El científico más célebre del siglo XX, Albert Einstein, estuvo rodeado de controversia tanto en su faceta académica como en su vida privada.
Sin embargo, uno de los aspectos más desconocidos de su biografía es la conspiración en su contra con la investigación secreta a la que fue sometido por el FBI y que duró desde antes de la II Guerra Mundial hasta su muerte, en 1955.
Periodista
28 de Mayo de 2020 (12:00 CET)
Conspiración contra Einstein
Existen pocos personajes que trasciendan su tiempo y despierten tantas pasiones y controversias como Albert Einstein. Sus descubrimientos continúan hoy revelando posibilidades científicas asombrosas, muy adelantadas a su tiempo y a los postulados teóricos de sus colegas, a los que dejó abrumados, pero una turba cada vez mayor de detractores se empeña en desmontar sus teorías y en deslegitimar la más importante de todas, base de numerosos descubrimientos, la de la Relatividad.
No vamos a realizar un recorrido por la física cuántica, la teoría de cuerdas o los saltos en el tiempo.
No es lo que nos ocupa en estas líneas. Menos conocido que su faceta científica y divulgativa que le condujo al Nobel, pero igual de apasionante, fue su papel como defensor de causas que muchos creían perdidas en un tiempo, los años 40, y en un país, Estados Unidos, que era entonces azote de minorías, obsesionado con la infiltración comunista y el enemigo silencioso.
El científico alemán de origen judío también sufriría aquel acoso clandestino de las fuerzas de seguridad norteamericanas, y eso que de persecuciones y rechazo racial sabía mucho, pues conoció de primera mano la Alemania nazi de cuyo yugo pudo escapar in extremis. Esta es la historia de la conspiración contra Einstein.
Fue en 1983, tres décadas después de la muerte del físico, cuando un profesor de la Universidad Internacional de Florida tuvo acceso a una versión –censurada– del expediente abierto por el FBI contra Einstein, un voluminoso archivo de documentos de 1.427 folios. Éstos sirvieron para que el periodista estadounidense Fred Jerome diese forma en 2003 al revelador trabajo El Expediente Einstein.
Un pacifista camino del exilio
En otoño de 1932, Einstein y su segunda esposa, Elsa, abandonaron su casa de campo de Caputh, a las afueras de Berlín, para visitar EE. UU.: el físico fue invitado a dar clases en el Instituto de Tecnología de California. Su idea era pasar allí seis meses al año y después regresar a Berlín, pero pasando primero por Princeton, donde había aceptado también un nombramiento en el Instituto de Estudios Avanzados, que estaba a punto de inaugurarse.
Las ideas pacifistas y cercanas al socialismo de Einstein están muy bien documentadas. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, en 1914, acababa de regresar a Alemania desde Suiza, y fue uno de los pocos intelectuales que rubricó un manifiesto en contra de las hostilidades, reclamando una unión europea muchas décadas antes de que esta idea siquiera tomase forma y convirtiéndose en personaje non grato por su pacifismo.
Pero Albert no se quedó ahí, en los años siguientes, mientras duraba la situación que estaba desangrando el Viejo Continente, estampó su firma en numerosos manifiestos pacifistas y formó parte de organizaciones que instaban al desarme, algunas de ellas ilegalizadas, como la Liga de Resistentes contra la Guerra.
Entonces sus acciones tenían una gran repercusión porque en 1915 había alcanzado ya la fama internacional con la difusión de su Teoría de la Relatividad General. Cuando en 1919 las observaciones británicas de un eclipse solar confirmaron sus predicciones sobre la curvatura de la luz, se hizo mundialmente famoso por sus hallazgos y fue idolatrado por la prensa de todo el mundo.
En 1921, Einstein recibía el Premio Nobel de Física, tras varias candidaturas previas, pero lo fue por sus contribuciones a la física teórica y sus explicaciones sobre el efecto fotoeléctrico, y no por su teoría de la Relatividad, ya que al parecer el científico al que se encargó la tarea de evaluarla –en un tiempo en que ésta seguía rodeada de controversia y era urticante para la comunidad académica–… ¡no la entendió! y temía correr el riesgo de que más tarde se demostrase errónea.
En la década de los 30, quien era ya el científico más famoso del orbe estaba profundamente afectado por el ascenso del fanatismo hitleriano y los ataques contra los judíos. Pero a pesar de su desasosiego, Einstein y Elsa pensaban regresar a Alemania tras su visita a Princeton. Los sucesos posteriores lo harían imposible. Pero su marcha a EE. UU. no sería ni mucho menos sencilla.
Toda la verdad sobre el "Expediente Einstein" (II)
Tras la II Guerra Mundial, Einstein se unió a grupos antinucleares, como el Comité de Emergencia de Científicos Atómicos (ECAS), una institución que sería investigada por el reaccionario senador Joseph McCarthy durante la llamada «Caza de Brujas». Las conspiraciones a su alrededor han sido una constante desde entonces...
Periodista
28 de Mayo de 2020 (16:55 CET)
RUMBO A EE. UU.
Mientras preparaba su maleta, el 5 de diciembre de 1932, el matrimonio recibió una llamada del consulado general de EE. UU. en Berlín, solicitándoles que se acercaran para responder a unas preguntas sobre su petición de visado. Einstein acudió junto a su esposa creyendo que se trataba de un procedimiento rutinario.
Sin embargo, se enfrentó a algo muy distinto cuando Raymong Geist –el segundo del cónsul general estadounidense, George S. Messersmith, que estaba fuera de la ciudad– se encargó de la entrevista. Comenzó preguntándole sobre sus credenciales políticas, si pertenecía a alguna organización y, finalmente, insistió en si era anarquista o comunista.
Viendo vulnerados sus derechos, Einstein, en una imagen muy alejada del científico despistado y afable con la que pasaría a la posteridad, le gritó a su interlocutor que si aquello se trataba de un interrogatorio y cogiendo su sombrero y su abrigo, antes de marcharse con Elsa, le espetó a Geist, rotundo: «¿Hace usted esto por propia iniciativa o actúa siguiendo órdenes de arriba?».
El motivo de aquella inusual entrevista había que buscarla en anteriores viajes de Albert a EE. UU., durante los cuales realizó no solo ponencias sobre temas científicos, sino también charlas y conferencias en las que dejaba claro su lucha contra el militarismo y sus ideas pacifistas.
Fue entonces cuando se puso en la diana de la llamada Corporación de Mujeres Patrióticas, cuyo lema político era «Por la defensa nacional del hogar contra el sufragio universal, el feminismo y el socialismo».
En 1932, el grupo patriótico decidió concentrar sus fuerzas vigilando las puertas del país frente a lo que denominaban «extranjeros indeseables»: comunistas, pacifistas, feministas…
En agosto de aquel año, su presidenta, la reaccionaria señora Randolph Frothingham, cuando el Instituto de Princeton anunció que Einstein iba a pasar allí un semestre cada año a partir de 1933, envió un retorcido informe al Departamento de Estado en base a la llamada Ley de Exclusión y Deportación de Extranjeros, que prohibía la entrada –o en su caso la permanencia– en EE. UU. de anarquistas o quienes escribieran, hablaran o, incluso, pensaran como tales.
Ni qué decir tiene que Albert Einstein no tenía nada de anarcosindicalista, pero aquel informe era la causa de que el consulado interrogara al científico alemán y más tarde sería uno de los principales elementos acusatorios que conformarían el «Expediente Einstein» confeccionado por el FBI de J. Edgar Hoover.
En el documento remitido por Frothingham se podían leer perlas como que se impidiese su entrada en EE. UU. porque era «el líder del nuevo pacifismo militante», y aseguraba que el alemán «propugnaba actos de rebelión contra el principio básico de todo gobierno organizado (…)».
La misiva llegaba a decir que ni siquiera el mismo Stalin estaba afiliado «a tantas organizaciones anarco- comunistas» como Einstein.
Para las Mujeres Patrióticas, sin embargo, el más grave de todos los pecados cometidos por el físico era su «negación de la religión organizada».
En aquel entonces, Einstein, tras conocer la diatriba contra él, ya que la presidenta se había encargado de enviar varias copias a la prensa, respondía en tono de burla y afilada ironía en la primera página de la edición de The New York Times del 4 de diciembre de 1932. Ahora, sin embargo, tras la entrevista-interrogatorio en el consulado norteamericano en Berlín, sabía que debía tomarse más en serio las acusaciones de las extremistas.
Horas después de su entrevista-interrogatorio, Einstein telefoneó al consulado y amenazó con cancelar su viaje si no se le expedía el visado esa misma tarde.
A su vez, Elsa llamó a los corresponsales en Berlín de The New York Times y Associated Press y les informó del incidente. Lo cierto es que Einstein era el científico más importante de lo que llevaban de siglo.
Las alertas saltaron en Washington y se intentó remediar la situación. No obstante, por entonces ya un amplio grupo consideraba al físico una suerte de antisistema, y pronto los federales lo pondrían en su punto de mira.
Messersmith aprobó el visado al día siguiente y el 12 de enero de 1933 los Einstein ya estaban en California. El 30 de enero de ese mismo año, Adolf Hitler alcanzaba la Cancillería alemana y se instauraba el Tercer Reich.
Con la llegada de los nazis al poder, acusaron a Einstein de traición a la patria al haber aceptado un trabajo en EE UU y quemaron todas sus obras a las puertas de la Universidad de Berlín.
Los problemas de Einstein con los nazis se remontaban mucho tiempo atrás, nada menos que a comienzos de los años 20. Y es que bastante tiempo antes de que el Führer diseñara su Nuevo Orden Mundial, el físico alemán ya había advertido lo que el siglo XX podría esperar del nazismo.
Lo hizo en una carta en 1922, tras el asesinato de su amigo, el ministro de Exteriores judío de la República de Weimar, Walter Rathenau, a manos de dos oficiales ultraderechistas. Albert escribió a su hermana mayor, Maja: «Aquí se están gestando tiempos oscuros, económica y políticamente, así que estoy contento de poder escapar de todo durante medio año».
Había escrito aquellas líneas desde Kiel, tras mudarse de Berlín cuando la policía le advirtió de que él tampoco estaba a salvo. En diciembre de 1932, Einstein se trasladó a Princeton acompañado de Elsa, de su hijastra Margot y de su ayudante Helen Dukas. Nunca regresarían a Alemania.