El pasaje que Aldrin recitó corresponde al Evangelio de Juan XV, 5, y fue escogido personalmente por el astronauta.
El papel donde lo transcribió, y que leyó a 250 mil kilómetros de la superficie terrestre, se conserva hoy en el templo de Webster, junto con el cáliz utilizado para la ceremonia; con él, cada año, y en el domingo más próximo al 20 de julio, celebran los feligreses lo que han dado en llamar Comunión Lunar.
Texto manuscrito de Aldrin.
De más está decir que en ninguna fuente seria se halla la precisión cronométrica que exhibe Hoagland. La página oficial de la NASA proporciona el cronograma exacto de toda la Misión Apolo XI. Según ella, Aldrin bajó 20 minutos después que Armstrong.
Permaneció en la superficie 1 hora y 33 minutos, ocupado en desplegar la aparatología para los experimentos programados; 41 minutos después de su regreso al módulo, lo siguió Armstrong. La fase completa de EVA (Actividad Extra Vehicular) duró más de dos horas y media, terminando 111 horas y 39 minutos después del despegue en Cabo Cañaveral.
En total, Armstrong y Aldrin pasaron 21 horas y 36 minutos en la superficie de la Luna, incluyendo el tiempo previo a su desembarco y siete horas de sueño a bordo del módulo, antes de abandonar el satélite.
Si aceptáramos los números de Hoagland, Aldrin tendría que haber ejecutado su perverso y secreto ritual masónico apenas 13 minutos después de tocar suelo lunar, apañándose luego, en el escaso tiempo restante, para instalar los instrumentos científicos y la cámara de TV, e incluso recoger muestras minerales.
Claro está que siempre puede sostenerse que la NASA amañó los números. Aun así, resulta difícil aceptar que Aldrin haya contado con un «hueco» suficientemente prolongado, entre sus numerosas y delicadas operaciones, para desarrollar algo tan complejo como un ritual.
Cada movimiento de EVA estuvo rigurosamente cronometrado, hasta con precisión de segundos: cualquier demora podría resultar fatal en las exigentes condiciones lunares. Si el amanecer llegaba a sorprender a los astronautas, el brusco salto térmico de -170 a 120 °C hubiera resultado una experiencia más bien incómoda.
Sin contar con que no hay registro de interrupción alguna en la transmisión de las imágenes de sus actividades.
Los televidentes pudieron ver todos y cada uno de los saltitos pour la galérie de ambos astronautas, como asimismo el desarrollo de sus actividades científicas.
Bien está que las mismas hubieron podido parecer esotéricas para los profanos. Insistimos: en ningún sitio consta fehacientemente que el «ritual» de Aldrin —que, como vimos, no fue masónico sino crístico— se haya ejecutado precisamente 33 minutos después del alunizaje.
Pero, ¿y si hubiera sido así… qué?
Poco es lo que puede extraerse de semejantes cábalas numéricas. Tanto valdría retrotraerse a los 33 años que según la tradición tenía Jesús al punto de ser crucificado, como interpretar «mágicamente» el desembarco de Lavalleja y los 33 orientales.
El caso de John Whiteside Parsons Se suele decir que este destacado científico, cofundador del Laboratorio de Propulsión a Chorro de Pasadena, militó bajo la Escuadra y el Compás.
Parsons fue quien implementó la idea de utilizar perclorato de potasio como oxidante del combustible para cohetes, de modo que podemos llamarlo, sin exageración, Artífice de la Era Espacial en los EE.UU.
El propio Wernher Von Braun se refirió a él como «el verdadero padre de la cohetería norteamericana».
Whiteside Parsons.
Whiteside Parsons.
Los conspiranoicos lo han acusado de adicto a las drogas y satanista.
Algunos apuntan incluso que era «amigo íntimo» del inglés Aleister Crowley y del yanqui Lafayette Ron Hubbard: dos personajes, por cierto, bien distintos. Crowley, iniciado en la esotérica Hermetic Order of the Golden Dawn (Amanecer Dorado), siempre se definió como mago, y gustaba de hacerse llamar La Bestia, identificándose con el número que, según el Apocalipsis, le corresponde como seña distintiva: el 666.
Algunos apuntan incluso que era «amigo íntimo» del inglés Aleister Crowley y del yanqui Lafayette Ron Hubbard: dos personajes, por cierto, bien distintos. Crowley, iniciado en la esotérica Hermetic Order of the Golden Dawn (Amanecer Dorado), siempre se definió como mago, y gustaba de hacerse llamar La Bestia, identificándose con el número que, según el Apocalipsis, le corresponde como seña distintiva: el 666.
Este excéntrico personaje, siempre posando de maldito sólo pour épater le bourgeois, fue además, cofundador del Astrum Argentum y alma mater de la controvertida Ordo Templi Orientis (OTO), donde rige su Ley de Thelema: «haz siempre tu voluntad».
De esta manera, pretendía Crowley seguir fielmente el concepto que el propio Satanás, bajo figura de Serpiente, sibiló en el oído de Eva. Hubbard.
En cambio Hubbard fue un escritor de revistas pulp (se dedicó a la ciencia ficción, el terror y el western), que en algún momento —y según fama, respondiendo al desafío de una apuesta— fundó una nueva religión llamada cienciología. Su controvertido credo, supuestamente «científico», asegura que Xenu, «tirano cósmico», gobernante de la Confederación Galáctica con sede en la estrella Markab, aprisionó en la Tierra a un grupo de disidentes.
Esto habría ocurrido millones de años atrás, cuando el mundo atravesaba su Prehistoria. Dichos disidentes lograron separar sus espíritus (llamados thetan), del continente de los cuerpos, sometidos a cárcel y tortura bajo la férula de Xenu.
Una vez así liberados, encarnaron eventualmente en algunos de los humanos primitivos que entonces vagaban por el planeta.
Hubbard aseguró que, por medio de sofisticados —y costosos— tratamientos terapéuticos, la psique de los descendientes de tales «vehículos ET» puede despojarse de los «engramas alienígenas» (huellas o rastros de memoria y conciencia), para alcanzar cierto estado de pureza.
¿Hay algo de verdad en el heterogéneo combo de acusaciones, lanzado contra Parsons? En este caso, debemos admitir que bastante. Aleister Crowley. Consta que Parsons se dedicó con verdadero afán al Ocultismo, que fue discípulo directo de Crowley, y que alcanzó el rango de Líder de Ágape (equivalente al Maestro de Banquetes de los masones) en la OTO de California.
Conoció a Hubbard en agosto de 1946, iniciando con él una amistad aparentemente férrea. Por órdenes del propio Crowley desde Inglaterra, Hubbard y Parsons practicaron rituales de magia sexual.
Todo terminó, sin embargo, bastante mal: Hubbard se hizo amante de la entonces novia de Parsons, y huyó a Miami con ella… y con una alta suma de dinero.
Todo terminó, sin embargo, bastante mal: Hubbard se hizo amante de la entonces novia de Parsons, y huyó a Miami con ella… y con una alta suma de dinero.
denunció a Hubbard por robo, pero el caso se resolvió extrajudicialmente: el demandante aceptó un pagaré del «cazador de tiranos galácticos» que, al parecer, disipó su ofensa con la misma facilidad con que los aparatitos de los cienciólogos esfuman engramas extraterrestres.
Los datos, en el libro de Russell Miller Bare-faced Messiah: The True Story of L. Ron Hubbard (Descarado Mesías: La verdadera historia de L. Ron Hubbard, 1987).
Los otros dos textos que suelen citarse, referidos a los «entusiasmos ocultos» de Parsons, no justifican las fuentes de su información, y por tanto no resultan confiables.
Se trata de Sex and Rockets: The occult world of Jack Parsons (Sexo y Cohetes: El mundo oculto de Jack Parsons, 1999), escrito por John Carter, y que cuenta con una Introducción de Robert Anton Wilson; y Strange Angel: The Otherwoldly life of Rocket Scientist John Whiteside Parsons (Extraño ángel:
La vida de otro mundo del científico de cohetes John Whiteside Parsons, 2005), de George Pendle.
Respecto a Parsons, podemos agregar que fue despojado de su autorización de seguridad en los años ’40, y casi procesado por traición a la patria, sindicado de «deslizar» documentos clasificados de su entonces empleador, Hughes Aircraft, al naciente gobierno israelí.
Algunos autores consideran que la explosión que, en 1952, lo mató en su laboratorio de Pasadena, no fue accidental.
Para finalizar cabe señalar que ni la OTO ni la cienciología tienen punto de contacto alguno con la masonería.
La Ordo Templi Orientis (Orden del Templo del Este, u Orden de los Templarios Orientales) es una organización internacional de carácter fraternal y religioso, concebida por el químico austríaco Carl Kellner a fines del siglo XIX, y fundada por Theodor Reuss en 1902.
Aunque originariamente inspirada en la Francmasonería, y asociada a ésta, la OTO fue reorganizada bajo el liderazgo de Aleister Crowley, en 1904, con la Ley de Thelema como eje principal.
Desde entonces, el Liber vel legis (Libro de la Ley), pergeñado por el excéntrico mago inglés, es texto sagrado de esta organización, su letra es indiscutible y sus dogmas inapelables.
De hecho, la OTO incluye además a la Ecclesia Gnostica Catholica (EGC) o Iglesia Gnóstica Católica, suerte de rama monástica de la Orden.
Astronautas estadounidenses de filiación masónica PROGRAMA MERCURY Tres de los siete astronautas asignados al Programa Mercury (nombre por demás sugestivo) fueron masones probados: Virgil Grissom, Leroy Gordon Cooper y Walter Schirra.
A éstos quizá deba agregarse un cuarto: John Glenn. El 20 de febrero de 1962, y a bordo de la Friendship 7, Glenn fue el primer estadounidense que logró emular la proeza del soviético Yuri Gagarin, describiendo una órbita completa alrededor de la Tierra.
Aún no era miembro de la Logia Concorde, en New Concord (Ohio).
Ahora bien, 36 años después, Glenn volvió al espacio como parte de la tripulación del trasbordador Discovery… ostentando ya el rango de Maestro Masón.
PROGRAMA GÉMINI
Si exceptuamos a Glenn —que, como hemos visto, aún no era miembro de la Orden— la totalidad de los astronautas masones que salieron de la Tierra con el Mercury, continuaron en actividad durante el desarrollo del siguiente Programa Gémini: Virgil Grissom (Gémini III), Leroy Gordon Cooper (Gémini V) y Walter Schirra (Gémini VI a).
A estos se agregaron otros dos adeptos de la Escuadra y el Compás: Thomas Stafford (que acompañó a Schirra, y después tripuló la Gémini IX a) y Edwin ‘Buzz’ Aldrin (Gémini XII). Cinco sobre un plantel de diecisiete pilotos. Se dice que Leroy Gordon Cooper llevó consigo, a bordo del Gémini V, la joya oficial del Grado 33° y un banderín de su Logia.
PROGRAMA APOLO
Seis de los diez astronautas con filiación masónica reconocida formaron parte del Proyecto Apolo. Además de Aldrin, claro está, fueron ellos: Virgil ‘Gus’ Grissom, del Apolo I; Don Eisele y Walter Schirra, del Apolo VII; Thomas Stafford, que participó de Apolo X y, en 1975, de la última misión del Proyecto, Apolo XVIII, que culminó acoplándose en pleno espacio exterior con una cápsula soviética Soyuz; Otros dos masones más caminaron por la Luna después de Aldrin.
El primero fue Edgar D. Mitchell, el 5 de febrero de 1971, tras ser conducido hasta allí a bordo del Apolo XIV; Unos meses después, el 26 de julio, James Irwin, integrante de la misión Apolo XV, se convirtió en el tercer y último masón que visitó nuestro satélite.
La lista de astronautas masones (o por lo menos, de pública pertenencia a la Orden) la cierra, hasta el momento, Paul J. Weitz, tripulante del Skylab 2 y miembro activo de la Logia Lawrence (Erie, Pennsylvania).
El primero fue Edgar D. Mitchell, el 5 de febrero de 1971, tras ser conducido hasta allí a bordo del Apolo XIV; Unos meses después, el 26 de julio, James Irwin, integrante de la misión Apolo XV, se convirtió en el tercer y último masón que visitó nuestro satélite.
La lista de astronautas masones (o por lo menos, de pública pertenencia a la Orden) la cierra, hasta el momento, Paul J. Weitz, tripulante del Skylab 2 y miembro activo de la Logia Lawrence (Erie, Pennsylvania).
LISTA COMPLETA DE ASTRONAUTAS ESTADOUNIDENSES DE FILIACIÓN MASÓNICA
Coronel Edwin E. Aldrin Jr. (USAF), Logia Clear Lake N° 1417, Texas.
Coronel Leroy Gordon Cooper Jr. (USAF), Logia Carbondale N° 82, Colorado.
Teniente Coronel Don F. Eisele (USAF), Logia Luther B. Turner Nº 732, Columbus, Ohio.
Teniente Coronel Virgil L. Grissom, Logia Mitchell, Indiana.
C. F. Kleinknecht, Logia Fairview Nº 699, Fairview, Ohio.
Edgar D. Mitchell, Logia Artesia N° 28, Artesia, Nuevo México.
Capitán Walter M. Schirra Jr., Logia Cañaveral Nº 339, Cocoa Beach, Florida.
Coronel Thomas P. Stafford, Logia Western Star Nº 138, Weatherford, Oklahoma.
James Irwin, Logia Tejon N° 104, Colorado Springs.
Comandante Paul J. Weitz, Logia Nº 708, Erie, Pennsylvania.
James Edwin Webb, Logia Oxford Nº 122, Oxford, North Carolina.
John Glenn, Logia Concord N° 688, New Concord, Ohio.
ASTRONAUTAS ESTADOUNIDENSES CUYOS PADRES ERAN O SON MASONES
Allan Sheppard.
Vance Brand.
John Glenn.
Anthony England.
William Pogue.
Neil Armstrong.
Edgar Mitchell.
OTROS PRESUNTOS MASONES ASOCIADOS A LA NASA
T. Keith Glennan, primer Administrador de la NASA, era graduado de Yale, y miembro de Skull and Bones: puching-ball favorito de los teóricos de la conspiración. Skull and Bones es, en realidad, tan sólo una Fraternidad Universitaria.
Sólo la liga con la masonería el simbolismo utilizado, y el hecho de que muchos de los que fueron sus miembros cuando estudiantes, resultaron posteriormente iniciados en alguna Logia.
El responsable de la NASA durante el Programa Apolo, C. Fred Kleinknect, fue Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo Grado 33º del Rito Escocés Antiguo y Aceptado —Distrito Sur de los EE.UU.— durante dieciocho años. Se retiró en 2003.
Por error, algunos sitios web sugieren que, en realidad, es hermano del presente Soberano Gran Comendador.
Por error, algunos sitios web sugieren que, en realidad, es hermano del presente Soberano Gran Comendador.
«Titular de todos los Masones del Rito Escocés en todo el mundo», lo apostrofa una página nazi-fascistoide, pésimamente redactada. Nótese el despropósito de suponer que existe algo así como una Cabeza Mundial, a la que debe acatamiento la totalidad de los Hermanos de nuestro orbe. Sean O’Keefe,
Administrador de la NASA desde 2001 hasta 2005, es miembro del Bohemian Club; en realidad, una asociación fraternal de artistas, hombres de letras y amantes de las artes, fundada en 1872, exclusivamente estadounidense, y que sólo incidentalmente guarda alguna relación con la masonería.
La evidencia circunstancial de pertenencia masónica o simpatías esotéricas tiende a engullir incluso a los subcontratistas de la NASA.
A modo de ejemplo, se dice que Jack McDonnell, jefe de la Aeronáutica McDonnell, contratista principal para el desarrollo de la nave espacial Mercury, era devoto cultor de las Ciencias Ocultas; circunstancia alegada por algunos para explicar los extraños nombres de muchos de los aviones de la compañía: Phantom, Devil, Banshee, Goblin, Voodoo…
Ridiculeces a granel
Ridiculeces a granel
Un paseo, siquiera somero, por los ásperos campos de Internet nos enfrenta con disparates de todo tipo, arbitrariamente ensartados como cuentas de algún monstruoso collar, de modo que parezcan al incauto miembros de una serie, proponiendo a la calenturienta imaginación de los conspiranoicos truculentas sagas.
Existen, por caso, quienes se lanzan a la captura de «claves numéricas» en el desarrollo de la carrera espacial norteamericana.
Estos hallan significativo que todas las misiones Mercury —primer programa tripulado de los EE.UU., desarrollado entre 1961 y 1963— se hayan llevado a cabo en cápsulas marcadas con el número 7… Sobre todo, considerando que sólo contó un total de seis viajes: Freedom 7, Liberty Bell 7, Friendship 7, Aurora 7, Sigma 7, y Faith 7.
La respuesta a este aparente enigma resulta sencilla.
En 1957, fueron siete los astronautas seleccionados para participar en el Proyecto Mercury: Alan Sheppard, Virgil Grissom, Leroy Gordon Cooper, Walter Schirra, Deke Slayton, John Glenn, y Scott Carpenter.
Pero, finalmente, Slayton fue apartado de la lista de vuelos, por habérsele detectado un problema cardíaco. Sus compañeros decidieron, entonces, marcar todas las cápsulas con el número 7, en recuerdo del plantel original, y en homenaje al excluido.
Deke Slayton continuó en el programa espacial como controlador de vuelo hasta 1975, cuando finalmente salió al espacio en la misión conjunta soviético-estadounidense Apolo-Soyuz, de carácter meramente político.
Hay quien agrega que «siete es, también, el número máximo de ocupantes que el Shuttle puede transportar, y el número de fatalidades de los trasbordadores Columbia y Challenger»… Sin caer en la cuenta de que, si las lanzaderas espaciales tienen siempre siete tripulantes, resulta lógico que sean siete los accidentados cuando tales lanzaderas se accidentan.
Otros escudriñan lo que entienden como «anagramas» en los nombres asignados al programa espacial norteamericano, descubriendo con asombro «la presencia de símbolos de gran significado mágico-esotérico».
¿Cuáles, por Dios?, se preguntará a estas alturas el lector.
«Pocos han advertido que tras la estilizada A del proyecto Apollo se esconde, también, la constelación de Orión, trasunto del dios Osiris de la mitología egipcia. El trazo horizontal de la A está formado por las estrellas Mintaka, Alnilam y Alnitak [el Cinturón de Orión, que nosotros llamamos Las Tres Marías], del mismo modo que las tres pirámides de la meseta de Guiza lo representan en la Tierra».
«Prácticamente todos los astronautas han sido masones, o sus padres lo han sido, o han estado relacionados con la Masonería.
Y los que no pertenecían morían en extrañas circunstancias», nos advierte www.narom.org, acotando renglón seguido que los Hermanos «dirigen todos los estamentos económicos, sociales y políticos de nuestras sociedades», lo que incluye «por supuesto, la NASA, los viajes espaciales y la CIA».
La pregunta que surge espontáneamente es: si los masones controlan tan perfecta y absolutamente la agencia espacial estadounidense, ¿por qué no colocar en el espacio, simple y directamente, a miembros de la Orden, en lugar de permitir el ingreso de «profanos», con los que luego deben, inexorablemente, gastar energía, esfuerzos y horas de brain-storm con el único fin de llevarlos a la muerte «en extrañas circunstancias»?
Ganas de complicarse la vida gratuitamente.
Hablando de muertes misteriosas, ahí tenemos a Virgil Grissom, piloto de Liberty Bell 7 y segundo estadounidense en órbita. Los conspiranoicos sostienen, sin que se sepa la fuente, que Grissom fue preparado para ser el primer hombre en caminar sobre la Luna.
«Sin embargo, Grissom fue asesinado el 27 de enero de 1967, junto con sus compañeros astronautas Ed White y Roger Chaffee, durante un ejercicio de entrenamiento de la prueba pre-lanzamiento para la misión del Apolo I en el Centro Espacial Kennedy», acusan.
Ahora bien, Grissom no era, precisamente, un «no masón»… sino un Hermano hecho y derecho. ¿Por qué eliminarlo? ¿Sólo porque la Jerarquía cambió de opinión, y decidió sustituirlo con Aldrin?
La realidad es que tanto Grissom como sus infortunados compañeros fueron víctimas de un accidente. Las pruebas pre-vuelo consistían en crear una atmósfera presurizada de oxígeno puro.
Un cortocircuito en un cable mal aislado provocó un incendio que se extendió muy rápidamente, casi de forma explosiva, matando a los astronautas por asfixia en sólo 17 segundos.
La falta de un sistema de escape de emergencia en la escotilla de la cápsula contribuyó en parte al desastre.
No se pudo salvar a los astronautas, pero las filmaciones demuestran que se intentó con desesperación. La escotilla se abría hacia adentro, pero para ello había que vencer la presión interna, que era superior a la exterior (como en todas las naves espaciales).
Los astronautas hubiesen debido liberar la presión mediante una válvula para que el equipo de rescate consiguiera auxiliarlos. Con sólo 17 segundos de vida y la atmósfera de la nave en rabiosa combustión, es evidente que no pudieron hacerlo.
Los rescatistas forzaron la puerta de la escotilla apenas 5 minutos después de iniciado el fuego, pero Chaffee, Grissom y White ya habían muerto, a causa de la inhalación de humo.
Todo el programa Apolo fue sometido a una investigación exhaustiva a partir de la tragedia. Sobre Alan Bartlett Sheppard, que comandó la misión Apolo XIV, y fue la quinta persona en pasearse por Selene, los conspiranoicos dicen que, allá arriba, mostró su amor por Satán.
Siendo un jugador de golf de reconocida habilidad, Sheppard, dueño, además, de cierto espíritu histriónico, decidió hacer gala de ella, probando dar algunos golpes.
A pesar de llevar gruesos guantes y un traje espacial rígido, que lo obligaba a aferrar el palo de golf con una sola mano, Sheppard golpeó sucesivamente a tres pelotitas con un hierro seis, enviándolas, gracias a la escasa gravedad lunar, y según propias palabras, «a millas y millas y millas». La anécdota es cierta. Aún más: fue filmada.
Pero los atravesados, que tanto abundan en la web, dicen que el golf es «un deporte vinculado a la Masonería», (riguroso sic), y que el hecho puntual de que el astronauta propinara tres golpes con un hierro seis encierra oculta y oscura simbología: la sucesión forma la cifra 666 —según el Apocalipsis, el Número de la Bestia—.
Además, sostienen que la palabra golf es un acrónimo, formado por las iniciales de Gentleman Only Ladies Forbidden (Sólo Caballeros Damas Prohibido), lo cual, según ellos, «se centra en la idea de que los hombres se deben reunir sin la participación de sus esposas», demostrando así «el nivel de desprecio que sienten los masones por las mujeres».
Pues bien: como mostramos en la lista ut supra, Sheppard no es masón… sólo un lubetón, esto es, un «hijo de masón».
Además, no existe ninguna constancia histórica que ligue el origen del golf como deporte a la masonería.
Tampoco hay datos serios que sustenten la peregrina idea de que la palabra golf es un acrónimo misógino: antes bien, la mayor parte de los historiadores asegura que el deporte nació en los Países Bajos, y que su nombre se origina en el flamenco kolf, que significa palo.
La cábala numérica de los tres golpes con hierro seis, que nos daría el 666 que cifra al Anticristo según el alucinado de Patmos, (Ap. XIII-17 y XV-2), también podría interpretarse como 6+6+6, esto es, 18… lo que nos permitiría cargar contra los Caballeros Rosacruces.
O sobre el siglo XVIII, período sin duda herético: en él sucedieron la Revolución Francesa y la Independencia de los Estados Unidos… Sin embargo… Nótese que Edgar Mitchell, compañero de Sheppard, quien compartió el insólito «peloteo lunar» que tanta urticaria levanta, era, como quien dice, masón hasta las cachas.
Cosa que —extrañamente— no advirtieron los valerosos denunciantes de las argucias diabólicas.
Fuente: Factor 302.4
El blog de Alejandro Agostinelli.
Artículo publicado en MysteryPlanet.com.ar: Las misiones de la NASA y sus conexiones masónicas https://mysteryplanet.com.ar/site/las-misiones-de-la-nasa-y-sus-conexiones-masonicas/