“El día previo, cuando el Almirante (Colón) fue al Río del Oro, vio tres sirenas que aparecieron en la superficie del mar; éstas no eran hermosas como se pintan, aunque tienen algo en la cara de humanas”. 9 de enero de 1493, registro de bitácora Nº 146 de la expedición de Cristóbal Colón.
Los restos parecían a todas luces un cráneo con aspecto humanoide. Encontrados sobre una playa de Kuwait en 1999, fueron recogidos y congelados por un lugareño a la espera de un posterior estudio. Una mandíbula sin dientes, unas cuencas oculares vacías y parte de una columna vertebral hacían pensar a quien viera al apodado “Monstruo de Fintas” en una suerte de homínido marino. Acaso una sirena.
Negada durante siglos por los hombres de ciencia, la existencia de los míticos sirénidos nunca se ha logrado borrar por completo del imaginario colectivo. Ensalzadas en relatos e incluso en registros de valor histórico, la falta de evidencias físicas llevó la investigación científica de los enigmáticos “hombres-pez” hasta un punto muerto.
Esta extraña criatura, quizás una sirena, aparece labrada en la madera de un banco de la Iglesia del Espíritu Santo de Crowcombe, Somerset, Inglaterra. 1535. (Jacqui Ross-CC BY 2.0)
A pesar de conocer menos del 0,1% de las especies que habitan el océano, la antropología da la espalda a la existencia de una especie que pulula tanto en antiguas obras literarias como en relatos recientes: ¿sano escepticismo o negación de lo desconocido?
De acuerdo con las crónicas, el mismo Cristóbal Colón llegó a observar a tres figuras femeninas asomando sobre la superficie del océano. En otro caso, los registros hablan de una sirena que vivió en Harlem hacia el año 1400, que aprendió a hilar pero no a comunicarse con el lenguaje humano. Existe incluso la historia arraigada de una mujer-sirena llamada Murgen, hallada en la costa del norte de Gales, que llegó a recibir el bautismo y a figurar como santa en algunos almanaques del siglo VI.
“El ser vivo capturado esta noche por un grupo de marinos concuerda con las conocidas sirenas” reza en el cuaderno de bitácora del barco veneciano “Nuestro Señor de las tempestades”, del 28 de enero de 1432. “Es una mujer de cabellos y ojos negros, sus piernas están cubiertas por duras escamas y terminan en una sola extremidad con forma de cola de pez”.
Según narran las crónicas, el mismo Cristóbal Colón llegó a observar a tres figuras femeninas asomando sobre la superficie del océano. Detalle del Monumento a Cristóbal Colón de la Plaza de Colón de Madrid, España, obra del escultor Jerónimo Suñol, (1839–1902). (Antonio García-CC BY 2.0)
El océano, ese gran desconocido
Cada pocos años, distintas costas del mundo reciben cadáveres de animales no clasificados por la zoología. Solo durante el tsunami de Indonesia en el 2004, decenas de especies raras afloraron a la superficie por el movimiento de las placas tectónicas. No obstante, el número de especies marinas desconocidas tiende a sobrepasar cualquier número imaginado.
Unas 2.000 especies acuáticas “nuevas” son descubiertas cada año en todos los rincones del planeta. Formas simples (como virus y bacterias) o más complejas (serpientes, tiburones abisales y calamares descomunales) no dejan de sorprender cada mes a la comunidad científica.
Sin embargo, la especie de los sirénidos parece condenada a la no existencia en el campo de la antropología teórica. ¿Existen razones sólidas para fundamentar tal descarte?
La aparición en las costas de todo el mundo de especies que se creían extintas o míticas, como los calamares gigantes, no dejan de sorprender a la comunidad científica. En la imagen calamar gigante capturado en las costas de Asturias, España. (Fotografía: El Mundo/CEPESMA)
De acuerdo a las reglas biológicas conocidas, no existe razón alguna que impida la existencia de una o varias especies de mamíferos marinos como los pinnípedos o los cetáceos cuya existencia haya pasado completamente desapercibida a la luz de la ciencia durante cientos de años. De hecho, la regla general parece indicar que la inmensa mayoría de las especies que habitan las aguas, aún se encuentran muy lejos del alcance del conocimiento humano.
Según las últimas estimaciones realizadas, la ciencia probablemente tardaría unos siete siglos hasta llegar a descubrir la totalidad de especies que se ocultan en las profundidades marinas, donde la noche es perpetua.
El gran “Bloop” y el Homo sapiens de agua
En el verano de 1997 un evento espectacular conmocionó a gran parte de la comunidad científica: los micrófonos submarinos que los Estados Unidos habían instalado durante la guerra fría, detectaron un ronquido ensordecedor que retumbó en la oscuridad abisal frente a las costas de Chile. Durante un lapso de 3 minutos, un quejido, o acaso una llamada, se extendió milla a milla, rompiendo el frío silencio.
En el reverso de una moneda de Demetrio III Eucarios, gobernante del Imperio Seléucida (siglo I a. C.), aparece la diosa Atargatis como una mujer con cola de pez. (Public Domain)
Según los biólogos marinos, el terrible “aullido” solo podría haber sido producido por la caja de resonancia de un animal gigantesco, por lo menos tres veces más grande que la ballena azul: la especie más grande identificada en la actualidad sobre el planeta. Una criatura descomunal que la ciencia aún no conocía.
Otros ejemplos menos conocidos, como el registro científico de un animal de 60 metros de largo cerca de la “Fosa de las Marianas”, apoyan la existencia de grandes entidades marinas habitando fuera de toda especulación biológica.
Después de que el Bloop tuviera lugar a fines del siglo pasado, muchos científicos tomaron conciencia del escaso conocimiento que se poseía sobre el fondo oceánico. Según las crónicas, durante la administración Kennedy, una parte del presupuesto de los EE.UU. se lo disputaron la investigación espacial y la del océano abisal. Pero la carrera espacial ganó aquellos fondos gubernamentales y el océano cayó en un olvido tan profundo como enigmático.
Durante la administración Kennedy, una parte del presupuesto de los EE.UU. se lo disputaron la investigación espacial y la del océano abisal. El presidente J. F. Kennedy dirigiéndose a la nación en junio de 1963. (Public Domain)
La consecuencia de aquella disputa científica celebrada antaño, hoy resulta evidente: conocemos mucho más sobre la superficie de la Luna que sobre el fondo del océano, del cual apenas se ha cartografiado un 3% de su totalidad; decenas de hombres visitaron el espacio (llegando 12 de ellos a pisar nuestro satélite), mientras que sólo dos han conseguido posarse sobre el punto más bajo hasta el que hemos conseguido llegar.
Sin embargo, ante la inmensa laguna de en nuestro conocimiento del universo marino (cuyo 97% ignoramos) y la gran diversidad latente de especies por descubrir, el grupo de los sirénidos parece haber sido deliberadamente excluido de cualquier ámbito científico posible.
Sin existir reglas biológicas que impidan el surgimiento de especies mamíferas cuya genética y anatomía sean homólogas a las de los terrestres Homo sapiens, un pariente sirénido podría perfectamente ocupar un puesto en el inmenso árbol de organismos no clasificados.
“Sirenas” (1883), óleo del pintor Charles Edouard Boutibonne. (Public Domain)
Imagen de portada: “Sirena” (1873), óleo de la pintora danesa Elisabeth Jerichau-Baumann (1818-1881)
Autor: Leonardo Vintiñi – La Gran Época
Fuente: Ancient Origins