El miedo se produce por un sentimiento de inquietud causado por un peligro real o imaginario, y acaba consolidándose como una sensación de inseguridad que, desde lo individual, se vuelve colectiva. Así, el miedo de una sociedad es el estado de inseguridad.
Y, ¿quién protege a la sociedad? Los gobernantes. De ellos depende la seguridad de las personas, siempre y cuando haya algún temor que las inquiete o preocupe. Con ausencia de miedo, el individuo no necesita ser protegido por nadie. Y eso no conviene a los gobernantes.
A través de la historia, todas las instituciones que han tenido el poder han utilizado el miedo para conseguir sus objetivos: las instituciones religiosas con el pecado (el premio y el castigo), las instituciones políticas con el delito (lo correcto y lo incorrecto), las instituciones educativas con el saber (lo apropiado y lo inapropiado), las instituciones económicas con el trabajo (lo productivo y lo improductivo), y así varios ejemplos. Una vez el sistema se acepta como correcto, el individuo tiene miedo a ser improductivo, a hacer algo inapropiado, a ser castigado, etc.
Con la creación de las leyes, que determinan el bien y el mal, aparecen los enemigos. Enemigo es todo aquel opositor que se cuestione el sistema establecido, y puede estar dentro del sistema o fuera. Para el enemigo interno existen las leyes, para el enemigo externo, la guerra.
El concepto de enemigo justifica la existencia de los defensores del sistema. Existiendo un enemigo (aunque sea potencial), tiene que existir un ejército. Según la lógica del sistema y de la política del miedo, el enemigo interno quiere derrotar a los poderes acabando con el sistema, mientras que el enemigo exterior tiene como objetivo invadir.
En el escenario mundial actual, hemos asistido al nacimiento de un “enemigo global”, el terrorismo, que actúa violentamente reivindicando sus causas particulares. La imposibilidad de previsión o control sobre este enemigo (que no tiene nacionalidad), inquieta a la sociedad, no ya de un país concreto, sino de todo el mundo.
Todo empieza con un derrumbe
Aunque la famosa caída del muro de Berlín es posiblemente el derrumbe más famoso de la Historia, y fue un hecho decisivo para el desarrollo del orden mundial político, económico, cultural, militar y social que vivimos hoy en día, no es este derrumbe el que inicia la dinámica de la desconocida geopolítica del miedo. Este concepto, novedoso para muchos, refleja muy bien cómo funciona el mundo actualmente.
La caída del Muro de Berlín sirvió para consolidar a Occidente como referente del modelo político y económico perfecto. A partir de este momento histórico (la desaparición del bloque comunista o, al menos, de su fuerza geopolítica), la primera potencia mundial, Estados Unidos, y sus seguidores
(los países occidentales), no tenían un enemigo poderoso que les hiciera frente política, económica o militarmente. Así pues, se afirmó la supremacía occidental, encabezada por Estados Unidos.
La consolidación del modelo occidental significa “el fin de la Historia”, según el politólogo Francis Fukuyama, quien asegura que con este proceso hemos asistido a “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano”. Una reflexión que merece ser leída dos veces.
La geopolítica del miedo, que nace precisamente en el corazón de Occidente, está más relacionada sin embargo con otro derrumbe mucho más reciente que el del Muro del Berlín: el ataque a las Torres Gemelas, el 11 de Septiembre de 2001.
Este acontecimiento fue retransmitido por todo el mundo, y los medios de comunicación lo publicaron como si el terrorismo fuera una amenaza que se había extendido globalmente. Las torres en llamas y los impactos de los aviones se pudieron ver repetidos durante semanas, clavándose en los ojos de las personas, que jamás olvidarían aquel momento. Inmediatamente después de los ataques, el Gobierno estadounidense, que asumió que la seguridad nacional estaba seriamente amenazada, comenzó una guerra contra el terrorismo a escala internacional.
Según algunos autores, el 11 de Septiembre tuvo un efecto positivo, ya que permitió dimensionar los peligros globales, como el terrorismo internacional, propiciando una mayor cooperación entre los países (Beck, U. 2002). Para otros, el papel de “policía global” que había adoptado Estados Unidos y las medidas de seguridad que ponía en marcha, como la Guerra de Irak (2003-2011), suponían acciones e intervenciones ilegítimas a favor de la seguridad nacional (Todorov, T. 2008).
El 9/11 ha sido posiblemente el día más importante del S.XXI. Sirvió para determinar el orden mundial actual, que se ha perpetrado mediante una inteligente estrategia politico-militar por parte de Estados Unidos y sus aliados. A partir de ese momento, portar la bandera en defensa de la seguridad y la paz justifica cualquier acción, aunque sea bélica. Conceptos como “seguridad nacional”, “guerra de prevención”, “doctrina del shock” o “terrorismo internacional” sustentan la teoría de la geopolítica del miedo.
Todo sea por “la seguridad nacional”
Es uno de los mantras del Gobierno de Estados Unidos. La seguridad nacional está presente en todos los discursos oficiales y se ha instalado en las cabezas de los ciudadanos, que están convencidos de que hay un enemigo que pretende atacarles.
Si en el S.XX el enemigo de la seguridad nacional estadounidense eran “los comunistas”, en este S.XXI
el principal enemigo es el mundo islámico. A partir de este momento, cualquier acción contra “el enemigo” está justificada porque “está en peligro la seguridad nacional”.
De esta manera, la invasión de Afganistán queda justificada por los ataques a las Torres Gemelas, o la invasión de Irak por el potencial peligro que supone el régimen iraquí para la seguridad nacional de Estados Unidos.
La defensa de la seguridad nacional acaba legitimando la toma del poder por parte de las fuerzas armadas y la violación sistemática de los derechos humanos. Las guerras que buscan la seguridad y la paz
Mediante la expansión del miedo, impulsada por la necesidad de tener siempre un enemigos, se ha conseguido que gran parte de la población occidental esté excesivamente atemorizada por la amenaza terrorista. Así, ha crecido un odio hacia ciertos grupos étnicos y determinados países que difícilmente va a poder ser superado.
A través de mentiras y constantes ataques mediáticos, la sociedad occidental ha interiorizado el mensaje que, desde el poder, se quería transmitir: Venezuela es mala. Irán es malo. Los musulmanes son sospechosos. Hay que aumentar el gasto militar. Hay que estar preparados. Lo más importante es la seguridad nacional. Estamos en peligro. Cuba es mala. Corea del Norte nos quiere aniquilar. Hay que intervenir en Afganistán. Hay que intervenir en Libia. Hay que intervenir en Siria. Hay que tener más armamento que el enemigo. Debemos combatir el Eje del Mal… etc.
El odio es la chispa que enciende los conflictos bélicos. ¿A quién puede interesar que exista odio en el mundo? ¿Quién sale ganando cuando hay una guerra? Más adelante lo analizamos.
Mediante
las artes de la política del miedo no sólo se consigue convencer a la población de que es necesario entrar en guerra con tal país o invadir cierto territorio. Con el miedo, los gobernantes alcanzan también sus objetivos políticos y económicos. Si un gobierno quiere que la población apoye una decisión política, lo mejor es hacer creer a las personas que esa decisión es la correcta. Y, ¿cómo se consigue eso? Difundiendo la idea de que no tomar esa decisión es incorrecto, inapropiado, catastrófico, inquietante, terrorífico.
La política del miedo en España
En España, un claro ejemplo de cómo funciona la política del miedo fue el ya célebre
Referéndum sobre la OTAN, realizado en Marzo de 1986, en el que se preguntaba a la sociedad española sobre la permanencia de España en la OTAN, a la que pertenecía desde Mayo de 1982.
En este acontecimiento se pudo asistir a dos prácticas muy utilizadas en la política: el cambio de discurso y la manipulación de la opinión pública a través del miedo. El cambio de discurso se pudo observar de manera muy evidente. Antes de entrar en el Gobierno, el PSOE se había manifestado en contra de la permanencia en la OTAN, usando el eslogan “OTAN, de entrada no”. En cuanto estuvo en el poder, esa posición cambió.
Además, la redacción de la pregunta fue considerada tendenciosa, pues encaminaba a los ciudadanos hacia el SÍ a la hora de votar, tal y como apoyaba el Gobierno. El papel que se entregó a todos los ciudadanos españoles mayores de 18 años contenía el siguiente texto:
El Gobierno considera conveniente, para los intereses nacionales, que España permanezca en la Alianza Atlántica, y acuerda que dicha permanencia se establezca en los siguientes términos:
1.º La participación de España en la Alianza Atlántica no incluirá su incorporación a la estructura militar integrada.
2.º Se mantendrá la prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares en territorio español.
3.º Se procederá a la reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.
¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el Gobierno de la Nación?
La principal crítica al referéndum, además de la polémica redacción de la pregunta, fue la intensa injerencia del presidente del Gobierno español, Felipe González, quien el día anterior a la votación apareció en la televisión, en prime time, advirtiendo de las consecuencias negativas de votar en contra de la OTAN. El presidente que poco tiempo atrás había defendido el NO, ahora se presentaba en la televisión, hablando ante todo el país, con un discurso diametralmente contrario: era necesario apoyar el SÍ.
Un claro ejemplo de la política del miedo. ¿Cómo convencer a la sociedad de que lo conveniente es es hacer algo? Transmitiendo la idea de que no hacerlo traerá inseguridad, inquietud y resultados negativos para el país. Así se convence a la gente, que no quiere sufrir este tipo de consecuencias.
En realidad el ingreso en la OTAN era la entrada definitiva en uno de los dos bloques en los que estaba dividido el mundo en aquel momento. España, después de décadas encerrada en un sistema dictatorial y autárquico, era recibida con los brazos abiertos por el bloque occidental, que representaba la libertad económica, la democracia y el progreso.
El miedo que se transmitió a la sociedad fue el miedo a no pertenecer a ningún bando, miedo a estar en tierra de nadie, miedo a estar solo, miedo a no poder desarrollarse como país (este último es un miedo comprensible, pero, ¿a caso no existe el desarrollo fuera del ámbito occidental?). En definitiva, aunque fuera una organización militar (y, en principio, a nadie le gusta la guerra), lo conveniente era seguir en la OTAN, para así formar parte del selecto club de Occidente.
Junto con España, otros muchos países forman la Organización del Tratado del Atlántico Norte, que, en la actualidad, vela por la paz y la seguridad mundial de la mano del Ejército de Estados Unidos. La OTAN es una de las principales organizaciones que
ponen en práctica la geopolítica del miedo.
Enemigos por todas partes
Desde el mes de Octubre del año 2001 hasta nuestros días, Estados Unidos encabeza una operación internacional en busca de los enemigos de su seguridad nacional, que ahora ha pasado a ser la seguridad global. Los enemigos de Estados Unidos son los enemigos del mundo, y así se ratifica en los organismos internacionales, como la ONU, donde la voluntad de Occidente (que es la voluntad de Estados Unidos), se hace cumplir en el ámbito de la seguridad.
El
Consejo de Seguridad de la ONU parece tener la verdad absoluta en lo referente a lo militar y a la guerra, y se erige como mediador de todos los conflictos. Como dice Eduardo Galeano “parece que, hoy por hoy, las guerras están bien cuando las Naciones Unidas las aprueban, y están mal cuando no las aprueban.”
Una de las claves de la geopolítica del miedo es que, en sus primeros años de planteamiento, el enemigo era invisible. No era un ejército en concreto ni un país determinado. Según Juan Manuel Fernández Chico, “la envergadura del enemigo recaía en un sujeto invisible y marginado que intentaba propagar el terror a través de pequeñas escaramuzas y ataques suicidas. Esta figura permitió asociar la seguridad nacional a paisaje, zonas y grupos sociales y étnicos, en parte por la necesidad de encontrar una forma palpable al villano sin figura. El nuevo enemigo global, que había golpeado lo más profundo de Estados Unidos, no era una nación o un Estado, y podía esconderse en cualquier lugar, haciendo vulnerable todo espacio público como aeropuertos, estaciones de metro o plazas comerciales.” (Fuente: Revista Razón y Palabra).
En la actualidad, en cambio, el enemigo ya no es invisible. Está detectado y señalado por el dedo acusador de Estados Unidos. En el S.XX era obvio quién era el enemigo del mundo. Ronald Reagan lo dejó muy claro cuando pronunció su famosa frase “the empire of evil” (el imperio del mal), refiriéndose a la Unión Soviética. Con esa calificación, Estados Unidos quería hacer saber al mundo entero qué bando era el bueno y cuál el malo. Además de esa famosa frase, en el mismo discurso Reagan afirmó que los Estados Unidos no sólo debían igualar, sino exceder las capacidades militares estratégicas y globales de los soviéticos. Toda una declaración de intenciones en busca de la paz.
En este S.XXI, con la Unión Soviética desaparecida, los mensajes oficiales siguen portando el mensaje de la política del miedo. En su discurso de Estado de la Unión de 2002, el entonces presidente George W. Bush utilizó la expresión “axis of evil” (el eje del mal) para describir a los países que supuestamente apoyan el terrorismo. Las naciones mencionadas por Bush en su discurso fueron Irak, Irán y Corea del Norte, a los cuales se les sumaron posteriormente Libia, Siria, Cuba, Bielorrusia, Myanmar y Zimbabwe.
Una vez realizada la identificación de los países enemigos, Estados Unidos y el resto de países occidentales emprenden contra ellos una política de aislamiento internacional acompañada por
un constante ataque mediático para perjudicar su reputación y difundir una mala imagen de ellos. Los países considerados ‘enemigos’ por Estados Unidos nunca recibirán un buen trato en los medios de comunicación occidentales. Esa es una de las características de la política del miedo: la sociedad siempre ha de sentir que tiene enemigos acechándola.
Además de ataques mediáticos y aislamiento internacional, Estados Unidos impone una serie de sanciones a los países que considera terroristas. Por ejemplo: vigilancia de las exportaciones, restricciones en la ayuda económica, bloqueo de créditos en el Banco Mundial, prohibición a ciudadanos estadounidenses a establecer relaciones financieras con alguno de estos países… etc.
Aunque los tachados como ‘enemigos’ niegan su relación con el terrorismo, Estados Unidos ya ha decidido que es hora de actuar. Antes de darles tiempo a defenderse con argumentos,
el ejército estadounidense invadió Irak, un país que, según los servicios de inteligencia americanos, tenía poderosas armas de destrucción masiva. La Guerra de Irak (2003-2011) terminó con el derrocamiento del gobierno local y la victoria occidental, pero no se encontró el armamento que se buscaba.
La Guerra de Irak está enmarcada dentro de una operación militar a gran escala es conocida como War on Terror (guerra contra el terror). Es una
guerra contra el terrorismo internacional que, desde el año 2001, a llevado a tropas occidentales a ocupar distintos países del mundo: Somalia, Yemen, Pakistán, Irak o Afganistán.
Guerras en busca de la paz
Aunque suene irónico y hasta contradictorio, las guerras que emprende Occidente siempre buscan la paz y la seguridad. Siguiendo esta teoría, guerra equivale a paz. Lo que no dicen es dónde se instalará la paz gracias a la guerra. Una guerra en defensa de la seguridad nacional, por definición, busca la paz en la nación del que ataca, no en el país atacado. Así pues, la guerra contra el terrorismo no busca la paz en el Medio Oriente, sino en los países occidentales.
Para asegurar la paz, muchas veces es necesario adelantarse al mal. Para ello los ejércitos occidentales han desarrollado las conocidas como ”guerras de prevención”. Este tipo de ataques son los que mejor evidencian la política del miedo. Sin necesidad de probar nada, con una simple sospecha ante una posible amenaza, Occidente se justifica para atacar con el discurso de: “atacamos porque este enemigo representa una amenaza para nuestra seguridad nacional”.
Una de las más famosas “guerras de prevención” es la
Operación Ópera, que llevó a Israel a matar a diez iraquíes y a un francés en un rápido movimiento militar contra una instalación nuclear al sur de Bagdad que había sido puesta en marcha por Irak con ayuda de Francia, ratificando ambos países que era con fines pacíficos. Israel no lo creyó así y vio una potencial amenaza de su seguridad nacional. Así pues, una escuadra de la Fuerza Aérea Israelí voló rápidamente hacia Irak, entró en su espacio aéreo, bombardeó la instalación y volvió a casa tranquilamente. Fue una operación de prevención, motivada por el miedo.
La siguiente viñeta de El Roto refleja muy bien cómo funciona el miedo cuando se relaciona con la guerra. La geopolítica del miedo, apoyada en las guerras de prevención, se basa en el dicho “más vale prevenir que curar”. Una vez realizado el ejercicio de prevención, se puede saber si era necesario o no atacar.
Viñeta de El Roto para el periódico El País (Abril 2007)
Cuando terminó la Guerra de Irak se descubrió que el principal motivo por el cual se había atacado había sido una mentira. En este caso la política se aferra a otro refrán: “Más vale pedir perdón que permiso”. Las cifras de muertos en Irak varían entre los 150.000 y el millón de personas. Las ganancias de la industria armamentística occidental fueron mucho mayores.
En el caso más actual de la Guerra de Siria,
Estados Unidos se ha declarado a favor del bando rebelde, en contra del gobierno sirio. El apoyo económico y militar que EEUU haga a los rebeldes dividirá a la comunidad internacional, ya que otras potencias como Rusia o Irán apoyan al gobierno sirio. En este caso no se puede hablar de guerra de prevención, pero sí de “guerra por la paz”. Estados Unidos y Europa ya han desatado el miedo
asegurando que el gobierno sirio tiene y utiliza armas químicas. La justificación ya está hecha. El camino hacia la guerra tendrá el visto bueno de la sociedad occidental. Y si, una vez acabada la guerra, se demuestra que el gobierno sirio no tenía armas químicas, “más vale pedir perdón…”.
En el siguiente mapa, elaborado por Le Monde Diplomatique y titulado muy acertadamente “Geografía del caos”, muestra la región del mundo que más está sufriendo la “guerra contra el terrorismo” llevada a cabo por Estados Unidos y sus aliados. Esta zona, conocida como “el Gran Oriente Medio”, comprende el territorio continental desde el Cuerno de África hasta Pakistán.
Después de varios años de constantes noticias negativas sobre esta región, la mayor parte de la opinión pública occidental tiene asumido que es una zona peligrosa y repleta de terroristas que amenazan la paz y la seguridad mundial. Así pues, la intervención de la OTAN y del Ejército de Estados Unidos en estos países es necesaria, y vela por la paz.
Pero, a la hora de valorar la intervención occidental en esta zona, también hay que tener en cuenta un dato:
es la región con mayores reservas de petróleo del planeta. Por tanto, los intereses económicos y geoestratégicos son más que evidentes. Resulta cuanto menos curioso que sea justamente en los países con mayor riqueza de recursos energéticos donde estén teniendo lugar las guerras y conflictos más graves.
Alguien podría caer en la tentación de pensar que los asuntos geopolíticos en esta región del mundo se basan en la difusión del miedo para justificar un proceso de invasión que lleve a Occidente a hacerse con el control de las reservas de petróleo.
Mapa: Géographie du “chaos”. Fuente: Le Monde Diplomatique
Además de buscar la paz en el exterior, con la geopolítica del caos se consigue la paz en el interior. Si hay guerra con otros países, el país está en paz consigo mismo. La población renuncia a enfrentarse al gobierno porque éste está dedicado a proteger al país de los enemigos exteriores. Es decir, la labor del gobierno se respeta en el país gracias a la existencia de enemigos.
Como muy bien se dice en la famosa novela 1984, de George Orwell, la guerra provoca que los ciudadanos no se levanten contra el Estado ante el temor al enemigo; de esta manera se mantiene la paz.
El Gran Hermano orweliano podría ser el protagonista de este artículo, pues refleja perfectamente la dominación de la sociedad a partir del miedo. Esta entidad representa al poder: a los gobernantes, las instituciones, los poderes fácticos…
Uno de los brazos del Gran Hermano son
los medios de comunicación, a través de los cuales se convence y atemoriza a la población para ganarse la legitimación de las acciones. A través de la información que recibe, la población cree conocer bien al enemigo y, aunque en realidad están siendo desinformados, las personas apoyarán cualquier acción de su gobierno contra el rival.
Geopolítica del miedo en el otro bando
Con la identificación de enemigos, automáticamente el mundo se divide en “buenos” y “malos”. Hasta ahora hemos repasado el uso que hacen “los buenos” de la política del miedo, pero estas prácticas también son utilizadas por “los malos”. Por ejemplo, ¿cómo se ve beneficiada Corea del Norte por la geopolítica del miedo?
Amenazando con seguir su programa nuclear si Estados Unidos no retira su ejército de la zona. Así consigue también sus objetivos geopolíticos, infundiendo miedo a Occidente.
Otro ejemplo, a escala nacional, lo encontramos en la política del miedo usada por la banda terrorista ETA en España, que se beneficia de tratos políticos con el Gobierno a cambio de no volver a la acción armada. Es decir, amenazando con un regreso de la violencia, del terror, esta organización consigue su propósito político. Es un chantaje utilizando la política del miedo.
Lo mismo ocurre a escala global con el caso del
Estado Palestino y Occidente. La Autoridad Nacional de Palestina (ANP) es una organización administrativa que gobierna la Franja de Gaza y parte de Cisjordania. La ANP utiliza la política del miedo ante Estados Unidos, Europa e Israel. Actualmente es un estado mantenido económicamente por Occidente, a cambio de no extender el terrorismo. La ANP se dirige hacia Occidente y transmite el siguiente mensaje: “¿Qué queréis? ¿Que nos radicalicemos?”. Ante la posibilidad de un estallido terrorista en esa zona contra Israel,
a Occidente le conviene apoyar económicamente al Estado Palestino (cuyo PIB depende en un 30% de las ayudas extranjeras), si bien es cierto que políticamente se sitúa en el bando contrario, con Israel.
En el caso de Palestina, es curioso ver cómo Occidente se mantiene en una posición incómoda entre las dos partes. Ayuda a Palestina sin dejar de ser aliado de Israel. Y muchas veces esa situación es difícil de comprender, como en el caso del aeropuerto que España construyó para los palestinos en 1998 y que fue
bombardeado y destruido por Israel en 2001.
Otro ejemplo del uso del miedo hacia Occidente por parte de otros países es Marruecos y su gestión de la emigración hacia Europa. El país del Magreb es la puerta hacia el Viejo Continente, y desde Europa la inmigración se ve como un problema. Marruecos tiene “la sartén por el mango” en el sentido de que puede controlar la salida de emigrantes. Así, utiliza la política del miedo para chantajear a los países europeos: “Si no nos ayudáis económicamente, dejaremos la frontera abierta para que los emigrantes africanos puedan llegar hasta Europa”. De esta manera, Marruecos recibe miles de millones de dólares cada año a cambio de mantener las puertas cerradas y de impedir que lleguen inmigrantes en masa a los países del Sur de Europa.
Como se puede comprobar, la táctica de utilizar el miedo se utiliza tanto desde Occidente como desde otros países. En cambio la opinión que merecen ambas partes es distinta. Cuando se trata de países no occidentales, la política del miedo equivale a chantaje. Cuando son Estados Unidos, Europa o Israel quienes se justifican con el miedo para tomar decisiones militares, económicas o políticas, se está asistiendo a un ejercicio de responsabilidad y de prevención.
La doctrina del shock
Una de las teorías más interesantes en cuanto al miedo y la política es la conocida como
doctrina del shock, un concepto que nació en el año 2007 con la publicación del libro homónimo, de la periodista canadiense Naomi Klein.
El planteamiento de Naomi Klein sostiene que el capitalismo neoliberal se alimenta de los desastres naturales, de la guerra y el terror para establecer su dominio. Es decir, el poder y la hegemonía del sistema se basan en el miedo, que nace de desastres, guerras y terror. Todos ellos términos de connotación negativa. En cierta manera, se puede decir que
el capitalismo está muy relacionado con lo negativo.
En el libro y documental La doctrina del shock, se afirma que las políticas económicas del Premio Nobel Milton Friedman y de la Escuela de Economía de Chicago (neoliberales) han alcanzado importancia en países con modelos de libre mercado no porque fuesen populares, sino a través de impactos en la psicología social a partir de desastres o contingencias, provocando que, ante la conmoción y confusión, se puedan hacer reformas impopulares. Se supone que algunas de estas perturbaciones, como la Guerra de las Malvinas, el 11 de septiembre, el Tsunami de 2004 en Indonesia, o la crisis del huracán Katrina pudieron haber sido aprovechadas con la intención de forzar la aprobación de una serie de reformas.
En el documental se repasa cómo las teorías radicales de Milton Friedman se pusieron en práctica, durante los años setenta, en países tan dispares como en el Chile de Pinochet, la Rusia de Yeltsin, la Gran Bretaña de Thatcher y, más recientemente, en Afganistán e Irak. The Shock Doctrine pone al descubierto el lado más oscuro de la ideología de Friedman, tan impopular que sólo pudo imponerse mediante la tortura y la represión.
En la actualidad no encontramos ejemplos tan dramáticos como los expuestos en La doctrina del Shock, pero lo cierto es que, aprovechando momentos de convulsión o conmoción (momentos de shock), como una crisis económica, los gobernantes ponen en marcha políticas de marcado carácter neoliberal que, de otra forma, no podrían haber iniciado por ser impopulares.