Más allá de su dimensión folclórica, son innumerables los sucesos extraños en las carreteras de los que diversos testigos dan cuenta.
EL AUTOESTOPISTA FANTASMA
Era un viernes de madrugada, y la lluvia caía intensamente sobre el asfalto. El matrimonio regresaba del pueblo por una solitaria carretera que serpenteaba entre el paisaje montañoso. Tras salir de una curva, observaron que unos metros más adelante, por el margen derecho de la carretera, una joven caminaba de espaldas a la circulación, tratando de protegerse de la lluvia con su cazadora roja.
Su aspecto animó al conductor a detener el vehículo a su altura: “¿Qué haces en un lugar como éste con la que está cayendo?”, le preguntó. “Es una larga historia. Por favor, llévenme a casa y se la contaré”, respondió la muchacha. La joven se subió a la parte de atrás del vehículo, donde se mantuvo callada buena parte del trayecto. Sin embargo, cuando se encontraban cerca de su destino, la chica rompió su silencio para dirigirse al marido: “Por favor, tenga cuidado en esa curva…”. El hombre miró de reojo a la muchacha por el espejo interior, y entonces ella sentenció: “En esta curva fue donde me maté”.
Así da comienzo una de las leyendas urbanas más famosas y repetidas del mundo, la de la chica de la curva. En un sentido más general, lo correcto sería dirigirse a ella como el “autoestopista fantasma”, ya que no tiene por qué ser necesariamente una chica ni producirse siempre en una curva peligrosa. Lo que está claro es que cada punto negro de cada carretera del planeta tiene su propia variante, que dependerá de las tradiciones y otros aspectos de la región. Y aunque estas historias cuentan con elementos que se repiten en todos los casos –el viajero que recoge a la persona que hace autoestop, la advertencia sobre algún peligro y la desaparición sin dejar rastro–, tantas veces la hemos escuchado que nos suena a historia que le ocurrió al amigo de un amigo.
Sin embargo, algo que puede hacernos cambiar de opinión es el encuentro con sus testigos. Personas que, sin nada que ganar, te miran a los ojos y te dicen “a mí me ha pasado”.
EL FANTASMA DEL PASO A NIVEL
Así, he encontrado casos en Córdoba en los que la persona al principio recelaba de hablar y me confesaba haber sido protagonista de una situación extraña. Sobrecogedor me resultó el testimonio de Gaspar Núñez, trabajador de RENFE, hoy maquinista-jefe de tren en Córdoba.
Allá en 1994, este veterano conductor de ferrocarril se encontraba trasladado a Cataluña, y allí fue encargado de realizar un servicio especial. Según le informaron, un tren repleto de pasajeros se había averiado en la estación de San Vicente de Calders, en Tarragona, y el encargo consistía en partir desde Barcelona en otro tren vacío, recoger a los viajeros y llevarlos de vuelta a la Ciudad Condal.
Minutos antes de partir, un superior le comentaba que la hija de un compañero había perdido el tren que debía llevarla a Tarragona, y pidió a nuestro testigo que la llevara con él. La joven subió a bordo. Acababa de anochecer y puesto que todos los vagones iban vacíos, las luces estaban apagadas, así que el conductor le pidió a la chica que se quedara con él en la cabina. La tímida muchacha se pasó en silencio medio viaje. Todo estaba tranquilo hasta que el tren comenzó a aproximarse a un paso a nivel. Entonces, la chica agarró a Gaspar por el brazo y le gritó: “¡Pita! ¡Pita! ¡Que ahí me maté yo!”. Sin entender lo que estaba ocurriendo, nuestro testigo tocó el silbato del tren de forma instintiva, y luego miró a su derecha para comprobar que la muchacha ya no estaba.
Desconcertado, se levantó y empezó a mirar primero por la cabina, y luego por los vagones de los pasajeros a ver dónde se había metido, pero no encontró rastro alguno. Gaspar terminó el viaje aterrado. El conductor llegó a su destino solo y sin noticias de la hija del ferroviario. Una vez en Tarragona, se apresuró a preguntar a los compañeros si conocían al padre de la chica, y, efectivamente, era un especialista bien conocido por todos. Ese hombre tuvo una hija que murió arrollada por un tren cuando intentaba cruzar la vía… justo en aquel paso a nivel.
EL ESPECTRO DEL SOLDADO
Aunque esta historia puede parecerles increíble, no se trata de un caso aislado, puesto que existen testigos de hechos similares en Córdoba. Uno de ellos es Rafael Delgado (en la foto superior), un veterano mecánico. Hace más de 30 años, Rafael trabajaba en asistencia en carretera, y un sábado por la tarde le llamaron para realizar un servicio en la provincia.
Cuando terminó el trabajo, de noche, y al pasar por las inmediaciones del Campamento Militar de Obejo, en la puerta había un soldado con una mochila haciendo autoestop.
Rafael detuvo su grúa y como iban en la misma dirección, le invitó a subir. El soldado, que decía llamarse Joaquín, le reveló que venía de Huelva, que su padre también era militar y que ahora tenía que abandonar el ejército por motivos personales. Al llegar a uno de los tramos más peligrosos de la carretera, las llamadas “curvas de la herradura”, le advirtió: “Ten mucho cuidado en estas curvas porque ha fallecido mucha gente aquí”. Rafael no lo tomó demasiado en serio, ya que conocía de sobra este trayecto. Al completar el último giro, Rafael sacó el intermitente para invitar a su acompañante a tomar algo en El Frenazo, pero al detener la grúa frente al restaurante, se percató de que el soldado ya no iba sentado a su lado. Se había esfumado.
APARECIDOS EN EL ARCÉN
Una variante más aterradora es la de los aparecidos en la carretera, figuras siniestras que se aparecen en el arcén o cruzan la calzada ajenos al tránsito de los coches. También he encontrado en Córdoba casos inquietantes como el que me narró Pedro Antúnez, un trabajador de un centro de cuidado de enfermos. Todo comenzó hace unos seis años con un accidente de coche. Pedro salió ileso y continuó su vida, normal, hasta que un año después, sufrió otro accidente.
Fue entonces cuando se percató de un detalle singular: en ambos siniestros se daba la circunstancia de que, unos siete días antes de cada uno, Pedro había visto en la carretera a un extraño hombre. Apuntó que tenía el pelo blanco, y aunque era el mismo, lo vio en dos lugares diferentes y vestido de forma distinta: una, en la entrada de la autovía de Málaga y la otra, en el camino de acceso a una urbanización a las afueras de Córdoba. Este dato se hubiera quedado en pura anécdota de no ser porque, meses después, volvió a reconocer al individuo cuando conducía de noche por una carretera secundaria, vestido con una especie de mono de trabajo. Pedro pasó junto a él, y cuando miró por el retrovisor ya no estaba. Justo una semana después el testigo tuvo un golpe con el coche al salir de trabajar. El joven empezó a notar que la ropa con la que aparecía vestido ese hombre del pelo blanco parecía tener alguna relación con lo que le iba a ocurrir.
Esto empezaba a ser demasiado extraño.
Pasó algún tiempo, y cuando ya casi se había olvidado de él, ahí estaba de nuevo. Estático, como ausente, en el arcén derecho de la autovía. Esta vez Pedro se percató de la fantasmal figura cuando aún estaba lejos. Miró un segundo al frente para controlar la carretera y cuando volvió a desviar su mirada, ya no había nadie. Justo a la semana, un nuevo accidente. El chico empezó a preocuparse. Y hace aproximadamente un año, volvió a verlo.
Esta vez, el encuentro fue mucho más claro, puesto que el aparecido vestía de negro. Pedro se asustó, temiendo que siete días después pudiera ocurrir algo realmente terrible. La semana se hizo interminable y, cuando llegó el séptimo día, el chico fue a trabajar en bicicleta. Se aproximaba la hora en la que se cumpliría justo la semana desde la aparición y el trabajador del centro de cuidado de enfermos decidió evitar cualquier medio de transporte que le expusiera a un accidente. Sin embargo, el destino parecía escrito, aunque esta vez no fue en forma de accidente automovilístico.
Lo hizo a través de una terrible noticia: uno de los pacientes con los que mejor relación tenía en su trabajo, con el que llevaba seis años tratando, falleció. Pedro sintió la pérdida, aunque en cierta manera también respiró aliviado, pensando que podría haber sido mucho peor. Desde entonces, al testigo no le ha ocurrido nada malo, y tampoco ha vuelto a encontrarse con ese hombre del pelo blanco. Pedro habló de su visión a su familia, descubriendo que la descripción física del aparecido se correspondía sorprendentemente con la de un tío suyo falleció cuando él tenía dos años. Un hombre que nunca tuvo hijos, y que por ello volcó todo su cariño en su sobrinito recién nacido. Su viuda está convencida de que lo que Pedro observa en la carretera es el ánima bendita de su marido, que no ha querido marcharse para proteger a su querido sobrino.
PUNTOS NEGROS Y CARRETERAS DE LA MUERTE
Una aparición destacada es la que varios testigos han observado en la llamada Cuesta del Espino, situada en el kilómetro 416 de la autovía A-4 (Madrid-Cádiz), conocida entre los cordobeses por ser el mayor punto negro de las carreteras de la provincia. Uno de estos testigos es María José Rider, vecina de La Carlota. Esta mujer me asegura que en varias contrarse más cerca, se percató de que no había ningún coche siniestrado y que llevaba una insólita vestimenta, una especie de jersey a rayas naranjas y azules. Cuando estaba a pocos metros, el desconocido hizo un amago de abalanzarse hacia el vehículo, lo que motivó a María José a pisar el acelerador a fondo para marcharse de allí.
Asustada, recordó que en ese tramo de la carretera hay cámaras de tráfico vigilando la circulación, por lo que se le ocurrió llamar al 112 para alertar de la situación. En el teléfono de asistencias le informaron de que este individuo no aparecía en las cámaras de tráfico. En los meses posteriores, María José volvió a encontrarse con este misterioso personaje en el mismo tramo en dos ocasiones más, en horarios poco frecuentes, con la misma indumentaria y siempre moviendo sus manos pidiendo a los coches reducir la velocidad. Cuando investigué sobre los accidentes mortales que se han producido en este lugar, son tantos lque resultaría imposible tratar de relacionar este espanto con alguno de los siniestros registrados en el conocido punto negro. ¿Podría tratarse del espíritu de un hombre que falleció en este lugar por un exceso de velocidad? Otro punto negro se encuentra entre los kilómetros 39 y 43 de la carretera nacional que une Córdoba y Málaga, la N-331.
Durante años, este tramo acumuló multitud de accidentes, llegando a ser conocida como la “carretera maldita”. De entre todas las apariciones, la más escalofriante fue la de un viajante que me aseguró haber observado en varios desplazamientos a una chica vestida de novia con un ramo entre las manos, en el margen de la calzada, en una zona entre Montilla y La Rambla conocida como La Cuesta del Portichuelo. Preguntando en ambos pueblos por algún suceso que pudiera tener relación con la extraña visión, en Montilla me informaron de que el 28 de marzo de 2003, una joven pareja falleció al volante de su vehículo en una terrible colisión con un camión, a dos semanas de su boda. Por último, no quiero dejar atrás otro caso inquietante. En esta ocasión, la testigo es María José Jiménez, una mujer que vive en una de las parcelas de la Urbanización el Sol de Alcolea. Me encontraba entrevistándola por supuestos fenómenos extraños cuando, de pasada, me comentó que cada noche regresando del trabajo veía a un hombre quieto en el borde de la carretera, en el puente construido sobre el canal del Guadalmellato.
Encontrar a un hombre caminando en esa zona de parcelas no tendría nada de especial, de no ser porque el que veía se encontraba estático en el mismo lugar, sin mover un solo músculo aunque hiciera frío, lloviera, o granizara. En esta ocasión, en los diarios locales del 24 de junio de 2013 encontré una noticia que podría guardar relación con esta aparición. Según la misma, la policía había rescatado el cuerpo sin vida de un hombre de 43 años ahogado en el canal del Guadalmellato pocos días antes, posiblemente vecino de la Urbanización el Sol. ¿Se trata del espíritu de este vecino que no descansa en paz? ¿Necesita comunicarle a María José algo importante?
Podría seguir planteando preguntas, aunque probablemente tan sólo conseguiría que cada vez nos sintiéramos más pequeños ante la auténtica magnitud de un enigma que lleva siglos inquietando a personas alrededor de todo el mundo. Lo único de lo que tengo certeza es que son demasiados los casos como para pensar que se trata de una simple leyenda, y que las circunstancias de la vida nos pueden llevar cualquier noche a vernos al volante de nuestro vehículo por una carretera oscura y solitaria.
José Manuel Morales
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