Herodes allanó el monte Moriah, donde se situaba el Sagrado Templo de Jerusalén, e inició su reconstrucción con la intención de que se convirtiese en un edificio todavía más grandioso que el de Salomón. Así se formó el santuario de la discordia de Jerusalén.
El santuario de la discordia de Jerusalén
Herodes elevó el terreno del monte Moriah tras rodearlo con una muralla que lo hizo rellenar con escombros, dando así forma a lo que actualmente es la Explanada de las Mezquitas.
Porque solo durante unas décadas pudieron admirar los habitantes de Jerusalén la grandiosidad del Santuario (conocido como Segundo Templo), puesto que en el año 70 d. C., los romanos lo destruyeron por completo, erigiendo allí otro en honor al dios Zeus, que siglos después –cuando el Edicto de la Tolerancia del emperador Constantino I el Grande, en 313 d. C., hizo que el cristianismo se convirtiera en religión legal y favorecida por el Estado– se sustituyó por una iglesia cristiana.
Por tanto, el enclave antes ocupado por el Templo más sagrado del pueblo judío, acabó sirviendo como base para un santuario pagano y otro cristiano.
Pero en este pequeño pedazo de tierra no solo tuvieron lugar los acontecimientos más importantes del judaísmo y el cristianismo, sino también del islam, porque en el siglo VII, el profeta Mahoma anunció en La Meca a sus seguidores que una noche había viajado al santuario más lejano, guiando a otros profetas en sus oraciones.
Aunque no aludiera a Jerusalén por su nombre, se interpretó que se refería al Templo de dicha ciudad, que desde ese momento se convirtió en uno de los centros más sagrados del islam junto a La Meca y Medina. Pero todavía más importante para los adeptos de dicha religión es que, según la tradición, justo desde el Santuario Mahoma ascendió a los cielos, acompañado por el ángel Gabriel, para reunirse con Dios.
El templo de Salomón era el orgullo del pueblo judío
Cuando en el año 638 d. C., el califa Omar aceptó la rendición de Jerusalén, entonces bajo el control del Imperio Bizantino, enseguida se interesó por la explanada donde se había erigido el Templo, levantando allí una mezquita en conmemoración del ascenso a los cielos del profeta Mahoma.
Dicha mezquita acabaría siendo reemplazada por la Cúpula de la Roca (691 d. C.) –que destaca en todas las imágenes de Jerusalén por su cúpula dorada– y la mezquita de Al-Aqsa (715 d. C.). En definitiva, la actual Explanada de las Mezquitas está construida sobre lo que en el pasado era el Templo de Jerusalén, el sitio más sagrado del judaísmo.
Conflicto profético, militar y político
Lo único que hoy en día queda en pie del Santuario del pueblo hebreo es el Muro Occidental o de las Lamentaciones, donde miles y miles de judíos oran día y noche, colocando con sumo cuidado sus plegarias y peticiones en papel entre las rocas que conforman la muralla.
Se trata de una pared de contención –que data de la época de Salomón–, que actualmente es uno de los muros de la Explanada de las Mezquitas. Como no puede ser de otro modo, los accesos a ambos enclaves sagrados están muy próximos y la tensión se masca en el ambiente.
Para entrar tanto al Muro de las Lamentaciones como a la Explanada de las Mezquitas hay que sortear unos accesos custodiados por vigilantes fuertemente armados que revisan las pertenencias de los visitantes, y en el caso del primer sitio, también es obligado pasar por un detector de metales. Por supuesto, el Muro está protegido por policías israelíes, pero en la Explanada la seguridad es compartida.
Tras la Guerra de los Seis Días, que entre el 5 y el 10 de junio de 1967 enfrentó a Israel contra una coalición árabe formada por Egipto, Jordania, Irak y Siria, el país hebreo llegó a una serie de acuerdos con el Gobierno jordano, entre los que destacaba la cesión del control de la Explanada al Waqf Islámico de Jerusalén, un consorcio manejado por Jordania y supervisado por el gran muftí de Jerusalén y el Consejo Supremo Islámico.
Pero en 1994, ambas naciones firmaron el Tratado de Paz de Wadi Araba, en virtud del cual Jordania recibía el control administrativo de todos los emplazamientos musulmanes de la Ciudad Santa. El acuerdo sigue vigente en la actualidad, pero son agentes israelíes los que se encargan de la seguridad tanto del barrio musulmán como de la Explanada de las Mezquitas.
Como decimos, la seguridad en el kilómetro cuadrado más sagrado del mundo se palpa a cada paso, pero eso no impide que de cuando en cuando se produzcan actos violentos.
Eso ocurrió el jueves 14 de julio de 2017, cuando tres palestinos armados con dos rifles de construcción casera y una pistola asesinaron a tiros en uno de los accesos a la Explanada de las Mezquitas a dos policías israelíes e hirieron a un tercero, antes de ser abatidos en su huida por agentes hebreos. Enseguida, el movimiento islamista Hamás aplaudió el atentado.
«Es la respuesta natural al terror israelí y la contaminación de Al-Aqsa. Enfatiza la continuidad de la Intifada y la unidad de nuestro pueblo en torno a la resistencia». No así el presidente palestino, Mahmud Abás, que, en una conversación telefónica con su homólogo israelí, Benjamin Netanyahu, mostró su «enérgica condena y repulsa por el incidente que ha tenido lugar en la mezquita de Al-Aqsa».
Al día siguiente del atentado, la Explanada permaneció cerrada, y cuando las autoridades hebreas tomaron la decisión de abrirla, lo hicieron instalando nuevas medidas electrónicas de seguridad, como cámaras y detectores de metales.
Estas medidas fueron muy criticadas tanto por los líderes de la Waqf –la institución islámica que administra el complejo– como de la Autoridad Nacional Palestina.
De hecho, el director de la mezquita de Al-Aqsa, el jeque Omar Kiswami, definió las nuevas normas como «destinadas a controlar totalmente Al-Aqsa (por el Gobierno de Israel)». Kiswami se negó a cruzar el detector de metales por considerarlo una humillación, y tuvo que oficiar las plegarias de ese día desde el exterior del recinto.
3 de Junio de 2020 (12:15 CET)