¿Sumerios en Perú? Nada es imposible en el laberinto que forman las misteriosas líneas de Nazca. De hecho, varios relatos y la iconografía relacionados con el origen de las culturas Nazca y Paracas son un calco de los mitos creacionales de la civilización Sumeria.
Recientemente, numerosos medios de comunicación publicaban una noticia relacionada con las célebres líneas de Nazca. Casi invariablemente, en los titulares se leían cosas como “
Resuelto el misterio de Nazca” o “Desvelan el misterio de las espirales de Nazca”, dando a entender que en el contenido de la noticia hallaríamos la respuesta a uno de los misterios más indescifrables del planeta. No fue así.
Aquellos titulares eran engañosos porque, en todo caso, el hallazgo al que se refería la noticia tenía que ver con los puquios, los pozos que formaban parte de la sofisticada infraestructura hidráulica construida por aquella sorprendente civilización, pero no con las líneas de Nazca, los famosos diseños que siguen constituyendo un auténtico quebradero de cabeza para arqueólogos y demás investigadores.
En realidad, sin pretender minimizar la importancia del descubrimiento sobre los puquios, tanto estas estructuras como las propias “líneas” llevan siendo estudiadas desde hace décadas y observadas desde siglos atrás.
ASOMBROSOS CONOCIMIENTOS
Por ejemplo, en el XVI, algunos cronistas españoles —como el célebre Pedro Cieza de León (1518-1554)— ya habían llamado la atención sobre ciertas “señales trazadas en el suelo”, “marcas en el desierto” o “caminos tan anchos como una calle”, según la percepción de cada observador. Sin embargo, el punto de partida de las investigaciones en Nazca coincidió con la llegada a Perú de Paul August Kosok, un historiador de la ciencia norteamericano de padres alemanes, que en la década de 1930 se desplazó al país andino, atraído por las noticias sobre los asombrosos conocimientos en hidrología de los pueblos de Mesoamérica.
Experto en sistemas de riego en las culturas primitivas, Kosok desdeñó muy pronto las teorías de sus homólogos peruanos, quienes se mostraban convencidos de que aquellas marcas en el desierto eran antiguas zanjas para conducir el agua. Muy al contrario, el norteamericano advirtió que los geoglifos de Nazca seguían ciertos patrones y, conocedor del interés de los pueblos andinos por la astronomía, buscó en las estrellas el origen de dicha organización.
A su llegada a Lima, Kosok, que hablaba un perfecto alemán, conoció casualmente a María Reiche, una matemática nacida en Dresde que había dejado su Alemania natal para buscar nuevos horizontes en Perú, país donde llevaba viviendo varios años. Como quiera que el historiador necesitaba a alguien que le ayudara con el idioma castellano, Kosok y Reiche establecieron un vínculo profesional, relación que fue estrechándose gracias a que a ambos les fascinaban aquellas misteriosas figuras de las pampas nazqueñas.
A esas alturas, Paul Kosok estaba persuadido de que los geoglifos formaban un enorme sistema calendárico, una teoría que también interesaba a Reiche, aunque ésta se inclinaba por la hipótesis de que configuraban un gigantesco mapa zodiacal.
Desde aquel entonces y hasta nuestros días, han sido multitud las teorías que han tratado de explicar el porqué y a qué o a quiénes estaban destinadas estas gigantescas señales plasmadas en el suelo, diseñadas con una exactitud que desafía nuestros escasos conocimientos sobre esta enigmática cultura.
Se ha especulado, por ejemplo, con que se trataba de caminos señalizados, indicando una u otra dirección. También que formaron parte de proyectos relacionados con el abastecimiento de agua. Igualmente, hay quien piensa que se diseñaron para ser observadas desde primitivos artefactos voladores… o aeronaves pilotadas por extraterrestres, en cuyo caso estaríamos ante singulares pistas de aterrizaje OVNI, o eso sostienen muchos de los aficionados a la astroarqueología.
Obviamente, también está la hipótesis religiosa, según la cual los antepasados de los nasqueños las habrían realizado para que sus dioses atendieran sus ruegos. María Reiche Neumann (1903-1998), la mujer que más hizo por conservar este desconcertante pero maravilloso patrimonio, murió convencida de que las líneas y dibujos formaban parte de un intrincado calendario astronómico.
Si Kosok advirtió que algunos de los geoglifos se alineaban con las salidas y puestas de Sol durante los solsticios y equinoccios y que todos ellos conformarían una especie de zodiaco, Reiche interpretó que las figuras zoomorfas no eran sino la representación de ciertas constelaciones celestes. Así, por ejemplo, creía que el dibujo conocido como “el Mono” simbolizaba la Osa Mayor, que los nativos identificaban con la llegada de la temporada de lluvias. De igual manera, “la Araña” representaría a Orión y “el Perro”, en una equivalencia más evidente, a Can Mayor (Sirio).
En cuánto a cómo pudieron los nativos de Nazca realizar dibujos tan precisos y complejos, habida cuenta que carecían de perspectiva –aérea, se entiende– para observar el desarrollo de su trabajo y que algunos de los geoglifos miden casi trescientos metros, Reiche argumentó que los indígenas se habrían servido de cuadrículas, utilizado simples cordeles y estacas para mantener la coherencia de las líneas.
Pese al respeto que inspiró entre sus colegas el rigor con que Maria Reiche abordó la investigación de los geoglifos de Nazca, su hipótesis astronómica fue rechazada muy pronto por muchos de sus colegas que, gracias al uso de programas matemáticos, determinaron que era imposible concluir que existían correlaciones entre las líneas y la posición de las estrellas, puesto que los diseños eran tantos y apuntaban a tantos lugares a la vez, que dictaminar si uno u otro señalaba tal o cual constelación era un asunto meramente subjetivo.
Tal diferencia de criterios no resulta extraña. Reiche siempre mantuvo su vista fija en las estrellas, tratando de interpretar cómo “sentían” los misteriosos habitantes de aquellas regiones, cómo percibían su entorno y cuál era su grado de autoconciencia. Los científicos actuales disponen de muchos más medios –y más publicidad– de los que jamás soñó tener la austera matemática de origen alemán. De ahí que las hipótesis de estos últimos se nos antojen avaladas por una suerte de lógica aplastante.
En este sentido, investigaciones recientes podrían haber dado con una de las posibles claves para tratar de solventar este enigma: el agua. ¿El agua? Tiene sentido. ¿Qué sino encumbró e hizo caer a las civilizaciones del Indo, el Nilo o Mesopotamia, por citar sólo a tres de las más conocidas? En efecto, todo indica que el ocaso de la cultura Nazca tuvo mucho que ver con la ausencia del líquido elemento, y quizá las líneas que los sedientos habitantes de aquellas pampas dibujaron en el suelo, pudieron ser su última y desesperada señal de auxilio.
ARQUITECTURA DEL AGUA
En un artículo publicado por la revista National Geographic en marzo de 2010, Stephen S. Hall reflejaba su periplo sobre la desértica meseta que hoy constituye el fotogénico escenario de Nazca. Junto a él viajaban el veterano investigador Johnny Isla y un grupo de científicos del llamado Proyecto Nasca-Palpa, un programa dirigido por el propio Isla y Markus Reindel, del Instituto Arqueológico Alemán.
El objetivo del reportaje y del documental emitido en paralelo fue presentar las conclusiones del citado proyecto, tras una investigación que se prolongó durante siete años y en la que participó un equipo multidisciplinar germano-peruano. Tras cartografiar el terreno y realizar un sofisticado mapa tridimensional del mismo, los miembros del Proyecto Nasca-Palpa fueron avanzando en sus investigaciones, hasta dar con una hipótesis convincente –al menos para ellos– sobre la razón de ser de las figuras. La clave, como ya hemos mencionado, está en el agua.
En esencia, los investigadores germano-peruanos defienden que las líneas de Nazca constituyeron un espacio ritual para efectuar ofrendas en relación con el líquido elemento, el bien más escaso de la región. Así, éstas configuraron una especie de trazado singular de caminos sagrados, vías por las que transitaban peregrinos que pedían lluvia o seguridad para los depósitos de agua ya existentes. Precisamente, este último punto, el de los pozos, fue el que convenció a los científicos de que todo en Nazca giraba en torno al agua, pues a lo largo y ancho de este gigantesco sitio arqueólogico se han descubierto numerosas evidencias de lugares destinados al almacenamiento de la misma.
Así, al parecer, los habitantes de Nazca construyeron un entramado de pozos a ras del suelo u horizontales –no verticales–, que cavaban hasta encontrar la capa freática por la que discurre el agua en el subsue lo. Dispuestos a una distancia de entre 30 y 50 metros unos de otros, los puquios –su denominación original– permanecían unidos mediante canales fabricados con cantos rodados y protegidos con piedras o maderas resistentes. Se trataba, en suma, de sofisticados acueductos subterráneos. Pero, ¿cómo es posible que los nazqueños trazaran estas obras maestras de ingeniería hidráulica hace casi 2.500 años?
Los expertos en la materia, amén de llevarse las manos a la cabeza, suponen que los habitantes del actual departamento de Ica estaban lógicamente obsesionados por el líquido elemento y, como buenos observadores de todo cuanto los rodeaba, advirtieron que el agua que bajaba por las montañas por determinados cauces desaparecía bajo el suelo… para reaparecer kilómetros más adelante ya convertidos en ríos. La obra hidráulica tiene otras peculiares y avanzadísimas características en las que no voy a detenerme, pero lo anterior parece demostrar que los “ingenieros” de Nazca poseían una tecnología que sigue causando perplejidad en sus homólogos actuales. Tecnología que, por cierto, ha perdurado en el tiempo y sigue utilizándose en Ica a día de hoy.
Christina Conlee, una arqueóloga norteamericana que ha estudiado estos geoglifos durante casi dos décadas, ha descubierto evidencias de sacrificios humanos –concretamente cráneos aislados– junto a algunas de las figuras, cuestión que ella interpreta como la mejor prueba de que los dibujos y dichos sacrificios “tenían que ver con hacer ofrendas a los dioses para traer agua y fertilidad” –La Nación, 13 de marzo de 2010–.
En un sentido similar, el investigador independiente David Johnson señala al agua como principal argumento para la elaboración de los geoglifos, si bien él argumenta que éstos conformaron una especie de mapa simbólico que señalaba la presencia de acuíferos subterráneos, código que sólo conocerían los encargados de administrar el preciado bien. De hecho, en Beneath the Nasca Lines and Other Coastal Geoglyphs of Peru and Chile, Johnson ejemplifica con que el pico del “Colibrí” indicaría la presencia cercana de un puquio, del mismo modo que lo haría el vértice de un trapezoide. Y, al contrario, las líneas en zig-zag mostrarían la no existencia de agua alrededor de las mismas.
Pero no todas las teorías ofrecen una explicación tan prosaica para los geoglifos de Nazca.
Por Francisco González
Viernes 30 de Junio, 2017
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