Un equipo de geólogos ha analizado una cueva en Turquía considerada una puerta al inframundo. Los registros parecen confirmar que no hay nada sobrenatural que explique porque los sacerdotes sobrevivían allí... pero no todos están de acuerdo.
Josep Guijarro
Había viajado a Turquía en busca de su pasado más antiguo. Las ciudades helénicas del país son más numerosas y hermosas que las de Grecia y gozan de una luz que me sorprende por su singularidad.
Sus muchas piedras son para viajeros soñadores como yo, una suerte de rompecabezas mágico de cuantos conquistaron, con el paso de los siglos, el territorio de Asia Menor.
Recorrí Aspendos, Termesos, Perge, Side o Antalya, esta última fue fundada por Atalo II de Pérgamo, quien ordenó a sus hombres encontrar el «cielo en la Tierra» para erigir allí una ciudad que, con el tiempo, se convertiría en el puerto más importante de la región.
Fue en el templo a Apolo de este Edén grecorromano donde oí hablar –paradójicamente- de la Boca al infierno de Pamukkale, que en turco significa «castillo de algodón».
Reconozco que nunca había figurado este destino en el mapa de mis preferencias en Turquía por ser demasiado turístico pero resultó que mi Murath, mi guía, me explicó que sobre las blancas termas del río Menderes, ricas en bicarbonatos y calcio, se erigía la antigua Hierápolis, un importante lugar de veraniego para los nobles de todo el Imperio, que acudían hace 2.000 años –como los turistas de hoy- atraídos por el beneficio de sus aguas.
«Entre sus ruinas –me dijo- se encuentra la mítica cueva Plutonio referida por el historiador griego Estrabón como la «puerta al Inframundo». Di un respingo.
El nombre de esta cavidad, deriva de Plutón, el dios del inframundo, que según el historiador eructaba el «aliento de la muerte», matando a todos los que estaban a su alcance, excepto a los sacerdotes que «divinamente inmunes» guiaban a los animales al sacrificio.
La descripción era de lo más certera pues, a principios de 2018, un equipo de vulcanólogos liderado por Hardy Pfanz ha analizado los niveles de CO2 de la cueva y ha constatado que oscila del 4 al 53% en la boca del «infierno», hasta el 91% en su interior, lo que equivale a decir que resulta letal para los seres vivos.
El geógrafo griego Estrabón, que vivió entre el año 64 a. C. y el 21 d. C., ya adivinó en su época que esta reacción se relacionaba con la emisión de gas pues dejó escrito: «El espacio está lleno de un vapor tan brumoso y denso que apenas se puede ver el suelo».
No obstante, no podía explicar por qué afectaba sólo a los animales y no a los sacerdotes, ¿Era por su divina providencia o que, simplemente, contenían la respiración?
La respuesta a este interrogante ha llegado dos mil años después. Pfanz que durante su investigación encontró muertos en la cueva de Plutonio a varios pájaros, ratones y más de 70 escarabajos, pudo comprobar la concentración de gases letales fluctúa según la hora del día dado que la luz del sol dispersa el CO2.
«Esto debían de saberlo los sacerdotes lo que unido a la altura, El CO2 es más pesado que el oxígeno, por lo tanto se deposita más bajo, hacía que los animales tuvieran más probabilidades de morir asfixiados» -relata Pfanz en el trabajo publicado por la revista de Ciencias Arqueológicas y Antropológicas.
Resulta por tanto que los pretendidos «poderes» de los sacerdotes no eran tales, sino conocimientos que escapaban al común de los mortales.
Ocurre lo mismo en Delphos, al pie del monte Parnaso en Grecia, donde según relatan autores cristianos como Orígenes y San Juan Crisóstomo, en los siglos III y IV respectivamente, la Pitonisa de Delfos o Pitia «se hallaba sobre una grieta muy profunda de la roca.
Por esa grieta emanaban unos gases tóxicos que hacían que la mujer entrara rápidamente en un estado de embriaguez y desesperación con grandes tiritonas, es decir, entraba en trance, desgreñada y arrojando espuma por la boca.» Poco más se puede añadir.
Las propiedades geológicas de los lugares eran la clave de los fenómenos y no los poderes de los dioses.
El descubridor de la cueva de Plutonio, el arqueólogo italiano Francesco D'Andria, pudo confirmar en 2013 que esta cavidad era la boca al inframundo pues encontró una estatua de Cerbero, el perro de Hades de un metro y medio de altura.
Precisamente Andria se ha mostrado crítico con los geólogos porque asegura que durante su prospección encontró varias lámparas de aceite que demuestran que, durante la noche, se desarrollaban rituales, es decir, cuando los gases letales están más presentes en la cueva. ¿Cómo lograban sobrevivir los sacerdotes?
Para él sigue siendo un misterio