Es la escena inicial perfecta para una película apocalíptica: un accidente en una instalación gubernamental secreta que contiene armas biológicas. Y además en Rusia.
Pero lo que pasó este lunes, afortunadamente, no tiene nada que ver con eso. Imagen satelital de la instalación Vector.
Fue creada en 1974 e históricamente estuvo alineada con la investigación secreta de armas biológicas. Una explosión tuvo lugar en el Centro Estatal de Investigación de Virología y Tecnología (Vector, por sus siglas en ruso), ubicado en la localidad de Koltsovo, cerca a la ciudad siberiana de Novosibirsk, la tercera ciudad más poblada en Rusia.
Este centro es uno de los dos lugares en el mundo donde se permite tener cepas del virus Variola que causa la viruela, una peligrosa enfermedad contagiosa que se erradicó hace 40 años.
El otro es el Centro para Control y Prevención de Enfermedades (CDC) en Atlanta, EE.UU.
De acuerdo a la agencia de noticias independiente Interfax, ayer, 16 de septiembre, una explosión de gas dio lugar a un incendio en el quinto piso del edificio Vector.
Como consecuencia se quemó un área de 30 metros cuadrados y una persona resultó herida con quemaduras de tercer grado.
Frasco con la vacuna de la viruela. Sin embargo, y más allá del alarmismo generado desde algunos medios, el accidente ocurrió lejos del área científica del complejo donde se encuentran las cepas de los virus.
El alcalde de la localidad, Nikolai Krasnikov, declaró a Interfax que el incendio se produjo «en un área inactiva y en proceso de renovación, una sala de inspección sanitaria donde no había ningún material de peligro biológico presente».
«El fuego empezó cuando un cilindro de gas explotó en el quinto piso del laboratorio de seis pisos en la ciudad de Koltsovo. La explosión causó que algunas ventanas se rompieran, pero no hubo daño estructural», agregó TASS, otra agencia de noticias rusa.
Pánico en la red de redes
Cuando el evento transcendió en el mundo de habla inglesa y española, los titulares alarmistas en los medios de comunicación no tardaron en esparcirse —¡tan rápido como un virus!—. Cabe recordar que este año la miniserie de HBO Chernobyl tuvo un gran éxito, llevando algo de consciencia sobre el peligroso cóctel entre energía nuclear y la negligencia gubernamental soviética.
Para más inri, el mes pasado una misteriosa explosión de carácter nuclear tuvo lugar en una base de pruebas militares a poca distancia de la ciudad rusa de Severodvinsk.
Por lo que no es de extrañar que el pánico haya cundido ante esta noticia, potenciada, desde luego, por el poder de Internet y las redes sociales.
Los directores del Programa de Erradicación Mundial de la Viruela anuncian en 1980 el éxito de la campaña.
Pero, en realidad, el centro donde ocurrió el reciente accidente es una de las instalaciones líderes en su su campo, un gran complejo de edificios con cerca de 1.600 personas que trabajan en numerosos proyectos de investigación biológica.
La Organización Mundial de la Salud ha permitido que los científicos de Vector conserven cepas de la viruela —entre otras de peligrosas enfermedades como el ébola— porque cumplen con los requisitos, su instalación tiene un nivel 4 de bioseguridad (el más alto posible), y recibe inspecciones bianuales para garantizar esto.
Además, las posibilidades que una explosión pueda de alguna manera soltar una plaga al mundo es extremadamente pequeña —sin mencionar que si un vial conteniendo un virus o bacteria se rompiera durante un incendio, estas amenazas para la humanidad lógicamente se quemarían—.
Aún así, el peligro de un terror biológico tampoco es tan imaginario…
Debate respecto de la conveniencia de la destrucción del virus de la viruela Según un acuerdo firmado entre los Estados Unidos y la Unión Soviética en 1990, la destrucción del virus debería haber ocurrido antes del fin del año 1993.
Poco después de este tiempo el doctor Brian Mahy, a la sazón conductor de un equipo de investigadores de seis países del CDC, reconoció que la destrucción de los virus depositados en Estados Unidos y Rusia no constituye una garantía total: «Siempre es posible que un virus de viruela haya estado deliberadamente conservado en algún lugar del mundo por gobiernos o grupos sociales con el fin de contar con esa arma biológica».
Rahima Banu, última persona infectada de manera natural de ‘variola major’, en 1975.
Aunque el doctor Mahy y su equipo abogaban por la destrucción del virus, este mismo reconocimiento es el principal argumento usado por el doctor Wolfgang Joklik y su equipo compuesto por investigadores estadounidenses, rusos y británicos (Universidad de Duke) para oponerse a la destrucción: «La destrucción del virus aislado bajo vigilancia en los laboratorios de Atlanta y Moscú no quita la amenaza de la viruela en el mundo».
De hecho, recientemente se ha constatado la existencia de cepas del virus congeladas en momias siberianas de fallecidos por la enfermedad.
Peligro latente
Con respecto a la erradicación de la enfermedad, hay un efecto que no hace deseable que se guarden muestras del virus de la viruela: la humanidad no solamente ha perdido la inmunidad al virus, sino que tampoco tiene ya memoria genética.
Ante un eventual escape o —principalmente— hasta en un ataque biológico, el tiempo de reacción de la industria y la consecuente vacunación mundial no sería suficientemente rápido como para evitar la muerte de cientos de millones de personas.
La vacuna no contiene el virus de la viruela. Se conservaba una reserva periódicamente renovada de unos cuatro millones de dosis de vacunas con fines defensivos. A partir de 2001, el gobierno de los Estados Unidos de América tomó medidas para que hubiera suficiente existencia de vacunas como para inmunizar a toda su población.
Fuente: ScienceAlert.