“Me has preguntado sobre las tierras incógnitas del mundo y sobre la credibilidad que debe concederse al gran número de monstruos que se dice que viven en las regiones desconocidas de la tierra, en los desiertos, en las islas de los océanos y en los escondrijos de las montañas más lejanas.” (Prólogo del “Liber monstrorum” anónimo del siglo VIII)
“Esa es una paradoja de la cultura occidental: la extrema dificultad para conocer al Otro junto a la extrema creatividad para inventarlo”. Roger Bartra, antropólogo
“Nosotros tenemos una avidez increíble por el arte, nos atrae mucho, ya sea una historia narrativa, una historia de ficción, un cuadro o lo que sea.
En cierto modo, es como si nos preparara para lo desconocido. ¿Por qué nos gusta tanto la ficción? En parte, es porque nos prepara para lo inesperado, nos permite haber practicado mentalmente la manera de afrontar una situación nueva mediante la ficción…” afirma Michael Gazzaniga, neurocientífico.
El arte, la imaginación, la utopía… es necesaria para el ser humano, para
prepararse ante lo desconocido. De hecho, monstruo viene de “mostrare” (manifestarse); portento viene de “portendere”, (anunciar de antemano); ostento de “ostendere”, (manifestarse); y prodigio, otro sinónimo más, de “praedicere”, (predecir).
Pero nuestro cerebro se empecina en escoger la opción más cómoda, la que concuerda mejor con su propia realidad. Por eso, memoria e inconsciente se encargan de ajustar lo que no encaja, de cambiar lo que no gusta, de eliminar lo que duele y de ensalzar lo que agrada.
De esos mismos mecanismos surge en los humanos la habilidad para caer fácilmente en estereotipos y prejuicios… y otro tipo de monstruos.
En la literatura de viajes y en las descripciones geográficas y etnográficas de los escritores clásicos, abundan seres extraños, unos extranjeros o bárbaros (cuya lengua para los griegos sonaba a un balbuceo incompresible u onomatopeya bar-bar-o, similar a bla-bla) y otros salvajes (menos cercanos a la civilización y más a la naturaleza)
Unos son conocidos y otros no tanto. Todas las culturas de la tierra, sin excepción, tienen sus propiosmonstruos.
Ctesias de Cnido, un médico griego que en siglo V a.C. trabajó para el rey persa Artajerjes, explicó a sus compatriotas las maravillas que había visto en lejana India y, entre ellas, dió a conocer algunos animales extraños como las leucrotas (una criatura híbrida, con cabeza de caballo o tejón, cuello y patas delanteras de león, cuartos traseros de ciervo y una columna vertebral muy fuerte, que nunca cerraba sus ojos y tenía una larga y desmesurada boca, osea, la hiena); o el martichoras (manticora, especie de león con rostro humano, dotado de cola de escorpión). Pero también aseguró que existían seres humanos extraños, como los cinocéfalos («cabeza de perro»), probablemente una mala interpretación de un comentario sobre las castas inferiores obligadas a “comer como los perros”; los nacéfalos, sin cabeza, pero con rostro en el pecho y los ojos en los hombros y eran conocidos en su tierra por el nombre de Blemmias; y los esciápodos, individuos ocultos bajo la sombra de su pie, una mala comprensión de una práctica ritual de los sadhus.
Durante el Renacimiento, se ampliaron tanto los esciápodos que cambiaron de continente y se trasladaron a las nuevas e ignotas tierras de América.
Así, entre los indígenas del Amazonas existe la leyenda de un duendecillo muy moreno y travieso llamado Sací que habita en la selva e indica a los viajeros el camino errado; lleva una gorrita roja, fuma en pipa y tiene una sola pierna y un solo pie, que también usa, como su pariente índico, a modo de parasol.
Plinio el viejo, contó historias sobre el helado norte, en la que se encuentra la fría e inhóspita región de Escitia. En aquella parte del mundo abundan los pueblos extraordinarios; algunos de ellos, monstruosos, como losarimaspos (cíclopes) que luchaban contra grifos que extraen oro de la tierra. Pero también añadió extraños hombres con los pies al revés, mujeres con dos pupilas y mal de ojo, y andróginos con ambos sexos. En la India, aseguró, habitaban los monocolos: hombres con una sola pierna que para caminar, daban saltos ”que también se llaman esciápodas, porque en los mayores calores permanecen tumbados boca arriba en el suelo protegiéndose con la sombra de los pies”.
Muy común también es la presencia de orejones en las mitologías de muchas culturas.
En el imaginario musulmán hay seres de grandes orejas, en Japón están los ‘choji’, en Melanesia los ‘dogal’; en la Persia del siglo X, el poeta Firdusi, o Firdawsi, habla en su ‘Libro del Rey’ de los pueblos de Gog y Magog y se refiere a ellos como hombres peludos con torso y orejas de elefante en las que se envuelven como si fueran mantas.
El mito de los hombres con cabeza de perro, cinocéfalos, es otro de los más extendidos, su ámbito comprende casi todo Oriente, Europa, África septentrional y las zonas entorno al báltico, al Cáucaso y las tierras comprendidas entre el Mar Caspio y el Mar de Aral. Pero mientras unos lo presentan como un ser sociable y con cualidades innatas para el mercadeo, otros explican a una criatura salvaje y brutal.
Megástenes fué un embajador alejandrino en la India. En sus escritos, figuran hombres sin nariz, sin bocas, peludos que caminaban reptando, con un solo ojo, con orejas de perro, o con los pies al revés.
También existen hombres muy salvajes que no tienen voz y sólo gritan y tienen el cuerpo cubierto de pelos, los ojos glaucos y dientes de perro. Los que se llaman esciratas, en lugar de nariz sólo tienen agujeros. Otro, los ástomos, carece de boca y se alimenta de olores y si el olor es demasiado fuerte o apestoso, mueren. Más allá de todos ellos, por la parte más lejana de las montañas, están los pigmeos o trispítamos, que significa “tres palmos”, y se llaman así porque no sobrepasan los tres palmos de altura. De ellos habló ya Homero y dijo que los atacan las grullas. También explicó Plinio que ”en primavera, sentados a lomos de carneros y cabras, armados con flechas, descienden en tropel hasta el mar y destruyen los huevos y polluelos de esas aves”.
Los atlantes ”son una degeneración de las costumbres humanas”. Entre ellos no existen los nombres propios, contemplan la salida y la puesta de sol como un gran inconveniente y no sueñan lo mismo que los demás mortales. No muy lejos se encuentran los trogloditas que habitan en cuevas, comen carne de serpiente y usan un silbido y no la voz, ”pues son incapaces de comunicarse con palabras”. Por aquella parte están también los garamantes, que ”carecen de matrimonio, viven sin reglas fijas con las mujeres”.
“…O lo que se ha escrito en torno a estos pueblos es falso o, si es cierto, no se trata de hombres o, si se trata de hombres, proceden de Adán” afirmaba San Agustín.
Estas criaturas fantásticas dejaron de ser meras fantasías paganas y se consolidaron con todos los parabienes eclesiásticos en el imaginario medieval. Isidoro de Sevilla les dedica un amplio apartado en el libro XI de sus Etimologías. “Del mismo modo que en cada pueblo aparecen algunos hombres monstruosos, así también dentro del conjunto del género humano existen algunos pueblos de seres monstruosos, (…) Los cynocéfalos deben su nombre a tener cabeza de perro; nacen en la India. También la India engendra cíclopes. (…) ostentan un ojo en medio de la frente.
Se los designa también con el nombre deagriophagitai, porque sólo se alimentan con carne de fieras. Se cree que en Libia nacen los blemmyas, que presentan un tronco sin cabeza y que tienen en el pecho la boca y los ojos.
Hay otros que, privados de cerviz, tienen los ojos en los hombros.
Se ha escrito que en las lejanas tierras de Oriente hay razas cuyos rostros son monstruosos: unas no tienen nariz, presentando la superficie de la cara totalmente plana y, sin rasgos; otras ostentan el labio inferior tan prominente que, cuando duermen, se cubren con él todo el rostro para preservarse de los ardores del sol; otras tienen la boca tan pequeña, que solamente pueden ingerir la comida sirviéndose del estrecho agujero de una caña de avena. Dicen que hay algunas que no poseen lengua y utilizan para comunicarse únicamente señas o gestos.
Cuentan que en la Escitia viven los panotios, con orejas tan grandes que les cubren todo el cuerpo. (…) En Etiopía viven losartabatitas, que caminan, como los animales, inclinados hacia el suelo; ninguno supera los cuarenta años.
Los sátiros son hombrecillos de nariz ganchuda, cuernos en la frente y patas semejantes a las de las cabras. (…) Hay quienes hablan de unos hombres que viven en los bosques, y que algunos llaman faunos higueros.
Dicen que en Etiopía existe el pueblo de los esciopodas, dotados de extraordinarias piernas y de velocidad extrema. Los griegos los denominan skiópodai porque durante el verano, tumbados de espaldas sobre la tierra, se dan sombra con la enorme magnitud de sus pies. En Libia habitan los antípodas, que tienen las plantas de los pies vueltas tras los talones y, en ellas ocho dedos. Los hipopodas viven en la Escitia, poseen figura humana y patas de caballo.
Se cuenta que en la India existe un pueblo a quien llaman makróbioi, que miden doce pies. También en aquel país vive otro pueblo cuya estatura es la de un codo, y a quienes los griegos -por medir un codo precisamente- llaman “pigmeos”. De ellos hemos hablado ya. Habitan en las montañas de la India que lindan con el océano. Dicen igualmente que en la misma India existe una raza de mujeres que conciben a los cinco años, y cuya vida no pasa de los ocho.”
Curiosamente, Cabeza de Vaca, en su libro “Naufragios” cuenta como en el invierno de 1528, la hambruna transformó de tal manera a los civilizados cristianos naufragados en América que se transformaron, a ojos de los indígenas, en verdaderos monstruos.
“(…) cinco cristianos que estaban en rancho en la costa llegaron a tal extremo, que se comieron los unos a los otros, hasta que quedo uno solo que por ser solo no hubo quien lo comiese”
“De este caso se alteraron tanto los indios, y hobo entre ellos tan gran escándalo, que sin duda ellos lo vieran, los mataran, y todos nos viéramos en grande trabajo”
En una entrevista, en Roma, un periodista trataba de poner en aprietos a Jorge Luis Borges. Como no lo lograba, finalmente probó con algo que le pareció más provocativo:
“¿En su país todavía hay caníbales?”
“Ya no, nos los comimos a todos.”
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