Uno de los monumentos más misteriosos y emblemáticos del mundo es objeto de una extrema e insólita hipótesis sobre su verdadera antigüedad.
Hace pocos años, dos geólogos ucranianos lanzaron una nueva propuesta de datación del todo provocativa; tan provocativa, de hecho, que hubiera valido la pena ver las caras de sorpresa que pusieron los egiptólogos más ortodoxos.
¡La Gran Esfinge tendría una edad cercana al millón de años! Esta novedosa interpretación fue hecha pública en forma de ponencia en la Conferencia Internacional sobre Geoarqueología y Arqueomineralogía celebrada en Sofía (Bulgaria) en 2008, con el título en inglés de Geological aspect of the problem of dating the Great Egyptian Sphinx construction. Los autores de este trabajo son los científicos Vjacheslav I. Manichev (Instituto de Geoquímica ambiental de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania) y Alexander G. Parkhomenko (Instituto de Geografía de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania).
El punto de partida de estos dos expertos se sitúa en el cambio de paradigma iniciado por West y Schoch, que pretendía superar la visión ortodoxa de la egiptología aludiendo, por un lado, al posible origen remoto de la civilización egipcia y, por otro, a la prueba física de la erosión por agua.
Y así, al inicio de su argumentación encontramos un firme alegato a favor de una datación basada en fundamentos geológicos, pero también una muy infrecuente alusión —por lo menos para un científico ortodoxo— a Helena Petrovna Blavatsky, promotora de la llamada Teosofía.
Pues bien, según estos geólogos, debía tenerse en cuenta que esta autora, gran referente de una historia de la Humanidad en clave esotérica u ocultista, había afirmado que la construcción de la Gran Esfinge debía datarse en una época muy anterior a la raza actual de hombres, por lo menos en más de 750.000 años. Así pues, los autores dedican el contenido del artículo a aportar un compendio de pruebas de carácter geológico que, de alguna manera, podría corroborar esta hipótesis proveniente del mundo esotérico.
Las teorías de Blavatsky han vuelto a la actualidad gracias a esta nueva datación. Pero vayamos al núcleo de la cuestión. Las observaciones de Manichev y Parkhomenko se centran en el aspecto muy deteriorado que presenta el cuerpo de la Esfinge, dejando de lado los rasgos erosivos del recinto o cubeta donde se encuentra, que sí habían sido objeto de estudio por parte de Schoch. Así, los geólogos ucranianos se fijan especialmente en el relieve ondulado que presenta la Esfinge en forma de salientes y oquedades. La explicación ortodoxa para esta acusada característica se basa en el supuesto efecto abrasivo del viento y la arena.
Concretamente, las ondulaciones se deberían a que las capas de roca más duras soportarían mejor la acción erosiva y se convértirían en salientes, mientras que las capas más blandas habrían resultado más afectadas, formando huecos. Sin embargo, como apuntan Manichev y Parkhomenko, este argumento no explica por qué la parte frontal de la cabeza de la Esfinge carece de tales características.
Con respecto a la tesis de las fuertes lluvias formulada por Schoch, los autores apenas le conceden unas pocas líneas, reconociendo que hacia el 13000 a.C. se dio un periodo de alta humedad. No obstante, insisten en que los efectos erosivos sobre la Esfinge deben remontarse a una época mucho más antigua.
Pero… ¿sobre qué indicios o pruebas? Esto es lo que vamos a abordar seguidamente. Fue el impacto de las olas Lo que Manichev y Parkhomenko argumentan es que las zonas montañosas y litorales del Cáucaso y Crimea, que ellos conocen bien, presentan un tipo de erosión eólica que morfológicamente difiere en mucho de la erosión apreciada en la Esfinge. Esencialmente, alegan que tal erosión eólica tiene un carácter muy suave, independientemente de la composición geológica de las rocas. En cambio, su investigación previa sobre cierto tipo de erosión en las áreas costeras les había llamado la atención por cuanto podía tener una conexión con lo que se puede advertir en el cuerpo de la Esfinge.
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Así pues, estos geólogos proponen un nuevo mecanismo natural que puede explicar las ondulaciones de la Esfinge. Este mecanismo no es ni más ni menos que el impacto de las olas sobre las rocas de la costa. En concreto, esta acción acuática produce —a lo largo de cientos o miles de años— la formación de una o varias capas de ondulaciones, hecho que es bien visible, por ejemplo, en las costas del Mar Negro.
Este proceso, que actúa de forma horizontal (esto es, cuando las olas golpean la roca a la altura de la superficie), va produciendo un desgaste o disolución de la roca, ya sean aguas dulces o saladas. Además, estos acantilados «ondulados» permiten apreciar los diversos niveles de la costa a lo largo de extensos periodos de tiempo, siendo la oquedad superior la que muestra el mayor nivel alcanzado por las aguas.
El caso es que la observación de estas oquedades en la Gran Esfinge les hizo pensar que tal vez este gran monumento habría sido afectado por este proceso en un contexto de inmersión en grandes masas de agua, y no en las regulares inundaciones del Nilo, que no habrían jugado ningún papel destacado.
Acto seguido, Manichev y Parkhomenko apuntan a que la composición geológica del cuerpo de la Esfinge es una secuencia de estratos o capas de piedra caliza con pequeñas capas intermedias de arcillas, y que una erosión abrasiva por arena y viento hubiera afectado de manera uniforme al monumento siguiendo las diferentes capas geológicas, pero lo cierto es que las oquedades se presentan dentro de diferentes estratos o bien sólo afectan a una parte de un estrato homogéneo.
Muro oeste de la Gran Esfinge mostrando las marcas de erosión —según los geólogos ucreanianos— producto de las olas. A partir de este punto, los geólogos consideran que la Esfinge tuvo que estar sumergida durante muchísimo tiempo bajo las aguas y, para sustentar esta hipótesis, echan mano de la literatura existente acerca de los estudios geológicos realizados en la meseta de Guiza.
Según estos estudios, al final del periodo geológico del Plioceno (entre 5,2 y 1,6 millones de años), las aguas marinas penetraron en el valle del Nilo inundándolo progresivamente y creando en la zona de Guiza grandes depósitos lacustres.
De este modo, como se puede observar en la oquedad más alta que presenta la Esfinge, la cota superior a la que habrían llegado las aguas sería de unos 160 metros por encima del nivel actual del mar Mediterráneo (hoy en día la meseta de Guiza se encuentra a 149 metros de altitud sobre el nivel del mar). Humanos antes de la Humanidad
A continuación, Manichev y Parkhomenko, basándose en un trabajo de 1963 del profesor ruso F. Tseiner que identifica las diferentes fases o niveles de las aguas en el Mediterráneo durante el Pleistoceno (entre 1,6 y 0,01 millones de años), toman la altura de la oquedad superior apreciable en la Esfinge y la relacionan con el nivel de la fase Calabríense, que correspondería —según Tseiner— a una antigüedad aproximada de unos 800.000 años.
Posteriormente, afirman los autores, una vez superada la etapa de inmersión lacustre, otros procesos naturales habrían deteriorado más el monumento, en particular la acción abrasiva de la arena, que habría suavizado las formas en los salientes y oquedades.
En definitiva, ¿qué tenemos? En primer lugar, un nuevo golpe a la teoría convencional del deterioro a causa exclusivamente del viento y la arena, que de todas formas ya había sido fuertemente criticada por West y Schoch, quienes recordaron que, durante muchísimos siglos, el cuerpo de la Esfinge estuvo sepultado por las arenas del desierto, con lo cual poco efecto podría haber tenido la erosión eólica.
Sin embargo, donde Schoch veía claramente la acción de los regueros de agua a causa de las continuas lluvias, los geólogos ucranianos ven el efecto de la erosión producida por el contacto directo de las aguas de los lagos formados en el Pleistoceno sobre el cuerpo de la Esfinge. Por otra parte, para añadir más leña al fuego, cabría recordar que el también geólogo K. Lal Gauri, colaborador de Lehner, había rechazado el argumento de la erosión por agua, proponiendo en su lugar la acción de otros factores erosivos de tipo químico, como la exfoliación o la lluvia ácida, que habrían agravado el problema original de la erosión eólica.
¿Y quién tiene razón?
Para un lego en cuestiones geológicas se hace complicado emitir un juicio equilibrado, más si cabe viendo que los propios profesionales no se ponen de acuerdo sobre observaciones supuestamente objetivas. Al final, cada facción parece recurrir a sólidos argumentos y, en este caso, para no ser menos, los geólogos ucranianos han tomado referencias contrastadas de los estudios geológicos de la meseta de Guiza y de otras fuentes.
Ahora bien, desde el punto de vista arqueológico, la teoría de Manichev y Parkhomenko se muestra muy extrema por cuanto coloca un gran monumento en una era donde ni siquiera había Homo sapiens sobre el planeta, de acuerdo con los patrones evolucionistas actualmente aceptados. Pero hay más. Recordemos que —según se ha demostrado— los dos templos megalíticos adyacentes a la Esfinge fueron construidos con la piedra extraída de la cubeta de ésta.
En otras palabras, cualquier propuesta de datación de la Esfinge arrastra directamente a estos dos destacados monumentos a la misma época. O sea, ¿qué civilización pudo realizar tales construcciones hace 800.000 años?
Si ya para la Egiptología era un despropósito situar la Gran Esfinge hacia el 10000 a.C. —porque supuestamente «no había civilización» en tal época en ningún lugar de la Tierra—, hablar de humanos civilizados en el Pleistoceno debe ser todo un anatema. Claro está que para la Teosofía esto no sería ningún disparate, pues en aquella época existiría una raza humana más evolucionada que la actual… Crónicas antiguas
Sea como fuere, antes de cerrar esta nueva —y muy audaz— intrusión de la geología en el ámbito arqueológico, sería oportuno señalar que el tema de los antiguos monumentos egipcios afectados por una gran inundación no es una propuesta nueva. Por un lado, tenemos las referencias de los cronistas árabes que hablan directamente de un Diluvio que afectó a las pirámides.
Así, Ibn Afir, citado por Al-Maqrizi, dice textualmente: «Las huellas del Diluvio y del nivel alcanzado por las aguas se distinguen todavía hacia la mitad de la altura de las pirámides, pues no pasaron de ese límite. Dicen que cuando las aguas del Diluvio se retiraron, encontraron solamente el pueblo de Nehauend (…), las pirámides y los templos de Egipto».
No hace falta añadir que tales afirmaciones no son tomadas seriamente por los académicos, al considerarlas como parte de las muchas leyendas surgidas con el paso de los siglos y que los árabes recogieron en la Edad Media sin ningún tipo de ánimo historicista. Pero, por otro lado, existen otras opiniones y observaciones modernas que de algún modo podrían apoyar indirectamente la propuesta de Manichev y Parkhomenko, si bien la gran cuestión por aclarar seguirá siendo —obviamente— determinar en qué periodo concreto tuvo lugar dicha inundación parcial o total de la meseta.
A este respecto, el investigador independiente egipcio Sherif El-Morsi, tras estudiar la meseta de Guiza durante 12 años, escribió un artículo en el que sostenía que existe una clara prueba de erosión por agua en las partes más bajas de la necrópolis, pero no por fuertes lluvias, sino por una gran inundación que situó el nivel de las aguas a 75 metros por encima del actual nivel del mar. P
ara El-Morsi, no hay duda de que la inundación cubrió varios monumentos de la meseta, según ha podido observar en el templo de la Esfinge, los restos del templo de Menkaure, los fosos de las barcas solares y al menos veinte hiladas de la Gran Pirámide.
Para el investigador egipcio, la acción de las aguas, su paulatina retirada y la erosión sufrida por las piedras una vez expuestas a la intemperie, han dejado huellas físicas inequívocas, sobre todo apreciables en los enormes bloques megalíticos de caliza de los templos ya citados.
Para no extendernos en detalles técnicos, diremos que El-Morsi advierte un fuerte desgaste de los bloques por saturación de agua; luego, al retirarse las aguas, se acumularon sedimentos y se formaron típicos taffoni, unos pequeños huecos redondeados en la piedra producidos por una reacción química salina que erosiona la superficie de ésta. Además, alude al aspecto tan corroído de algunos bloques, hasta presentar formas grotescas, lo que sería el testimonio irrefutable de la acción de la fuerza de las aguas (mareas, oleajes, rocío de la bruma marina, turbulencias…), a lo que habría que sumar la habitación de organismos acuáticos. Fósil de erizo de mar. Y precisamente para rematar su tesis, El-Morsi destaca como prueba definitiva de la inundación en relación con los monumentos el hallazgo que él mismo hizo sobre la superficie de un desgastado bloque megalítico.
Allí identificó un fósil de erizo de mar —o sea, su exoesqueleto petrificado— prácticamente entero. A esto cabe decir que los escépticos han refutado este fósil como «moderno», al considerarlo parte integrante de la propia roca calcárea formada hace unos 30 millones de años, que luego fue trabajada y convertida en bloque. Esto es, el erizo simplemente habría quedado expuesto por la erosión y en modo alguno sería un añadido «reciente».
No obstante, El-Morsi sigue creyendo que el fósil no tiene un origen tan remoto, pues estaba asentado en una posición horizontal «natural» sobre el bloque y mostraba un notable estado de conservación, tanto en su tamaño como en sus detalles, a diferencia de los minúsculos fragmentos de fósil que suelen hallarse en las formaciones calcáreas… En resumidas cuentas, sigue la polémica geológica. Schoch ya había apreciado erosión por agua no sólo en la Esfinge, sino también en sus templos contiguos. A su vez, Manichev y Parkhomenko afirman que la Gran Esfinge habría estado parcialmente sumergida en las aguas que cubrían Guiza en el Pleistoceno, según el típico patrón de erosión acuática en forma de salientes y oquedades. Y finalmente, El-Morsi nos habla de una gran inundación que cubrió buena parte de la meseta de Guiza, tal como se observa en el deteriorado aspecto de muchos bloques de los antiguos monumentos. De todas formas, el experto egipcio no se atreve a poner una fecha a tal inundación.
Preguntas cruciales Así pues, la pregunta final sería:
¿En qué momento de la Prehistoria se habría producido la inundación que habría afectado a ciertas obras humanas?
¿Se trata del testimonio del Gran Diluvio que supuestamente tuvo lugar al final de la última Edad del Hielo, hace unos 12.000 años?
¿O estamos hablando de unas remotísimas inundaciones que los geólogos ucranianos sitúan en el distante Pleistoceno, hace 800.000 años?
La datación de la Esfinge y otros monumentos de la Antigüedad dependería de una respuesta certera a esta cuestión, cuyas repercusiones afectan al origen mismo de la especie humana. Por Xavier Bartlett.
Artículo publicado en MysteryPlanet