Hoy nuestra Crónica Subterránea, referirá los encuentros que en la década de los 60’, protagonizó Vlado Kapetanovich Bulatovich 1948-, de origen yugoslavo, residente en Perú, con unos seres que dijo provenían del planeta Apu.La palabra Apu en la región andina, no es desconocida, puesto que esta deidad es adorada como protectora de la montaña. También corresponde a una constelación descubierta en 1603, por el astrónomo Johann Bayer, y que se hace visible solamente en las regiones australes.
También el término se asocia con “ave del paraíso”, y en la mitología griega se relaciona con los pájaros que durante el vuelo parecían no tener pies.Aunque este contacto se declara como el típico caso con seres de otros mundo, para nosotros hay detalles dentro del relato que hacen pensar que estos seres “no son del espacio”, sino que tal vez su misterio pueda tener una resolución terrestre, no por eso menos enigmática, y enlazada con los misterios que día a día presenta el mundo subterráneo, que día a día vamos desglosando.
Un dato que lleva a plantear esta posibilidad, es que en la zona donde se produjeron estos encuentros, se conoció una información en los años 70’, que como siempre pasó desapercibida, aunque no a los ojos escrutadores de Erich Von Däniken, quién lo incluyó en su obra “El Oro de los Dioses” cuando a dio a luz el tema de la Cueva de los Tayos.
“No muy lejos, en los Andes del Perú, el capitán español Francisco Pizarro (1478-1541) descubrió sobre la montaña inca de Huascarán, a 6.768 metros sobre el nivel del mar, las entradas a unas cuevas cerradas con losas de roca.
Los españoles pensaron que se trataba de depósitos de provisiones.
Recién en 1971, unos exploradores se acordaron de estas grutas incas. La revista «Bild der Wissenschaft» informó sobre la expedición equipada con toda clase de medios técnicos (tornos de cable, cable eléctrico, reflectores, balones de oxígeno, etc.) que partió de la localidad peruana de Otuzco. – A 62 metros bajo tierra hicieron los científicos un extraordinario descubrimiento:
Al final de las cuevas de varios pisos, se encontraron súbitamente ante compuertas hechas con gigantescas losas de roca: ocho metros de alto por cinco de ancho y dos y medio metros de espesor. A pesar del enorme peso, pudieron, entre cuatro hombres, hacer girar las compuertas:
Descansan sobre un sistema de rodamientos con bolas de piedra. «Bild der Wissenschaft» informa:
Detrás de las “seis puertas” parten grandes túneles que harían palidecer de envidia a nuestros modernos ingenieros civiles. Estos túneles conducen, con un declive de un 14 % en algunos trechos, hacia la costa en trayectoria oblicua. El suelo está cubierto con baldosas graneadas y acanaladuras transversales que impiden el patinazo. ¡Si hoy día es •. una aventura internarse por esta vía de transporte de 90 a 105 km. para llegar finalmente a un nivel de 25• metros bajo el nivel del mar, cuáles no serian las dificultades entonces, en el siglo XIV o XV, para transportar mercaderías a fin de ponerlas fuera del alcance de Pizarra y los vizcondes españoles!
Al final de las vías subterráneas de “Guanape”, así llamadas por la isla que hay aquí frente a la costa peruana – ya que se supone que en otra época los túneles conducían a dicha isla por debajo del mar -, asoma el océano. Después de muchas subidas y bajadas en la más completa oscuridad, empieza a escucharse un rumor y el oleaje con un singular timbre de oquedad. A la luz de los reflectores, termina la última pendiente al borde de una corriente oscura que resulta ser agua de mar. Aquí empieza la actual costa. ¿Era antes otra cosa?”.
Teniendo en cuenta este antecedente, que a su vez proviene de la misma región donde Vlado tuvo sus encuentros, nos preguntamos, si ambas historia tienen un camino común, que camuflado bajo el factor extraterrestre intenta desviar la atención.
Vayamos ahora sí a conocer a su protagonista que bajo el seudónimo de Vitko Novi, lo publicó como “170 Horas con los Extraterrestres”.Jueves 10 de marzo de 1960
“Terminaba el día jueves diez de marzo de mil novecientos sesenta. En la Central Hidroeléctrica de Huallanca que se encuentra en el túnel hecho por los maestros de la ingeniería moderna, en las escarpadas rocas de los Andes Peruanos, a la orilla derecha del río Santa, Callejón de Huaylas, todas las máquinas funcionaban armoniosamente. Pensé que mi turno de trabajo de esa noche, como jefe de Operaciones Mecánicas, lo pasaría sin problemas ni apagones, los que de vez en cuando ocurrían a causa de las lluvias y los fuertes vientos que azotan los altos picos de la Cordillera Negra por donde atraviesa la línea de alta tensión que transporta la energía eléctrica desde Huallanca hasta la planta siderúrgica de la ciudad de Chimbote, distante cientos de kilómetros.
De pronto, un gavilán voló por encima de los generadores y fue a posarse sobre un fierro sobresaliente en la parte alta de la pared.
Volteaba su cabeza agitadamente, de un lado a otro. Me sorprendí por la actitud del ave, pues a pesar que el interior de los túneles y la Casa de Fuerza estaban bien iluminados, debió haber venido zigzagueando entre los alambres, tubos y otras instalaciones, a lo largo del túnel de entrada que empieza en el puente del río Santa y conduce hasta la sala de máquinas: una distancia de ciento catorce metros roca adentro.
Los murciélagos, golondrinas y otras aves pequeñas, nos visitaban frecuentemente por el túnel secundario por donde pasan los cables de energía hasta los bancos de transformadores, y por el cual solamente pasaban los técnicos, una vez cada dos días, cuando revisaban el funcionamiento de las instalaciones eléctricas. Observando al gavilán, por su intranquilidad deduje que aquella era su primera visita a la Sala de Máquinas y que por eso no se acostumbraba al ruido que producían los generadores. Mientras me acercaba al teléfono de servicio interno para dar noticia al operador del tablero de control, sobre el visitante inesperado, la corriente se interrumpió y la Casa de Fuerza quedó a oscuras. Comprendí que una sobrecarga extraña había originado la disyunción en el patio de llaves.
Me apresuré para asegurar la refrigeración de los transformadores de alta tensión, conectando la corriente de la planta auxiliar que en casos de emergencia alimentaba el alumbrado interno y el motor de la bomba de agua destinada al enfriamiento de esas máquinas.
Tomé la linterna de mano que utilizábamos cuando ocurrían apagones, y corrí hacia el patio de transformadores ubicado a la entrada, para confirmar que las máquinas recibían la refrigeración adecuada. Cuando salí del túnel me encontré con una sorpresa. A pesar que la corriente estaba interrumpida por lo que esperaba encontrarme con la oscuridad nocturna de un cielo nubloso, vi que los alrededores, en un círculo de quinientos metros de diámetro, estaban iluminados como si fuera de día.
Como el sitio de entrada a la Central está casi encerrado por rocosos y elevados cerros, no pude descubrir, en un primer instante, de donde provenía aquella luz tan extraña. Avancé entonces hacia la mitad del puente desde donde podía observar el paraje, río, abajo, más abierto por la separación de los cerros. Mientras caminaba miré involuntariamente hacia el horizonte. Allá, en la lejanía, una estrella fugaz atravesó la pequeña parte de cielo despejado que acababa de aclararse y en mi mente surgió la idea de que aquel resplandor incomprensible podría provenir de un meteorito caído por casualidad en el lugar, ocasionando así la disyunción de la Central. Cuando llegué más o menos al centro del puente, me di cuenta que la luz provenía de un objeto ovalado, parecido a una gigantesca lenteja, posado en una pequeña planicie ubicada entre la unión del río Kitaraqsa con el Santa.
Aquella planicie moldeada por los cauces de los dos ríos durante siglos, tenía la forma de un triángulo de lados desiguales. Era parte de una llanura que al iniciarse las obras de construcción de la Central, los túneles, la Casa de Fuerza y el patio de transformadores, había servido de campamento y almacén de materiales, hasta que casi todo eso fue arrastrado por un aluvión, en la década del cincuenta.
El aparato luminoso no me causó demasiada sorpresa, puesto que la ciencia del hombre está avanzando aceleradamente y máquinas nuevas de formas diferentes, están apareciendo cada día. Mas el color y la intensidad de la luz que desprendía eran sorprendentes.
A pesar de mirar fijamente aquel luminoso objeto, mis retinas no sufrieron ninguna molestia; por el contrario, experimenté una sensación agradable y el deseo de seguir observándolo. Por un instante, mi mente se confundió. ¿Quién, cuándo y para qué había traído esa máquina tan rara para instalar en un lugar a mi parecer insignificante? Me imaginé que el ejército, con fines de investigación científica, había encerrado en alguna esfera de vidrio de color, un reflector de potencia extraordinaria. Apagué mi linterna (lo que había olvidado hacer por la sorpresa) y me dirigí hacia el luminoso objeto. En el trayecto revisé la bomba de refrigeración de los transformadores, me aseguré de su correcto funcionamiento y luego proseguí …
Al final del patio me encontré con el guardián de turno, apellidado Ouiroz, que vigilaba la Maestranza. Le vi tan tranquilo como si a nuestro alrededor no sucediese nada anormal. Por la tranquilidad del guardián dudé de mi estado psíquico. Pensé que mi mente sufría algún desequilibrio y que por eso veía cosas irreales. Eso me asustó.
-¡Hola, Ouiroz!, yo creía que estabas en la oscuridad- le dije con tono suave para que no se diera cuenta de mi alteración.
-Ah, señor, ya ve usted, estoy más alumbrado que si estuviera en la plaza San Martín de Lima- respondió él, sonriente.
-¿Sabes tú qué está sucediendo acá?- le interrogué de nuevo dando algunos pasos hacia el objeto luminoso. Ouiroz agarró mi brazo izquierdo y nerviosamente me dijo:
-Señor, si siente temor, no vaya allá; otra vez acaban de bajar esos con su platillo volador; son seres buenos, no hacen daño a nadie. Usted no se imagina como son de bondadosos, pero por favor déjelos tranquilos, posiblemente se irán pronto -.
Por la información de Quiroz hice dos deducciones muy importantes para mí. La primera, que él también veía lo que yo imaginaba estar viendo; y la segunda, que la presencia de aquel aparato inexplicable y raro, le era lo suficientemente familiar, pues sólo así podía, asegurarme que sus tripulantes no hacen daño a nadie.
-Oiqa usted, Ouiroz, por favor, explíquese mejor. Ouiénes han bajado y de dónde?, y qué buscan aquí?- le dije ya molesto.
-No grite, señor, hable en voz baja, no se moleste conmigo. Ellos dicen que son habitantes de otro mundo muy lejano. Arriba, por las alturas, donde hay pastores, están apareciendo frecuentemente-o
Las explicaciones de Ouiroz me hicieron creer que él y yo estábamos sufriendo un momentáneo desequilibrio mental, producto quién sabe de qué, pero lo bastante fuerte como para ver platillos voladores. Me alarmé, mas a pesar de todo, seguí adelante.
Los horrores, torturas, espantos y destrucciones de la Segunda Guerra Mundial -en la cual participé desde el comienzo hasta el fin-, habían corroído tanto mi opinión sobre el altruismo humano, que no podía creer en la existencia de ningún otro ser más astuto que el hombre para agredir. Como yo había aprendido “el ataque y defensa”, me encaminé. sin miedo hacía la gigantesca y luminosa lenteja. Ouiroz se quedó parado, suplicándome a toda voz que no me acercara a la extraña máquina. Unos cien metros más allá del patio de los transformadores, y tal vez a doscientos del objeto, me encontré con dos hombres.
Eran altos, de cuerpos proporcionados y hombros caídos. Vestían traje de malla finísima, muy pegado al cuerpo y de un color raro, que a primera vista parecía la lustrosa piel de una foca. El que se encontraba a mi lado izquierdo me saludó en mi dialecto natal. Por no darle importancia le contesté en Español y enseguida le pregunté:
-¿Quiénes son ustedes y qué están haciendo aquí?-
-No te alarmes, amigo, por favor -prosiguió en mi idioma. Somos extraterrestres, del planeta Apu, viajamos por el espacio y cuando pasamos por esta galaxia, visitamos la Tierra, fraternalmente. Te rogamos que nos disculpes, pues nos vamos enseguida.
-Váyanse al diablo y cuenten eso de los “extraterrestres” a sus abuelas, y traten que ellas les crean que ustedes las van a volver quinceañeras, pero jamás regresen porque con su máquina de brujos han provocado el disyunte y han hecho un fuerte daño a la Siderúrgica de Chimbote al interrumpir la corriente eléctrica-
Les hablé así porque con decirme que no eran terrestres y que venían de otros mundos a visitar un lugar tan apartado como es Huallanca, no di crédito a ninguna de sus palabras. Creí que eran espías de alguna nación tecnificada y que se burlaban de mí, haciéndose pasar por extraterrestres.
-Dinos todo lo que quieras, pero la interrupción de la corriente no la hemos originado nosotros; tu Central ya tiene Luz. Amigo, te rogamos que no nos juzgues mal, perdónanos, nosotros no lo olvidaremos. Todo por los demás- dijeron casi en conjunto y regresaron a la nave.
Observé la máquina y vi que estaba posada sobre tres gigantescos resortes de haces de luz. Cada uno de ellos terminaba en grandes cojines circulares de la misma luminosidad. Una escalera que tenía terminales iguales a los resortes, unía el centro de la parte inferior de la máquina con la superficie. Los desconocidos subieron por la escalera, y ésta, retrayéndose los llevó al interior, Enseguida, los haces de luz que soportaban la máquina, también se retrajeron. Se escuchó un soplo apenas perceptible, parecido al viento, y el aparato se elevó verticalmente primero y luego zigzagueó y se perdió entre las nubes.
-¿De qué nacionalidad crees que son esos hornbres?- pregunté a Quiroz mientras regresábamos al patio de los transformadores.
-Esos hombres no son de ningún país, señor, son extraterrestres tal como se lo han dicho. Arriba, por los lugares de Champara y Milwakocha, los pastores y aldeanos los están viendo siempre. Eso no es truco ni novedad, señor- me contestó enfáticamente.
-¿Qué te pasa, Quiroz? ¿Acaso de verdad puedes creer que esos son extraterrestres? ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?- le interrogué con tono fuerte.
-Perdone, señor, no diré nada más, pero por favor no hable a nadie de ellos. Son buenos. Delatarlos sería un pecado- respondió mostrándose ofendido por’ mi comportamiento.
La forma en que replicó Quiroz me dio a entender que se empeñaba en ocultar la presencia de los extraños; esto me dio risa, mas no le dije nada. Al despedirme de él me acordé de la frase “Todo por los demás” que pronunciaron los desconocidos cuando se fueron, me pareció graciosa y solté una carcajada a toda voz.
Medité sobre aquel inesperado encuentro y me convencí que los desconocidos espiaban algún asunto a favor de una poderosa organización que poseía en secreto las máquinas voladoras, construidas en forma de platos, y que habían convertido a Ouiroz en su cómplice; por eso intentaba hacerlos pasar por extraterrestres para desviar mis sospechas. Fuesen terrestres o extraterrestres, su presencia era inexplicable. “Contarlo sería caer en el ridículo”, me dije, y decidí no hablar del asunto con nadie. Al entrar en la Casa de Fuerza, el técnico de maniobras eléctricas me comunicó que la disyunción la había ocasionado un buitre, al hacer corto circuito cuando intentaba posarse sobre un poste que soportaba cables de alta tensión, cerca de la Siderúrgica de Chimbote … “Martes 12 de Abril de 1960
“Eran altos. Por su estatura no se les podía distinguir de una u otra raza terrestre. Lo único que resaltaba eran sus hombres caídos y su talle bien proporcionado, más –tratándose de otras características raciales – se podía asegurar que estaban formados por una mezcla de todos los pueblos de la tierra. La forma de sus rostros semejaba la de los árabes; los ojos se parecían a los de la raza mongólica; la nariz a los de la nórdica; la barbilla daba la impresión de ser de procedencia hindú, y el color de su piel era rosado claro”.
“Después de observarlos llegué a la conclusión de que el mayor porcentaje de sus facciones se parecían a las de la raza mongólica. Irradiaban una simpatía personal, muy agradable yeso me indujo a pensar que ésta podría ser una de las razones que atraía a los campesinos. Por unos instantes nadie habló. Un pastor se acercó y en voz baja me dijo algo. No entendí nada porque hablaba en su idioma nativo, el quechua. Pérez comprendía el idioma y disimulando me dijo:
-Veo que a sus amigos no les agrada mi presenciarespondí, refiriéndome a los pastores que me miraban con odio.
-Dice que debemos irnos ahora, porque no nos quieren acá.-
-¿Puedo pedirte un favor?- me dijo el extraño respetuosamente.
Pensé levantarme para partir, pero uno de los extraños se acercó y se sentó a mi lado diciéndome:
-No te preocupes por ellos, no te harán daño, son egoístas, o como ustedes dicen, “celosos”, pero no agresivos-o
-Quédate, amigo; si te gusta conversaremos. Tal vez aclararías algunas de tus dudas respecto a nosotros-o
-¡Nosotros!, ¿y ustedes cómo lo dicen?- pregunté burlándome.
-En nuestro idioma no hay palabra que exprese el egoísmo ni sus derivados; por ejemplo, “yo”, “mío”, “para mí. .. “-.
-Mi única incógnita relacionada con ustedes es: ¿Por qué están acá y que es lo que persiguen? El extraño sonrió. Por su sonrisa constaté que mi brusco comportamiento no le había ocasionado ninguna molestia. Cogió un palito y observándolo dijo:
-Sabemos que tú no creerás lo que te vamos a explicar; ese comportamiento hacia nosotros es natural, porque las células de tu ser lo están rechazando. Pero nos agradaría que pudieras estar algunos minutos más con nosotros para conversar. Además, no debes tener miedo, tú estás armado, nosotros no.
Mientras el extraño hablaba, me di cuenta que su traje era una malla hecha de un hilo finísimo, parecido al nylon. En la parte de la malla que cubría su pecho, había quince botones alineados en cinco filas de tres. Alrededor de la cintura, de los tobillos y puños, había unas bolsitas sin aberturas, pegadas a la tela como bolsillos, unas al lado de otras, y sus zapatos eran simplemente el terminal de la malla. Tenían la cabeza cubierta con una capucha bien ajustada que era parte de la malla. dejando libre el rostro desde la frente hasta el cuello.
-Veo que a sus amigos no les agrada mi presenciarespondí, refiriéndome a los pastores que me miraban con odio.
No te preocupes por ellos, no te harán daño, son egoístas, o como ustedes dicen, “celosos”, pero no agresivos-o
-¡Nosotros!, ¿y ustedes cómo lo dicen?- pregunté burlándome.
-En nuestro idioma no hay palabra que exprese el egoísmo ni sus derivados; por ejemplo, “yo”, “mío”, “para mí. .. “-.
Ya lo sé, va usted a decirme que vienen de otros mundos donde no hay el yo prepotente, el “mío”, el “tuyo”, el •• para mí”; que allá la gente “vuela”, las mujeres “no paren”, las plantas “hablan” y tantas otras cosas de brujos- respondí con impaciencia.
-¿Puedo pedirte un favor?- me dijo el extraño respetuosamente.
-En mis tiempos libres acostumbro practicar ciertos ejercicios gimnásticos; los que me han visto hacerlo dicen que les ha gustado, Quisiera saber tu opinión-
-Esta bien, pero no demore mucho; estoy cansado y tengo que regresar. Además, puede llover-,
-No lo olvidaré- respondió el extraño y añadió mirándome: Tratándose del “yo”, en el idioma de nuestro planeta existe esta palabra, pero sólo como pronombre y no tiene otro uso que pudiera tener un significado egoístico. Tú estás pensando que nosotros somos espías terrestres, no importa, sigue sosteniendo ese pensamiento hasta que tus células comprueben lo contrario, es tu derecho.
Se puso de pie. Con una capucha de material delgado y transparente, se cubrió la cabeza, rostro y cuello. Noté que de la parte que cubría las orejas, sobresalían dos pequeñas puntas de un material brillante y que no pasaban de dos centímetros de largo. Por primera vez vi que los extraños cubrían su rostro con una malla tan transparente que no alteraba en nada su forma ni color, yeso me sorprendió. El extraño que estaba sentado a mi lado, me miró y sonriendo me dijo:
-Este aparato y los guantes los utilizamos sólo cuando hacemos vuelos individuales, sin máquinas voladoras, para protegernos el rostro y las manos- explicó.
No le contesté nada. Tampoco le hice ninguna pregunta. Miré de nuevo al extraño que se preparaba para volar, y vi que acababa de ponerse unos guantes blancos como la nieve. Enseguida se alejó algunos metros y apretó uno de los botones de su pechera. De pronto noté que los adminículos que tenía alrededor de la cintura, de los tobillos y puños, empezaron a inflarse tomando forma de un cono truncado. Se escuchó un soplo de viento sumamente leve, y el extraño se elevó a gran velocidad, desapareciendo entre las nubes. Pensé que para elevarse tan velozmente, había utilizado los adminículos que le proporcionaban, en alguna forma, la propulsión necesaria, y que regresaría cayendo, valiéndose de un paracaídas, pero no sucedió así. Mientras yo esperaba que el extraño volador cayera verticalmente, tal como se elevó, Pérez, que se encontraba conversando con el otro y con los campesinos, se me acercó y entusiasmado me dijo:
-¡Mire hacia allá, señor!-
Miré en la dirección que me estaba indicando y vi que el forastero regresaba planeando sobre los árboles y peñascos, volando horizontalmente a una altura de doscientos metros, igual que un ave. Me sorprendí por tan extraña demostración. Nunca había leído ni escuchado hasta entonces, que los científicos hubieran descubierto algún medio para que las personas pudieran volar individualmente como las aves, sin valerse de máquinas. La actuación del extraño originó en mí una gran sorpresa, pero eso no cambió mi opinión sobre la existencia de los extraterrestres, y mucho menos que estuvieran visitando nuestro planeta. El forastero descendió como un águila, sin hacer ruido, y se posó a mi lado. Me miró y sonriente me dijo:
-Dirne, amigo, lo que acabas de ver, ¿lo pueden hacer los terrestres?-
-¿Cómo lo hiciste?- pregunté.
-Estos aparatos que tengo alrededor de mi cintura, tobillos y muñecas, se llenan de iones positivos y cuando empiezan a funcionar nos desgravitamos. Eso nos permite obtener la velocidad deseada y la posibilidad de realizar vuelos verticales, horizontales, zigzaguear, elevarnos y descender. En Apu todos hacemos vuelos individuales. Este es uno de los procedimientos que empleamos para movilizarnos en el planeta, desde hace billones de años-
-No conozco qué es un ion. Tampoco sé hasta dónde ha llegado el conocimiento científico del hombre en este sentido; pero lo que me mostraste no es suficiente para que yo cambie mi opinión de que ustedes están utilizando inventos secretos para con esto sorprender a todos los que les vieren y así lograr sus fines-
El extraño calló por un instante, luego sonrió y me dijo:
-Venimos del planeta llamado Apu, ubicado fuera de la galaxia Láctea. Somos protectores de la célula y la vida, por eso estamos viajando por el espacio para ayudar de modos diferentes a los demás seres, pero no para presionar con el fin de que crean en nuestra existencia y “poderes extraordinarios”. Continuando con su narración, me contó acerca de la explosión de Apu, de la formación de las galaxias, del poblamiento de la Tierra y de otros planetas, así como muchas otras cosas desconocidas e imposibles de creer racionalmente. Los relatos del extraño, originaron en mí, sentimientos de burla y simpatía a la vez-.
Era ya de tarde. Había pasado varias horas escuchando explicaciones inconcebibles, de modo que me paré, llamé a Pérez y dije adiós a los campesinos. Cuando me despedí del extraño que se encontraba a mi lado, éste me miró fijamente a los ojos, apretó mi mano con emoción y dijo “Todo por los demás”; luego se acercó el otro e hizo lo mismo con igual entusiasmo. De la misma manera se despidieron de Pérez y partimos de regreso.
En el camino me puse a pensar sobre lo que habíamos experimentado ese día. La demostración que hizo el forastero, volando horizontalmente, me había impresionado, mas no tanto que me convenciere que hubiera seres humanos en algún otro lugar del espacio, y que algunos de ellos hubieran venido para positivar a los pastores de los Andes peruanos. Pensé de nuevo que el hombre ya había inventado aparatos para volar individualmente y éstos los utilizaban los extraños para impresionar. Por un momento me imaginé que habían utilizado el hipnotismo para hacerme ver cosas irrealizables, y con el fin de examinar la situación, decidí conversar con Pérez sobre el asunto.
-Amigo Pérez -le dije deteniéndome-, cuéntame todo lo que has visto mientras estuvimos con los extraños, puede ser que yo no me haya dado cuenta de los detalles ..
– ¿Señor, cómo puede ser eso de no darse cuenta de cosas tan bonitas? Acá no es raro ver a los que vienen de otros mundos. Desde hace algunos años están viniendo casi seguido. Primero llegaban esas máquinas redondas como las que hemos visto ahora, luego empezaron a venir las otras parecidas a los aviones
-Entonces, ¿también los extraños vienen en otros tipos de máquinas?- pregunté interrumpiéndole.
-Si, señor, y esas otras máquinas son mucho más veloces. A los platillos, cuando se elevan, se les puede ver por algunos Instantes, hasta que se alejan; pero esas que se parecen a los aviones desaparecen en un instante Sin que uno se de cuenta cómo. Ellos los llaman “viento” y tienen razón, porque desaparecen como el viento; a veces, cuando aterrizan, se les puede ver, pero en la mayoría de los casos lo hacen imperceptiblemente.
En el momento menos pensado, allí está el avioncito, como si hubiera brotado del suelo-.-¿ Quieres decir que esas otras máquinas no son tan grandes como los platillos?-.Así es, señor. Efectivamente, son pequeñas. Son más chicas que esos aviones que transportan pasajeros. Unas tienen alas muy raras: las estiran y las encogen cuando quieren como las aves; otras son como las mariposas y algunas parecen cigarros. También las hay semejantes a la hoja del trébol, pero todas, cuando se elevan, pliegan sus alas al cuerpo. Son rápidas, ese sí; desaparecen sin que se les vea cuándo ni cómo. En un principio La gente que las veía pensaba que eran máquinas de un ejército terrestre, porque se parecen mucho a las avionetas, pero cuando nos dimos cuenta que eran de alas plegables y los visitantes empezaron a volar como las aves, curar a los enfermos de una manera muy rara, hacer que lloviera con cielo sin nubes y otros “milagros”, creímos que eran ángeles del cielo. Ellos dicen que están viniendo de un planeta lejano, Apu; quién sabe, a lo mejor son los mismos ángeles. Lo único que le puedo asegurar es que son gente buena, prestan ayuda a todos y no hacen daño a nadie, pero quiénes son y qué hacen acá, no lo sé/ con certeza
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-¿Tú también, Pérez, los has visto ames?- pregunté sorprendido.
-Sí, señor. El año pasado fui donde un familiar que vive por el río Kitaraqsa y él me llevó a ver uno de esos avioncitos que estaba allí de paso. Pero la gente no habla de ellos a nadie. La mayoría de los lugareños dice que esa gente viene del cielo; temen que si las autoridades se dan cuenta de su presencia, el ejército podría venir para detenerlos; los campesinos no quieren que eso ocurra -terminó enfáticamente-o
La conversación con Pérez me confirmó una vez más, que los pastores tienen creencias mitológicas y sostienen que los platillos voladores provienen del cielo y que por eso sus tripulantes son bondadosos, les prestan ayuda y tienen poderes sobrehumanos. Regresé a la casa antes del anochecer. No le conté a mi esposa nada de lo sucedido para no originarle el presentimiento de que yo estaba sufriendo algún desequilibrio mental. Para no intranquilizar mi vida familiar, decidí no hablar con nadie del asunto.
Unos días después, Pérez me trajo recortes de diarios de años pasados, en los cuales las grandes potencias se atribuían indirectamente la paternidad de los platillos voladores. Eso y los relatos de Pérez sobre los avioncitos, confirmaron aún más mi opinión de que los forasteros eran espías de alguna nación terrestre, y para evitar ser considerado cómplice de un posible delito, decidí interrumpir por unas semanas mi afición de explorar cerros. Mas, según pasaba el tiempo, cada mañana me venían ganas de practicar mi deporte preferido; entonces decidí recorrer los cerros por la orilla derecha del río Kitaraqsa, lugares muy alejados de aquellos donde me había encontrado con los extraños en ocasiones anteriores. En aquellos días, Pérez se encontraba de viaje y no pude contar con su compañía; eso me preocupaba. Un día antes, en el trabajo, un joven apellidado Quispe me contó que él conocía los caminos de la región que yo había elegido para mis próximas exploraciones, y me pidió le permitiera acompañarme. Acepté su oferta y acordamos efectuar el paseo el próximo domingo.
Domingo 15 de Mayo de 1960
“Volteé la cabeza hacia la dirección señalada y vi que un aparato parecido a una avioneta descendía verticalmente desde la nubes. Se posó entre las cabras y ovejas sin hacer ningún ruido. Era de color diferente al de los platillos que había visto anteriormente. Pensé que se trataba de alguna maniobra militar y esperaba que desembarcaran los soldados para conversar con ellos. Al poco rato, del interior de la nave salió uno de los extraños. Vestía la malla, para mí ya familiar, pero su talle difería de los que había visto antes. Este tenía hombros como los nuestros, cadera pronunciada y era de menor estatura. Se dirigió hacia nosotros sin pisar la hierba, desplazándose en el aire a unos centímetros del suelo”
Me enteré en aquel momento, que el hombre actual desconocía por completo los detalles y la verdad de aquella civilización, eso me originó curiosidad para seguir observando. A pesar que no estaba seguro de si lo que veía era una sugestión hipnótica, un sueño provocado artificialmente, una película o una realidad, aquella extraña dimensión que utilizaban me agradó. Las cosas, animales y personas que estaba mirando en la pantalla se veían tan explícitas y tan agradablemente como si me encontrara entre ellos. Cualesquiera de las cosas que percibían mis ojos: los campos, personas o animales, si no me eran conocidos en detalle, tras su figura venía una minuciosa explicación .de sus orígenes, usos, duración y aspectos positivos o negativos.
Acepté, pues, seguir viendo aquellos reyes y príncipes de los cuales tanto había escuchado durante mi infancia.
-El hombre ignora muchas cosas todavía- interrumpió lvanka. Pero él no tiene la culpa de todo. Hubo tantas destrucciones y guerras, que se ha borrado hasta la última huella de muchos hechos, de tal manera que ignoramos incluso nuestro origen. Mira en esta pantalla, me dijo señalándome una que funcionaba a su lado derecho. Volteé la cabeza y ví a Pedro y Alif en una quebrada de los nevados de Champara, posados sobre una pared hecha de bloques gigantescos de piedras de más de diez metros de alto y de un ancho similar cada uno. Montañas de hielo se levantaban sobre ellos, como si se hubieran propuesto ocultar para siempre aquella obra de los primeros trabajadores que la Tierra tuvo en su superficie.
-¿Qué es eso?- pregunté sorprendido a Ivanka.
-Estos son restos de una ciudad apuniana, construida antes que Apu explosionara, hace billones de años-
-¿De qué explosión me hablas?- pregunté confundido por no comprender de qué se trataba.
-Me referí a la explosión de Apu, cuando nacieron el Sol y muchas galaxias- me dijo y prosiguió explicándome sobre lo ocurrido.
-¿Son grandes esas ruinas?- pregunté por curiosidad.
-Sí, son restos de una ciudad que fue la más grande de Apu en esa época, pero la explosión la destruyó y su mayor parte se dispersó por el espacio; el resto fue sepultado. Lo único que quedó de ella en la superficie, es aquella pared que vimos en la pantalla. Mira allá. Obsérvala cómo era cuando vivía gente en ella.
Miré en la pantalla y ví una ciudad de calles anchas, casas no mas altas de dos picos, construidas con bloques de piedras tan gigantescos, que en muchos casos uno solo componía la pared íntegra de la casa.
-¿Cual era el nombre de la ciudad?- pregunté a Ivanka.
-Simi, en apuniano- respondió ella con un acento raro.
-¿Cómo han podido cargar tan enormes piedras? ¿Tuvieron máquinas especiales para ese trabajo- pregunté asombrado.
“No, amigo. Los apunianos han desarrollado sus facultades al máximo; uno de los resultados es el dominio de la desgravitación. A esas piedras les quitaban su peso específico y luego las trasladaban sin dificultada los lugares deseados. También se pueden transportar por medio de la desintegración e integración, mas ese sistema se usa sólo en casos especiales. El desgravitar es más conveniente. Observa- sugirió. Y mientras yo estaba viendo en la pantalla cómo montañas de piedra desgravitadas volaban por el aire de un lugar a otro como empujadas por el viento”.
Sábado 4 de Junio de 1960
“En el apuniano es congénito proteger las células y por lo tanto ayudar a los seres del universo, esa es la causa esencial de nuestra visita. Nosotros no podríamos existir sin cumplir este precepto. Estamos visitando todos los planetas y ayudamos a los que encontramos durante el viaje. La diferente frecuencia de nuestras visitas a ciertos lugares de la Tierra, guardan relación con la mayor o menor cantidad de obras que hay en cada lugar, hechas por apunianos.
Estas obras datan de épocas anteriores y posteriores a la explosión de Apu. Es cierto que, como tú dices, nosotros podemos ver todo eso por las pantallas del tiempo, pero cuando ya estamos aquí, es positivo contactar con nuestras antiguas obras.
Observa la pantalla -me sugirió. Volví la cabeza y ví en la pantalla, al frente, una inmensa multitud de gente en movimiento. Luego aparecieron unas máquinas semejantes a globos, otras a platillos voladores y otras a avionetas de tamaño muy pequeño, todas estaban volando a pocos metros sobre la superficie, despidiendo desde su interior un chorro parecido al aire, pero con la fuerza suficiente para hacer desaparecer obstáculos, tales como piedras y arbustos, dejando el suelo plano y limpio.
Así obtuvieron una inmensa pampa de cientos de kilómetros cuadrados, limpia como un estadio y apta para la construcción. En seguida, enormes piedras labradas a la perfección e inteligentemente guiadas, caían como copos de nieve en los respectivos lugares de construcción, de acuerdo a planos arquitectónicos, y así se construían casas y calles. Me sorprendí viendo que las enormes piedras, con un tamaño semejante a las paredes de nuestras casas de dos pisos, cayeran tan lentamente como si fueran tiras de papel, y que una persona pudiera dirigir varias, con una sola mano o con un simple soplo. Pensé, otra vez, en la sugestión hipnótica y cerré los ojos para por quiénes. Instantes después, una mano tocó mi hombro derecho. Abrí los ojos y ví a lvanka que me observaba con atención.
-Amigo, sigue creyendo lo que tu mente imagina, mas yo tengo que decirte qué es lo que estas viendo. Las piedras que caen sobre la pampa están desgravitadas, sólo tienen el peso necesario para que no se desparramen por el espacio durante el trabajo. Este es uno de los métodos que los apunianos emplean para construir. Vamos a acelerar la exposición en la pantalla sólo para que veas la ciudad construida, y también su destrucción. Observa la pantalla, por favor- me pidió cortésmente. Miré en la pantalla por cumplir con su pedido y vi una inmensa ciudad construida de acuerdo a una arquitectura rara, en la cual no se veía ángulos rectos en ningún lugar. Su diseño semejaba a una mariposa volando, y los bosques que se veían por sus alrededores, adornaban sus encantos haciéndola una ciudad sorprendente.
-¿Cómo se llamaba o se llama ahora esa ciudad? pregunté a lvanka.
-Cuando terminó su construcción le dieron el nombre de Kutzak, porque así se llamaba el apuniano que dirigió la obra, palabra que con el transcurso del tiempo fue transformada en Qosqo o Cusco, nombres actuales de la ciudad. Esa fue una de las tres más importantes ciudades y centros de desembarque que hicieron los apunianos durante el segundo poblamiento de la Tierra. En aquella ciudad, Kutzak, los apunianos establecieron la primera industria química terrestre y fue una de las mejores del espacio hasta que el diluvio la destruyó.
– ¿ Dijiste diluvio?- pregunté sorprendido.
-Sí, amigo- respondió Zen. El egoísmo y la ambición originaron tempestades y cataclismos tan desastroso que rompieron el equilibrio del planeta; así, la línea ecuatorial ocupó el lugar del meridiano y viceversa. Como consecuencia, se destruyeron las mejores construcciones que la Tierra ha tenido desde que se separó de Apu. Observa la pantalla -sugirió; le obedecí. Dirigí la mirada hacia el aparato y vi que una tremenda e increíble catástrofe atmosférica azotaba el planeta terrestre y lo envolvía en nubes.
Extraños e indescriptibles huracanes, truenos, ciclones y vientos, empujaban la Tierra como si fuera hojarasca y cuando terminó aquel torbellino destructor: la superficie terrestre quedó despoblada de plantas, anirnales y humanos. Los polos se habían convertido en la línea ecuatorial y ésta en meridiano. El lugar donde antes había estado la inmensa pampa con la impresionante ciudad de Kutzak, se había convertido en picos y quebradas de profundos abismos, sembrados de gigantescas piedras dispersas, provenientes de aquella fantástica construcción que había sido el orgullo de la Tierra. Sólo en tres lugares se veía una cantidad considerable de ruinas por las cuales el observador se podría dar cuenta que en aquella región había existido una indescriptible construcción.
-¡Qué espantoso acontecimiento!- exclamé espontáneamente y me puse a pensar sobre aquello sin saber a qué atenerme. Creer o no creer lo que veía en aquella incomprensible máquina, era mi único problema en ese momento.
Sí, amigo, fue espantoso y muy negativo. Aquel suceso originó un irreparable retraso en los adelantos del hombre y un problema para nosotros. Ha sido también causa de varios fenómenos que surgieron y que subsisten hasta ahora. A causa de aquella catástrofe se desequilibró una parte del espacio, lo que motivó que nuestras ciudades volantes tuvieran dificultades durante cientos de miles de años en sus viajes por Via Láctea. El espacio es sumamente complicado, lleno de misterios, incógnitas, y lo desconocido abunda a cada paso. Estas dificultades afectan nuestras visitas a esta galaxia, mas como en las décadas actuales la Vía Láctea se encuentra desplazándose por unas vías del espacio muy positivas, aprovechamos la oportunidad para visitar todos sus planetas y sistemas; a ello también se debe nuestras frecuentes visitas y largas permanencias en la superficie terrestre. No siempre es tan fácil acercarse a cada galaxia subrayó Zen.
-¿Qué pasó con las otras ciudades que construyeron durante el segundo poblamiento?-
-Igual suerte sufrieron todas. De unas quedaron partes no destruidas o enterradas totalmente bajo el lodo, de otras nada. Pero todas fueron alcanzadas por la tempestad. Sabemos que nuestra visita sorprende a los terrestres, eso es natural. Los habitantes de otros planetas también se sorprenden cuando se encuentran con nosotros. Unos nos ven con tranquilidad, pero la mayoría se asusta. Muy pocos han comprendido que nosotros somos simples viajeros y que estamos investigando las dificultades de la vida espacial, para enterarnos por completo de lo que soportan los seres sobre los planetas poblados- terminó.