Los científicos han detectado extraños sonidos que emanan de algunos enclaves arqueológicos prehistóricos. Así sonaba Stonehenge hace 4500 años.
Un equipo de investigadores del Royal College of Art de Londres (RCA) ha descubierto que las piedras utilizadas para construir el conjunto megalítico de Stonehenge poseen propiedades musicales y cuando se golpean, suenan como campanas, tambores y gongs.
Los especialistas sugieren que en estas propiedades podría residir la respuesta a por qué los constructores viajaron tan lejos, a las canteras de Gales, y transportarlas hasta la llanura de Salisbury, en Inglaterra.
Escucha como suenan:
En el estudio, que fue publicado en el Journal of Time and Mind, los expertos realizaron pruebas acústicas tocando las piedras azules con pequeños martillos de cuarzo para la prueba de los sonidos acústicos.
Encontraron que las piedras hacen sonidos metálicos y de madera en muchas notas diferentes. Se las conoce como rocas sonoras o musicales ‘Ringing Rocks’ o ‘lithophones.
Los investigadores utilizaron una placa especial para proteger la superficie de las rocas, pero, curiosamente, varias de las piedras mostraron evidencia de que ya habían sido golpeadas.
Los investigadores creen que esta “energía acústica” podría haber sido la razón primordial por la cual estas piedras fueron transportadas a casi 200 kilómetros
Uno de los principales investigadores, Paul Devereux publicó un libro en el que revela esta dimensión hasta ahora ignorada del mundo antiguo , el cual veremos al final de la publicación en una información extensa
En el vídeo (arriba) puedes escuchar una composición de tambores y percusiones grabadas dentro de un Stonehenge virtual que incluye la resonancia y los ecos que habría existido hace 4.500 años atrás.
También incluye una pista con frecuencias 528Hz para ser compatible con la reparación del ADN y luego se mezclan y se graban todos a 432 Hz, que se considera muy importante para resonar con el cuerpo humano y la mente para fomentar un estado de trance.
LA BANDA SONORA DEL PASADO
En su libro Las bandas sonoras de la Edad de Piedra, Paul Devereux expone una simple, pero reveladora idea: nuestros antepasados diseñaron los monumentos antiguos, tales como el conjunto megalítico de Stonehenge, en Gran Bretaña, para aprovechar sus poderosas propiedades acústicas.
Para Devereux –prestigioso psicólogo e investigador– ello significa que nuestros prehistóricos antepasados poseían importantes conocimientos sobre el sonido y que los empleaban en sus rituales y actos mágicos.
«No tenían una cultura visual como la nuestra actual; la de ellos estaba basada en tradiciones orales que fueron olvidadas, costumbres como las que fueron encontradas en el norte de Orkeny y más allá, en la costa sur de Inglaterra».
Devereux y un equipo de investigadores realizaron varios experimentos acústicos en lugares como las cuevas funerarias de Waylands Smithy, en Berkshire, y su búsqueda tuvo resultados inquietantes. «Las cámaras resonaban a una misma frecuencia de 110 Hertzios. –asegura Devereux–, lo que equivale al tono bajo de un barítono».
Lo más sorprendente es cómo se comporta el sonido dentro de esas cámaras. «Si creas los sonidos con un tambor fuera de la cueva, andando en medio de un campo, el sonido se percibe cada vez más lejano. Eso no sucede dentro –explica–.
En el interior de la cavidad o en una cámara de piedra, la ola de sonido se va, rebota en los muros y regresa en forma de eco. Nosotros sabemos que éste es el efecto de las ondas de sonido, pero el hombre prehistórico pensaba que se trataba de un hecho sobrenatural».
Así lo prueban numerosas leyendas en los registros etnográficos. En la mitología griega, por ejemplo, es familiar el personaje de la ninfa Eco, un personaje que aparece asimismo en pueblos tan alejados entre sí como los indios hopi de Norteamérica o los mayas, que otorgaron a su gran dios Jaguar el atributo del eco.
También hallamos curiosas correspondencias entre estos mitos y los de los pueblos orientales. La fascinación por el eco, por la doble, triple o a veces múltiple repetición del sonido a causa de su reflexión en los obstáculos líticos, explicaría por qué los artistas prehistóricos realizaron sus pinturas rupestres en lugares tan recónditos de las cuevas.
Este es el caso de Altamira, en Santander, cuyos frescos se sitúan en lugares de difícil acceso, en la parte más interior de la cueva, donde la luz es escasa, cuando no inexistente. Estos lugares seguramente fueron escogidos porque sus artistas quedaron cautivados por las condiciones acústicas del enclave y las relacionaron con espíritus y entidades sobrenaturales.
También las pirámides
Las tesis de Devereux han hallado reciente confirmación. Un equipo de científicos belgas anunció a mediados de diciembre de 2004 que los antiguos mayas construían sus pirámides para que actuasen como resonadores gigantes y producir así ecos extraños y evocadores.
Nico Declercq, profesor de la universidad de Gante, ha demostrado cómo las ondas de sonido rebotan en las hileras de escalones de la pirámide El Castillo, en las ruinas mayas de Chichén Itzá (México). Dichas ondas son capaces de generar sonidos que recrean el trino de un pájaro y el golpeteo de las gotas de la lluvia.
El efecto de la llamada del pájaro, que se asemeja al gorjeo del quetzal, un ave sagrada dentro de la cultura maya, fue reconocido por primera vez en 1998 por el ingeniero en acústica David Lubman. El «gorjeo» puede provocarse mediante una palmada que se produzca en la base de las escaleras.
Conocimiento arcano
Declercq quedó impresionado cuando lo escuchó por primera vez en una conferencia sobre acústica que se celebró hace tres años en la localidad mexicana de Cancún. Finalizada la conferencia, él, Lubman y otros asistentes, realizaron un viaje a Chichén Itzá para experimentar por sí mismos el «gorjeo» en El Castillo. «Realmente suena como un pájaro», aseguró el ingeniero belga.
Ahora bien: sabiendo que las cuevas, cañones, desfiladeros, peñascos o precipicios poseen la capacidad de reflejar el sonido, una cosa es creer que dicho conocimiento fuera aprovechado en beneficio propio para considerar ciertos lugares como sagrados y otra muy distinta que fueran creados conscientemente, lo cual implicaría un notable conocimiento de la arquitectura y de la acústica.
Es admitido que las civilizaciones prehistóricas poseyeron una ciencia de la tierra. Lo demuestra la ubicación de sus menhires, dólmenes y cromlechs, siempre encima de corrientes magnéticas, líneas telúricas o cursos fluviales subterráneos.
Pero resulta más complicado probar que aquellos pueblos poseyeran conocimientos arquitectónicos complejos, aunque todavía no sea sencillo explicar cómo trasladaron estas enormes piedras y las levantaron sin la ayuda de grúas ni poleas. Entonces, ¿sabían qué estaban haciendo los «arquitectos» de los monumentos megalíticos?
Muchos dólmenes fueron en realidad partes de galerías cubiertas que eran veneradas desde tiempos remotos. Estas galerías resuenan igualmente en los 110 Hertzios. propuestos por Devereux, es decir, producen el mismo eco mágico «sobrenatural».
Aprendiendo a escuchar con «oídos prehistóricos» podría parecer que la clave en el campo de la arqueología acústica consiste en interpretar el sonido de la naturaleza.
Según Devereux, «cuando escuchas una cascada, sabemos que a eso lo llamamos un ‘;sonido rosa’, pero ellos escuchaban las voces de los espíritus, la entrada al ultramundo». El sonido del agua cayendo en esa cascada pudo tener un impacto grande en los oyentes prehistóricos, interpretado en clave mística.
Esto parece demostrar que los antiguos tenían una forma radicalmente diferente de entender su entorno. Que contaban con un conocimiento sofisticado de los movimientos de las estrellas es demostrable por las construcciones de las líneas de los círculos de piedras y otros monumentos megalíticos, cuyo diseño indica que poseían notables conocimientos astronómicos.
Sin embargo, mientras que nosotros hacemos distinciones entre religión, ciencia, arte y mito, ellos combinaron esos elementos para acompasarlos con su cosmología. En Newgrange, Irlanda, los constructores orientaron el pasaje central en función del solsticio de invierno, de modo que el 21 de diciembre de cada año un rayo de luz pasa iluminando el pasaje, como si fuera un láser prehistórico.
Esta combinación de destreza arquitectónica y detallado conocimiento astronómico crea lo que Devereux describe como un tipo de «show sagrado». «Todo gran ritual o evento ceremonial es una función teatral. Es no-intelectual, es visceral y directo.
El error que los astroarqueólogos como Alexander Thom cometen es pensar que los círculos de piedras son simples observatorios astronómicos como los nuestros». Para Devereux, ellos representan una manifestación sobreactuada de la cosmogonía hecha teatro.
Obras intencionadas
¿Erigieron los mayas su pirámide conscientes de que su arquitectura reproduciría fielmente los sonidos de su naturaleza sagrada?
Hay disparidad de opiniones. Mientras los cálculos de Declercq muestran evidencias de que esa pirámide fue construida para generar sonidos sorprendentes, sus arquitectos probablemente jamás pudieron predecir con exactitud qué sonidos iban a producirse.
Por su parte, Lubman estaba convencido desde el principio de que los constructores de la pirámide crearon intencionadamente el efecto del trino del ave. Sin embargo, después de conocer los estudios de Declercq y sus colegas cabe admitir otras posibilidades.
Sus análisis respecto a la acústica de la pirámide muestra que el sonido preciso que reproducen los ecos depende de la fuente sonora que los genera. De este modo, por ejemplo, los tambores podrían producir un tipo de resonancia muy diferente. ¿Sería casualidad que obtuvieran precisamente el sonido que deseaban?
Nuevos retos
Es del todo imposible probar que cualquier efecto acústico suponga una intencionalidad por parte de los constructores. No hay base documental para ello. Estamos frente a un reto empírico. Los investigadores tienen esperanzas de que otros realicen experimentos in situ de la acústica de El Castillo para ver los efectos que producen con otras fuentes sonoras.
De hecho, Declercq escuchó una de estas variaciones durante un viaje a Chichén Itzá en el año 2002. A medida que otros visitantes subían los escalones de la pirámide, de 24 metros de alto, él notó murmullos, como ecos, que parecían reproducir el sonido de la lluvia cayendo en un cubo de agua.
Declercq se pregunta si fue más bien esto último y no la llamada del quetzal lo que quiso inmortalizar el diseño acústico de la pirámide. El dios de la lluvia, al fin y al cabo, jugaba un papel importante en la agricultura maya. Pero, una vez más, estamos frente a simples elucubraciones, no ante interpretaciones basadas en hechos.
El equipo de Declercq ha demostrado que la altura y el espacio entre los escalones de la pirámide crean un filtro acústico que enfatiza algunas frecuencias de sonido, mientras que suprime otras. Pero cálculos más detallados de acústica nos muestran que el eco también se ve influido por otros factores más complejos, como podrían ser la superposición y mezcla de frecuencias en la fuente del sonido.
En cualquier caso, la pirámide de El Castillo no es una excepción. Devereux ha encontrado evidencias anteriores en monumentos megalíticos, como Avebury, Carnac –en la Bretaña francesa– y Stonehenge. También en Kataragama, en Sri Lanka, si damos una palmada en la escalera que conduce al río Menik Ganga, se produce un eco que se asemeja al «cuac» de los patos.
A sus hallazgos se suman ahora los del norteamericano Steven J. Waller quien, visitando unas cuevas neolíticas en Francia, estableció una conexión entre los ecos y el arte prehistórico que acaso explicaría los extraños lugares donde se encuentran las pinturas rupestres y su temática. En muchos de estos enclaves el eco puede hacer «hablar» a los seres pintados en ellos. ¿Serían entonces estas cavernas una suerte de oráculo que respondía con su eco a las consultas realizadas mediante sonidos?
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