En la población peruana de Ica se han hallado más de diez mil piedras con escenas de hombres conviviendo con dinosaurios. Podría ser la clave de un mundo perdido...
Ica, la clave de un mundo perdido
Es importante conocer lo que ocurrió en Ica para comprender que el descubrimiento hacia el que nos dirigimos podría, en cierto modo, ser complementario con las piedras del doctor Cabrera y con lo que en ellas aparece representado. Sería una forma de mostrar que no son un fraude…
Nos quedamos en que con los años y la ayuda de varios huaqueros como los hermanos Carlos y Pablo Soldi, o posteriormente Basilio Uchuya, miles de piedras fueron llegando hasta la casa del doctor, en plena Plaza de Armas de Ica.
Parte del museo del doctor Cabrera, con más de 10.000 piedras grabadas.
Y allí lo que no pasaba por alto era la colección de piedras en las que se plasmaba la convivencia de una humanidad ignota, que en el paso de la era Mesozoica a la Cenozoica, cien millones de años atrás, convivió con los grandes dinosaurios.
Podemos imaginar que la polémica se convirtió en constantes ataques a Cabrera.
Sin embargo el doctor se defendió con argumentos de peso. En 1613, por ejemplo, el cronista indígena Juan Santa Cruz Pachacuti Yanqui escribía en su obra Relación de antigüedades deste reyno del Pirú, que se habían hallado unas extrañas piedras grabadas, a las que los nativos atribuían cualidades mágicas.
Éstas eran desenterradas en las inmediaciones de la localidad de Chimchayunga, a pocos kilómetros de Ica.
Trece años después, en 1626, el jesuita fray Pedro Simón daba fe en su libro Noticias historiables de la existencia de unas piedras singulares que presentaban motivos.
Ya en el siglo XX, el periodista Herman Buse hablaba de la presencia de estas misteriosas piezas en su trabajo Introducción a Perú, donde además aportaba un dato novedoso: afirmaba que en el año 1961, es decir, cinco antes de que la primera piedra cayera en manos de Cabrera, el río Ica desbordó y al retroceder las aguas parte del cauce se secó, y salieron a la luz restos de enterramientos; cerámicas, ajuares funerarios, y piedras de diversos tamaños que habían sido grabadas en el pasado por artistas anónimos.
«Desde hace siglos se utilizan las piedras güaringas, ya que se les atribuye un poder extraordinario».
Y aún así, el asunto se fue olvidando hasta María del Carmen Olázar y Félix Arenas Mariscal llevaron varias muestras al Laboratorio de Datación y Radioquímica de la Universidad Autónoma de Madrid, para que se efectuara una datación absoluta por termoluminiscencia de carbonatos de deposición.
Dicho de otra forma, aplicando el método científico extrajeron restos de la argamasa que cubría las piedras en el Cerro de la Peña –no de las del museo que al haber sido recubiertas de una pátina de betún podrían arrojar datos erróneos–, en Ocucaje, y los resultados no pudieron ser más concluyentes: una de las muestras arrojaba una antigüedad de 60.000 años. La segunda iba algo más lejos: casi 100.000…
Las fechas no se aproximaban al tiempo en el que los grandes saurios habitaron la Tierra, pero al menos desvelaban que no se trataba de un fraude.
En aquel momento nada hacía presagiar que la confirmación a lo que contenían estas piedras la íbamos a encontrar en las selvas de montaña del nororiente del Perú…
25 de Junio de 2020 (15:40 CET)