El 12 de enero de este año, la cadena BBC News daba una noticia relacionada con María Magdalena, la mujer a la que se describe como “compañera íntima” de Jesús en el Nuevo Testamento.
El Vaticano ha elevado recientemente su estatus entre los santos equiparándola con los discípulos masculinos de Jesús, y en breve se estrenará un nuevo largometraje sobre su vida protagonizado por Rooney Mara (Millenium: los hombres que no amaban a las mujeres).
La mayoría de la gente estará familiarizada con este personaje bíblico gracias al novelista Dan Brown, quien sugiere que María Magdalena fue la esposa de Jesús. La Iglesia, por supuesto, niega vehementemente esta idea, y ciertamente no encontramos confirmación de esta teoría en ningún pasaje de la Biblia. Sin embargo, desde la época medieval, el retrato de María Magdalena en un papel diferente pero igualmente ilustre está lejos de haber quedado olvidado: fue la custodia del Cáliz de Magdalena, un tesoro bíblico que podría ser el Santo Grial original.
La inmortalidad del Grial
En la actualidad, el Santo Grial es considerado habitualmente la copa de la que habría bebido Cristo en la Última Cena. Según la Biblia, Jesús compartió una última comida con sus discípulos poco antes de ser detenido, juzgado y condenado a muerte. Cuenta la leyenda que uno de los seguidores de Jesús, José de Arimatea, utilizó esta misma copa para recoger algunas gotas de la sangre de Cristo durante la Crucifixión, confiriendo de este modo al cáliz un poder divino.
Aquellos que bebían de él, según se decía antiguamente, sanaban de todas las enfermedades, pudiendo incluso alcanzar la inmortalidad. En el libro El código Da Vinci se habla del Grial como una mera representación simbólica del supuesto linaje o “sangre” de Jesús a partir de un matrimonio secreto con María Magdalena. Pero en las tradiciones originales el Grial era algo ciertamente diferente.
La leyenda del rey Arturo
La primera vez que el Grial aparece en la literatura –al menos en la literatura más antigua que ha llegado hasta nosotros– es en la leyenda del rey Arturo. La mención más antigua la encontramos allá por el año 1190 en la obra del poeta francés Chrétien de Troyes, quien describe la reliquia como un plato de oro con incrustaciones de piedras preciosas. Al quedar el relato inacabado tras la muerte de su autor, nada sabemos en relación con el origen del Grial. Sin embargo, cuenta la leyenda que comer de él (recordemos que era un plato según Chrétien de Troyes) prolongaba la vida indefinidamente.
Mientras tanto, en Alemania, Wolfram von Eschenbach componía otro romance artúrico en el que se describe el Grial como una piedra mágica que de algún modo nutría y garantizaba la sabiduría a quien lo poseyera. Y en Gran Bretaña, un cuento galés anónimo titulado Peredur se refiere al grial como la cabeza de un decapitado –cuya identidad se desconoce– cabeza que imparte enseñanzas pronunciando sabias palabras. Existen obras literarias medievales en las que el Grial es toda una variedad de elementos, como por ejemplo una talla de Cristo, un libro, e incluso los huesos de la Virgen María.
La etimología de la palabra Grial no está clara. A pesar de la popularización de la teoría de Dan Brown según la cual San Graal (en francés antiguo “Santo Grial”) procede de las palabras sang réal –“sangre real”– la mayoría de los expertos en literatura antigua opinan que la expresión tiene su origen en la palabra gradalis, que en latín medieval significa plato o recipiente.
Cualquiera que sea su etimología, para principios del siglo XIII la palabra se encontraba ya firmemente vinculada a cualquier reliquia sagrada que se creyera relacionada de algún modo con el Jesús de la historia. Fue solo a final de la Edad Media cuando el Grial pasó a ser considerado exclusivamente la copa de la Última Cena, ya que muchos autores literarios siguieron la estela de la obra más antigua en la que aparece como tal: José de Arimatea, escrita por el poeta borgoñón Robert de Boron en torno al año 1200.
Al igual que en otros relatos artúricos, en la obra de Robert de Boron los caballeros de Arturo buscan el Grial para curar al rey de un mal que le impide reinar en Gran Bretaña de forma eficaz. En muchos romances artúricos medievales uno de los caballeros de Arturo, generalmente Perceval, descubre el Grial en la capilla del Castillo Blanco, fortaleza que se encuentra en la Ciudad Blanca.
‘Perceval y la doncella del Grial’, obra del pintor alemán del siglo XIX Ferdinand Piloty. (
Revista Eco )
El Castillo Blanco de la Ciudad Blanca
De hecho hay en Inglaterra un castillo que era conocido en la Edad Media por este nombre. Construido de piedra clara, de la que recibe su nombre, se encuentra en la población de Whittington del condado de Shropshire, cerca de la frontera entre Inglaterra y Gales. La cosa no acaba ahí, ya que el nombre de Whittington procede en realidad del antiguo inglés y significa, literalmente, Ciudad Blanca (“White Town”).
El Castillo Blanco de Whittington. (Fotografía: Deborah Cartwright)
A principios del siglo XIII, el propietario del castillo, un barón de nombre Fulk Fitz Warine, se convirtió en protagonista de un cuento romántico de autor anónimo, titulado Fulke le Fitz Waryn, en el que el castillo de Whittington aparece específicamente asociado tanto a la leyenda de Arturo como al Santo Grial. Comprensiblemente, al referirse este y otros romances artúricos al “Castillo Blanco de la Ciudad Blanca,” las tradiciones de la zona vinculan este lugar con la leyenda del Grial. Resulta fascinante el hecho de que, a mediados del siglo XIX, un descendiente directo de Fulk Fitz Warine aseguraba que su familia había custodiado el Grial durante siglos, y que aún lo poseía. Se trataba de un anticuario de Shropshire de nombre Thomas Wright (descendía de los Fitz Warine por línea materna.)
Curiosamente, el Grial que Wright afirmaba poseer no era ninguno de los objetos ya mencionados, sino un frasco de perfume que supuestamente habría pertenecido a María Magdalena.
Según la Biblia, María Magdalena poseyó de hecho un frasco de este tipo. Parece que estaba hecho de alabastro (Marcos 14,3), y ungió los cabellos de Cristo con este precioso óleo como señal de que le aceptaba como su Salvador.
En el Nuevo Testamento también podemos leer que María Magdalena fue a la tumba de Cristo para embalsamar su cuerpo con aromas tras ser enterrado (Marcos 16,1), una práctica habitual entre los judíos en aquella época.
La tradición cristiana sostiene que llevaba estos aromas en el mismo frasco y que a continuación recogió algunas gotas de la sangre de Cristo cuando éste se apareció a ella tras la Resurrección (en el Evangelio de Marcos, capítulo 14, versículo 8, leemos que Jesús ya había predicho que ella embalsamaría así su cuerpo).
El recipiente se convirtió de este modo a lo largo de la Edad Media en una famosa reliquia, al parecer perdida, y durante siglos numerosos artistas pintaron a María Magdalena con este frasco.
Cristo resucitado y María Magdalena ante el sepulcro en un óleo de Rembrandt. Junto a la Magdalena podemos ver su famoso frasco de alabastro. (
Public Domain )
¿Era este frasco, conocido como el Cáliz de Magdalena, el que Thomas Wright aseguraba poseer? ¿Qué fue de él, de ser así? Cabe destacar que, siguiendo el espíritu de las leyendas del Grial, Wright afirmaba haberlo ocultado en un lugar secreto. Evidentemente, al no tener hijos a los que legarle este tesoro, Wright dejó tras de sí antes de su muerte (1877) un complejo rastro de pistas que conducirían a la localización del supuesto Grial.
Siguiéndole la pista al Grial
Conocí esta curiosa historia por primera vez cuando investigaba las leyendas artúricas, y finalmente llegué a la conclusión de que Wright probablemente poseyera algo que él creía realmente que era el Santo Grial y que habría ocultado: sin duda se tomó considerables molestias para dejar una serie de pistas que llevaban a algo.
Fuentes:
http://www.ancient-origins.es/noticias-general-mitos-leyendas-europa-opini%C3%B3n-autores-invitados/un-apasionante-descubrimiento-el-c%C3%A1liz-mar%C3%AD-magdalena-el-legendario-santo-grial/page/0/3