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Por INFOVATICANA | 01 enero, 2020
Por Laureano Benítez Grande-Caballero
En lo que respecta a la veracidad de los Evangelios, al tratarse de documentos escritos, las pruebas arqueológicas hay que buscarlas en el mundo de la papirología, ciencia que ha experimentado un avance decisivo tras los hallazgos de los manuscritos del Mar Muerto o rollos de Qumrán.
De entre los fragmentos de evangelios canónicos de que disponemos actualmente, los especialistas consideran que el más antiguo es el Papiro 52, fechado alrededor del año 125, y que se conserva en la biblioteca John Rylands, en Manchester.
Pero un inesperado descubrimiento vino a arrojar luz sobre la antigüedad de los Evangelios, concretamente el de Marcos: nos referimos al hallazgo del famoso papiro 7Q5.
Hasta este hallazgo, el papiro más antiguo de que disponemos del Evangelio de Marcos es el conocido como P45, datado a mediados del siglo III, en el cual se contienen los 4 Evangelios. El coleccionista Alfred Chester Beatty (1875-1968) lo adquirió en Egipto, y actualmente se conserva en Dublín, en la biblioteca que lleva su nombre.
Pero en el año 1955 se investigó la gruta 7 de Qumrán, y en ella se encontraron 18 fragmentos de papiro en mal estado, con unas pocas letras en griego. El de mayor tamaño se identificó con la sigla 7Q5, es decir el 5º papiro de la cueva 7 de Qumran.
Escrito en griego por una sola cara y con tinta negra, su interpretación es de extrema dificultad debido a su pequeño tamaño ―2,7cm de ancho, casi como un sello de correos―, y a la escasez de texto que contiene, ya que solo muestra 20 letras, de las que únicamente 11 podían leerse con seguridad.
En 1972, el jesuita español José O’Callaghan, afamado papirólogo, investigador del Pontificio Instituto Bíblico, tuvo una repentina intuición para intentar identificar el extraño papiro, partiendo de las cuatro letras de la quinta y última línea: nnes. Para sus colegas, esas letras podían referirse al término griego (eghd) nnes (en), perteneciente al verbo «generare», que remitía a una genealogía más, típica de los textos judíos. La intuición de O’Callaghan fue que esas letras se refirieran en realidad a la palabra (ghe) nnes (aret): es decir Genesaret, el nombre del lago de Galilea, el yam.
Como es natural, el jesuita intentó comprobar si alguno de los cinco textos evangélicos que citan la palabra Genesaret encajaba con las letras del papiro, y con gran emoción comprobó que había uno que se podía insertar perfectamente en todo: la mitad del versículo 52, todo el 53 y la primera parte del 54 del capítulo 6 del Evangelio de Marcos.
Según la hipótesis de O’Callaghan, su reconstrucción sería la siguiente: (en negrita están las letras que se conservan; entre corchetes el posible texto que falta).
[SYNEKAN] E[PI TOIS ARTOIS]…….. 20 letras
[ALL’EN AU]TON E [KARDIA PEPOR-]… 22 letras
[OMEN]E. KAI TI[APERASANTES]……… 21 letras
[ELTHON EIS GE]NNES[ARET KAI]…….. 21 letras
[PROSORMIS]THESA[N. KAI EXEL-]……21 letras
La traducción, según el jesuita papirólogo, quedaría aproximadamente así:
(52) [pues no se habían dado cuenta] sobre [los panes, sino que el corazón] de ellos estaba embotado.
(53) Y habiendo hecho la travesía, [llegaron a] Genesaret [y] desembarcaron.
EPI= sobre.
AUTON= de ellos.
E= estaba.
PEPOROMENE= embotado.
KAI= y.
TIAPERASANTES= habiendo hecho la travesía (aquí el escriba cometió un error, la primera letra no es «tau» sino «delta» [DIAPERASANTES] pero era habitual esta confusión debido a la homofonía de ambas letras, sobre todo al principio de palabra).
GENNESARET= Genesaret.
PROSORMISTHESAN= desembarcaron.
Este texto, como señalaba Carlo María Martini, es típico del evangelio de Marcos, por lo que se puede hablar de su pertenencia a un logian atribuido a Jesús o de un texto aislado de la tradición sinóptica. Teniendo en cuenta que no disponemos de manuscritos del Evangelio de Marcos anteriores al siglo III, y que se considera que la redacción de este Evangelio se hizo en los años inmediatamente anteriores al 70, de confirmarse que este fragmento de papiro contiene un texto mar-cano, esto sería una prueba incontestable de que el evangelio de Marcos se escribió antes de lo tradicional-mente establecido por la exégesis bíblica, alrededor del año 50, según los estudios papirológicos que se han hecho de este fragmento basándose en el tipo de escritura y otras características.
Esta cercanía del relato al tiempo de Jesús aumentaría considerablemente su verosimilitud histórica, ya que en ese breve espacio de tiempo todavía seguirían vivos los testigos presenciales de los acontecimientos, que habrían podido desmentir fácilmente los testimonios de la predicación apostólica sobre Jesús, los cuales planteaban una seria amenaza cristiana sobre el judaísmo.
Como es natural ante un hallazgo tan revolucionario, O’Callaghan experimentó dudas sobre sus descubrimientos, pero, según avanzaban sus pesquisas en los papiros de la séptima cueva de Qumran, se fueron disipando, a medida que nuevos hallazgos consolidaban su teoría, para su mismo asombro.
Desde luego, la teoría del jesuita español fue terminantemente rechazada entre los círculos bíblicos, muy reacios a admitir dos cosas: en primer lugar, que en las cuevas de Qumrán pudiera haber textos neo-testamentarios, ya que hasta ese momento no se había encontrado allí ninguno de esas características; en segundo lugar ― quizás esto fuera lo más decisivo para su rechazo―, porque en esos años era imposible que hubiera algún evangelio escrito.
Es de resaltar que las principales objeciones a la interpretación de O’Callagham han venido del campo de los estudios bíblicos, y no de la papirología. Entre las razones contrarias a la identificación con el texto de Marcos se encuentran el mal estado del papiro, su tama-ño demasiado pequeño, y que sólo tiene 20 letras, de las cuales algunas son muy difíciles de interpretar. Por otro lado, también se arguye que resulta extraño que los esenios hayan conservado textos cristianos entre sus documentos.
Sin embargo, la particularidad de la cueva siete ―donde fue hallado el fragmento― en relación a las demás cuevas, puede significar que haya sido utilizada para preservar documentos foráneos a la comunidad de Qumrán.
Según Norman Goltb, profesor de historia judía en la Universidad de Chicago, las grutas de Qumran sirvieron de depósito de seguridad y refugio no sólo para la comunidad esenia, sino también para otras instituciones y grupos de la Jerusalén de la época de la Guerra de los judíos contra Roma, entre los años 66 y 70.
La polémica tomó nuevo impulso cuando el papirólogo alemán Carsten Peter Thiede publicó en 1986 una pequeña obra, titulada ¿El manuscrito más antiguo de los Evangelios?, en la cual concluía diciendo que «en resumen, hemos utilizado no solamente toda clase de pruebas positivas sobre la exactitud de las investigaciones, sino que también hemos eliminado todas las posibles objeciones (entiéndase a la propuesta de O’Callaghan).
Tomando como base los métodos paleográficos y de la crítica de textos, resulta cierto que el fragmento 7Q5 corresponde a Marcos 6:52-53, porque se trata del fragmento más antiguo que se conserva de un texto del NT, compuesto alrededor del año 50 y seguramente antes del 68».
Una hipótesis plausible es que la comunidad cristiana de Jerusalén, ante el inminente asedio romano de la ciudad, decidió esconder el ánfora en Qumran, para salvar ese tesoro de la guerra inminente.
La aceptación de las investigaciones del jesuita español tuvieron un nuevo espaldarazo cuando los cálculos de probabilidades realizados por programas de ordenador de la Universidad de Oxford arrojaron un resultado clamorosamente favorable, pues un programa informático demostró que esas 20 letras legibles del papiro sólo pueden corresponder a Marcos 6: 52-53. Aparte del texto marcano, ningún otro texto de la literatura greco-cristiana o greco-judía se ajustaba con tanta exactitud al fragmento encontrado.
En la actualidad, aunque no se ha podido demostrar de manera concluyente que el fragmento corresponda al texto de Marcos, tampoco se ha podido desmentir suficientemente esta afirmación.
La polémica es de gran importancia para la exégesis bíblica, ya que si se llegara a probar que el fragmento pertenece a un texto del Nuevo Testamento, la datación de los Evangelios tendría que replantearse, y se estaría mucho más cerca del Jesús histórico, ya que si se tiene en cuenta que la comunidad de Qumrán fue destruida por los romanos en el año 68, es indudable que el fragmento debe ser anterior a esa fecha, lo cual pondría en entredicho la datación que los expertos suelen hacer del Evangelio de Marcos, supuestamente redactado entre los años 68 y 73.
Como el fragmento fue datado por los papirólogos entre 50 a. C. y el 50 d. C., de ser cierta su atribución a Marcos esto implicaría que existían textos evangélicos muy cercanos al tiempo histórico de Jesús, lo cual les quitaría gran parte de razón a los que dicen que los relatos neotestamentarios contiene muchos elementos míti-cos por ser tardíos cronológicamente.
Actualmente, la tendencia en el campo de la Papirología es respaldar la identificación del 7Q5 con el evangelio de Marcos.
Artículo extraído de su libro CANON: UNA INVESTIGACIÓN QUE DEMUESTRA LA VERDAD HISTÓRICA DE LOS EVANGELIOS, de Laureano Benítez Grande-Caballero
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