientes directos de los anasazi. Puede que los navajos no lo sean, pues ellos llegaron a la zona mucho tiempo después de la desaparición de los anasazi. Pero, curiosamente, anasazi es un vocablo navajo. Después del abandono del Chaco y antes de la llegada de nuevas tribus, como los navajos, se produjo una presencia extraña a la zona. Se trataba de hombres altos con barba y montando enormes bestias nunca antes vistas, que demostrarían ser un peligro mucho mayor que las luchas entre tribus o los cataclismos naturales, como la sequía. En 1540 aparecieron los primeros europeos, concretamente los españoles. Irónicamente fueron atraídos a la zona por leyendas sobre siete grandes ciudades ricas en oro. Pero ¿era el Chaco una de ellas?
Francisco Vázquez de Coronado (1510 – 1554), fue un conquistador español. Viajó por Nuevo México y otras partes de los actuales Estados Unidos entre 1540 y 1542. Llegó al virreinato de la Nueva España acompañando al primer virrey don Antonio de Mendoza. Vázquez de Coronado llegó a la Nueva España desde España en 1535 para probar suerte en el Nuevo Mundo. Se convirtió en hombre de confianza del Virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, y ascendió rápidamente. Contrajo matrimonio con Beatriz de Estrada, hija del tesorero Alonso de Estrada. El virrey lo nombró gobernador de Nueva Galicia, trasladando su gobernación allí junto con su esposa en 1537. Vázquez de Coronado se distinguió por su habilidad para pacificar a los nativos y así en 1538 fue nombrado gobernador de la Audiencia de la Nueva Galicia en sustitución del primer gobernador de la provincia Nuño de Guzmán. En calidad de gobernador apoyó a fray Marcos de Niza a explorar el norte de la Nueva España en misión que le había conferido el virrey Antonio de Mendoza. En 1528 naufragó en las costas de Florida una expedición encabezada por Pánfilo de Narváez. De ella hubo cuatro sobrevivientes, que atravesaron a pie y durante ocho años el actual suroeste de los Estados Unidos y norte de México hasta llegar a Culiacán Sinaloa, donde encontraron una villa española. De esa expedición, Álvar Núñez Cabeza de Vaca escribió una narración titulada Naufragios. En ella describe sus aventuras y las de sus tres compañeros: Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Carranza y un esclavo llamado Esteban (Estebanico). Este último fue el primer hombre nacido en África que puso pie en lo que hoy son los Estados Unidos de América. Estebanico era moro de la etnia bereber y nació en Azemor, provincia de El Yadida, Marruecos actual, en la costa atlántica del continente africano. Estos náufragos, encontrados en Nueva España en 1536, transmitieron rumores de los indios de que más al Norte había ciudades colmadas de minerales y riquezas.
Con esos antecedentes, en 1539 fue enviado el fraile Marcos de Niza en un viaje exploratorio. Marcos de Niza regresó hablando de las riquezas de siete ciudades de oro llamadas Cíbola, de las cuales había oído hablar en su viaje. Esto despertó el interés de Coronado, que decidió partir en busca de esa mítica ciudad. La expedición tuvo lugar en 1540. En ella tomaron parte unos 800 indios mexicanos y unos 340 españoles que habían aportado dinero propio para financiar la expedición. Vázquez de Coronado hipotecó las posesiones de su mujer y pidió prestados 71 000 pesos de plata para financiar la expedición. Para ver lo que representaba esta suma de dinero, debemos decir que un trabajador de esa época ganaba 100 pesos de plata al mes. En la expedición iba una mujer, Francisca de Hoces, con su marido, Alonso Sánchez, que era zapatero en Ciudad de México. En la expedición había 11 capitanes y varios hombres que habían convivido con los indios durante 10 años o más. Llevaban 12 cañones, abundante munición, 150 soldados de a caballo y 200 infantes, ganado vacuno y semillas. La expedición se puso en marcha en 1540. Estaba compuesta por 340 españoles y cientos de indios aliados, además de ganado vacuno. Los acompañaba Marcos de Niza. Además de la expedición, que partió por tierra el 26 de febrero desde Compostela, Nayarit, en aquellos días capital de la provincia llamada reino de la Nueva Galicia, el virrey envió paralelamente otra expedición hacia California, formada por navíos que les seguían por mar al mando de Fernando de Alarcón. La expedición partiría el 9 de mayo de 1540 y se adentraría siguiendo la costa de la Nueva España en el interior del golfo de California, para luego seguir hacia el norte hasta Yuma, en la actual Arizona. A los pocos días de la partida los víveres comienzan a escasear y unos diez caballos fallecieron por portar pesadas cargas y no recibir alimentos para continuar. Tras recorrer 150 kilómetros, en marzo buscan comida en Chametla entre los indios que allí se encontraban. Pero los indios se resisten y organizan una trampa en el que el segundo de Coronado, Lope de Samaniego, es muerto por una flecha. Tras esto Coronado organiza una represalia contra los indios y capturan a ocho indios, que serán ejecutados. Dos capitanes que se habían adelantado regresan debido a lo escarpado del terreno y al mal tiempo sin haber encontrado la ciudad. Siguieron rumbo al norte por la costa occidental de la Nueva España hasta Culiacán, Sinaloa.
Desde allí, una fuerza más pequeña, al mando de Tristán de Luna y Arellano, continuó aún más al norte y tomó los pueblos de los indios zuñi en julio de 1540. Se trataba de los pueblos que les habían dicho ser las siete ciudades doradas de Cíbola. En agosto de 1540 Coronado manda grupos de exploración para informarles sobre todo. Al Este mandará a su nuevo segundo, García López de Cárdenas, que explorará el Oeste, en la zona de los indios hopi y encontrará el Cañón del Colorado. El capitán Hernández de Alvarado va hacia el Este con un cacique indígena con mostacho al que apodaron “Bigotes“, que presenta a los españoles a varias tribus a lo largo del río Grande. Hernando quiso seguir explorando más, pero Bigotes les dijo que estaba cansado y les proporcionaría un guía. Este nuevo guía usaba un sombrero particular, propio de la tribu pawnee, que a los españoles les recordaba un sombrero árabe, y es por esto que lo apodaron “el turco“. Encontraron un poblado llamado Tiguex o Tigüez, cerca de la ciudad de Santa Fe, Nuevo México, a orillas del río Grande. Hernando mandó una misiva a Coronado para instalar allí el campamento y reunirse con ellos en ese paraje, próximo al río Grande, o río Bravo para los mexicanos, cosa que hizo. Allí los españoles necesitaron ropa y otras provisiones, y las solicitaron a los indios, incluso ofreciendo dinero a cambio, pero los indios se negaron. Ello, sumado a otros episodios, provocó un levantamiento de los indios de Tiguex, que empezaron a matar los caballos de los españoles. La expedición fue atacada varias veces por los nativos, pero las fuerzas de Vázquez de Coronado las repelieron con éxito. Ese invierno hubo varios enfrentamientos. Algunos han llamado a estos enfrentamientos Guerra de Tiguex. «El turco» habló de Quivira, un rico país al noroeste.
Coronado decidió ir en busca de Quivira, tomando al «turco» como guía. Atravesó el Llano Estacado e ingresó en la pradera de los Grandes Llanos y prosiguió su marcha hacia el norte. Sin embargo, Coronado descubrió que el «turco» lo estaba engañando, o al menos eso creyó, y lo hizo ejecutar. Otros guías lo condujeron hacia Quivira, y encontró un pequeño pueblo cerca del actual Lindsborg, Kansas. La desilusión se repitió: Los indios quivira, después conocidos comowichita, no disponían de ninguna riqueza. Su poblado era de cabañas con techo de paja y ni siquiera tenían joyas de oro. En 1542 regresó a la Nueva España por la misma ruta que había utilizado. Sólo cien de sus hombres volvieron con él. Aunque la expedición fue un fracaso, continuó como Gobernador de Nueva Galicia hasta 1544. Después se retiró a la Ciudad de México, donde murió en 1554. En su viaje, García López de Cárdenas, miembro de su expedición, descubrió el Cañón del Colorado, y reunió valiosa información sobre el suroeste norteamericano. A Francisco Vázquez de Coronado lo recuerdan algunas islas, avenidas, escuelas, hoteles, urbanizaciones, centros comerciales y miles de negocios del suroeste de los Estados Unidos y norte de México, llevando su apellido Coronado. En su ciudad natal, Salamanca, y en un buen número de otras ciudades de España, existen vías públicas que llevan su nombre. Su sobrino Juan Vázquez de Coronado (1523-1565) llevó a cabo la conquista de Costa Rica y se distinguió por sus procederes humanitarios. Felipe II le concedió en 1565 el título hereditario de Adelantado de Costa Rica, que ostentaron sus descendientes hasta 1823. Fue una trágica coincidencia que las historias de los antiguos atrajeran a los destructores de su civilización. Los españoles llegaron impulsados por las noticias sobre sus tesoros, pero también por la conversión de los nativos a la religión católica. Los indígenas debían ser rescatados de sus creencias paganas, de ser necesario por la fuerza. Los hombres santos de las tribus eran torturados y asesinados, los objetos rituales eran destruidos. La población indígena fue obligada a construir misiones y a realizar otros trabajos. Pero un efecto destructivo mucho mayor fue el causado por las enfermedades traídas por los españoles, para las que los indígenas no eran inmunes. Las epidemias atacaron y casi exterminaron la población. Tuvieron lugar varias rebeliones, pero sin éxito. La gran migración de los anasazi hacia el sur fue detenida.
Entre las costumbres más destructivas del hombre blanco estaba la noción de la propiedad de la tierra, así como la posibilidad de poseer la naturaleza. Las autoridades estaban imponiendo nuevas normas en cada faceta de la vida de los aborígenes. Su cultura fue reprimida y sus largas cabelleras cortadas. Todo parecía indicar que la antigua cultura se perdería y que los lazos con el pasado serían borrados. Pero no ocurrió así. El secreto, los rituales y leyendas fueron trasmitidos de generación en generación. Las tradiciones indígenas norteamericanas siempre han girado en torno de los espíritus. Para los descendientes de los antiguos pobladores, el cañón del Chaco es un lugar sagrado. Un lugar secreto morado por los espíritus del pasado. ¿O tal vez por extraterrestres? Los anasazi ocupaban, en varios grupos, la superficie de los estados actuales de Colorado, Utah, Arizona y Nuevo México. Su civilización ha dejado varios vestigios monumentales en distintos lugares, de los cuales dos han sido clasificados como patrimonio mundial por la Unesco. Los restos encontrados por los arqueólogos demuestran un conocimiento de la cerámica, el textil y la irrigación. Además, dibujaban símbolos que no han sido descifrados y observaban los desplazamientos solares. Se considera que los descendientes actuales de los anazasi son los indios pueblo, entre ellos los zuñi y los hopi, aunque no se conoce con seguridad si hay continuidad étnica entre ellos y los antiguos anasazi, o si la continuidad es sólo geográfica. La civilización de los anasazi desapareció completamente antes de la llegada de los europeos a América. Se ignora, ya que no hay pruebas escritas, con qué nombre se designaban a sí mismos los anasazi, y su posible conexión étnica con los pueblos indígenas actuales. De hecho, el término anasazi es sólo el nombre que les dan los navajos contemporáneos al antiguo pueblo constructor de ciudades. Con toda probabilidad no habrían estado relacionados étnicamente con los navajos sino con los indios pueblo. Se usa el término “indios pueblo” para referirse a todas las civilizaciones indias autóctonas, que tienenuna arquitectura típica en pequeños pueblos, y que son presumiblemente descendientes de los anasazi. Los indios hopi utilizan más bien la palabra hisatsinom, ya que consideran la palabra anasazi como despectiva. Por último, los historiadores reagrupan bajo la designación «anasazi» a distintas culturas similares, que residieron en la misma zona: los hohokam, los mogollón y los pataya, desaparecidos todos antes del siglo XVI.
Se dispone de distintas fuentes para reconstruir la existencia de los anasazi. Una son los relatos tradicionales de los pueblos amerindios transmitidos oralmente. La artesanía y las creencias de los descendientes de los anasazi permiten formular una serie de hipótesis serias. Otra fuente la constituye el testimonio de los conquistadores españoles que exploraron la región a partir del siglo XVI. La expedición más importante, tal como ya hemos indicado, fue la de Francisco Vázquez de Coronado, que buscaba la ciudad de oro de Cibola. Las crónicas y cartas enviadas por los exploradores son una fuente muy importante de informaciones, siempre que se tomen con precaución. A finales del siglo XIX, los granjeros Charley Mason y los hermanos Wetherill descubrieron los principales emplazamientos anasazi. Las excavaciones arqueológicas empezaron realmente con el sueco Gustav Nordenskjöld. El clima árido de la región permitió una buena conservación de millares de objetos, muchos elaborados con fibra vegetal. Varios esqueletos han sido estudiados por los antropólogos, lo que ha proporcionado datos sobre la salud, la alimentación y la morfología de los anasazi. Su desaparición se ve relacionada con la leyenda del pájaro de fuego, que se cree hacia su aparición en ciertas fechas donde había una alineación estelar. Todo ello nos induce a pensar en una conexión ovni. Según las últimas teorías, los primeros asentamientos humanos en América datan de al menos hace veinte mil años. Los antepasados de los indios se establecieron en el suroeste de América del Norte hace unos doce mil años, justo coincidiendo con el posible hundimiento de la Atlántida y el final de la última era glacial. Los arqueólogos han desenterrado herramientas líticas de esta población en el asentamiento de Clovis. Cazaban grandes animales, como mamuts, que se extinguieron rápidamente. Tras la última glaciación, el clima se hizo más seco y caluroso. En América Central los olmecas practicaban las plantaciones de maíz desde el segundo milenio antes de Cristo. Fueron sustituidos por las sucesivas civilizaciones de Teotihuacán, como los zapotecas y los aztecas. Estos últimos eran contemporáneos de la época de máximo apogeo de la civilización anasazi. Con la llegada de los españoles, en el siglo XVI, las culturas amerindias sufrieron cambios radicales. Los grandes imperios americanos desaparecieron y las distintas tribus de los indios pueblo sustituyeron a los anasazi.
Se encuentra plenamente probado que durante la última glaciación, la Glaciación de Würm o Wisconsin, la concentración de hielo en los continentes hizo descender el nivel de los océanos en unos 120 metros. Este descenso hizo que en varios puntos del planeta se crearan conexiones terrestres, como por ejemplo Australia-Tasmania con Nueva Guinea; Filipinas e Indonesia; Japón y Corea. Uno de esos lugares fue Beringia, nombre que recibe la región que comparten Asia y América, en la zona en que ambos continentes están en contacto. Debido a que el Estrecho de Bering, que separa Asia de América, tiene una profundidad de entre 30 y 50 metros, el descenso de las aguas dejó al descubierto un amplio territorio que alcanzó 1500 kilómetros de ancho uniendo las tierras de Siberia y Alaska, hace aproximadamente 40.000 años. Existía entonces un puente terrestre entre Asia y Alaska, que apareció cuando los glaciares del último período glaciar estaban en su máximo, aprisionando millones de kilómetros de precipitación que normalmente habrían ido a los océanos. La falta de esa agua redujo el nivel del mar de Bering más de 90 metros, bastantes para convertir los bajos del estrecho en un puente de tierra que unía los dos continentes. Su primera formación sucedió aproximadamente hace 40.000 años, manteniéndose unos 4.000 años. Su segunda formación se produjo aproximadamente hace 25.000 años, permaneciendo hasta aproximadamente hace 11.000 a10.500 años, cuando volvieron a subir las aguas al final de la glaciación, inundando gran parte del territorio y separando Asia de América por el Estrecho de Bering. El dato más importante para establecer una teoría migratoria durante la última glaciación es el hecho de que Canadá estaba completamente cubierta de hielo durante la última glaciación, invadida por dos gigantescas placas: la Placa de Hielo Laurentina y la Placa de Hielo de la Cordillera. Esto hacía imposible la entrada al continente más allá de Beringia.
Apareció entonces la teoría del «corredor libre de hielo». Según esta teoría, en los instantes finales de la última glaciación, comenzaron a derretirse los bordes en contacto de las dos grandes placas de hielo que cubrían Canadá, abriendo un corredor libre de hielo de unos 25 km de ancho, que seguía el valle del río Yukón y luego el borde este de las Montañas Rocallosas por el corredor del río Mackenzie. Los científicos que sostienen la teoría estiman que esto ocurrió hace unos 14.000 años, aunque otros científicos cuestionan la fecha y afirman que no pudo haber sucedido hasta hace unos 11.000 años, invalidando así la posibilidad que quienes originaron las culturas de Folsom y Clovis usaran esa ruta, ya que estas ya existían en esta última fecha. Una vez abierto el corredor, los seres humanos que estaban en Beringia pudieron avanzar hacia el interior de América y dirigirse al sur. La teoría ha sido ampliamente aceptada como parte integrante del consenso de Clovis, pero no hay evidencias directas que prueben el paso de seres humanos por ese corredor. El primero en proponer la posibilidad de ese corredor fue el geólogo canadiense W.A. Johnston en 1933, y quien acuñó el término «corredor libre de hielo» fue Ernst Antevs, en 1935. A partir de esos datos cronológicos, se desarrolló entonces una teoría migratoria sosteniendo que las tribus asiáticas, que habían penetrado en Beringia, permanecieron allí varios miles de años hasta que, poco antes de finalizar la última glaciación, hace unos 10.000 años, y de que el Puente de Beringia se inundara, se formara un estrecho corredor libre de hielo que les permitió dirigirse al sur. Esta teoría se articuló con los descubrimientos de la cultura Clovis, que databan de hace unos 13.500 años, para concluir que había sido integrada por los primeros migrantes que ingresaron por el Puente de Beringia, de la que a su vez habrían descendido todas las demás culturas indoamericanas. El primero en componer un posible modelo migratorio de asiáticos hacia América a través de Beringia fue Caleb Vance Haynes, en un artículo publicado en la revista Science, en 1964. Esta explicación, conocida actualmente como teoría del poblamiento tardío o «consenso Clovis», fue aceptada en forma generalizada durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX. Más recientemente se ha fortalecido la posibilidad de que los pobladores de América, provenientes de Beringia, utilizaran una ruta alternativa hacia el sur bordeando la costa. Debido al descenso del nivel del océano, esa posible ruta se encontraba al oeste de la actual costa norteamericana y en el presente está cubierta por las aguas del océano Pacífico, complicando los estudios arqueológicos. En un reciente estudio submarino se encontró una herramienta de piedra de una antigüedad de 10.000 años a una profundidad de 53 metros. Pero todas estas teorías no invalidan las posibles conexiones con continentes desaparecidos, como Mu o la Atlántida, ni tampoco las posibles conexiones extraterrestres.
La historia de los anasazi sigue siendo un misterio debido a la ausencia de registros escritos. La arqueología permite sin embargo establecer unas fases cronológicas de fechas aproximativas. La región del suroeste de los Estados Unidos fue ocupada por poblaciones de tradición Sohara hacia el 5500 a. C. Los Cesteros se implantaron en los territorios montañosos y semiáridos poco antes de la era cristiana. Los anasazi sucedieron a los Cesteros hacia el siglo VIII. La sedentarización progresiva de los cazadores-recolectores, asociada al desarrollo de la agricultura, produjo una nueva cultura llamada de losPueblos, en referencia a las poblaciones construidas por los anasazi de Mesa Verde en los grandes cañones de Colorado. El inicio de esta cultura, llamada periodo Pueblo I, del 700 al 900 d.C., se caracteriza por pequeñas casas solitarias y el cultivo del algodón. El periodo Pueblo II, del 900 al 1100 d.C., marca el apogeo de la cultura anasazi, representada por una elaboración más artística de los adornos. El periodo Pueblo III, del 1110 al 1300 d.C., marca el deterioro de su cultura. A partir del año 1300 d.C., los anasazi se refugian en el valle de Río Grande y en el centro de Arizona. Se pierden sus huellas poco antes de la llegada de los españoles. Las razones de este éxodo no son conocidas. Existen varias hipótesis, como un cambio climático que amenazó las cosechas, un medio deteriorado que redujo las tierras cultivables disponibles, sobrepoblación, o tal vez guerras. No obstante, dada la ausencia de documentos escritos y la limitación de los conocimientos actuales no es posible probar ninguna de dichas hipótesis. Los arqueólogos han encontrado restos de esta cultura en cuatro estados estadounidenses. La aridez marca la mayor parte de la zona que toma un aspecto desértico o semidesértico. Los dos ríos más importantes que recorren estas tierras son el río Grande y el Colorado. Los inviernos son fríos y la nieve puede recubrir el suelo. La diferencia de temperaturas entre el verano y el invierno es bastante considerable. Al este, las Montañas Rocosas alcanzan los cuatro mil metros. El área de la cultura anasazi se extiende sobre todo por las mesetas del Colorado, recorridas por ríos y arroyos entre cañones. Los habitantes se instalan sobre todo en las mesetas. La geología de la región es bastante compleja y ofrece todo tipo de materiales, desde la arenisca a la roca volcánica. La flora y la fauna dependen de la altitud, la aridez y la naturaleza del sedimento.
Sin embargo, los anasazi sabían utilizar los recursos naturales y respetaban el equilibrio de la naturaleza. Recolectaban las hojas de la yuca, dominaban la irrigación e importaban los productos que no eran capaces de encontrar en la región. Los anasazi estaban en contacto con otras culturas amerindias próximas. Los hohokam y los mogollón son los más conocidos. Los científicos los reagrupan en una sola categoría, ya que tenían varios rasgos comunes, como la irrigación, la caza, pueblos construidos en adobe, ladrillo o piedra, cerámica decorada y relaciones comerciales con Mesoamérica. Se diferenciaban en aspectos tales como que los hohokam incineraban a sus muertos y los mogollón eran sobre todo cazadores. Gracias a la arqueología se conocen una gran variedad de casas y poblaciones anasazi. Las viviendas más antiguas eran muy modestas, pequeñas casas primitivas lo suficientemente grandes para alojar a una familia. Tenían cimientos poco profundos. El tejado estaba hecho con tierra y ramas. El fogón se encontraba en el centro. Con el crecimiento demográfico, las viviendas se reagruparon en aldeas. Este hecho manifiesta una organización colectiva más o menos consciente del espacio. A partir del siglo X, estos pueblos pueden alojar varias centenas de habitantes. Se sitúan en mesetas como en Cañón Chaco o abrigándose bajo los abruptos acantilados de Mesa Verde. Los anasazi escogían lugares excepcionales para instalarse. Varios pueblos se sitúan bajo impresionantes acantilados en el siglo XIII. Ciertas excavaciones se realizan en las paredes de gigantescos cañones. La orientación de los pueblos les protegía de la lluvia y la nieve en invierno y de los mayores calores del verano. Además, presentan la ventaja de ser una protección natural frente a los ataques enemigos. En cambio los alejaban de las plantaciones, haciéndolas menos accesibles a los habitantes. Los muros de las casas están hechas con una especie de adobe llamado jacal en México aplicados a unas rejillas hechas de madera. Las construcciones mejor conservadas tenían una estructura de piedra unida por mortero. También conocían el ladrillo cocido. En distintos pueblos, ciertas casas guardan huellas de pintura decorativa sobre un revestimiento de yeso, arcilla o directamente sobre el adobe.
Los anasazi dejaron numerosos petroglifos en los acantilados del desierto norteamericano. Se trata de dibujos más o menos estilizados, grabados en las paredes de los cañones. Algunos de esos dibujos están pintados en la roca. Pueden estar solos o cubrir varios metros cuadrados. Los dibujos pueden superponerse durante periodos muy largos, por lo que petroglifos muy antiguos pueden estar entremezclados con otros del siglo XIX. Los arqueólogos sólo pueden elaborar hipótesis sobre su significado. Hay espirales de hasta 75 centímetros de diámetro que podrían evocar el movimiento del Sol o el tiempo que pasa. Podrían ser una especie de calendario ritual. Para los indios Pueblos actuales simbolizan las migraciones de las tribus. Varios tipos de petroglifos están relacionados con los solsticios de verano e invierno. Los de Fajada o Hovenweep National Monument indican claramente esos momentos del año. Las alineaciones de edificios prueban que los anasazi sabían prever el ciclo draconítico lunar de 18,6 años. La órbita de la Luna está en un plano inclinado con respecto al plano de la eclíptica, y tiene una inclinación de aproximadamente cinco grados. La línea de intersección de este plano con la eclíptica define dos puntos en la esfera celestial, el nodo ascendente y el nodo descendente. Estos nodos no son fijos sino que giran retrogradando y dando una vuelta completa en aproximadamente 18.6 años. El tiempo que tarda la Luna para volver al mismo nodo es de nuevo más corto que un mes sideral, ya que los nodos van a su encuentro. A esto se le llama el mes draconítico, y tiene una duración media de aproximadamente 27 1/5 días. Es importante para predecir los eclipses, ya que éstos tienen lugar cuando el Sol, Tierra y Luna están en una línea. Ahora, visto de la Tierra, el Sol sigue la eclíptica, mientras la Luna sigue su propia órbita, que es inclinada. Los tres cuerpos sólo están en una línea cuando la Luna está cerca de la eclíptica, es decir, cuando está cerca de uno de los nodos. El término draconítico se refiere al dragón mitológico que vive en los nodos y regularmente se come el Sol o Luna durante el eclipse. Se sabe que ciertos miembros de los anasazi se provocaban de vez en cuando visiones tomando sustancias alucinógenas.
Se han encontrado por ejemplo semillas de datura en Mesa Verde. Las ceremonias se practicaban en altares de los cuales se han conservado algunos ejemplares de madera pintada. Las excavaciones permitieron encontrar báculos de oración que eran ofrecidos a los «espíritus». El Cañón del Chaco parece representar para ciertos estudiosos un gran centro de peregrinación de las poblaciones circundantes. Los anasazi adoraban el dios Kokopelli y a los kachinas, al igual que los hopi, que eran espíritus invisibles. Existían ceremonias colectivas destinadas a invocar a los espíritus para que protegieran a la comunidad. Se organizaban en las kivas. La religión de los anasazi era pues próxima a la animista. Como ejemplo se encontraron restos de un loro enterrado ritualmente en Nuevo México. Las kivas eran habitaciones circulares excavadas en el suelo y recubiertas de un techo. En parte bajo el nivel del suelo, se descendía por una pequeña escalera para practicar el culto o reunir al consejo del pueblo. En el centro se encendía una hoguera y el humo se sacaba por un tubo de ventilación con deflector. Las kivas más grandes podían dar cobijo varias centenas de personas sentadas en taburetes de piedra. Las grandes kivas de Cañón del Chaco tenían un diámetro de 18 metros y estaban subdivididas en partes según los puntos cardinales. Las fiestas religiosas relacionadas con los ciclos agrícolas se celebraban en estas habitaciones y estaban reservadas a los hombres. La sociedad anasazi debía parecerse a la de los Pueblos actuales. Se organizaban probablemente alrededor de un sistema matriarcal, en que la pareja se instalaba en la casa de la madre de la esposa, y matrilineal. Las mujeres son las propietarias del patrimonio familiar, casa y terrenos. El marido integra con el matrimonio el clan de la esposa, y a ésta le estaba permitido divorciarse. Los arqueólogos no están seguros de que los anasazi vivieran en clanes. Más bien creen que se organizaban en un sistema igualitario, sin agrupaciones sociales jerarquizadas. Para Jerry J. Brody, la cultura anasazi es «de la que tenemos mayor constancia de las culturas prehistóricas del suroeste estadounidense». Parece probado que los anasazi no tenían escritura, ni rueda, ni moneda. Tampoco conocían la metalurgia.
Sin embargo, los conquistadores españoles estimaban que un pueblo que tejía el algodón estaba civilizado. Su dominio de la irrigación, de las construcciones en piedra, de edificaciones de varios pisos, y sus conocimientos de astronomía daban testimonio de una cultura rica y dinámica. Si se considera que se es una civilización cuando existe cierto grado de urbanización, los anasazi lo eran, ya que ciertos pueblos podrían haber contado hasta con seis mil habitantes. Los pueblos de Cañón del Chaco estaban tan próximas que habrían formado una aglomeración de quince a treinta mil habitantes. Los anasazi consiguieron la proeza de edificar en lugares inaccesibles, aparentemente sin utilizar animales o herramientas metálicas. Las grandes casas de Cañón del Chaco necesitaron para su construcción de millones de bloques de gres y varias centenas de millares de vigas. Por todo ello, cabe considerar que aún no se han revelado todos los misterios sobre la civilización de los anasazi. Si bien muchos aspectos de la historia de los anasazi no son conocidos debido a la inexistencia de fuentes escritas, existe evidencia material de que ejercieron una presión creciente sobre el ambiente. Esto podría haber provocado un “colapso” ecológico provocado por la sobrexplotación de los bosques cercanos, lo cual a largo plazo podría haber tenido
efectos adversos en el clima de la región y el nivel de erosión del terreno. De hecho, el caso de la cultura anasazi es uno de los ejemplos arquetípicos tratados por Jared Diamond en su libro Colapso, en que se analiza por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen debido al colapso de diversas culturas antiguas por problemas de falta de sostenibilidad ecológica. Los hopi están asentados actualmente en el estado de Arizona, cerca de la costa del Pacífico. Entre ellos y la costa se halla el estado de California. Y en el extremo norte de este estado existe un volcán nevado llamado Shasta. Las leyendas indias del lugar explican que en su interior se halla una inmensa ciudad que sirve de refugio a una raza de hombres blancos, dotados de poderes superiores, supervivientes de una antiquísima cultura desaparecida en lo que hoy es el océano Pacífico. Y ello nos lleva al hipotético continente perdido de Mu.
Un sinfín de vestigios hablan de civilizaciones perdidas, arrasadas por cataclismos, sumergidas bajo los océanos y destruidas. Por doquier vemos islas que en realidad son picos de cerros de antiguos continentes desaparecidos. También vemos semejanzas culturales que hablan de grandes migraciones de poblaciones. Asimismo, observamos la existencia de razas cuyo origen constituye un misterio, y cuyos conocimientos son difíciles de explicar. Son pruebas contundentes de la existencia de civilizaciones remotas. Algunas tradiciones y antiguos documentos nos dicen que el continente de Mu fue donde el hombre hizo su aparición y que esta tierra fue el Jardín del Edén bíblico. Mu se encontraba al oeste de América y hacia el este de Asia, y, por lo tanto, en el Océano Pacífico. En las partes que no se sumergieron aún quedan vestigios de templos, tradiciones , estatuas y símbolos sagrados. Y estas pruebas e inscripciones dan testimonio de los recuerdos de una raza desaparecida, originaria de Mu. Mucha de la evidencia es proporcionada por templos a, monumentos y estatuas de piedra, incluyendo las canteras de donde procedía la piedra. En estas canteras se ha encontrado estatuas sin terminar, y como estos descubrimientos se han efectuado en islas del Pacífico, ello demostraría que estas islas fueron una vez parte del continente sumergido. La destrucción final de Mu se produjo por un cataclismo imprevisto. Esta teoría está basada en las obras del coronel británico James Churchward (1851-1936). La documentación y los datos basados en la supuesta edad delManuscrito Troano, de los mayas, demostrarían que la tierra de Mu existía hace más de 12.500 años. Según explica dicho manuscrito: “En el año 6 de kan, el 11 muluc, en el mes de zrc, ocurrieron terribles terremotos que continuaron sin interrupción hasta el 13 chuen. El país de las lomas de barro, la tierra de Mu, fue sacrificada. Después de dos conmociones, desapareció durante la noche, siendo constantemente estremecida por los fuegos subterráneos que hicieron que la tierra se hundiera y reapareciera varias veces y en diversos lugares, Al fin, la superficie cedió y diez países se separaron y desaparecieron. Se hundieron 64 millones de habitantes 8.000 años antes de escribirse este libro“. Los códices mayas son libros escritos antes de la conquista y en su escritura se emplean caracteres jeroglíficos, que muestran algunos rasgos de la civilización maya. Los códices han sido nombrados tomando como referencia la ciudad en la que se localizan. El Códice Dresde es considerado el más importante. Los mayas desarrollaron su tipo de papel en una época relativamente temprana, ya que hay pruebas arqueológicas del uso de cortezas desde inicios del siglo V.
https://oldcivilizations.wordpress.com/2015/08/05/quienes-construyeron-una-red-de-subterraneos-en-el-subsuelo-americano/