Pocas semanas atrás, se dió a conocer al mundo la existencia de esta cueva inundada ignota, donde se realizó el importante hallazgo
REDACCION | MARZO 11, 2017
Máscara del dios “Ek Chuah”, deidad maya del comercio, el cacao y la guerra
México | Los arqueólogos al cargo del estudio de esta sorprendente caverna han anunciado el hallazgo de casi 200 tipos diferentes de restos que demostrarían que, tanto el hombre primitivo como la civilización maya, se adentraron en estas inmensas cavidades mucho más allá de lo que se pudo pensar en los albores de su exploración.
De igual forma, se han encontrado restos óseos de animales, datados en unos 2,6 millones de años. Aunque, tal y como declaraban los responsables del proyecto al diario español El Mundo hace unas semanas: “Sólo acabamos de empezar”.
“La cueva tiene 248 cenotes en los que hallamos 198 yacimientos arqueológicos, de los cuales 138 son de época maya y el resto del Pleistoceno”, explicaba Guillermo de Anda, responsable de este proyecto conocido como Gran Acuífero Maya (GAM).
Cabe recordar que los cenotes son pozos o estanques naturales de agua dulce, abastecidos por ríos subterráneos, que se forman en numerosos lugares de la península de Yucatán a causa de la erosión de sus suelos y a los que, los mayas, dieron un uso sagrado.
Entre los restos humanos hallados destacan dos en particular, descubiertos en una zona muy adentrada en el interior de las cueva. “Uno, es un esqueleto bien conservado, hallado bastante lejos de la entrada de la misma, a unos 1300 metros de ésta”, explica De Anda.
Y agrega: “El otro, un cráneo concrecionado en proceso de estudio por estar unido a una roca. Algo, que hace pensar que se requirieron muchos años de goteo de lluvia sobre el mismo para causar tal efecto”.
Anteriormente, se habían encontrado otros restos humanos en las mismas, como unos huesos femeninos con unos 12.600 años de antigüedad, y que fueron bautizados con el nombre de Naia. Pero nunca, tan adentrados en las cuevas.
De Anda recuerda que estas cavernas debieron inundarse hace más de 8000 años. Por lo que, forzosamente, los restos hallados deben ser anteriores a esa época.
“Este conjunto de restos servirán para investigar la vida de los humanos primitivos de la zona”, aclara el arqueólogo quien, además, piensa que los mayas ocuparon esta enorme conexión de cavernas para algo más que protegerse.
En otro cenote se encontró una escalera prehispánica que pudo conducir hasta un altar en el que, posiblemente, se adoraba a Ek Chuah, deidad maya del cacao, la guerra y el comercio. Un dios con dos facetas: “Por un lado, hacía el bien con el comercio. Y, por el otro, provocaba la guerra con todas las penurias que ella conlleva”.
Teoría que se sustenta en el hallazgo en la misma, que seguramente fue un enclave de intenso intercambio comercial, de restos de cerámica y una máscara ceremonial que representaba a dicha deidad.
“En su caminar hacia tierra adentro tenían que hacer paradas en altares y en lugares sagrados para hacer un intercambio con los dioses y, de alguna manera, ésta es una de las huellas que han dejado”, explica De Anda.
Además, un equipo de paleontólogos se halla estudiando los restos animales incrustados en la piedra para determinar cómo acabaron en ese estado y la edad exacta de esos restos, que se presupone en unos 2,6 millones de años.
De Anda, que ha bautizado el lugar como la “Cueva del Dios del Comercio”, recordó que para llegar a este descubrimiento se han necesitado más de 14 años de inmersiones y el concurso de las más de 100 personas involucradas en el proyecto.
“Muchas veces me preguntan cuál es la importancia de saber cuánto mide y qué hay dentro de la cueva”, dice. Él, asegura que la misma puede ser la punta del iceberg de una gran conexión de cuevas, de más de 1000 kilómetros, que la convertirían en la más extensa del planeta tanto inundadas como en seco.
“Además, el poder representar sobre un mapa estos sitios permitirá establecer hipótesis más claras acerca de la interacción humana con ciertas categorias de fauna ya extintas”, concluye este investigador de lo que él denomina la “última frontera humana”, el inmenso mundo aún por descubrir que tenemos bajo nuestros pies.