Habían pasado más de seis décadas desde la independencia de Filipinas con respecto a España -de la que este verano se cumplieron 120 años-, pero Emilio Aguinaldo tenía las cosas claras con respecto a su papel protagonista en la guerra de 1898:
«Después de Filipinas, yo amo a la madre patria España y algún día querría ir a ella. Los norteamericanos nos traicionaron», repetía el antiguo general insurrecto cuando recibió a ABC, en 1962, en su casa de Cavite.
Un deseo que no pudo cumplir al fallecer, a los 94 años, dos semanas antes de publicarse la entrevista.
Emilio AguinaldoAguinaldo había nacido el 22 de marzo de 1869 en esa misma ciudad. Filipinas pertenecía a España. Al cumplir los 11 años, cuando murió su padre, abandonó la secundaria para ayudar a su madre en la administración de las tierras. Poco a poco fue germinando en él el creciente sentimiento anticolonial de los tagalos.
En 1895, cuando tenía 26 años, ingresó con el rango de teniente en la recién creada organización secreta de Katipunan, liderada por Andrés Bonifacio. «Casi al mismo tiempo que don Andrés -así se refirió en la entrevista, con profundo respeto, a su jefe- ataqué las guarniciones españolas en Cavite y las derroté». El objetivo, lograr la independencia a través de las armas.
Y su determinación fue tal que, pocos meses después, alcanzó el grado de general, justo en el momento en el que se iniciaba la guerra.
Su liderazgo en la rebelión de su provincia fue incontestable, hasta el punto de que sus compañeros le nombraron presidente de la futura república. Como escribiría en 1962 el escritor yugoslavo Ante Radaic, también presente en la cita con ABC: «Son de sobra conocidos sus triunfos, seguidos y continuos.
En donde atacaba, ganaba, y por eso los revolucionarios le reconocieron como el verdadero caudillo de las fuerzas filipinas, mientras Bonifacio, aun habiendo sido primero en organizar el movimiento, perdía su popularidad por sus desaciertos militares».
Aquello no gustó al mencionado Bonifacio, que intentó impugnar la elección y se enfrentó contra Aguinaldo sin dudarlo. La batalla interna entre ambos, que se libró mientras el Ejército español trataba de contener el levantamiento de los filipinos, fue favorable a nuestro protagonista. Poco quedaba de aquel guerrero durante la entrevista con este diario:
«Era un hombre pequeñito, casi momificado, de andar vacilante. Llevaba grandes gafas que parecían extrañas en la cara.
El pelo blanco y abundante. Tenía las mejillas hundidas hasta acusar los pómulos. Los ojos eran diminutos, casi ciegos...», escribía Luis María Ansón en calidad de enviado especial.
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Casa de Emilio Aguinaldo en Cavite, donde ABC realizó la entrevista en 1962
En la confrontación, Bonifacio fue capturado y, tras un juicio militar, condenado a muerte por sedición el 10 de diciembre de 1897. El mismo día fue ejecutado y Aguinaldo alzado como líder indiscutible en la guerra contra los españoles, donde se ganó el respeto de todos por «su nobleza en el campo de batalla para con sus enemigos», tal y como reconocía Ansón en su reportaje.
De hecho, la Reina María Cristina le concedió la más alta distinción de la Cruz Roja, por el trato que tuvo con sus prisioneros y, en especial, con los héroes de Baler. «Siempre he guardado un gran cariño a España y en los día de la guerra siempre ordenaba a mis soldados que tuvieran un gran respeto a su bandera. Siempre he querido y sigo queriendo a vuestro país como a mi propia madre. Cuando hablaba así de España durante la revolución, mis soldados y oficiales me lo reprochaban. Nunca he permitido maltratar a los españoles.
A los prisioneros sanos los mandaba a España y a los enfermos los curaba en los hospitales», aseguraba en 1962 el antiguo jefe de los rebeldes, en el salón de su casa, repleto de algunas fotografías curiosas de aquel pasado glorioso. Entre ellas destacaba una del Rey Alfonso XIII y otra del antiguo capitán general de Filipinas, Fernando Primo de Rivera, tío del dictador español, que le infligió una dura derrota en la primera parte de la guerra, por la cual Aguinaldo tuvo que marchar al exilio de Hong Kong durante unos meses. En dicho retrato, figuraba esta emotiva dedicatorio: «Al general Aguinaldo, bravo y leal adversario en la noble batalla y fiel amigo en la paz».
Nuestro protagonista, sin embargo, no habló de los muertos provocados entre sus «queridos españoles» cuando le dio la vuelta al conflicto gracias al apoyo interesado de Estados Unidos.
Así contó él mismo este episodio en su libro « Reseña verídica de la revolución»: «El almirante George Dewey me pidió que volviera a Filipinas para que reanudara la guerra de independencia, ofreciéndome la ayuda de sus tropas.
Pregunté entonces lo que le concedería a Filipinas en caso de ganar, a lo que contestó que ellos ya eran una nación grande y rica y que no necesitaban colonias». La misma promesa le hicieron los americanos en los meses posteriores: Filipinas sería para los filipinos cuando España cayera.
Al contrario de Cuba y Puerto Rico, no hay muchos datos de esta guerra a pesar de todo lo contado sobre Baler y la batalla naval de Cavite. Se sabe que en el sitio de Manila participaron 8.500 soldados estadounidenses y 12.000 filipinos comandados por Aguinaldo, que aceptó el trato ante las suculentas promesas.
El historiador Jesús Flores Thies aseguró en un estudio de 1999 que no solo fue más larga que la de Cuba, sino también muy cruenta, aunque no daba cifra de bajas, ya que los listados publicados en el Diario Oficial del Ministerio de Guerra español eran muy confusos.
El historiador David F. Trask barajó en «The war with Spain in 1898» (1996) que los soldados españoles muertos en combate en Filipinas ascendieron a unos 3.000 solo del Ejército de Tierra, sin contar los que pudieran fallecer en las batallas navales o durante la repatriación por las enfermedades contraídas.
«Nos traicionaron»
Unos muertos que Aguinaldo asumió sin saber que aquel trato con Estados Unidos acabaría convirtiéndose en su pesadilla. «Los americanos nos traicionaron, nos traicionaron...», repetía en 1962. Cuando se reinició la guerra el 25 de abril de 1898, no duró ni dos meses. El 12 de junio Aguinaldo proclamó la independencia y era elegido primer presidente de su país desde el mismo balcón en el que se produjo el encuentro con este periódico:
«Mire usted, entre estos dos cañones que usted ve, yo hice a Filipinas nación independiente. Y unas semanas después de mi proclamación, se arrió la bandera española», comentaba con cierta orgullo al recordar también el decreto firmado al respecto de los «heroicos» soldados de Baler: «No serán considerados prisioneros, sino todo lo contrario, amigos. Y en consecuencia, se les proveerá de pases para que puedan regresar a su país».
Pronto comprendió Aguinaldo que había sido engañado por Estados Unidos cuando, pocos meses después, comprobaba con sus propios ojos como estos se quedaban con Filipinas a través del famoso Tratado de París firmado con España.
«A los soldados filipinos que habían peleado heroicamente en la guerra no se les permitió entrar en Manila. Los norteamericanos ocuparon el país, a pesar de que los filipinos, inspirados por la libertad, habían tomado las armas en defensa de su independencia», contaba Radaic.
Para los que apoyaban esta versión, el presidente William McKinley no solo había traicionado a sus aliados, también a sus instituciones democráticas y a toda la nación. Los simpatizantes del colonialismo, por su parte, rechazaron los argumentos. Para ellos no hubo tal promesa a los tagalos y no entendían como un «buen norteamericano» podía confiar en la palabra de un bandido extranjero como Aguinaldo, más que en la de un héroe nacional del calibre del almirante Dewey.
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Héroes filipinos de la independencia. Sentados, Pedro Paterno (Izquierda) y Emilio Aguinaldo. Detrás, de derecha a izquierda: Isabel Artacho, Baldomero Aguinaldo, Sevrino Alas, Antonio Montenegro y un ayudante del general Aguinaldo.
Para justificar que se habían quedado con el control del archipiélago asiático, muchos escritores y conferenciantes estadounidenses manipularon la historia en sus textos y análisis.
Los filipinos no dudaron en ir de nuevo a la guerra, pero esta vez contra los que fueron sus aliados. La contienda se prolongó durante tres años y acabó con una derrota apabullante de Emilio Aguinaldo y su ejército.
Siguiendo con la tendencia, el historiador americano Theodore Noyes justificó la conquista acusando a los tagalos de traidores. Una década después, el sacerdote español Manuel Arellano Remondo estimó que más de un millón de hombres, mujeres y niños civiles filipinos habían muerto a consecuencia de los ataques de Estados Unidos.
Cuando en 1958, poco antes de su entrevista con ABC, el escritor y periodista filipino Guillermo Gómez Rivera le preguntó a Aguinaldo si se arrepentía de haberse levantado contra España, su respuesta fue:
«Sí, estoy arrepentido. Por eso, cuando se celebraron los funerales en Manila en honor del Rey Alfonso XIII en 1941, yo me presenté en la catedral para sorpresa de los españoles. Allí me preguntaron que por qué había ido a los funerales del Rey contra el cual me había alzado en rebelión.
Y les dije que sigue siendo mi Rey, porque bajo España siempre fuimos súbditos o ciudadanos españoles, pero que ahora, bajo el poder de Estados Unidos, somos tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias. Nunca nos han hecho ciudadanos de ninguno de sus estados. Los españoles, sin embargo, me abrieron paso y me trataron como su hermano en aquel día tan significativo».
Filipinas no obtuvo la independencia definitiva de Estados Unidos hasta más de cuarenta años (y otro millón de muertos más a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial) después de la guerra. «Nunca olvido a la madre patria, a quien saludo a través de ABC», añadió de nuevo en su despedida Emilio Aguinaldo.
Israel Viana
vie, 04 ene 2019 17:48 UTC
https://www.abc.es/historia/abci-aguinaldo-rebelde-filipino-arrepintio-masacrar-querida-espana-1898-201806120223_noticia.html