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martes, 30 de mayo de 2023
viernes, 3 de marzo de 2023
Gonzalo Fernández de Córdoba, El Gran Capitán
Un Gran innovador temido por los franceses
Montilla, Córdoba, 1453 - Granada, 1515.
El Gran Capitán, militar al servicio de los Reyes Católicos, además de un extraordinario soldado, leal y valeroso, también se le conoce por su gran capacidad de innovación y organización, competencias facilitadoras de su reforma del ejército español.
Creó el código de honor del soldado, basado en la austeridad, el estoicismo, el amor a la patria y el fervor religioso. Hizo de la infantería española una máquina respetada y temida en todos campos de batalla durante una larga época.
Sus conocimiento los adquirió en la guerra de guerrillas que supuso la reconquista de Granada. Sus operaciones se basaban en la maniobra rápida, es decir, la combinación del fuego y el movimiento rápido de la tropa.
Configuró la infantería para lograr mayor contundencia y sorpresa. Incrementando la proporción de arcabuceros Impulsó el despliegue rápido en profundidad, pero manteniendo un escalón en reserva para utilizarlo donde pudiera ser necesario.
Otra de sus aportaciones innovadoras fue armar a parte de la infantería con espadas cortas, rodelas y jabalinas. De esta manera podían introducirse entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles destrozos.
El Gran Capitán organizó la tropa en compañías, unidad fundamental de los tercios. Al mando de la compañía iba un capitán. Los infantes eran expertos en el manejo de las armas de fuego y en el combate de a pie.
Los soldados, además de pelear, tenían la capacidad de hacer trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y ejercicios constantes.
Creó también un nuevo tipo de unidad, la coronelía. Es el de los tercios. Tenía unos 6.000 hombres y podían de combatir en cualquier terreno.
Participó en:
Combatió al ejército del rey de Portugal En la Batalla de de Albuera,que habían invadido Extremadura
Reconquista de Granada. Llegó a negociar la rendición del reino nazarí de Granada
1495 hizo la gran campaña en Nápoles contra el francés. Su primera campaña italiana se comienza cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles . Aplicando en Italia lo aprendido en la la Guerra de Granada, Gonzalo Fernández de Córdoba, expulsó a los franceses de Calabria , y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496. Volvió a España como un héroe.
En 1502 se reanudó la guerra contra los franceses tras tratar el rey francés de tomar de nuevo Reame. Una de las primeras batallas de esta guerra fue la de Ceriñola en la que Gonzalo Fernández de Córdoba se aplicó al máximo para lograr, posiblemente su mayor éxito militar.
Ceriñola la batalla que cambió la historia: antes de Ceriñola la fuerza y potencia de un ejércitos se medía en base a la cantidad de caballería pesada , pero después de esta batalla, se produce una revolución en la táctica militar y se comienza a potenciar la infantería. Fue una victoria total sobre el francés, lograda tras solamente una hora de combate. Un ejemplo de como la táctica y saber elegir el terreno facilitan enormemente un buen resultado de cualquier combate.
El Gran Capitán, tras estos triunfos desempeñó funciones de virrey en Nápoles. Donde fue querido y respetado. Gonzalo de Córdoba fue tan popular entre sus hombres, que quisieron proclamarle rey de Nápoles
Tras La muerte de la reina Isabel la Católica en 1504 el Gran Capitán inició su decadencia por su enfrentamiento con Fernando el Católico. La gota que colmó el vaso fue el Tratado de Blois (1505), por el que el rey de España devolvió a la Corona francesa las tierras napolitanas que Fernández de Córdoba conquistado a la Casa de Anjou y este había repartido entre sus oficiales.
En 1507 Fernando viajó a Nápoles para tomar posesión de su nuevo reino, este es el momento en que Fernando el Católico pidió entonces al Gran Capitán un balance de gastos realizados. Esto le pareció humillante y respondió con un informe conocido como las “Cuentas del Gran Capitán”.
Un resumen de las sarcásticas cuentas del Gran Capitán :
- Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres, para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas.
- Diez mil ducados en pólvora y balas.
- Cien millones en palas, picos y azadones, para enterrar a los muertos del adversario.
- Cien mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres de sus enemigos tendidos en el campo de batalla.
- Cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas, en días de combate.
- Ciento sesenta mil ducados en poner y renovar campanas destruidas por el uso continuo de repicar todos los días por nuevas victorias conseguidas sobre el enemigo.
- Millón y medio de ducados para mantener prisioneros y heridos.
- Un millón en misas de gracia y tedéums al Todopoderoso.
- Tres millones de ducados en sufragios por los muertos.
- Siete mil cuatrocientos noventa y cuatro ducados en espías y escuchas,
y la mejor de todas ....,
- Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el Rey pedía cuentas al que le había regalado un reino.
Esto lógicamente no le sentó nada bien a Fernando , pero este prefirió evitar el enfrentamiento directo con él, pero nunca le perdonó la ofensa.
El Rey alejó a Gonzalo de Nápoles. Y tras el “arabesco lateral” el Gran Capitán tuvo que disfrutar de una vida más sedentaria y rebosante de paz en sus posesiones de España.
Su reforma militar duraría siglos.
Libros Electrónicos sobre El Gran Capitán
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Enlaces Bibliográficos sobre el Gran Capitan
Videos Relacionados con El Gran Capitán
Conferencia: El Gran Capitán recorriendo el campo de la Batalla de Ceriñola, por Federico de Madrazo
http://www.grandesbatallas.es/gran%20capitan.html
domingo, 13 de marzo de 2022
viernes, 8 de octubre de 2021
sábado, 18 de septiembre de 2021
La historia de Mademoiselle Maupin
17 SEPTIEMBRE, 2021 - 20:48 RYAN STONE
Espadas, peleas y amores secretos constituyen a menudo la temática de los cuentos de hadas y las historias de aventuras. Pero en el caso de la parisina Julie d’Aubigny, estas ocupaciones formaban parte de su vida cotidiana. Conocida también como Mademoiselle Maupin o La Maupin, d’Aubigny nació en el siglo XVII y fue famosa en su época como experta espadachina y cantante, dos carreras que en cierto modo parecen contradecirse la una a la otra.
Mientras que la música le ofrecía bellas canciones y melodías, la esgrima le exigía una estricta disciplina e implicaba un constante peligro, que podía llegar a ser mortal. Pero para una mujer del calibre de Julie d’Aubigny, cuyas diversiones en vida no se limitaron únicamente a cantar y empuñar la espada, los riesgos de la esgrima sin duda merecían la pena.
Bizancio sufre la ira bárbara en la masacre de Milán del 539 d.C.
Infancia y juventud
Julie d’Aubigny nació en una familia de clase más o menos media. Su padre trabajaba para el Caballerizo Mayor, quien a su vez era empleado del rey de Francia, Luis XIV. De este modo, Julie recibió una educación muy completa en su infancia y juventud, aprendiendo del Caballerizo Mayor, jefe de su padre, a bailar, leer y practicar la esgrima—actividades habitualmente reservadas a las jóvenes adineradas, o para ser más exactos, a los jóvenes adinerados. Fue en esta etapa de su vida cuando se fugó a Marsella con su profesor de esgrima y también amante. Él estaba entonces acusado de haber dado muerte a otro espadachín.
Ilustración de Mademoiselle de Maupin obra de Aubrey Beardsley (1898), extraída de su serie de dibujos ‘Six Drawings Illustrating Theophile Gautier's Romance Mademoiselle de Maupin’. (Public Domain)
Amores y ropas de hombre
Uno de los aspectos más intrigantes de la vida de Julie es que decidió vestir con ropas de hombre durante su exilio voluntario de París, participando con su amante en exhibiciones de esgrima para conseguir dinero mientras estaban huidos. Lo realmente fascinante de este alejamiento de las normas habituales de la época para su sexo es que las ropas que llevaba Julie no pretendían ser un disfraz; vestía como un paje masculino, pero su condición femenina resultaba ostensiblemente evidente para todo aquél que se cruzara con ella.
Julie continuó con esta rutina de artistas circenses ambulantes, cantando en tabernas y uniéndose finalmente a la compañía de ópera de Pierre Gaultier como cantante. Fue en esta época cuando mantuvo una relación con otra mujer—un acto escandaloso en el siglo XVII. Julie evidentemente apostó muy fuerte por esta relación. Cuando su amante fue enviada a un convento, Julie ayudó a la joven a simular su muerte para que escapara de las monjas.
La pareja muy probablemente se habría salido con la suya si la amante de Julie no hubiese vuelto con sus padres tres meses más tarde, lo que tuvo como resultado que Julie fuera acusada (como ‘hombre’) de secuestro e incendio provocado. Fue indultada más tarde por su primer amor, el Caballerizo Mayor.
Uniforme de Caballerizo Mayor del Reino Unido de finales del siglo XIX.(CC BY-SA 3.0)
La lista de amores secretos de Julie d’Aubigny continuó aumentando después de batirse en duelo con el hijo del Duque de Luynes. Tras derrotarle, se convirtió rápidamente en su amante cuando fue a visitarle para comprobar su estado mientras se recuperaba.
En 1690 pasó a formar parte de la Real Ópera de París con la ayuda de su último amante, Gabriel-Vincent Thévenard, y aunque se convirtió en una muy popular cantante (y amante) tanto entre los demás intérpretes como entre los miembros del público, Julie también se granjeó numerosos enemigos.
Gabriel-Vincent Thévenard. (Public Domain)
En 1695 besó a otra mujer, y por ello se vio obligada a defender su honor (y el de la mujer) luchando a espada contra tres hombres diferentes. Aunque ganó los tres combates, se vio obligada a pesar de todo a huir a Bruselas, ya que los duelos estaban prohibidos en París en aquella época.
Monsieur de Maupin
Curiosamente, durante todo este tiempo en el que vivió tantos amoríos y se las vio tanto con la muerte como con la ley, Julie d’Aubigny estuvo casada con Sieur de Maupin. De hecho se casó con él poco después de cumplir catorce años. Sin embargo, parece que Monsieur de Maupin no sentía mucho interés en la vida de su esposa, o quizás jamás supo qué había sido de ella, ya que se trasladó al sur de Francia poco después de su matrimonio, mientras que ella se quedó en París.
Julie d’Aubigny murió joven, a los 33 años, tras la muerte de su amante de entonces, Madame la Marquise de Florensac, a principios del siglo XVIII. Se desconoce dónde fue enterrada, o si realmente recibió sepultura, y si su marido tuvo noticia de su muerte en algún momento. De cualquier modo, la vida de Julie d’Aubigny fue indudablemente mucho más apasionante y tumultuosa que la de la mayoría de los que llegaban a una avanzada edad en su época.
Imagen de portada: Página del Codex Wallerstein (Public Domain) “Mademoiselle Maupin de l'Opéra”. Grabado anónimo, c. 1700. (Public Domain)
Autor Ryan Stone
Referencias
2002. The CESAR PROJECT. Oxford Brookes University: Oxford. http://cesar.org.uk/cesar2/books/parfaict_1767/display.php?volume=3&index=350
Gilbert, Oscar Paul. 1932. ‘Women in Men's Guise’. John Lane: London.
Smiedt, David. ‘A Life Most Rakish. The Renaissance Woman: Julie d'Aubigny.’ The Rake: the Modern Voice of Classic Elegance. https://therake.com/our-world/a-life-most-rakish/the-renaissance-woman-julie-daubigny/
2002. “Women in World History: A Biographical Encyclopedia.” Encyclopedia.com. https://www.encyclopedia.com/article-1G2-2591306348/maupin-daubigny-c-16701707.html
https://www.ancient-origins.es/historia-personajes-famosos/historia-mademoiselle-maupin-003736
jueves, 23 de julio de 2020
miércoles, 4 de marzo de 2020
Alcocer: la Mítica Batalla en la que el Cid Campeador Aniquiló a cientos de moros con un curioso Engaño
Durante su primer destierro, Rodrigo Díaz de Vivar tomó una fortaleza ubicada cerca del Jalón tras 15 semanas de asedio. Hasta ahora, esta contienda navegaba entre la verdad y la invención, pero una excavación arqueológica ha desvelado su veracidad
Representación del Cid Campeador – WIKIMEDIA
Entre la historia y la leyenda. Así permanecía hasta ahora la batalla de Alcocer. Una contienda en la que Rodrigo Díaz de Vivar (más conocido por su apodo: el Cid Campeador) tomó con una curiosa treta una fortaleza inexpugnable ubicada cerca del Jalón. Todo ello, después de ser desterrado por el rey Alfonso VI.
Según el «Cantar del Mio Cid» (el mítico poema que relata las hazañas de este personaje con más misticismo que verdad) el líder militar, al ver que no podía conquistar la plaza, decidió fingir una retirada. Para ello, levantó todo su campamento menos una tienda y, cuando los musulmanes se acercaron a investigar (dejándose las puertas de la fortaleza abierta) él y sus hombres les atacaron. El plan salió a pedir de boca.
Hasta ahora, se consideraba que la batalla de Alcocer había sido imaginada por el autor del cantar. Sin embargo, un nueva investigación desveló el pasado fin de semana que de mitológica no tuvo nada, y que -al menos- se sucedió.
Y es que, una excavación llevada a cabo en Zaragoza acaba de descubrir un material hispano musulmán de entre los siglos XI y XII que podría pertenecer al asentamiento que asedió el Campeador. La contienda, curiosamente, no se ubica así en Alcocer (Guadalajara), el pueblo que cuenta con el mismo nombre que el mítico enfrentamiento.
Por todo ello, hoy recordamos los pormenores de esta batalla y cómo se sucedió según los textos antiguos.
Reyes y parias
Para suerte cristiana, cuando el Cid empezó a levantar su espada contra los musulmanes estos andaban dándose de mandobles entre sí. Estaban divididos en multitud de reinos llamados «taifas». Cada uno de ellos, dirigido por un líder diferente ansioso por aplastar a sus compatriotas para evitar que adquiriesen poder.
Como explica José Luis Martín (catedrático de Historia Medieval) en su dossier «La espada de Castilla», los árabes eran «incapaces de unirse frente a los cristianos». Pero no solo eso, sino que también solicitaban alguna ayudita que otra a los seguidores de la cruz para lograr resistir los tortazos y, llegado el momento, atacar a sus compatriotas en venganza. Con ese percal, también pagaban tributos a sus enemigos para que no hicieran expediciones de castigo contra ellos.
«Para evitar sus ataques necesitaban pagar la protección de los cristianos, y reunían el dinero mediante una mayor presión fiscal que, con frecuencia, daba origen a motines y revueltas que eran dominadas nuevamente con ayuda de las tropas cristianas», añade el experto.
Esto provocaba, a su vez, que los líderes musulmanes se vieran obligados a pedir todavía más dinero a los seguidores de Cristo. Algo que les convertía en deudores (todavía más si cabe).
Este curioso sistema económico (conocido como el de impuestos o «parias») fue de sumo interés para los reyes hispanos que azuzaban con la Reconqusita desde el norte. Y es que, a los cristiano este «dinerillo extra» les permitía llenar su bolsa de un oro que ahorraban para, posteriormente, crear su propio ejército y avanzar sobre las mismas regiones árabes que les pagaban.
En ese contexto vino el Cid al mundo. O más bien Rodrigo Díaz de Vivar (pues este era su nombre verdadero). Lo hizo en el año 1043 y como el noble de una familia menor. Una fortuna que le permitió entrar a los 14 años en la corte a las órdenes del príncipe Sancho, el primer hijo y heredero del rey Fernando I.
Dicen de él los cronistas que, además de ser todo un virtuoso de la espada, tampoco andaba mal en lo que a cocorota se refiere, ya que sabía leer, escribir y entendía de leyes. Al final, con poco más de una veintena de años, logró ascender en el escalafón medieval como vasallo y soldado hasta convertirse en el hombre de armas de su señor. Uno de los cargos más altos al que se podía llegar como militar.
Y así siguió hasta que comenzó el juego de tronos en la Península tras la muerte del Su Majestad Fernando en el 1065. ¿Por qué? Pues porque al monarca no se le ocurrió otra cosa que dividir sus dominios entre sus hijos. A Sancho, el primogénito, le cedió Castilla. Hasta aquí, todo correcto. El problema fue que a su retoño Alfonso le cedió las tierras de León, por entonces más fértiles.
El lio estaba armado. Poco después se inició una guerra entre ambos en la que el Cid acudió al campo de batalla bajo la bandera del que siempre había sido su principie y señor: Sancho. Ek enfrentamiento perduró durante varios años. «Al final, combatiendo en Zamora […] Sancho murió en el 1072», añade el experto. Que el primero de los herederos se fuera al otro barrio no pudo ser mejor para su hermano, que se quedó sus tierras y dio por finalizada la contienda con un (para él) feliz final.
El destierro
Cuenta la leyenda que Rodrigo, héroe de decenas de batallas, exigió entonces al rey Alfonso que jurara no haber tenido nada que ver con la muerte de su hermano. Lo hizo a cambio de ser su vasallo. La realidad, no obstante parece que fue diferente.
Y es que, por mucho que nos guste imaginarnos a este héroe poniendo entre la Tizona y la pared a un monarca, poco tiene esto de verdad. Por el contrario, lo más probable es que (aunque las habladurías pueblerinas sí cargasen contra el de la corona), nuestro protagonista, simplemente, aceptase rendirle pleitesía para tener un señor por le que luchar. Algo tan necesario en aquellos años como contar con un buen filo con el que atravesar (o partir por la mitad) al contrario.
En todo caso, parece que no le fue mal al Cid como vasallo de Alfonso VI, pues fue nombrado juez por él en varias ocasiones, participó en campañas militares como la de Navarra, y fue destinado a cobrar las «parias» a los musulmanes. Y no es muy lógico dejar el dinero en poder de alguien del que, al fin y al cabo, no te fías.
Además, tampoco era extraño que, en plena corte, los mejores puestos fueran para aquellos que más lamían las botas a su señor y que le habían seguido desde sus inicios. El roce, que hace el cariño, como se suele decir. Sin embargo, el idilio del Campeador con el monarca fue breve.
Apenas duró hasta que nuestro protagonista tuvo un incidente militar con el conde García Ordóñez, quien tenía bastante mano dentro de la corte. Este, haciendo honor a su apodo («boca torcida», por su capacidad -según algunos autores- de introducir mentiras en cabezas ajenas) logró poner en contra a Rodrigo y al monarca. Todo ello, afirmando que el Cid se quedaba con parte de los tributos que recogía de los musulmanes.
«Pasó los cinco años siguientes como soldado mercenario al servicio del gobernador musulmán de Zaragoza»
Esa falacia, unida a alguna desavenencia más, provocó que el rey desterrara al Campeador de sus tierras. O lo que es lo mismo, que confiscase sus dominios y le mandase al quinto pino del reino con todo aquel que quisiera seguirle. «Alfonso VI desterró a Rodrigo en 1081, cuando este atacó a los musulmanes de Toledo, protegidos del rey», añade el experto en su dossier.
Desterrado, se vio obligado a ir de ciudad en ciudad alquilando su vida y la de sus hombres al mejor postor. «Pasó los cinco años siguientes como soldado mercenario al servicio del gobernador musulmán de Zaragoza.
En el transcurso de ellos, Rodrigo siguió adquiriendo fortuna y renombre», explican los autores Richard A. Fletcher y Javier Sánchez García-Gutiérrez en su obra «El Cid». Fue precisamente en la jornada 16 de este destierro cuando el Cid llegó a la ciudad de Alcocer.
Alcocer y el campamento
A partir de este punto es en el que la mitología supera a la realidad y la fuente principal es el «Cantar del Mio Cid». Este poema deja escrito que Rodrigo llegó a esta población después de abandonar Castejón y saquear Alcarría (Guadalajara) y el valle del Tajuña.
A partir de ese momento, y tal y como explica Alberto Montaner Frutos (de la Universidad de Zaragoza) en su dossier «La toma de Alcocer en su tratamiento literario: un episodio del cantar del Cid», el texto tan solo aporta alguna que otra pista que puede dar idea de dónde se hallaba concretamente la villa de Alcocer.
Así se puede leer en la versión actualizada del «Cantar del Mio Cid» elaborada por Frutos: «Cruzaron los ríos, entraron a Campo Taranz. por esas tierras abajo a toda velocidad, entre Ariza y Cetina mio Cid se fue a albergar; grande es el botín que obtuvo en la zona por donde va.
No saben los moros que propósito tendrá. Otro día se puso en marcha mio Cid el de Vivar y pasó frente a Alhama, por la hoz abajo va, pasó por Bubierca y por Ateca, que está adelante, y junto a Alcocer mio Cid iba a acampar». ¿Dónde podría situarse el campo de batalla? En palabras del experto, es difícil saberlo, pues únicamente ubica vagamente la zona mediante algunos «vagos topónimos».
El texto no ahonda demasiado en la construcción del campamento ideado por el Cid para asediar la ciudad. Un emplazamiento del que se dice poco más que se edifica encima de un otero (un pequeño monte) «fuerte e grande» y al cual «agua no le puede faltar» porque «corre cerca el Jalón» (uno de los principales afluentes del Ebro).
En definitiva, se dice que la posición no podía ser mejor, pues contaba con inmediato acceso al líquido elemento y permitía a los sitiadores resistir un posible ataque realizado desde la urbe. Tampoco se explica de forma pormenorizada el tipo de campamento que se crea, del cual únicamente se da alguno que otro detalle: «Bien se planta en el otero, hace firme su acampada, los unos hacia la sierra y los otros hacia el agua.
El buen Campeador, que en buena hora ciñó espada, alrededor del otero, muy cerca del agua, a todos sus hombres les mandó hacer una zanja, que ni de día ni de noche por sorpresa les atacaran, que supiesen que mio Cid allí arriba se afincaba».
En los siguientes versos, el cantar explica de forma supina como el Cid actuó como era menester por aquellos tiempos: sitió la ciudad de Alcocer y le solicitó tributos o «parias» a cambio de no atacarla. También hizo lo propio con algunas otras urbes de la zona, como Ateca y Terrer». El Campeador, de esta guisa (recibiendo más oro del que podía soportar su bolsa y atesorando riquezas) se mantuvo frente a las murallas de Alcocer más de dos meses. O, más concretamente, «15 semanas», en palabras del Cantar.
«No es posible creer que el poeta haya querido sugerir que el Cid se comportó de mala fe para con los alcocereños»
No obstante, Frutos hace hincapié en que no hay que llevarse a engaños, y el objetivo último de este guerrero no es otro que terminar conquistando la plaza debido a la supuesta «importancia estratégica» que se le da en el texto.
Con todo, algunos autores como Peter Edward Russell afirman en sus escritos que no hay que entender al Cid como un tirano que pretendía esquilmar la zona para luego conquistarla, sino como un estratega militar que entendía la importancia psicológica de asediar una plaza fuerte: «No es posible creer que el poeta haya querido sugerir que el Cid se comportó de mala fe para con los alcocereños.
Parece que introdujo el tema de las parias con el fin de llamar la atención sobre el temor que sentía la guarnición al verse asediada por el Cid, pero sin atender debidamente a las consecuencias jurídicas de dicha introducción».
El plan
A las quince semanas el Cid se hartó de que Alcocer no se rindiese y pasó a la acción. ¿Qué se le pasó por la cabeza? Una curiosa estratagema para hacer salir a los defensores de la ciudad. Ordenó recoger todas las tiendas menos una y fingir una retirada.
«La retirada tenía como objetivo desconcertar a los alcocereños e invitarles a aprovechar la situación abandonando el refugio de las murallas», añade el experto. ¿Por qué abandonarían estos la seguridad de su ciudad? Sencillamente, por las ansias de vil metal: las «parias» que el Campeador llevaba acumulando durante más de dos meses.
Así se narra este suceso en la versión modernizada de Frutos del poema: «Él hizo una estratagema, más no lo retrasaba: plantada deja una tienda, las otras se las llevaba, avanzó Jalón abajo con su enseña levantada, con las lorigas puestas y ceñidas las espadas, a guisa de hombre prudente, para llevarlos a una trampa.
Lo veían los de Alcocer, ¡Dios, como se jactaban! -Le han faltado a mio Cid el pan y la cebada; las otras apenas se lleva, una tienda deja plantada; mio Cid se va de tal modo cual si en derrota escapara. Vayamos a asaltarlo y obtendremos gran ganancia, antes de que le cojan los de Terrer, si no, no nos darán de ello nada; la tributación cogida devolverá duplicada».
El plan había funcionado. El Cid había logrado que abandonaran la seguridad de su plaza fuerte. A su vez, la suerte le sonrió, pues «con las ansias del botín, de lo otro no piensan nada, dejan abiertas las puertas, las cuales ninguno guarda».
De esta forma, el Campeador (cuyas fuerzas eran formadas por unos 300 hombres, atendiendo a las fuentes) solo tuvo que esperar hasta que sus enemigos (la mayoría, según se da a entender, soldados a pie) estuviesen lo suficientemente lejos de las defensas como para no poder retirarse si él iniciaba la carga.
La carga
A partir de este momento, existe cierta controversia en relación a la forma en la que el Cid atacó a los musulmanes. La versión modernizada de Frutos del «Cantar del Mio Cid» explica que cuando «el buen Campeador hacia ellos volvió la cara» y vio que «entre ellos y el castillo el espacio se agrandaba», ordenó girar la bandera, espolear los caballos, y cargar sin ningún pudor a sus hombres contra aquellos «infieles». «¡Heridlos, caballeros, sin ninguna desconfianza! ¡Con la merced del Creador, nuestra es la ganancia!». A partir de ese momento comenzó la verdadera batalla.
Tal y como señala el texto, los jinetes del Cid cargaron, con el Campeador y Álvar Fáñez (uno de los principales capitanes de Rodrigo) en cabeza: «Han chocado con ellos en medio de la explanada, ¡Dios, qué intenso es el gozo durante esta mañana! Mio Cid y Álvar Fáñez adelante espoleaban, tienen buenos caballos, sabed que a su gusto les andan, entre ellos y el castillo entonces entraban
. Los vasallos de mio Cid sin piedad les daban». Poco más se dice de la contienda más allá de que cargaron a gritos mientras la retaguardia de los musulmanes trataba de regresar a la seguridad de Alcocer.
«¡Heridlos, caballeros, sin ninguna desconfianza! ¡Con la merced del Creador, nuestra es la ganancia!»
«En poco rato y lugar a trescientos moros matan. Los de delante los dejan, hacia el castillo se tornaban; con las espadas desnudas a la puerta se paraban, luego llegaban los suyos, pues la lucha está ganada. Mio Cid tomó Alcocer sabed, con esta maña».
En el Cantar no se habla del número exacto de jinetes que llevaron a cabo el ardid (al menos en estos fragmentos), ni las bajas cristianas, por lo que siempre se ha supuesto que no se había sucedido ninguna. Al menos, en palabras del autor del «Cantar del Mio Cid».
Más allá de esta fuente, han sido muchos los autores que han tratado de explicar de forma pormenorizada cómo es posible que los musulmanes no tuviesen tiempo suficiente para regresar a la seguridad de Alcocer.
En base a los textos originales, Frutos es partidario de que el Cid dividió a sus tropas en dos unidades. La primera, encargada de atacar y entretener a los enemigos. La segunda, con órdenes de tomar la urbe. «El ardid consistía en una huida fingida que atrajera a los alcocereños a la lucha en campo abierto.
Cuando esto se consiguió, el Cid y sus tropas dieron media vuelta y, gracias a una maniobra envolvente, obligaron a los musulmanes a permanecer luchando en el campo de batalla mientras la vanguardia del Campeador , encabezada por él y Minaya, se apoderaban de la plaza desguarnecida», explica.
Un final incierto
En todo caso, el Cantar explica que la batalla acabó cuando Pedro Bermúdez, soldado del Cid, puso en la parte más alta de las murallas la bandera de su señor. El Campeador, por su parte, no pudo contener la alegría. Aquella noche, al fin, dejaría la tienda de su campamento en favor de una cómoda habitación. «¡Gracias al Dios del cielo y a todos sus santos, ya mejoraremos el aposento a los dueños y a los caballos!»
«¡Gracias al Dios del cielo y a todos sus santos, ya mejoraremos el aposento a los dueños y a los caballos!»
A su vez, Rodrigo ordenó a sus hombres que no matasen a los prisioneros, pues estaban desarmados.
«Oídme, Álvar Fáñez y todos los caballeros: en este castillo un gran botín tenemos, los moros yacen muertos, vivos a pocos veo; a los moros y moras vender no los podremos, si los descabezamos nada nos ganaremos, acojámoslos dentro, que el señorío tenemos, ocuparemos sus casas y de ellos nos serviremos».
La conquista había acabado bien. O eso parecía. Y es que, posteriormente, el señor de Valencia ordenó mandar contra Alcocer 3.000 musulamanes armados. Pero eso, como se suele decir, es otra historia.
publicado en Historia de España por elhistoriador
miércoles, 26 de febrero de 2020
lunes, 4 de febrero de 2019
Los ESTUDIOS ANATÓMICOS de Leonardo: Tan e incluso MÁS EXACTOS que la tecnología del S. XXI
Casi 500 años después de su muerte, Leonardo da Vinci (1452- 1519) sigue revelándose al mundo (además de como artista, inventor y científico) como uno de los más geniales anatomistas de la historia. El avance en la tecnología médica, que ahora permite captar imágenes reales del cuerpo humano con lujo de detalles, no hace más que reafirmar el talento del maestro renacentista.
Leonardo da Vinci: The Mechanics of Man (Leonardo da Vinci: La mecánica del hombre), en la Queen’s Gallery del Palacio de Holyroodhouse de Edimburgo (Escocia, Reino Unido) reúne por primera vez los numerosos estudios de anatomía de los cuadernos de Da Vinci e imágenes digitales en 3D y escáneres de resonancias magnéticas realizados con las últimas tecnologías. El contraste descubre la asombrosa exactitud con que el artista e inventor representó el cuerpo humano al detalle.
Comenzó con sus estudios con la ambición de dominar las formas del cuerpo, para asegurarse de que sus pinturas fueran tan “fieles a la naturaleza” como fuera posible. Pronto la misión artística se tornó divulgativa y Leonardo concibió la idea de escribir y publicar un tratado ilustrado de la anatomía humana.
‘El feto en el útero’, uno de los pliegos del estudio de anatomía que Leonardo realizó en el siglo XVI (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
240 dibujos y más de 13.000 palabras
Entre 1507 y 1513 diseccionó más de 30 cadáveres, llenó cientos de páginas de sus cuadernos con documentación y observaciones sobre órganos, vasos sanguíneos, huesos y músculos y los dibujó como nunca antes se habían representado.
A su muerte en 1519, la obra —entre papeles privados— no se había publicado y permaneció en un limbo durante cientos de años. Si hubiera sido divulgado en su día, el trabajo hubiera sido decisivo para el desarrollo científico. La ilustración anatómica de la época se encontraba todavía en una fase muy elemental.
Cita casi todos los huesos del cuerpo y muchos de los grupos principales de músculos.La muestra —que se puede visitar en la capital escocesa hasta el 10 de noviembre— incluye 18 de estos grandiosos pliegos de anotaciones ilustradas conocidas comoManuscrito anatómico A y producidas en el invierno de 1510-1511.
Las páginas contienen 240 dibujos y más de 13.000 palabras en los que Leonardo se refiere a casi todos los huesos del cuerpo y a muchos de los grupos principales de músculos.
Los huesos, los músculos y los tendones de la mano ilustrados y documentados por Leonardo da Vinci. Entre 1507 y 1513 diseccionó más de 30 cadáveres, llenó cientos de páginas de sus cuadernos con documentación y observaciones sobre órganos, vasos sanguíneos, huesos y músculos y los dibujó como nunca antes se habían representado (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
La rotación del hombro en ocho perspectivas
Realizadas con escáneres y ordenadores, las imágenes comparan la fidelidad de las obras con capturas reales de la anatomía humana. Leonardo sale airoso del contraste con trabajos en los que representó como nunca antes la espina dorsal al completo, la complejidad de la estructura de una mano, los músculos del hombro y del brazo en ocho perspectivas que los documentan en rotación…
Buscó ejemplos en los animales para intuir la posición del feto en el úteroLa exposición recopila ejemplos —como un vídeo en 3D que muestra un hombro precisamente en rotación o el ultrasonido de un feto en el vientre materno— que revelan la asombrosa precisión y la capacidad de observación e interpretación de Leonardo da Vinci aún cuando se basaba (como en el caso del feto) en disecciones de animales para intuir la posición del embrión en el útero.
Estudio de los músculos del hombro elaborado por Leonardo entre 1510 y 1511 (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
La columna vertebral ilustrada por Leonardo da Vinci entre 1510 y 1511. Hasta ese momento nadie había representado la columna al completo.
El trabajo se expone en ‘Leonardo da Vinci: The Mechanics of Man’ (Leonardo da Vinci: La mecánica del hombre), una muestra que recopila 18 de los pliegos del tratado de anatomía del maestro renacentista (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
Los músculos del hombro, del brazo y del cuello ilustrados por da Vinci. Una muestra compara 18 pliegos del extenso estudio del cuerpo humano que da Vinci elabroró en el siglo XVI con imágenes de escáneres y resonancias realizadas con las últimas tecnologías (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
4 febrero, 2019
Esta publicación es propiedad de: http://www.20minutos.es/noticia/1890414/0/leonardo-da-vinci/anatomia-humana/escaneres-resonancias/
martes, 29 de enero de 2019
El Misterioso Otto Rahn
En la década de los años treinta, un enigmático personaje alemán, Otto Rahn, llegó al sur de Francia para realizar un estudio sobre el catarismo.
¿fue ese el único motivo de su larga estancia en el mediodía francés, o detrás de su hazaña intelectual se ocultó una actividad clandestina?
El 6 de marzo de 1932 en el periódico local del Ariège "La Dèpêche" , D.Lamothe firmaba un artículo que se hacía eco de la presencia en la región de los "Polaires" que estaban realizando excavaciones en la región de Massat, en una nueva ruta hacia el oro.
Estaban conducidos por un alemán cuyo apellido, Rahu, se había corrompido por un error tipográfico.
Estos extraños argonautas pertenecían a una sociedad teosófica con sede en la avenida Rapp de París.
Dirigidos por Otto Rahn, buscaban los tesoros que los albigenses habían abandonado en castillos y grutas en el siglo XIII, así como un Evangelio de San Juan, no falsificado, que expondría la verdadera doctrina de Jesucristo y que habría llegado a manos de los cátaros -o albigenses-.
Dirigidos por Otto Rahn, buscaban los tesoros que los albigenses habían abandonado en castillos y grutas en el siglo XIII, así como un Evangelio de San Juan, no falsificado, que expondría la verdadera doctrina de Jesucristo y que habría llegado a manos de los cátaros -o albigenses-.
El halo esotérico que envolvía a estas sociedades ocultas levantó la alarma en una población poco acostumbrada a las visitas. El presidente del Sindicato de iniciativas de Ussat-les-Bains, monsieur Antonin Gadal fue el primero en tranquilizar los ánimos y publicar un desmentido, aunque conocía las actividades que estaba realizando desde hacía meses Otto Rahn.
De hecho él lo acompañó en alguna de sus excursiones, y cualquiera que fuese la actividad que iniciaron juntos se tradujo en una fiel camaradería.
Antonin Gadal había editado entre 1929 y 1930 un opúsculo titulado: "Sur le chemin du Saint Graal".
Este hecho puede explicar la simbiosis que se estableció entre el joven alemán y el maduro francés, pues la obra de Gadal sirvió de fuente al escritor germánico autor de "Cruzada contra el Grial" y "La Corte de Lucifer" que fueron vendidos en Alemania como patrimonio del pensamiento nacionalsocialista.
La correspondencia entre Otto Rahn y Gadal, 17 cartas fechadas entre noviembre de 1932 y febrero de 1935, que fueron guardadas por Jeanne Gadal, constituyen un precioso documento para clarificar la orientación de sus actividades.
Aunque es cierto que su "Cruzada contra el Grial" fue apenas una compilación de hechos bien conocidos en la época, su formación y su entusiasmo por la cultura occitana lo alejan del mero papel de un espía, así como otras circunstancias que iremos desgranando.
Fue Otto Rahn quien estableció un paralelismo entre el castillo de Montségur -donde los últimos cátaros resistieron con heroicidad- y Montsalvat, la morada del grial. Sus investigaciones apuntaban en una sola dirección: demostrar que el secreto de los cátaros -o albigenses- había sido transmitido por Kiot de Provins en lenguaje hermético a Wolfram von Eschenbach, autor de "Parzival" , y que Parzival había sido en realidad el viszconde de Carcassonne, Trencavel; y la mítica "Herzeloide", madre de éste, Adelaida de Carcassonne.
En algún lugar de las entrañas occitanas Otto Rahn esperaba encontrar el grial y el testamento místico de los cátaros que daba las claves para unificar Europa, por encima de todos sus individualismos en una sola religión ecuménica y tolerante.
Gracias al testimonio del historiador local Jean Baptiste Fauré-Lacaussade, sabemos que Otto Rahn se interesó por los registros y posesiones inmobiliarias de los condes de Foix y Tarascón, y también algo fundamental para ir perfilando su carácter: en su etapa de Ussat-les-Bains Otto se manifestó racista hacia árabes y negros, pero nunca se pronunció en público acerca de los judíos.
La correspondencia entre Antonin Gadal y Otto Rahn nos permite descubrir qué tortuosos avatares vivió el joven escritor hasta que pudo vivir de su trabajo.
El 6 de octubre de 1932, veinte días después de partir hacia una destinación desconocida, el propietario del hotel Marronniers y media docena de demandantes más presentaron una demanda contra Otto Rahn en la Audiencia Pública de Primera Instancia de Foix. Se le acusó de haber dejado deudas pendientes.
Es esta misma escasez de recursos la que nos permite poner en cuarentena la hipótesis de que estuviera realizando alguna actividad encubierta, al menos en esa fecha, porque, de haber sido así, el promotor de la misma se hubiera cuidado a tiempo de no dejar sus necesidades desatendidas. Se puede decir que hasta el último trimestre de 1933 Otto no tuvo ingresos regulares.
El 20 de noviembre de 1932 en una carta dirigida a Antonin Gadal , remitida en Saint-Germain-en Loye le habla de que ha recibido los contratos definitivos para las ediciones alemana, francesa e inglesa de su obra.
De la primera edición alemana se imprimirán 2.000 ejemplares en una edición de lujo que le reportará 24.000 francos. El título escogido es:. "Kreuzugg gegen den gral" . La versión francesa será traducida y adaptada, posiblemente, por M. Lesage -explica-.
Pero su gran golpe de suerte llegó, sin duda, cuando el Reichsführer Heinrich Himmler lo incluyó dentro de su Estado Mayor en la "Sección Weisthor" , nombre éste que correspondía al alias de Karl María Willigut, un vidente puesto al servicio del Tercer Reich que había pasado una larga temporda en un frenopático.
El carné de identidad que la prefectura del Ariège expidió para Otto Rahn llevaba el número: 3.149.878. En los archivos policiales quedaba constancia de que había nacido el 8 de febrero de 1904 en Michelstadh y que era hijo de Karl Rahn y Hamburger Clara.
También aparecían las descripciones de algunos rasgos físicos, pero nada comparable a su declarión firmada que custodiaban los archivos de Himmler:
También aparecían las descripciones de algunos rasgos físicos, pero nada comparable a su declarión firmada que custodiaban los archivos de Himmler:
“...Soy de origen ario..."
"...Me declaro a defender sin reservar la literatura alemana
en el espíritu del gobierno nacional..."
Unos meses después, sin embargo, la sospecha de sus ascendentes judíos dio un golpe inesperado a su vida.
Wolff se unió al grupo
En la villa de Ussat-les-Bains, unos años después de iniciar sus actividades Otto Rahn Rahn concurrieron dos hombres, uno de los cuales supone una pieza clave en este jeroglífico. Se trataba de Joseph Widegger y de Wolff Nat, que lo acompañaron en todos sus desplazamientos.
Nat Wolff -que es quien nos interesa- llevaba el cráneo rapado a la prusiana y se hacía pasar por americano, aunque parecía obvio su mal dominio de la lengua inglesa. Se presentó en la villa como reportero fotográfico al servicio del consulado americano de París.
Después de quince días de estancia, sin embargo, se marchó para España, de donde había venido. ¿Quién era este personaje que dio instrucciones precisas en la pensión donde se hospedó para que su correspondencia le fuera reenviada al hotel Falcón de Barcelona y al hotel Ignez de Valencia? Todas las cartas tenían el remite de Munich y de Berlín-Charlotemburg, sede del Estado Mayor del Tercer Reich.
Wolff Nat no abandonó el sur de Francia por iniciativa propia. El servicio de inteligencia francés detectó como bases de espionaje alemán los dos hoteles españoles citados. Wolff fue expulsado cuando su nuevo pasaporte americano cosignaba como fecha de nacimiento el 21 de marzo de 1895 y no el 11 de febrero de 1893.
Una verificación en el archivo central de la policia detectó la falsificación. Albert Sarrout, prefecto de policia de París, firmó la orden de expulsión el 23 de mayo de 1938.
Una verificación en el archivo central de la policia detectó la falsificación. Albert Sarrout, prefecto de policia de París, firmó la orden de expulsión el 23 de mayo de 1938.
¿Qué hacía en España Wolff?, para ser exactos, Karl Wolff, jefe del equipo personal de Himmler. Posiblemente su presencia en nuestro país se inscribía en alguna actividad de espionaje -¿como la de Otto en el sur de Francia?-.
No es descabellado pensar que ambos hubieran inspeccionado en el Ariège y sus inmediaciones los recursos económicos de la región. También España, hundida en una guerra fraticida, era buen caldo de cultivo para el espionaje.
¿Pero había algo más que los grandes libros de historia olvidaron mencionar?
Todo parece indicar que sí, que se estaba buscando el grial. Para reforzar esta teoría baste decir que el 23 de octubre de 1940, Karl Wolff acompañó a Heinrich Himmler en su visita a Montserrat, y fue él, casualmente, quien espetó al padre Ripol, encargado de recibirlos:
"¡Oiga, a su excelencia no le interesan los asuntos del monasterio, sino la naturaleza de la montaña!", justo cuando el joven religioso, al pasar por el camerino de la santa, había recordado la costumbre que tenían los fieles de besarle la mano.
Unos minutos más tarde, huelga decir que, en efecto, fue el propio Himmler quien se interesó por el paradero del grial, desconcertado aún más a Andreu Ripol Noble.
Unos minutos más tarde, huelga decir que, en efecto, fue el propio Himmler quien se interesó por el paradero del grial, desconcertado aún más a Andreu Ripol Noble.
Tal vez, el conato de mala educación de Karl Wolff seguía la tendencia marcada por la masa común del Estado Mayor. De haberlo observado aisladamente hubiera extrañado su extremada amabilidad, su distinción, incluso su grata apariencia espiritual.
El caso de Kalr Wolff debió de ser uno de tantos malabaratados en la vorágine del mundo irracional al que le tocó servir. El poder, casi magnético, de Hitler encontró en el un alma sensible donde ejercitar su obscena autoriadad. Guiado por alguien de más talla humana, sin duda, las cosas hubieran sido bien distintas.
En el tribunal de Nüremberg los trastornos mentales de Wolff hicieron necesaria la presencia de un neuro-psiquiatra de la villa, que le diagnosticó una forma de esquizofrenia. Obligado a trabajar día y noche en el Tercer Reich, parece que la falta de sueño le desencadenó una dolencia grave en 1943.
¿Cuántos grandes hombres inmoló en delirio alemán?
Quizá Karl Wolff fue uno de ellos y su conducta se inscribió en la propia audacia de la supervivencia, pues Otto Rahn lo llamaba el judío Wolff, consciente de que lo delataba el rasgo genuino de su nariz semita.
El propio Wolff era consciente de que estaba en una situación incómoda ante el partido nacionalsocialista, y de que sus hijos de pelo y ojos castaños, como los de su madre, no pasarían los procesos de selección que las SS tenían inteciones de implantar.
Así que con su amante "La Gräffin, tuvo discretamente un hijo, Widukind, más altamente cualificado para una misión histórica de carácter racial.
Así que con su amante "La Gräffin, tuvo discretamente un hijo, Widukind, más altamente cualificado para una misión histórica de carácter racial.
Otto Rahn debió de guardar una cautela prudente en sus apreciaciones, nunca pronunciadas en público, lo que debió de valerle un favor semejante, pues, Karl Wolff puso a trabajar su imaginación cuando el joven escritor no pudo pasar la prueba de fuego entregando su Certificado de Origen Racial en las oficinas de la 8 rue Prince-Albert.
Entonces Karl Wolff lo asesinó sin contemplaciones, o, al menos, aniquiló su identidad, e hizo aparecer una nota mortuoria en el periódico"Berliner Ausgabe" en la que se exponía que Otto Rahn había fallecido el 13 de marzo de 1939 en mitad de una tormenta de nieve, mientras ascendía en solitario las cumbres del Wilder Kaiser -algo bastante insólito, aunque uno de los personajes de "La Cour de Lucifer,el trovador cátaro Bertrand de Born en un ritual se dejaba morir de hambre y de frío"-.
En cualquier caso para esas fechas Otto Rahn había caído en deshonra frente a la jerarquía nazi. Ya en 1937, por alguna razón desconocida, fue trasladado al campo de concentración de Dachau donde iban a parar asociales y opositores al régimen.
Al finalizar 1938 es él mismo quien escribe al Reichsführer Heinrich Himmler solicitando su baja inmediata de las SS. ¿Qué había hecho cambiar la actitud de Otto Rahn? Posiblemente le hizo revisar su conciencia la propia noción de vulnerabilidad ante sus ascendentes judíos.
Resulta al respecto muy significativa la carta que dirigió a unos amigos: "Yo soy un hombre abierto y tolerante, no puedo vivir en mi patria. ¿En qué se ha convertido?"
Lo más sorprendente de la desaparición de Otto Rahn fue que, aunque su padre anunció la defunción en la Asociación de Escritores Alemanes, en los censos del estado de Michelstadh -donde Karl Rahn era funcionario- unos meses después aún figuraba vivo.
Parece verosímil que Otto Rahn se transformara en Rudolf Rahn, último embajador de Alemania en Roma durante la guerra, gracias a la argucia humanitaria del Estado Mayor o de alguno de sus paladines. Una prueba fundamental apoyaría esta sospecha:
Otto tuvo la misma secretaria en Alemania, que Rudolf en Roma. Por si fuera pcco, en la obra de Rudolf Rahn, "Vie sans repós" se percibe el estilo inconfundible del autor de "Cruzada contra el grial " y de la "Corte de Lucifer".
Por Montserrat Rico Godoy.
Viernes 25 de Enero, 2019
http://www.revistaenigmas.com/secciones/grandes-reportajes/misterioso-otto-rahn
martes, 11 de septiembre de 2018
Los ESTUDIOS ANATÓMICOS de Leonardo: incluso MÁS EXACTOS que la tecnología del SXXI
Casi 500 años después de su muerte, Leonardo da Vinci (1452- 1519) sigue revelándose al mundo (además de como artista, inventor y científico) como uno de los más geniales anatomistas de la historia. El avance en la tecnología médica, que ahora permite captar imágenes reales del cuerpo humano con lujo de detalles, no hace más que reafirmar el talento del maestro renacentista.
Leonardo da Vinci: The Mechanics of Man (Leonardo da Vinci: La mecánica del hombre), en la Queen’s Gallery del Palacio de Holyroodhouse de Edimburgo (Escocia, Reino Unido) reúne por primera vez los numerosos estudios de anatomía de los cuadernos de Da Vinci e imágenes digitales en 3D y escáneres de resonancias magnéticas realizados con las últimas tecnologías.
El contraste descubre la asombrosa exactitud con que el artista e inventor representó el cuerpo humano al detalle.
Comenzó con sus estudios con la ambición de dominar las formas del cuerpo, para asegurarse de que sus pinturas fueran tan “fieles a la naturaleza” como fuera posible. Pronto la misión artística se tornó divulgativa y Leonardo concibió la idea de escribir y publicar un tratado ilustrado de la anatomía humana.
‘El feto en el útero’, uno de los pliegos del estudio de anatomía que Leonardo realizó en el siglo XVI (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
240 dibujos y más de 13.000 palabras
Entre 1507 y 1513 diseccionó más de 30 cadáveres, llenó cientos de páginas de sus cuadernos con documentación y observaciones sobre órganos, vasos sanguíneos, huesos y músculos y los dibujó como nunca antes se habían representado.
A su muerte en 1519, la obra —entre papeles privados— no se había publicado y permaneció en un limbo durante cientos de años. Si hubiera sido divulgado en su día, el trabajo hubiera sido decisivo para el desarrollo científico.
La ilustración anatómica de la época se encontraba todavía en una fase muy elemental.
Cita casi todos los huesos del cuerpo y muchos de los grupos principales de músculos.La muestra —que se puede visitar en la capital escocesa hasta el 10 de noviembre— incluye 18 de estos grandiosos pliegos de anotaciones ilustradas conocidas comoManuscrito anatómico A y producidas en el invierno de 1510-1511.
Las páginas contienen 240 dibujos y más de 13.000 palabras en los que Leonardo se refiere a casi todos los huesos del cuerpo y a muchos de los grupos principales de músculos.
’THE BONES, MUSCLES AND TENDONS OF THE HAND’,
C.1510-11
Los huesos, los músculos y los tendones de la mano ilustrados y documentados por Leonardo da Vinci.
Entre 1507 y 1513 diseccionó más de 30 cadáveres, llenó cientos de páginas de sus cuadernos con documentación y observaciones sobre órganos, vasos sanguíneos, huesos y músculos y los dibujó como nunca antes se habían representado (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
Entre 1507 y 1513 diseccionó más de 30 cadáveres, llenó cientos de páginas de sus cuadernos con documentación y observaciones sobre órganos, vasos sanguíneos, huesos y músculos y los dibujó como nunca antes se habían representado (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
La rotación del hombro en ocho perspectivas
Realizadas con escáneres y ordenadores, las imágenes comparan la fidelidad de las obras con capturas reales de la anatomía humana.
Leonardo sale airoso del contraste con trabajos en los que representó como nunca antes la espina dorsal al completo, la complejidad de la estructura de una mano, los músculos del hombro y del brazo en ocho perspectivas que los documentan en rotación…
Buscó ejemplos en los animales para intuir la posición del feto en el úteroLa exposición recopila ejemplos —como un vídeo en 3D que muestra un hombro precisamente en rotación o el ultrasonido de un feto en el vientre materno— que revelan la asombrosa precisión y la capacidad de observación e interpretación de Leonardo da Vinci aún cuando se basaba (como en el caso del feto) en disecciones de animales para intuir la posición del embrión en el útero.
‘THE MUSCLES OF THE SHOULDER’, C.1510-11
Estudio de los músculos del hombro elaborado por Leonardo entre 1510 y 1511 (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
‘THE VERTEBRAL COLUMN’, C.1510-11
La columna vertebral ilustrada por Leonardo da Vinci entre 1510 y 1511. Hasta ese momento nadie había representado la columna al completo.
El trabajo se expone en ‘Leonardo da Vinci: The Mechanics of Man’ (Leonardo da Vinci: La mecánica del hombre), una muestra que recopila 18 de los pliegos del tratado de anatomía del maestro renacentista (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
‘THE MUSCLES OF THE SHOULDER, ARM AND NECK’, C.1510-11
Los músculos del hombro, del brazo y del cuello ilustrados por da Vinci. Una muestra compara 18 liegos del extenso estudio del cuerpo humano que da Vinci elabroró en el siglo XVI con imágenes de escáneres y resonancias realizadas con las últimas tecnologías (Leonardo da Vinci – Royal Collection Trust / © Her Majesty Queen Elizabeth II 2013)
9 septiembre, 2018
Esta publicación es propiedad de: http://www.20minutos.es/noticia/1890414/0/leonardo-da-vinci/anatomia-humana/escaneres-resonancias/
sábado, 1 de septiembre de 2018
¿Quién fue este misterioso personaje llamado Apolonio de Tiana? (y II)
Las asociaciones religiosas, hermandades y clubs fueron de toda clase y condición, como tenemos en nuestros días con las sociedades masónicas, filantrópicas y otras por el estilo.
Estas asociaciones religiosas no fueron privadas en el sentido de que no las mantuviese el Estado, sino en el de que la mayor parte de ellas eran secretas, y por esta razón es tan difícil investigarlas. Entre ellas abundaban las de un carácter más elevado, como las de los misterios frigios, báquicos, de Isis y de Mitra, que se extendieron por las distintas áreas del Imperio Romano.
Se califica como religión mistérica o religión de misterio a aquella que intenta transmitir el conocimiento a través de la experiencia. Presenta entonces ciertos misterios que no se plantea explicitar, toda vez que los detalles doctrinales han de conocerse a través de la experiencia iniciática ritual y no mediante la palabra.
Más que una religión es un modo de vivir una religión, existiendo a lo largo de la historia de las religiones muchas que pueden encajar en este tipo. El secretismo y exclusivismo de algunas de estas religiones mistéricas conlleva una serie de ritos iniciáticos, y frecuentemente un periodo de preparación y de pruebas, antes de aceptar a un nuevo adepto en la comunidad. Estas ceremonias recibían el nombre de misterios. Sus orígenes parecen remontarse hasta el neolítico. Y en cuanto a la procedencia, tampoco es seguro que sea oriental.
Se ha afirmado que las religiones mistéricas parecen surgir en la Antigüedad egipcia, en relación con los dioses Isis, Serapis y Anubis. También se observa su existencia en religiones frigias, como el mitraísmo, así como en el culto a Atis y Cibeles. Los misterios egipcios parecen ser los más antiguos, y los de Isis y Osiris llevados a Roma bajo este nombre, dieron sin duda nacimiento a las tres grandes iniciaciones llamadas misterios órficos, misterios eleusinos y misterios samotrácios.
Se observa en la cultura helenística de la Antigua Grecia, siendo ya evidente su existencia antes del 600 a. C. en los cultos mistéricos de Eleusis y en los de Dionisos y las bacantes. En Grecia comenzaron a tener muchos seguidores las religiones mistéricas del Oriente Próximo, como los dioses frigios (Cibeles, Atis, Sabacio, Mitra) o los egipcios (Anubis).
Sin embargo, algunos expertos puntualizan que el culto a estas divinidades no muestra características mistéricas en sus lugares de origen, sino que parece adquirir estas características al llegar a Grecia. Algunos autores opinan que el éxito y la expansión de las religiones mistéricas se debían a que la mitología grecorromana clásica no implicaba al individuo en sus creencias, mientras que las religiones mistéricas acogían al creyente, proporcionándole protección y promesa de felicidad.
Estas asociaciones religiosas no fueron privadas en el sentido de que no las mantuviese el Estado, sino en el de que la mayor parte de ellas eran secretas, y por esta razón es tan difícil investigarlas. Entre ellas abundaban las de un carácter más elevado, como las de los misterios frigios, báquicos, de Isis y de Mitra, que se extendieron por las distintas áreas del Imperio Romano.
Se califica como religión mistérica o religión de misterio a aquella que intenta transmitir el conocimiento a través de la experiencia. Presenta entonces ciertos misterios que no se plantea explicitar, toda vez que los detalles doctrinales han de conocerse a través de la experiencia iniciática ritual y no mediante la palabra.
Más que una religión es un modo de vivir una religión, existiendo a lo largo de la historia de las religiones muchas que pueden encajar en este tipo. El secretismo y exclusivismo de algunas de estas religiones mistéricas conlleva una serie de ritos iniciáticos, y frecuentemente un periodo de preparación y de pruebas, antes de aceptar a un nuevo adepto en la comunidad. Estas ceremonias recibían el nombre de misterios. Sus orígenes parecen remontarse hasta el neolítico. Y en cuanto a la procedencia, tampoco es seguro que sea oriental.
Se ha afirmado que las religiones mistéricas parecen surgir en la Antigüedad egipcia, en relación con los dioses Isis, Serapis y Anubis. También se observa su existencia en religiones frigias, como el mitraísmo, así como en el culto a Atis y Cibeles. Los misterios egipcios parecen ser los más antiguos, y los de Isis y Osiris llevados a Roma bajo este nombre, dieron sin duda nacimiento a las tres grandes iniciaciones llamadas misterios órficos, misterios eleusinos y misterios samotrácios.
Se observa en la cultura helenística de la Antigua Grecia, siendo ya evidente su existencia antes del 600 a. C. en los cultos mistéricos de Eleusis y en los de Dionisos y las bacantes. En Grecia comenzaron a tener muchos seguidores las religiones mistéricas del Oriente Próximo, como los dioses frigios (Cibeles, Atis, Sabacio, Mitra) o los egipcios (Anubis).
Sin embargo, algunos expertos puntualizan que el culto a estas divinidades no muestra características mistéricas en sus lugares de origen, sino que parece adquirir estas características al llegar a Grecia. Algunos autores opinan que el éxito y la expansión de las religiones mistéricas se debían a que la mitología grecorromana clásica no implicaba al individuo en sus creencias, mientras que las religiones mistéricas acogían al creyente, proporcionándole protección y promesa de felicidad.
Las religiones mistéricas se extendieron desde Grecia hacia la totalidad del Imperio romano, a pesar de los esfuerzos de varios emperadores por evitarlo, entre los que destacó Augusto. Poco después, con Tiberio, el protagonismo de las religiones mistéricas era una realidad inevitable.
Durante la época imperial romana ocurrió un fenómeno de sincretismo religioso entre los cultos latinos y los de divinidades procedentes de África y Oriente. En Roma, por ejemplo, los misterios eleusinos, cuyo origen se remonta a la Antigua Grecia, fueron introducidos bajo el nombre de misterios de Ceres, tomando otros nombres particulares según los lugares en que se celebraban.
Asimismo prosperaron los cultos de Hermes Trismegisto y de Asclepio, con antecedentes egipcios aunque helenizados. Los misterios eleusinos, aunque estuvieron bajo la égida del Estado romano, como culto del Estado fue muy superficial. Estos grandes tipos de misterios religiosos tuvieron grandes y varias diferencias entre sí.
Sabemos, por ejemplo, que se consideraba que el ciudadano de Atenas debía iniciarse en las eleusinas, y por eso la prueba no podía ser muy dura. El Dr. K. H. E. de Jong, en su obra De Apuleio Isacorum Mysteriorum Teste, muestra que una de las formas de iniciación del candidato era por medio del sueño, lo que indica algún tipo de telepatía.
Lo elevado de estas instituciones misteriosas despertó el entusiasmo de la gente más ilustrada de la antigüedad, por lo que fueron elogiadas por los grandes pensadores y escritores de Grecia y Roma. Por ello, podemos pensar que el iniciado hallaba en ellas la satisfacción que necesitaba para sus necesidades religiosas. Pero los cultos oficiales fueron completamente incapaces de proporcionar tal satisfacción y fueron tolerados tan sólo como un medio de preservar y mantener la vida tradicional de la ciudad y del Estado.
Los ciudadanos más virtuosos de Grecia eran miembros de las escuelas pitagóricas, tanto hombres como mujeres. Después de la muerte de su fundador, los pitagóricos, parece que gradualmente se mezclaron con las corrientes órficas, y la “vida órfica” fue el término escogido para designar la vida de pureza y de renuncia. El orfismo es una corriente religiosa de la antigua Grecia, relacionada con Orfeo, maestro de los encantamientos.
Al poseer elementos propios de los cultos mistéricos, se le suele denominar también como misterios órficos. El movimiento órfico supone un enfrentamiento a las tradiciones religiosas de la ciudad griega y, en definitiva, una nueva concepción del ser humano y su destino. Bajo el nombre del mítico Orfeo, cantor y trágico viajero del Más Allá, surgen una serie de textos que predican y atestiguan esa nueva religiosidad, una doctrina de salvación para el hombre, su alma y su destino tras la muerte.
Durante la época imperial romana ocurrió un fenómeno de sincretismo religioso entre los cultos latinos y los de divinidades procedentes de África y Oriente. En Roma, por ejemplo, los misterios eleusinos, cuyo origen se remonta a la Antigua Grecia, fueron introducidos bajo el nombre de misterios de Ceres, tomando otros nombres particulares según los lugares en que se celebraban.
Asimismo prosperaron los cultos de Hermes Trismegisto y de Asclepio, con antecedentes egipcios aunque helenizados. Los misterios eleusinos, aunque estuvieron bajo la égida del Estado romano, como culto del Estado fue muy superficial. Estos grandes tipos de misterios religiosos tuvieron grandes y varias diferencias entre sí.
Sabemos, por ejemplo, que se consideraba que el ciudadano de Atenas debía iniciarse en las eleusinas, y por eso la prueba no podía ser muy dura. El Dr. K. H. E. de Jong, en su obra De Apuleio Isacorum Mysteriorum Teste, muestra que una de las formas de iniciación del candidato era por medio del sueño, lo que indica algún tipo de telepatía.
Lo elevado de estas instituciones misteriosas despertó el entusiasmo de la gente más ilustrada de la antigüedad, por lo que fueron elogiadas por los grandes pensadores y escritores de Grecia y Roma. Por ello, podemos pensar que el iniciado hallaba en ellas la satisfacción que necesitaba para sus necesidades religiosas. Pero los cultos oficiales fueron completamente incapaces de proporcionar tal satisfacción y fueron tolerados tan sólo como un medio de preservar y mantener la vida tradicional de la ciudad y del Estado.
Los ciudadanos más virtuosos de Grecia eran miembros de las escuelas pitagóricas, tanto hombres como mujeres. Después de la muerte de su fundador, los pitagóricos, parece que gradualmente se mezclaron con las corrientes órficas, y la “vida órfica” fue el término escogido para designar la vida de pureza y de renuncia. El orfismo es una corriente religiosa de la antigua Grecia, relacionada con Orfeo, maestro de los encantamientos.
Al poseer elementos propios de los cultos mistéricos, se le suele denominar también como misterios órficos. El movimiento órfico supone un enfrentamiento a las tradiciones religiosas de la ciudad griega y, en definitiva, una nueva concepción del ser humano y su destino. Bajo el nombre del mítico Orfeo, cantor y trágico viajero del Más Allá, surgen una serie de textos que predican y atestiguan esa nueva religiosidad, una doctrina de salvación para el hombre, su alma y su destino tras la muerte.
El orfismo se movía exclusivamente en un plano religioso. Cuestionaba la religión oficial de las ciudades peninsulares helénicas, tanto el pensamiento teológico como las prácticas y comportamientos. El orfismo era, fundamentalmente, una religión de textos, con las correspondientes cosmogonías, teogonías e interpretaciones.
En lo esencial, toda esta literatura parece elaborada contra la teología dominante de los griegos, es decir, la de Hesíodo y su Teogonía (“Origen de los dioses”), que es una obra poética que contiene una de las más antiguas versiones del origen del cosmos y el linaje de los dioses de la mitología griega. Es una de las obras claves de la épica grecolatina, que suele datarse en el siglo VIII a. C.
Al ser el orfismo una doctrina inseparable de un género de vida, la ruptura con el pensamiento oficial entraña diferencias no menos grandes en las prácticas y en los comportamientos. Aquel que optaba por vivir a la manera órfica, se presentaba, en primer lugar, como un individuo y como un marginado. Se trataba de un hombre errante, que va de ciudad en ciudad, proponiendo a los particulares sus recetas de salvación, paseándose por el mundo como los demiurgos del pasado.
Eran miembros de una religión al margen de la política y de los textos sagrados, y al mismo tiempo practicantes de sus ritos mistéricos y de un peculiar ascetismo, con preceptos estrictos como el no comer carne ni derramar sangre animal o vestir tejidos de lino.
Los órficos dejaron una larga huella en varios textos, pero también en algunos filósofos. También se sabe que los órficos, como los pitagóricos, se empeñaron activamente en la reforma de los ritos báquicos-eleusinos. Parece que buscaban la pureza del culto báquico mediante la restauración de los misterios báquicos.
Su influencia se extendió y propagó también en general por los centros de los ritos báquicos. Las bacantes eran mujeres griegas adoradoras del dios Baco, conocido también como Dionisos o Bromio. A veces se las confunde con las ménades, que eran las ninfas que le servían. El culto al dios Baco, aunque en nuestros días esté simplemente asociado a la embriaguez, en la Antigua Grecia fue muy importante e incluso influyó mucho en el pensamiento filosófico de los griegos. Originalmente, Baco era un dios tracio que fue aglutinando diferentes ritos.
El descubrimiento de la cerveza y posteriormente del vino fue asociado a un dios presa de la «locura divina». Posteriormente, la unión de Baco con el dios Pan le dio un giro feminista debido a los ritos de fertilidad del culto de este último, representado por las bacantes, o adoradoras del dios Baco, que eran quienes llevaban a cabo estos ritos, los misterios báquicos, ceremonias secretas en su mayoría prohibidas a los varones.
En Roma las bacanales u orgías se abrieron a todo el mundo, degenerando de tal forma que el Senado las prohibió. El conocimiento del culto ha llegado hasta nuestros días de la mano de Eurípides y su obra Las Bacantes.
En lo esencial, toda esta literatura parece elaborada contra la teología dominante de los griegos, es decir, la de Hesíodo y su Teogonía (“Origen de los dioses”), que es una obra poética que contiene una de las más antiguas versiones del origen del cosmos y el linaje de los dioses de la mitología griega. Es una de las obras claves de la épica grecolatina, que suele datarse en el siglo VIII a. C.
Al ser el orfismo una doctrina inseparable de un género de vida, la ruptura con el pensamiento oficial entraña diferencias no menos grandes en las prácticas y en los comportamientos. Aquel que optaba por vivir a la manera órfica, se presentaba, en primer lugar, como un individuo y como un marginado. Se trataba de un hombre errante, que va de ciudad en ciudad, proponiendo a los particulares sus recetas de salvación, paseándose por el mundo como los demiurgos del pasado.
Eran miembros de una religión al margen de la política y de los textos sagrados, y al mismo tiempo practicantes de sus ritos mistéricos y de un peculiar ascetismo, con preceptos estrictos como el no comer carne ni derramar sangre animal o vestir tejidos de lino.
Los órficos dejaron una larga huella en varios textos, pero también en algunos filósofos. También se sabe que los órficos, como los pitagóricos, se empeñaron activamente en la reforma de los ritos báquicos-eleusinos. Parece que buscaban la pureza del culto báquico mediante la restauración de los misterios báquicos.
Su influencia se extendió y propagó también en general por los centros de los ritos báquicos. Las bacantes eran mujeres griegas adoradoras del dios Baco, conocido también como Dionisos o Bromio. A veces se las confunde con las ménades, que eran las ninfas que le servían. El culto al dios Baco, aunque en nuestros días esté simplemente asociado a la embriaguez, en la Antigua Grecia fue muy importante e incluso influyó mucho en el pensamiento filosófico de los griegos. Originalmente, Baco era un dios tracio que fue aglutinando diferentes ritos.
El descubrimiento de la cerveza y posteriormente del vino fue asociado a un dios presa de la «locura divina». Posteriormente, la unión de Baco con el dios Pan le dio un giro feminista debido a los ritos de fertilidad del culto de este último, representado por las bacantes, o adoradoras del dios Baco, que eran quienes llevaban a cabo estos ritos, los misterios báquicos, ceremonias secretas en su mayoría prohibidas a los varones.
En Roma las bacanales u orgías se abrieron a todo el mundo, degenerando de tal forma que el Senado las prohibió. El conocimiento del culto ha llegado hasta nuestros días de la mano de Eurípides y su obra Las Bacantes.
Eurípides pone las siguientes palabras en los labios de un coro de iniciados báquicos: “Vestido de blanco vengo desde el origen de los mortales, y nunca acerco el vaso de muerte, pues no tiene que alimentarse el que habita en el alma”.
Estas mismas palabras las podríamos poner en los labios de un brahmán o de un asceta budista, que ansía escapar de los lazos de Samsâra, ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación, o renacimiento en el budismo, que podemos ver en las tradiciones filosóficas de la India; hinduismo, budismo, jainismo, bön y sijismo, así como también en otras tradiciones como el gnosticismo, los Rosacruces y otras religiones filosóficas antiguas.
Así, tales hombres no pueden clasificarse entre los típicos acompañantes de Baco. Puede decirse quizá, que Eurípides, los pitagóricos y los órficos, no dicen nada respecto del primer siglo de nuestra era; pues todo lo bueno que hubo en tales escuelas y comunidades había cesado hacía ya mucho tiempo. Filón de Alejandría, también llamado Filón el Judío (15 a. C. – 45 d. C.), fue uno de los filósofos más renombrados del judaísmo durante el período helenístico.
Escribiendo cerca del año 25 d.C., nos cuenta que en sus días numerosos grupos de hombres, a quienes sólo guiaba una vida religiosa, abandonaron sus bienes apartándose del mundo, y se aplicaron por completo a adquirir la sabiduría y el cultivo de la virtud, para lo que se retiraron a la soledad. En su tratado Sobre la vida contemplativa escribe:
“Estas clases naturales de hombres se hallan en muchas partes del mundo habitado, ya en Grecia, ya fuera de ella, consagradas al bien perfecto. En Egipto los hay en cada provincia o nomo, como ellos dicen, y especialmente en los alrededores de Alejandría”. Podemos deducir que si hubo tantas personas consagradas a la vida religiosa en ese tiempo, aquel primer siglo no fue uno de los más depravados.
Pero no todas estas comunidades tuvieron un mismo origen, ni todas fueron herederas de los terapeutas o de los esenios. Los terapeutas (curar o servir) fue un grupo judío en la diáspora, similar a los esenios. El nombre proviene de las pretensiones del grupo de curarse de las enfermedades del alma y cuyo ejemplo podía servir para curar a los demás.
Filón de Alejandría es el primero en hablar de ellos en su obra Sobre la vida contemplativa. Los primeros cristianos les confundieron como los primeros monjes cristianos y la historiografía actual opina que eran una secta judía.
Los esenios eran los miembros de una secta judía, establecida probablemente desde mediados del siglo II a.C. tras la Revuelta Macabea, una rebelión judía, que tuvo lugar de 167 a 160 a. C., dirigido por los Macabeos, movimiento judío de liberación, contra el Imperio seléucida y la influencia helenística en la vida judía.
La existencia de los esenios hasta el siglo I está documentada por distintas fuentes. Sus antecedentes inmediatos podrían estar en el movimiento hasideo, un partido religioso judío durante la época de la dominación seléucida (197 a 142 a. C.), que era un imperio helenístico, es decir, un estado sucesor del Imperio de Alejandro Magno.
Estas mismas palabras las podríamos poner en los labios de un brahmán o de un asceta budista, que ansía escapar de los lazos de Samsâra, ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación, o renacimiento en el budismo, que podemos ver en las tradiciones filosóficas de la India; hinduismo, budismo, jainismo, bön y sijismo, así como también en otras tradiciones como el gnosticismo, los Rosacruces y otras religiones filosóficas antiguas.
Así, tales hombres no pueden clasificarse entre los típicos acompañantes de Baco. Puede decirse quizá, que Eurípides, los pitagóricos y los órficos, no dicen nada respecto del primer siglo de nuestra era; pues todo lo bueno que hubo en tales escuelas y comunidades había cesado hacía ya mucho tiempo. Filón de Alejandría, también llamado Filón el Judío (15 a. C. – 45 d. C.), fue uno de los filósofos más renombrados del judaísmo durante el período helenístico.
Escribiendo cerca del año 25 d.C., nos cuenta que en sus días numerosos grupos de hombres, a quienes sólo guiaba una vida religiosa, abandonaron sus bienes apartándose del mundo, y se aplicaron por completo a adquirir la sabiduría y el cultivo de la virtud, para lo que se retiraron a la soledad. En su tratado Sobre la vida contemplativa escribe:
“Estas clases naturales de hombres se hallan en muchas partes del mundo habitado, ya en Grecia, ya fuera de ella, consagradas al bien perfecto. En Egipto los hay en cada provincia o nomo, como ellos dicen, y especialmente en los alrededores de Alejandría”. Podemos deducir que si hubo tantas personas consagradas a la vida religiosa en ese tiempo, aquel primer siglo no fue uno de los más depravados.
Pero no todas estas comunidades tuvieron un mismo origen, ni todas fueron herederas de los terapeutas o de los esenios. Los terapeutas (curar o servir) fue un grupo judío en la diáspora, similar a los esenios. El nombre proviene de las pretensiones del grupo de curarse de las enfermedades del alma y cuyo ejemplo podía servir para curar a los demás.
Filón de Alejandría es el primero en hablar de ellos en su obra Sobre la vida contemplativa. Los primeros cristianos les confundieron como los primeros monjes cristianos y la historiografía actual opina que eran una secta judía.
Los esenios eran los miembros de una secta judía, establecida probablemente desde mediados del siglo II a.C. tras la Revuelta Macabea, una rebelión judía, que tuvo lugar de 167 a 160 a. C., dirigido por los Macabeos, movimiento judío de liberación, contra el Imperio seléucida y la influencia helenística en la vida judía.
La existencia de los esenios hasta el siglo I está documentada por distintas fuentes. Sus antecedentes inmediatos podrían estar en el movimiento hasideo, un partido religioso judío durante la época de la dominación seléucida (197 a 142 a. C.), que era un imperio helenístico, es decir, un estado sucesor del Imperio de Alejandro Magno.
Estudiando los distintos herederos de las doctrinas de las escuelas clasificadas como gnósticas y analizando los tratados de las escuelas herméticas, podemos deducir que en la primera centuria la confrontación entre la vida religiosa y la filosófica fue grande y variada. Pero no puede afirmarse que el origen de las comunidades terapeutas de Filón o de las esenias de Filón y Josefo mostrasen una influencia órfica o pitagórica.
Cuando estudiamos la imperfecta, pero importante, historia de las numerosas escuelas y fraternidades que se hallan en íntimo contacto con el cristianismo en sus orígenes, no podemos por menos de creer que ellas fueron el origen de una intensa vida religiosa en muchas partes del Imperio romano.
La gran dificultad está en que las creencias de esas comunidades, hermandades y asociaciones se han destruido o perdido. Por ello solo tenemos indicaciones de carácter muy superficial. En medio de todo esto se movió Apolonio. Pero su biógrafo Filostrato casi no ha reparado en este hecho, ya que hizo una descripción retórica de la gran vida del filósofo, pero sin creer en su vida religiosa.
Por ello en la Vida de Apolonio sólo se arroja indirectamente alguna luz sobre esas interesantes comunidades. Si fuera posible penetrar en el alma de Apolonio, y ver con sus propios ojos lo que él vio hace unos diecinueve siglos, podrían registrarse hechos importantes de la historia.
Apolonio no sólo atravesó todas las regiones por donde la nueva fe iba arraigando, sino que vivió algunos años en muchas de ellas y estuvo en contacto con muchísimas comunidades místicas de Egipto, Arabia y Siria. Seguramente visitó alguna de las primeras comunidades cristianas, y hasta incluso pudo haber hablado con alguno de los discípulos de Jesús.
Seguramente pudo encontrarse con Pablo, ya que tuvo que dejar Roma el año 66 a consecuencia del edicto de destierro contra los filósofo. Y este fue precisamente el mismo año en que Pablo fue decapitado.
Cuando estudiamos la imperfecta, pero importante, historia de las numerosas escuelas y fraternidades que se hallan en íntimo contacto con el cristianismo en sus orígenes, no podemos por menos de creer que ellas fueron el origen de una intensa vida religiosa en muchas partes del Imperio romano.
La gran dificultad está en que las creencias de esas comunidades, hermandades y asociaciones se han destruido o perdido. Por ello solo tenemos indicaciones de carácter muy superficial. En medio de todo esto se movió Apolonio. Pero su biógrafo Filostrato casi no ha reparado en este hecho, ya que hizo una descripción retórica de la gran vida del filósofo, pero sin creer en su vida religiosa.
Por ello en la Vida de Apolonio sólo se arroja indirectamente alguna luz sobre esas interesantes comunidades. Si fuera posible penetrar en el alma de Apolonio, y ver con sus propios ojos lo que él vio hace unos diecinueve siglos, podrían registrarse hechos importantes de la historia.
Apolonio no sólo atravesó todas las regiones por donde la nueva fe iba arraigando, sino que vivió algunos años en muchas de ellas y estuvo en contacto con muchísimas comunidades místicas de Egipto, Arabia y Siria. Seguramente visitó alguna de las primeras comunidades cristianas, y hasta incluso pudo haber hablado con alguno de los discípulos de Jesús.
Seguramente pudo encontrarse con Pablo, ya que tuvo que dejar Roma el año 66 a consecuencia del edicto de destierro contra los filósofo. Y este fue precisamente el mismo año en que Pablo fue decapitado.
Apolonio fue, además, un admirador entusiasta de la sabiduría de la India. Por ello podemos preguntarnos qué influencias, si las hubo, ejercieron el brahmanismo y el Budismo en el pensamiento de Occidente durante los primeros años de nuestra era. Algunos atribuyen precisamente a la constitución de los esenios y terapeutas una influencia pitagórica, mientras que otros basan su origen en la propaganda budista.
Y no sólo se refieren a esta influencia en los dogmas y en las prácticas de los esenios, sino que también refieren la enseñanza general de Jesús a una fuente budista establecida en el monoteísmo judaico. Algunos investigadores afirman que dos siglos antes del contacto directo de Grecia con la India, realizado a través de las conquistas de Alejandro Magno, la India misma, por medio de Pitágoras, influyó sobre el pensamiento subsiguiente de los griegos.
Está plenamente confirmado por los antiguos escritores griegos que Pitágoras estuvo en la India. Pero como semejante afirmación está hecha por los escritores neopitagóricos y neoplatónicos, posteriores al siglo de Apolonio, se ha objetado que los viajes que consigna Apolonio se indican sólo en las biografías de Pitágoras posteriores a la Vida de Pitágoras de Apolonio, que es el origen de esta información. Sin embargo, la semejanza entre la disciplina y el dogma pitagórico y el pensamiento y el dogma indoario, impiden rechazar la posibilidad de que Pitágoras visitase la antigua Aryâvarta, en sánscrito “la tierra de los Aryas“, o sea la India.
Éste era el antiguo nombre de la India del Norte, en donde se establecieron primeramente los invasores brahmánicos, desde el río Oxo, actualmente río Amu-Daria, según dicen los orientalistas. No obstante sería erróneo dar este nombre a toda la India, puesto que Manú denomina “tierra de los Arios” sólo a la “región comprendida entre las cadenas de montañas del Himalaya y Vindhya“, del mar oriental al occidental..
Pero si no puede demostrase la posibilidad de un contacto personal directo de Pitágoras, sí se sabe que Ferécides, el maestro de Pitágoras, pudo muy bien estar familiarizado con algunas de las muchas ideas de la doctrina védica. Ferécides, muy probablemente persa, enseñó en Efeso y es creíble que fuera un docto asiático, ya que enseñó una filosofía mística y basó su doctrina sobre la idea de la reencarnación, lo que indica un indirecto, si no directo, conocimiento del pensamiento Indo-ario.
Y no sólo se refieren a esta influencia en los dogmas y en las prácticas de los esenios, sino que también refieren la enseñanza general de Jesús a una fuente budista establecida en el monoteísmo judaico. Algunos investigadores afirman que dos siglos antes del contacto directo de Grecia con la India, realizado a través de las conquistas de Alejandro Magno, la India misma, por medio de Pitágoras, influyó sobre el pensamiento subsiguiente de los griegos.
Está plenamente confirmado por los antiguos escritores griegos que Pitágoras estuvo en la India. Pero como semejante afirmación está hecha por los escritores neopitagóricos y neoplatónicos, posteriores al siglo de Apolonio, se ha objetado que los viajes que consigna Apolonio se indican sólo en las biografías de Pitágoras posteriores a la Vida de Pitágoras de Apolonio, que es el origen de esta información. Sin embargo, la semejanza entre la disciplina y el dogma pitagórico y el pensamiento y el dogma indoario, impiden rechazar la posibilidad de que Pitágoras visitase la antigua Aryâvarta, en sánscrito “la tierra de los Aryas“, o sea la India.
Éste era el antiguo nombre de la India del Norte, en donde se establecieron primeramente los invasores brahmánicos, desde el río Oxo, actualmente río Amu-Daria, según dicen los orientalistas. No obstante sería erróneo dar este nombre a toda la India, puesto que Manú denomina “tierra de los Arios” sólo a la “región comprendida entre las cadenas de montañas del Himalaya y Vindhya“, del mar oriental al occidental..
Pero si no puede demostrase la posibilidad de un contacto personal directo de Pitágoras, sí se sabe que Ferécides, el maestro de Pitágoras, pudo muy bien estar familiarizado con algunas de las muchas ideas de la doctrina védica. Ferécides, muy probablemente persa, enseñó en Efeso y es creíble que fuera un docto asiático, ya que enseñó una filosofía mística y basó su doctrina sobre la idea de la reencarnación, lo que indica un indirecto, si no directo, conocimiento del pensamiento Indo-ario.
En esta época Persia debió hallarse en un intenso contacto con la India, pues alrededor de la fecha de la muerte de Pitágoras, durante el reinado de Darío I el Grande, tercer rey de la dinastía aqueménida de Persia desde el año 521 al 486 a. C., e hijo de Histaspes, gobernador de Partia bajo los reyes persas Ciro II y Cambises II, tenemos noticia de la expedición para explorar el río Indo. Darío continuó la política de Ciro que autorizaba la libertad de culto siempre que se aceptase a Ahura-Mazda como máxima divinidad.
Menciones positivas a esta práctica aparecen en el Libro de Esdras del Antiguo Testamento, en el que se menciona el supuesto apoyo a la reconstrucción del Templo de Jerusalén. Sin embargo, aparecen dudas a esta presentación, pues Jenofonte ya menciona esta política primeramente en la Ciropedia en el 362 a. C.
La obra no representa ningún documento histórico. Faltan inscripciones del propio Darío sobre el apoyo a la reconstrucción. Darío promovió el Zoroastrismo, pero el cuándo permanece confuso, al igual que los cultos persas de este tiempo.
El dios supremo era Ahura Mazda, que no admitía ningún otro junto a él. Se supone que Darío heredó de su padre esta religión. El apoyo al Zoroastrismo se implantó cuidadosamente. Los magos seguían siendo la clase sacerdotal superior, y por orden del gran rey se ofrecían sacrificios a los dioses. Solo en las inscripciones reales se encuentra a Ahura-Mazda como único dios.
Tras consolidar el dominio intrafronterizo, fue el momento de adelantarse a posibles amenazas desde la frontera oriental. Por lo que el área de los satagidas, una satrapía del antiguo imperio aqueménida, que corresponde a la zona de montañas entre Irán y Pakistán, se anexionó definitivamente al imperio persa, cuyas tropas avanzaron hasta el valle del Indo, que pudo asimismo ser completamente avasallado.
Especialmente valiosa para esta campaña de conquista demostró ser la región Gandhara, reconocida como la tribu india más valiente y bajo dominio persa desde hacía mucho tiempo. El valle del Indo no era solo políticamente interesante. En sus fértiles llanuras había muchas ciudades ricas y del río mismo se obtenía polvo áureo.
Más lejos podía entonces establecerse comercio ilimitado con el interior subcontinental indio. Una impresión del interés comercial lo demostró el viaje de Escílax de Carianda, quien unos doscientos años antes había navegado la costa del golfo Pérsico desde Nearchos, para demostrar su utilidad para el comercio marítimo. Más tarde navegó también la península arábiga hasta Egipto.
Menciones positivas a esta práctica aparecen en el Libro de Esdras del Antiguo Testamento, en el que se menciona el supuesto apoyo a la reconstrucción del Templo de Jerusalén. Sin embargo, aparecen dudas a esta presentación, pues Jenofonte ya menciona esta política primeramente en la Ciropedia en el 362 a. C.
La obra no representa ningún documento histórico. Faltan inscripciones del propio Darío sobre el apoyo a la reconstrucción. Darío promovió el Zoroastrismo, pero el cuándo permanece confuso, al igual que los cultos persas de este tiempo.
El dios supremo era Ahura Mazda, que no admitía ningún otro junto a él. Se supone que Darío heredó de su padre esta religión. El apoyo al Zoroastrismo se implantó cuidadosamente. Los magos seguían siendo la clase sacerdotal superior, y por orden del gran rey se ofrecían sacrificios a los dioses. Solo en las inscripciones reales se encuentra a Ahura-Mazda como único dios.
Tras consolidar el dominio intrafronterizo, fue el momento de adelantarse a posibles amenazas desde la frontera oriental. Por lo que el área de los satagidas, una satrapía del antiguo imperio aqueménida, que corresponde a la zona de montañas entre Irán y Pakistán, se anexionó definitivamente al imperio persa, cuyas tropas avanzaron hasta el valle del Indo, que pudo asimismo ser completamente avasallado.
Especialmente valiosa para esta campaña de conquista demostró ser la región Gandhara, reconocida como la tribu india más valiente y bajo dominio persa desde hacía mucho tiempo. El valle del Indo no era solo políticamente interesante. En sus fértiles llanuras había muchas ciudades ricas y del río mismo se obtenía polvo áureo.
Más lejos podía entonces establecerse comercio ilimitado con el interior subcontinental indio. Una impresión del interés comercial lo demostró el viaje de Escílax de Carianda, quien unos doscientos años antes había navegado la costa del golfo Pérsico desde Nearchos, para demostrar su utilidad para el comercio marítimo. Más tarde navegó también la península arábiga hasta Egipto.
El historiador y geógrafo griego Heródoto, que vivió entre el 484 y el 425 a. C., afirma que en la región del Penjab se formó la vigésima satrapia de la monarquía persa en la India. Tropas indias combatieron también en los ejércitos de Jerjes, invadiendo la Tesalia y combatiendo en la batalla de Platea, la última batalla terrestre de la Segunda Guerra Médica, que consistió en una invasión persa de la Antigua Grecia, que duró dos años.
Mediante este invasión, el rey aqueménida Jerjes I pretendía conquistar toda Grecia. Desde el tiempo de Alejandro Magno en adelante, hubo un constante y directo contacto entre Aryâvarta, la India aria, y los reinos de los sucesores del conquistador del mundo.
Algunos escritores griegos escribieron acerca de este país del misterio, pero en todo lo que ha llegado hasta nosotros no hay más que una vaga indicación del pensamiento de los filósofos de la India. Pero el que los brahmanes permitiesen en aquel tiempo que sus libros sagrados fuesen leídos por los jonios, el nombre genérico dado a los griegos por los indos, es contrario a todo lo que sabemos de su historia.
La actividad religiosa dominante en aquel tiempo en la India era el Budismo, y es en esta protesta contra las rígidas distinciones de casta establecidas por el orgullo brahmánico, en donde debemos considerar el directo contacto de pensamiento entre la India y Grecia. Aśoka (304 – 232 a. C.) fue el tercer emperador mauria.
Era hijo del rey Bindusara y nieto de Chandragupta. Aśoka reinó sobre la mayor parte del subcontinente indio, desde el actual Afganistán hasta Bengala, y también hacia el sur, hasta la actual Mysore. Alrededor de 260 a. C., Asoka emprendió una destructiva guerra contra el estado de Kalinga, y lo conquistó, cosa que no había logrado ninguno de sus antecesores. Después de presenciar las matanzas de la guerra, Asoka se convirtió gradualmente al budismo.
Luego envió misioneros a Antíoco II de Siria, a Ptolomeo II de Egipto, a Antígono Gonatas de Macedonia, a Magas de Cirene y a Alejandro II de Epiro. Pero es extraordinario que no tengamos un testimonio directo de esa gran actividad misionera. A pesar de la carencia absoluta de toda información directa sobre las fuentes griegas, parece que no tuvieron gran relevancia pública la actuación de esos misioneros en Occidente.
Pero la respuesta a esta cuestión está escondida en la obscuridad de las comunidades religiosas. No obstante, no podemos asegurar que las comunidades ascéticas de Siria y Egipto se fundaran por esos misioneros del Budismo.
Mediante este invasión, el rey aqueménida Jerjes I pretendía conquistar toda Grecia. Desde el tiempo de Alejandro Magno en adelante, hubo un constante y directo contacto entre Aryâvarta, la India aria, y los reinos de los sucesores del conquistador del mundo.
Algunos escritores griegos escribieron acerca de este país del misterio, pero en todo lo que ha llegado hasta nosotros no hay más que una vaga indicación del pensamiento de los filósofos de la India. Pero el que los brahmanes permitiesen en aquel tiempo que sus libros sagrados fuesen leídos por los jonios, el nombre genérico dado a los griegos por los indos, es contrario a todo lo que sabemos de su historia.
La actividad religiosa dominante en aquel tiempo en la India era el Budismo, y es en esta protesta contra las rígidas distinciones de casta establecidas por el orgullo brahmánico, en donde debemos considerar el directo contacto de pensamiento entre la India y Grecia. Aśoka (304 – 232 a. C.) fue el tercer emperador mauria.
Era hijo del rey Bindusara y nieto de Chandragupta. Aśoka reinó sobre la mayor parte del subcontinente indio, desde el actual Afganistán hasta Bengala, y también hacia el sur, hasta la actual Mysore. Alrededor de 260 a. C., Asoka emprendió una destructiva guerra contra el estado de Kalinga, y lo conquistó, cosa que no había logrado ninguno de sus antecesores. Después de presenciar las matanzas de la guerra, Asoka se convirtió gradualmente al budismo.
Luego envió misioneros a Antíoco II de Siria, a Ptolomeo II de Egipto, a Antígono Gonatas de Macedonia, a Magas de Cirene y a Alejandro II de Epiro. Pero es extraordinario que no tengamos un testimonio directo de esa gran actividad misionera. A pesar de la carencia absoluta de toda información directa sobre las fuentes griegas, parece que no tuvieron gran relevancia pública la actuación de esos misioneros en Occidente.
Pero la respuesta a esta cuestión está escondida en la obscuridad de las comunidades religiosas. No obstante, no podemos asegurar que las comunidades ascéticas de Siria y Egipto se fundaran por esos misioneros del Budismo.
Antes, ya en la misma Grecia, hubo comunidades, no sólo pitagóricas, sino que las hubo órficas, y sobre esta base se cree que Pitágoras desenvolvió las comunidades suyas, en base a las existentes o estableciendo algunas completamente nuevas.
Y si existieron en Grecia, es aún más razonable suponer que tales comunidades ya existían en Siria, Arabia y Egipto, puesto que estas regiones eran más dadas a los ejercicios religiosos que los helenos. Con todo, es creíble que en tales comunidades, si hubo alguna misión budista, hallarían una favorable acogida. Pero es evidente que no dejaron una huella directa de su influencia.
Sin embargo, por el mar y por las rutas de las grandes caravanas pudieron establecerse líneas de comunicación entre la India y el Imperio de los sucesores de Alejandro Magno. Si hubiésemos podido hojear un catálogo de la lamentablemente destruida gran biblioteca de Alejandría quizás hubiéramos hallado manuscritos indos entre los rollos y pergaminos de la biblioteca.
Hay, en verdad, frases en los más antiguos tratados de literatura hermética (de Hermes Trismegisto), que presentan semejanzas con frases de los Upanishads y del Bhagavad Gita, lo que lleva a creer que sus autores estaban familiarizados con el contenido de estas dos obras brahmánicas. La literatura hermética tuvo su génesis en Egipto, y principalmente debe fijarse en el siglo I de nuestra era, la época de Apolonio.
Es aún más sorprendente la semejanza entre la metafísica mística del doctor gnóstico Basílides, que vivió al fin del primer siglo y comienzo del segundo de nuestra era, y las ideas del Vedanta hindú. Basílides fue uno de los más célebres gnósticos.
Vivió por los años 120-140 en Alejandría. Sus teorías se conocen por san Ireneo, en su obra Contra las herejías, y San Hipólito. Según Ireneo de Lyon, Basílides enseñaba que del Dios supremo habían surgido 365 cielos, uno de los cuales, el nuestro, encierra un mundo sublunar y está gobernado por un demiurgo subalterno, el Yahvé de los judíos. Según Hipólito de Roma, Basílides hace derivar toda la existencia de una divinidad suprema inconcebible, de la que se engendran, en sucesivos despliegues, numerosos estratos, el último de los cuales es nuestro mundo, gobernado por el dios de los judíos.
Concibe una redención totalmente intelectual, consistente en la súbita revelación (gnosis) de la existencia de Dios, a quien desconocemos por el orgullo inconsciente. Esto había de traer consigo una gran ignorancia, que cubriría al universo y a cada ser humano, y no permitiría conocer otros mundos superiores a este, y solo quedarían los deseos de elevarse por encima de tal condición.
Habría afirmado además que en realidad no fue Jesús de Nazaret quien sufrió la muerte en la cruz, sino más bien Simón de Cirene, por un error de sus ejecutores. La moral de Basílides era austera y aconsejaba abstenerse del matrimonio. Basílides tuvo numerosos discípulos, tanto en Egipto como en la Europa meridional. Se distinguió por el uso de expresiones misteriosas y amuletos, como Abraxas. La secta desapareció aparentemente en el siglo IV.
Y si existieron en Grecia, es aún más razonable suponer que tales comunidades ya existían en Siria, Arabia y Egipto, puesto que estas regiones eran más dadas a los ejercicios religiosos que los helenos. Con todo, es creíble que en tales comunidades, si hubo alguna misión budista, hallarían una favorable acogida. Pero es evidente que no dejaron una huella directa de su influencia.
Sin embargo, por el mar y por las rutas de las grandes caravanas pudieron establecerse líneas de comunicación entre la India y el Imperio de los sucesores de Alejandro Magno. Si hubiésemos podido hojear un catálogo de la lamentablemente destruida gran biblioteca de Alejandría quizás hubiéramos hallado manuscritos indos entre los rollos y pergaminos de la biblioteca.
Hay, en verdad, frases en los más antiguos tratados de literatura hermética (de Hermes Trismegisto), que presentan semejanzas con frases de los Upanishads y del Bhagavad Gita, lo que lleva a creer que sus autores estaban familiarizados con el contenido de estas dos obras brahmánicas. La literatura hermética tuvo su génesis en Egipto, y principalmente debe fijarse en el siglo I de nuestra era, la época de Apolonio.
Es aún más sorprendente la semejanza entre la metafísica mística del doctor gnóstico Basílides, que vivió al fin del primer siglo y comienzo del segundo de nuestra era, y las ideas del Vedanta hindú. Basílides fue uno de los más célebres gnósticos.
Vivió por los años 120-140 en Alejandría. Sus teorías se conocen por san Ireneo, en su obra Contra las herejías, y San Hipólito. Según Ireneo de Lyon, Basílides enseñaba que del Dios supremo habían surgido 365 cielos, uno de los cuales, el nuestro, encierra un mundo sublunar y está gobernado por un demiurgo subalterno, el Yahvé de los judíos. Según Hipólito de Roma, Basílides hace derivar toda la existencia de una divinidad suprema inconcebible, de la que se engendran, en sucesivos despliegues, numerosos estratos, el último de los cuales es nuestro mundo, gobernado por el dios de los judíos.
Concibe una redención totalmente intelectual, consistente en la súbita revelación (gnosis) de la existencia de Dios, a quien desconocemos por el orgullo inconsciente. Esto había de traer consigo una gran ignorancia, que cubriría al universo y a cada ser humano, y no permitiría conocer otros mundos superiores a este, y solo quedarían los deseos de elevarse por encima de tal condición.
Habría afirmado además que en realidad no fue Jesús de Nazaret quien sufrió la muerte en la cruz, sino más bien Simón de Cirene, por un error de sus ejecutores. La moral de Basílides era austera y aconsejaba abstenerse del matrimonio. Basílides tuvo numerosos discípulos, tanto en Egipto como en la Europa meridional. Se distinguió por el uso de expresiones misteriosas y amuletos, como Abraxas. La secta desapareció aparentemente en el siglo IV.
El Vedanta es una escuela de filosofía dentro del hinduismo. Representa un resumen de las enseñanzas esotéricas que se pueden extraer de las leyendas de los Araniakas (escrituras ‘del bosque’), y de las Upanishads, escrituras compuestas aproximadamente desde el siglo VI a. C.
Sin embargo, ambas escuelas, la hermética y la basílidea, así como sus inmediatas predecesoras, estuvieron consagradas a una severa autodisciplina y a un profundo estudio filosófico, que debió hacerlas acoger favorablemente el estudio filosófico que venía de Oriente.
Pero no podemos establecer un contacto directo, a pesar de la semejanza de ideas. Vemos, por ejemplo, que hay muchísima semejanza entre las enseñanzas del dharma de la India y el Evangelio de Jesús, y que el mismo espíritu de amor anima a uno y otro.
En el hinduismo, el dharma significa las conductas que se considera que están de acuerdo con el orden que hace posible la vida y el universo, e incluye deberes, derechos, leyes, conducta, virtudes y un recto modo de vivir. En el hinduismo, el dharma es la ley universal de la naturaleza, ley que se encuentra en cada individuo lo mismo que en todo el universo.
A nivel cósmico esta ley se concibe manifestada por movimientos regulares y cíclicos. Por este motivo se simboliza al dharma como una rueda que gira sobre sí misma. Este símbolo es el que se encuentra en la bandera de la India. A nivel del individuo humano, el dharma adquiere una nueva acepción: la del deber ético y religioso que cada cual tiene asignado según su determinada situación de nacimiento.
Existen varios textos acerca del tema del deber, llamados genéricamente Dharmasastra, entre los que se incluyen las Leyes de Manu. Los hinduistas no llaman «hinduismo» a su religión, sino sanatana dharma, que se traduce como ‘religión eterna’. En la epopeya india del Majábharata (texto épico-religioso del siglo III a. C.) también aparece la figura de Dharma como un dios, que encarna como un hombre, Iudistira, que es un emperador del Majabhárata.
Cuando se retiró, por causa de edad, vivió en las ciudades indias para hacer meditación y encontrar el camino de la superación del ciclo de las reencarnaciones, algo que era habitual antiguamente. No murió, pues fue llevado en cuerpo y alma al Cielo de Indra, el jefe de todos los dioses, donde todavía seguiría viviendo.
En el budismo, dharma significa ‘ley cósmica y orden’, aunque también se aplica a las enseñanzas de Buda. En la doctrina budista, el dharma es también el término usado para ‘fenómenos’. Dentro del budismo la noción del dharma, entendido como doctrina, se dividió para su mejor comprensión en las llamadas Tipitaka.
Sin embargo, ambas escuelas, la hermética y la basílidea, así como sus inmediatas predecesoras, estuvieron consagradas a una severa autodisciplina y a un profundo estudio filosófico, que debió hacerlas acoger favorablemente el estudio filosófico que venía de Oriente.
Pero no podemos establecer un contacto directo, a pesar de la semejanza de ideas. Vemos, por ejemplo, que hay muchísima semejanza entre las enseñanzas del dharma de la India y el Evangelio de Jesús, y que el mismo espíritu de amor anima a uno y otro.
En el hinduismo, el dharma significa las conductas que se considera que están de acuerdo con el orden que hace posible la vida y el universo, e incluye deberes, derechos, leyes, conducta, virtudes y un recto modo de vivir. En el hinduismo, el dharma es la ley universal de la naturaleza, ley que se encuentra en cada individuo lo mismo que en todo el universo.
A nivel cósmico esta ley se concibe manifestada por movimientos regulares y cíclicos. Por este motivo se simboliza al dharma como una rueda que gira sobre sí misma. Este símbolo es el que se encuentra en la bandera de la India. A nivel del individuo humano, el dharma adquiere una nueva acepción: la del deber ético y religioso que cada cual tiene asignado según su determinada situación de nacimiento.
Existen varios textos acerca del tema del deber, llamados genéricamente Dharmasastra, entre los que se incluyen las Leyes de Manu. Los hinduistas no llaman «hinduismo» a su religión, sino sanatana dharma, que se traduce como ‘religión eterna’. En la epopeya india del Majábharata (texto épico-religioso del siglo III a. C.) también aparece la figura de Dharma como un dios, que encarna como un hombre, Iudistira, que es un emperador del Majabhárata.
Cuando se retiró, por causa de edad, vivió en las ciudades indias para hacer meditación y encontrar el camino de la superación del ciclo de las reencarnaciones, algo que era habitual antiguamente. No murió, pues fue llevado en cuerpo y alma al Cielo de Indra, el jefe de todos los dioses, donde todavía seguiría viviendo.
En el budismo, dharma significa ‘ley cósmica y orden’, aunque también se aplica a las enseñanzas de Buda. En la doctrina budista, el dharma es también el término usado para ‘fenómenos’. Dentro del budismo la noción del dharma, entendido como doctrina, se dividió para su mejor comprensión en las llamadas Tipitaka.
Aunque se pudiera probar, por los relatos históricos, alguna influencia directa del pensamiento indo sobre las concepciones y dogmas de algunas comunidades religiosas y escuelas filosóficas del Imperio grecorromano, no es necesario referirlo a una transmisión directa.
No obstante, existe la posibilidad de que antes de los días de Apolonio hubiese en Grecia alguna noción general de las ideas del vedanta y el dharma. En el caso del propio Apolonio, la idea de que trajo alguna ciencia de la India parece haber estado muy extendida entre las comunidades e instituciones religiosas del Imperio romano.
Pero cuando observamos, al final del primer siglo y durante la primera mitad del segundo, como entre las escuelas herméticas y gnósticas hay ideas que nos recuerdan la teosofía de los Upanishads o los preceptos éticos de los Suttas, discursos o sutras que Buda Gautama y algunos de sus discípulos habían pronunciado, entonces debemos considerar no solo que Apolonio visitase tales escuelas, sino la posibilidad de sus predicaciones sobre la sabiduría inda.
La memoria de su influencia se extendió en tales círculos, de tal manera que vemos que Plotino, predicador del neoplatonismo, estaba entusiasmado por lo que había oído sobre la sabiduría inda en Alejandría. Por ello en el año 242 se alista en la fracasada expedición del emperador romano Gordiano III a Oriente, con la esperanza de llegar al país de la filosofía.
Pero dicha esperanza se vio frustrada, pues tuvo que regresar por el fracaso de la expedición y el asesinato del emperador. De todas maneras, no hay que pensar que Apolonio se propusiera propagar la filosofía inda de la misma manera con que los misioneros predican el Evangelio.
Por el contrario, Apolonio parece haberse esforzado en ayudar a sus oyentes, cualesquiera que fuesen, a seguir el camino escogido por ellos mismos. No les decía que lo que creían era falso y perjudicial para el alma, y que su eterna bienaventuranza la conquistarían cuando adoptases su propio esquema de salvación. Se esforzaba en purificar y explicar aquello que practicaban.
Puede que algún etéreo poder le auxiliara en su incesante actividad, por lo que no solo Pablo, sino también Apolonio podrían haber sido ayudados espiritualmente en sus trabajos. Es, pues, en esta atmósfera de tolerancia, en la que debemos considerar a Apolonio y sus hechos.
Apolonio de Tiana fue el filósofo más famoso del mundo grecorromano de la primera centuria y consagró la mayor parte de su larga existencia a la purificación de muchos cultos del Imperio romano y a la instrucción de los ministros y sacerdotes de esas religiones. Con excepción de Jesús, ningún otro personaje más interesante aparece en la historia de Occidente en esa época.
No obstante, existe la posibilidad de que antes de los días de Apolonio hubiese en Grecia alguna noción general de las ideas del vedanta y el dharma. En el caso del propio Apolonio, la idea de que trajo alguna ciencia de la India parece haber estado muy extendida entre las comunidades e instituciones religiosas del Imperio romano.
Pero cuando observamos, al final del primer siglo y durante la primera mitad del segundo, como entre las escuelas herméticas y gnósticas hay ideas que nos recuerdan la teosofía de los Upanishads o los preceptos éticos de los Suttas, discursos o sutras que Buda Gautama y algunos de sus discípulos habían pronunciado, entonces debemos considerar no solo que Apolonio visitase tales escuelas, sino la posibilidad de sus predicaciones sobre la sabiduría inda.
La memoria de su influencia se extendió en tales círculos, de tal manera que vemos que Plotino, predicador del neoplatonismo, estaba entusiasmado por lo que había oído sobre la sabiduría inda en Alejandría. Por ello en el año 242 se alista en la fracasada expedición del emperador romano Gordiano III a Oriente, con la esperanza de llegar al país de la filosofía.
Pero dicha esperanza se vio frustrada, pues tuvo que regresar por el fracaso de la expedición y el asesinato del emperador. De todas maneras, no hay que pensar que Apolonio se propusiera propagar la filosofía inda de la misma manera con que los misioneros predican el Evangelio.
Por el contrario, Apolonio parece haberse esforzado en ayudar a sus oyentes, cualesquiera que fuesen, a seguir el camino escogido por ellos mismos. No les decía que lo que creían era falso y perjudicial para el alma, y que su eterna bienaventuranza la conquistarían cuando adoptases su propio esquema de salvación. Se esforzaba en purificar y explicar aquello que practicaban.
Puede que algún etéreo poder le auxiliara en su incesante actividad, por lo que no solo Pablo, sino también Apolonio podrían haber sido ayudados espiritualmente en sus trabajos. Es, pues, en esta atmósfera de tolerancia, en la que debemos considerar a Apolonio y sus hechos.
Apolonio de Tiana fue el filósofo más famoso del mundo grecorromano de la primera centuria y consagró la mayor parte de su larga existencia a la purificación de muchos cultos del Imperio romano y a la instrucción de los ministros y sacerdotes de esas religiones. Con excepción de Jesús, ningún otro personaje más interesante aparece en la historia de Occidente en esa época.
Muchas y muy varias opiniones, con frecuencia contradictorias, se han sostenido acerca de Apolonio, habiendo llegado hasta nosotros el relato de su vida, más como una leyenda que como una verdadera historia. Quizá ha contribuido a esto que Apolonio, además de su enseñanza pública, tuviera una vida en la que no penetraron ni aún sus discípulos más predilectos.
Viajó por los más distantes países y luego desapareció. Penetró en lo más íntimo de los templos sagrados y en los círculos secretos de las distintas comunidades, de las que decía que encerraban un misterio o se servían de él para urdir alguna historia fantástica para los ignorantes. Hallamos referencias sobre Apolonio en los escritores clásicos y en los Padres de la Iglesia.
Así, Luciano, escritor de la primera mitad del siglo segundo, tiene como protagonista de una de sus sátiras al pupilo de un discípulo de Apolonio. Y Apuleyo, un contemporáneo de Luciano, clasifica a Apolonio al mismo nivel que Moisés y Zoroastro entre los más famosos magos de la antigüedad. Hay una obra titulada Chœstiones et responsiones ad Orthodoxos, atribuida a Justino Mártir, que vivió en el siglo segundo y que fue uno de los primeros apologistas cristianos.
En esta obra hallamos el siguiente extraño párrafo: “¿Si Dios es el hacedor y autor de la creación, cómo los objetos consagrados de Apolonio tienen poder en los varios órdenes de la creación?. Pues vemos que detienen el furor de las olas, el poder de los vientos, la invasión de las sabandijas y los ataques de las fieras”. Dion Casio, en su obra Historia romana, afirma que el emperador romano Caracalla honró la memoria de Apolonio con un monumento.
Fue en esta época, el año 216, en la que Filostrato compuso la Vida de Apolonio, a petición de la siria Julia Domna, madre del emperador Caracalla. el escritor romano Elio Lampridio, durante la mitad del siglo tercero, en su obra Vida de Alejandro Severo, nos informa que Alejandro Severo colocó la estatua de Apolonio en un pequeño altar sagrado de su vivienda, juntamente con las de Cristo, Abraham y Orfeo.
El historiador romano Flavio Vopisco, que escribió en la última década del tercer siglo, nos cuenta que el emperador Aureliano (270 – 275) consagró un templo a Apolonio, quien supuestamente se le apareció en sueños cuando sitió la ciudad de Tiana. El mismo autor, en su obra Vida de Aureliano, habla de Apolonio como de un “sabio del más inmenso renombre y autoridad, un antiguo filósofo y un verdadero amigo de los dioses”.
Y añade: “¿Pues quién, entre los hombres fue más santo, más digno de reverencia, más venerable y más divino que él?”. Él fue el que dio vida a los muertos; el que hacía y decía muchas cosas sobrehumanas”. Y Vopisco se entusiasmó tanto con Apolonio, que prometió un resumen de su vida en latín, para que sus hechos y sus obras pudiesen ser leídas por las gentes que no supiesen griego. Pero, sin embargo, Vopisco no llegó a realizar su promesa,
Viajó por los más distantes países y luego desapareció. Penetró en lo más íntimo de los templos sagrados y en los círculos secretos de las distintas comunidades, de las que decía que encerraban un misterio o se servían de él para urdir alguna historia fantástica para los ignorantes. Hallamos referencias sobre Apolonio en los escritores clásicos y en los Padres de la Iglesia.
Así, Luciano, escritor de la primera mitad del siglo segundo, tiene como protagonista de una de sus sátiras al pupilo de un discípulo de Apolonio. Y Apuleyo, un contemporáneo de Luciano, clasifica a Apolonio al mismo nivel que Moisés y Zoroastro entre los más famosos magos de la antigüedad. Hay una obra titulada Chœstiones et responsiones ad Orthodoxos, atribuida a Justino Mártir, que vivió en el siglo segundo y que fue uno de los primeros apologistas cristianos.
En esta obra hallamos el siguiente extraño párrafo: “¿Si Dios es el hacedor y autor de la creación, cómo los objetos consagrados de Apolonio tienen poder en los varios órdenes de la creación?. Pues vemos que detienen el furor de las olas, el poder de los vientos, la invasión de las sabandijas y los ataques de las fieras”. Dion Casio, en su obra Historia romana, afirma que el emperador romano Caracalla honró la memoria de Apolonio con un monumento.
Fue en esta época, el año 216, en la que Filostrato compuso la Vida de Apolonio, a petición de la siria Julia Domna, madre del emperador Caracalla. el escritor romano Elio Lampridio, durante la mitad del siglo tercero, en su obra Vida de Alejandro Severo, nos informa que Alejandro Severo colocó la estatua de Apolonio en un pequeño altar sagrado de su vivienda, juntamente con las de Cristo, Abraham y Orfeo.
El historiador romano Flavio Vopisco, que escribió en la última década del tercer siglo, nos cuenta que el emperador Aureliano (270 – 275) consagró un templo a Apolonio, quien supuestamente se le apareció en sueños cuando sitió la ciudad de Tiana. El mismo autor, en su obra Vida de Aureliano, habla de Apolonio como de un “sabio del más inmenso renombre y autoridad, un antiguo filósofo y un verdadero amigo de los dioses”.
Y añade: “¿Pues quién, entre los hombres fue más santo, más digno de reverencia, más venerable y más divino que él?”. Él fue el que dio vida a los muertos; el que hacía y decía muchas cosas sobrehumanas”. Y Vopisco se entusiasmó tanto con Apolonio, que prometió un resumen de su vida en latín, para que sus hechos y sus obras pudiesen ser leídas por las gentes que no supiesen griego. Pero, sin embargo, Vopisco no llegó a realizar su promesa,
Por esta misma época Sotérico, poeta épico egipcio que escribió algunas historias poéticas en griego y que vivió en la última década del siglo III, y Nicómaco de Gerasa, filósofo y matemático neopitagórico, escribieron biografías de Apolonio. Posteriormente, el escritor romano Tascio Victoriano escribió otra biografía basada en las notas de Nicomaco. Ninguna de estas biografías, sin embargo, ha llegado hasta nosotros.
También en los últimos años del siglo tercero y primeros del cuarto, es cuando los filósofos neoplatónicos griegos Porfirio y Jámblico componen sus tratados sobre la vida de Pitágoras y su escuela. Ambos mencionan a Apolonio como una de sus autoridades, y las treinta primeras secciones de Jámblico se refieran a Apolonio. Hierocles, filósofo además de gobernador de Palmira, Bitinia y Alejandría, hacia el año 305 escribió una crítica sobre las pretensiones de los cristianos en dos libros titulados La verdad sobre los cristianos y El amigo de la verdad.
El autor parece haberse basado en gran parte en obras anteriores de Porfirio, pero oponiendo las obras milagrosas de Apolonio a la pretensión de los cristianos de obrar milagros como una prueba de la divinidad de Jesús. Hierocles utilizó en su tratado la Vida de Apolonio de Filostrato. Al pertinente criticismo de Hierocles respondió inmediatamente Eusebio de Cesárea, considerado padre de la historia de la Iglesia, ya que sus escritos están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo, con un tratado que aún se conserva, titulado Contra Hierocles.
Eusebio admite que Apolonio fue un hombre sabio y virtuoso, pero niega en cambio que haya pruebas suficientes para atribuirle los hechos milagrosos que se cuentan de él, y plantea que en dichos milagros, si los hubo, tomó parte el demonio. El tratado de Eusebio examina atentamente los relatos de Filostrato con espíritu crítico. Pero Eusebio ponía en duda lo que era extraño a su comprensión, y consideraba como blasfematorio criticar los supuestos milagros de Jesús.
La vida de Apolonio se consideró como un plagio pagano de la vida de Jesús. Pero no hay una sola palabra en la obra de Filostrato que indique que estuviera familiarizado con la vida de Jesús. Filostrato escribió la historia de un hombre excelente y sabio, que hacía maravillas.
Firmiano Lactancio, escritor latino y apologista cristiano, que escribió cerca de 315 de nuestra era, atacó también al tratado de Hierocles. Lactancio dice que Hierocles enumera muchas enseñanzas secretas del cristianismo, y que algunas veces señala como si hubiera existido en tiempos pasados una instrucción parecida.
Pero es inútil, dice Lactancio en su obra Divinæ Instituciones, que Hierocles se empeñase en presentar a Apolonio haciendo hechos tan grandes como los de Jesús, pues los cristianos no creen que Cristo es Dios porque haya hecho maravillas, sino porque concurren en él todas las circunstancias anunciadas por los profetas.
También en los últimos años del siglo tercero y primeros del cuarto, es cuando los filósofos neoplatónicos griegos Porfirio y Jámblico componen sus tratados sobre la vida de Pitágoras y su escuela. Ambos mencionan a Apolonio como una de sus autoridades, y las treinta primeras secciones de Jámblico se refieran a Apolonio. Hierocles, filósofo además de gobernador de Palmira, Bitinia y Alejandría, hacia el año 305 escribió una crítica sobre las pretensiones de los cristianos en dos libros titulados La verdad sobre los cristianos y El amigo de la verdad.
El autor parece haberse basado en gran parte en obras anteriores de Porfirio, pero oponiendo las obras milagrosas de Apolonio a la pretensión de los cristianos de obrar milagros como una prueba de la divinidad de Jesús. Hierocles utilizó en su tratado la Vida de Apolonio de Filostrato. Al pertinente criticismo de Hierocles respondió inmediatamente Eusebio de Cesárea, considerado padre de la historia de la Iglesia, ya que sus escritos están entre los primeros relatos de la historia del cristianismo primitivo, con un tratado que aún se conserva, titulado Contra Hierocles.
Eusebio admite que Apolonio fue un hombre sabio y virtuoso, pero niega en cambio que haya pruebas suficientes para atribuirle los hechos milagrosos que se cuentan de él, y plantea que en dichos milagros, si los hubo, tomó parte el demonio. El tratado de Eusebio examina atentamente los relatos de Filostrato con espíritu crítico. Pero Eusebio ponía en duda lo que era extraño a su comprensión, y consideraba como blasfematorio criticar los supuestos milagros de Jesús.
La vida de Apolonio se consideró como un plagio pagano de la vida de Jesús. Pero no hay una sola palabra en la obra de Filostrato que indique que estuviera familiarizado con la vida de Jesús. Filostrato escribió la historia de un hombre excelente y sabio, que hacía maravillas.
Firmiano Lactancio, escritor latino y apologista cristiano, que escribió cerca de 315 de nuestra era, atacó también al tratado de Hierocles. Lactancio dice que Hierocles enumera muchas enseñanzas secretas del cristianismo, y que algunas veces señala como si hubiera existido en tiempos pasados una instrucción parecida.
Pero es inútil, dice Lactancio en su obra Divinæ Instituciones, que Hierocles se empeñase en presentar a Apolonio haciendo hechos tan grandes como los de Jesús, pues los cristianos no creen que Cristo es Dios porque haya hecho maravillas, sino porque concurren en él todas las circunstancias anunciadas por los profetas.
Arnobio de Sicca, retórico pagano y, tras una tardía conversión, polemista cristiano del siglo IV, fue maestro de Lactancio. Sin embargo, en su obra Adversus Nationes clasificaba a Apolonio entre los magos, tales como Zoroastro y otros. Curiosamente los Padres de la Iglesia, sin embargo, omiten a Moisés de entre la lista de magos.
Pero después de esta controversia se verificó un cambio de opinión entre los Padres de la Iglesia, pues aunque a fines del siglo cuarto Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente, en su obra Adversus Judœs llama a Apolonio impostor y malhechor, y declara que todos los incidentes de su vida son una farsa incalificable. Jerónimo de Estridón, por lo contrario, después de leer a Filostrato, escribe que en Apolonio hallará cualquiera algunas cosas que aprender, y que le parece que debió de ser un buen hombre.
Al comienzo del siglo quinto, esforzándose en ridiculizar la comparación entre Apolonio y Jesús, Agustín de Hipona, santo, padre y doctor de la Iglesia católica, dice que el carácter de Apolonio fue “muy superior” al atribuido al dios Júpiter en cuanto a virtud. Antes, en su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes.
Finalmente abrazó el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente, decepcionado, la abandonó al considerar que era una doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal.
Cerca de la misma fecha hallamos también a Isidoro de Pelusio, discípulo de Juan Crisóstomo, negaba que hubiera algo de verdad en la suposición de que Apolonio de Tiana “se consagrara en muchas partes del mundo a la salvación de sus habitantes”. El argumento de los Padres de la Iglesia, de que Apolonio usara de la magia para conseguir sus resultados, no puede aceptarse como válido por la crítica imparcial, cuando en la ignorancia cristiana se pudo curar milagrosamente por una simple palabra.
No hay pruebas para sostener que Apolonio emplease tales medios para sus maravillas; al contrario, tanto Apolonio como su biógrafo Filostrato, rechazaban la imputación de mágico. Algunos años más tarde, Sidonio Apolinar, obispo de Clermont-Ferrand, en Francia, escribió en los más elevados términos sobre Apolonio.
Sidonio tradujo al latín la vida de Apolonio para León, el consejero del rey Eurico, y escribiendo a su amigo decía: “Leed la vida de un hombre que se os parece en muchas cosas; un hombre solicitado por los ricos, pero no por las riquezas; que amaba la sabiduría y despreciaba el oro; un hombre frugal en medio de los festines, que se vestía de lino entre los que se adornaban de púrpura, austero en medio de la sensualidad.
En fin, sinceramente hablando, acaso ningún historiador hallará en los tiempos pasados un filósofo cuya vida sea igual a la de Apolonio”.
Pero después de esta controversia se verificó un cambio de opinión entre los Padres de la Iglesia, pues aunque a fines del siglo cuarto Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y considerado por la Iglesia católica uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente, en su obra Adversus Judœs llama a Apolonio impostor y malhechor, y declara que todos los incidentes de su vida son una farsa incalificable. Jerónimo de Estridón, por lo contrario, después de leer a Filostrato, escribe que en Apolonio hallará cualquiera algunas cosas que aprender, y que le parece que debió de ser un buen hombre.
Al comienzo del siglo quinto, esforzándose en ridiculizar la comparación entre Apolonio y Jesús, Agustín de Hipona, santo, padre y doctor de la Iglesia católica, dice que el carácter de Apolonio fue “muy superior” al atribuido al dios Júpiter en cuanto a virtud. Antes, en su búsqueda incansable de respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una escuela filosófica a otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes.
Finalmente abrazó el maniqueísmo creyendo que en este sistema encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió esta doctrina y finalmente, decepcionado, la abandonó al considerar que era una doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal.
Cerca de la misma fecha hallamos también a Isidoro de Pelusio, discípulo de Juan Crisóstomo, negaba que hubiera algo de verdad en la suposición de que Apolonio de Tiana “se consagrara en muchas partes del mundo a la salvación de sus habitantes”. El argumento de los Padres de la Iglesia, de que Apolonio usara de la magia para conseguir sus resultados, no puede aceptarse como válido por la crítica imparcial, cuando en la ignorancia cristiana se pudo curar milagrosamente por una simple palabra.
No hay pruebas para sostener que Apolonio emplease tales medios para sus maravillas; al contrario, tanto Apolonio como su biógrafo Filostrato, rechazaban la imputación de mágico. Algunos años más tarde, Sidonio Apolinar, obispo de Clermont-Ferrand, en Francia, escribió en los más elevados términos sobre Apolonio.
Sidonio tradujo al latín la vida de Apolonio para León, el consejero del rey Eurico, y escribiendo a su amigo decía: “Leed la vida de un hombre que se os parece en muchas cosas; un hombre solicitado por los ricos, pero no por las riquezas; que amaba la sabiduría y despreciaba el oro; un hombre frugal en medio de los festines, que se vestía de lino entre los que se adornaban de púrpura, austero en medio de la sensualidad.
En fin, sinceramente hablando, acaso ningún historiador hallará en los tiempos pasados un filósofo cuya vida sea igual a la de Apolonio”.
Vemos, pues, que entre los Padres de la Iglesia las opiniones estaban divididas, mientras que entre los filósofos las alabanzas a Apolonio eran casi unánimes.
Para Amiano Marcelino, militar e historiador romano del siglo IV, así como consejero del emperador Juliano, en su obra Amplissimus ille philosophus considera que Apolonio fue “el filósofo más célebre”.
Pocos años después, Eunapio, sofista e historiador griego además de discípulo de Crisanto de Sardis, filósofo teorgista y uno de los preceptores del emperador Juliano, decía que Apolonio fue más que un filósofo, ya que fue “un término medio, algo así como entre los dioses y el hombre”. Hay algunos seres que son algo superiores al hombre, pero no iguales a los dioses, sino del orden de los daimones. La palabra daimon de los griegos fue alejándose de su significado primitivo igual al de “ángel”.
Platón dice así en El Banquete: “Todo lo que es de los demonios, está entre Dios y el hombre“. Apolonio fue, no sólo un adepto de la filosofía pitagórica, sino “el ejemplo más divino y práctico de la misma”. Según Eunapio de Sardes, sofista e historiador griego, en su obra Vitæ Philosophorum, afirma que Filostrato pudo haber titulado su biografía de Apolonio:
“La estancia de un Dios entre los hombres”. Este título, muy exagerado, es entendible teniendo en cuenta que Eunapio perteneció a la escuela que conoció la naturaleza de los conocimientos atribuidos a Apolonio. También el teólogo francés Albert Réville, en su obra Apollonius of Tyana: The Pagan Christ of the Third Century, nos dice: “a fines del siglo quinto, hallamos un Volusiano, procónsul de África, descendiente de una antigua familia romana, muy apegado a la religión de sus antecesores, que veneraba a Apolonio de Tiana como a un ser sobrenatural”.
Más adelante, ya en plena decadencia de la filosofía, hallamos a Casiodoro, político y escritor latino que pasó los últimos días de su dilatada existencia en un monasterio, se refiere a Apolonio como el “Insigne filósofo”.
Entre los escritores bizantinos, el monje Jorge Syncelo, en el siglo octavo, estudió los tiempos de Apolonio, y no sólo no hizo la más ligera crítica contra él, sino que manifiesta que fue el primero y más célebre de todos los hombres que aparecieron bajo el Imperio romano. Ioannes Tzetzes, escritor y erudito bizantino, llamó a Apolonio “sabio y omnisciente”.
Cedreno, en el siglo XI, en su obra Compendium Historiorum otorga a Apolonio el título de “filósofo adepto al pitagorismo”, y refiere algunos ejemplos de la eficacia de sus poderes en Bizancio. Si hemos de creer a Nicetas Choniates, historiador bizantino, hasta el siglo trece hubo unas puertas de bronce en Bizancio, en otro tiempo consagradas a Apolonio, que hubieron de derribarse porque eran un objeto de superstición hasta para los mismos cristianos.
Si la obra de Filostrato hubiera desaparecido con los restos de las biografías, tendríamos todo lo principal para poder conocer a Apolonio. Suficientes para mostrarnos, que a excepción de prejuicios teológicos, todos los testimonios de la antigüedad están de parte de Apolonio.
Para Amiano Marcelino, militar e historiador romano del siglo IV, así como consejero del emperador Juliano, en su obra Amplissimus ille philosophus considera que Apolonio fue “el filósofo más célebre”.
Pocos años después, Eunapio, sofista e historiador griego además de discípulo de Crisanto de Sardis, filósofo teorgista y uno de los preceptores del emperador Juliano, decía que Apolonio fue más que un filósofo, ya que fue “un término medio, algo así como entre los dioses y el hombre”. Hay algunos seres que son algo superiores al hombre, pero no iguales a los dioses, sino del orden de los daimones. La palabra daimon de los griegos fue alejándose de su significado primitivo igual al de “ángel”.
Platón dice así en El Banquete: “Todo lo que es de los demonios, está entre Dios y el hombre“. Apolonio fue, no sólo un adepto de la filosofía pitagórica, sino “el ejemplo más divino y práctico de la misma”. Según Eunapio de Sardes, sofista e historiador griego, en su obra Vitæ Philosophorum, afirma que Filostrato pudo haber titulado su biografía de Apolonio:
“La estancia de un Dios entre los hombres”. Este título, muy exagerado, es entendible teniendo en cuenta que Eunapio perteneció a la escuela que conoció la naturaleza de los conocimientos atribuidos a Apolonio. También el teólogo francés Albert Réville, en su obra Apollonius of Tyana: The Pagan Christ of the Third Century, nos dice: “a fines del siglo quinto, hallamos un Volusiano, procónsul de África, descendiente de una antigua familia romana, muy apegado a la religión de sus antecesores, que veneraba a Apolonio de Tiana como a un ser sobrenatural”.
Más adelante, ya en plena decadencia de la filosofía, hallamos a Casiodoro, político y escritor latino que pasó los últimos días de su dilatada existencia en un monasterio, se refiere a Apolonio como el “Insigne filósofo”.
Entre los escritores bizantinos, el monje Jorge Syncelo, en el siglo octavo, estudió los tiempos de Apolonio, y no sólo no hizo la más ligera crítica contra él, sino que manifiesta que fue el primero y más célebre de todos los hombres que aparecieron bajo el Imperio romano. Ioannes Tzetzes, escritor y erudito bizantino, llamó a Apolonio “sabio y omnisciente”.
Cedreno, en el siglo XI, en su obra Compendium Historiorum otorga a Apolonio el título de “filósofo adepto al pitagorismo”, y refiere algunos ejemplos de la eficacia de sus poderes en Bizancio. Si hemos de creer a Nicetas Choniates, historiador bizantino, hasta el siglo trece hubo unas puertas de bronce en Bizancio, en otro tiempo consagradas a Apolonio, que hubieron de derribarse porque eran un objeto de superstición hasta para los mismos cristianos.
Si la obra de Filostrato hubiera desaparecido con los restos de las biografías, tendríamos todo lo principal para poder conocer a Apolonio. Suficientes para mostrarnos, que a excepción de prejuicios teológicos, todos los testimonios de la antigüedad están de parte de Apolonio.
Fuentes:
Blavatsky, H.P. – Apolonio de Tyana y Simón el Mago
R. S. Mead – Apolonio de Tyana
Palmer Hall Manly – Las Enseñanzas Secretas de todos los Tiempos
Schure Edouard – Los Grandes Iniciados
Filóstrato de Atenas – Vida de Apolonio de Tiana
Filóstrato y Alberto Bernabé Pajares – Vida de Apolonio de Tiana
Carmen Padilla – Los milagros de la Vida de Apolonio de Tiana: Morfología del relato de milagro y géneros afines
Jan van Rijckenborgh y Renate Lind – El Nychthemeron de Apolonio de Tiana
https://oldcivilizations.wordpress.com/2018/08/27/quien-fue-este-misterioso-personaje-llamado-apolonio-de-tiana/
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