12 octubre, 2018
Extiendo los brazos, me inclino levemente, me concentro. Mis pies se despegan del suelo. Sin perder la concentración, vuelvo a impulsarme un poco más y logro subir otro medio metro.Poco a poco, con cada nuevo impulso, voy ganando altura hasta llegar al cielo raso. Salgo por un ventanuco redondo y comienzo a desplazarme de forma libre bajo el cielo.
Como aquél que conduce un vehículo por primera vez, moverse como las aves no es tan fácil como parece; se empieza de manera torpe e imprecisa.
Ahora, por ejemplo, me voy acercando peligrosamente hacia un edificio en ruinas sin poder disminuir la velocidad, por más que intento e intento. Antes de estrellarme contra la pared, intento una maniobra desesperada y giro para pasar a través del hueco de una ventana, pero no lo consigo. Me despierto sobresaltado.
Cada vez que un sueño como éste se cuela bajo mi almohada, me pregunto por qué los humanos fantaseamos tan a menudo con elevarnos en el aire y cómo este delirio onírico se nos antoja tan natural sin que jamás antes hayamos pasado por una experiencia similar en el mundo real.
¿Es que acaso tuvimos la capacidad de volar en algún momento de nuestra historia? ¿Es que en lo profundo de nuestra mente se hallan los recuerdos de un pasado en el que podíamos burlar las leyes de la gravedad con el adecuado entrenamiento de la mente?
Según indican cientos de registros históricos, los incas, los esquimales, los antiguos chinos, los ninjas de Japón, los yoguis de la India, los yurok de California y ciertos santos cristianos fueron conocedores del arte de la levitación y de los secretos necesarios para realizar vuelos de duración muy diversa.
En el siglo pasado también hubo personas a quienes se les atribuyó el poder de flotar a la vista de todos y, aún en la actualidad, se conocen grabaciones y fotografías que pretenden confirmar la autenticidad del fenómeno. Pero, ¿qué hay de cierto en todo esto?
Desde el mítico Ícaro, el hombre ha soñado con poder volar.
En la imagen, “Lamento por Ícaro” (1898), óleo del pintor Herbert James Draper (1863-1920). Galería Tate Britain de Londres, Inglaterra. (Public Domain)
Los antiguos chinos hablaban de personas capaces de venir de cualquier lugar y desaparecer sin dejar rastro. Se dice que muchos grandes maestros eran capaces de viajar una distancia de miles de millas en cuestión de segundos.
El fenómeno era tan popular en la antigüedad que los chinos incluso le asignaron un nombre: “Bairi Feisheng”, que significa “volar a plena luz del día”.
Uno de los casos más conocidos fue el del monje Fo Mile, conocido como Milarepa, quien según diversas crónicas vivió y alcanzó la iluminación a principios del milenio pasado.
Se dice que Fo Mile era visto con frecuencia por los hombres que trabajaban el campo mientras atravesaba el cielo de un lado a otro a gran velocidad.
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Otra famosa anécdota cuenta que un día el Emperador de China le ordenó al sabio Lao Tse inclinarse ante él, ya que como soberano tenía la capacidad de hacerle rico o pobre y de elevar o bajar su estatus social.
Sin inmutarse, el sabio comenzó a levitar lentamente hasta cierta altura para luego decir: “Majestad, ¿cómo puedo estar sujeto a tu soberanía estando aquí entre el cielo y la tierra? ¿Cómo puedes hacerme rico o pobre o hacerme de una clase superior o inferior?”
Vuelos en Oriente
Estaba desnudo y tenía unas cadenas enroscadas a la cintura. Cuando vio a los curiosos que se acercaban, no dudó en internarse bosque adentro. Pudimos oír el ruido que hacían sus cadenas, que se fue desvaneciendo a medida que él se alejaba en la espesura.
El relato anterior pertenece a la exploradora y periodista francesa Alexandra David-Neel, quien documentó sus años de vida en el Tíbet en una treintena de interesantes libros. Alexandra residió varios años en Lhasa, una ciudad habitualmente prohibida a los extranjeros.
Allí se encontró con gente a la cual los tibetanos llamaban “Lung gom pa”, que quiere decir “Los de pies ligeros”. Según la periodista, los ‘Lung gom pa’ solían llevar cadenas u otros objetos de peso, ya que sus cuerpos eran tan ligeros que corrían el riesgo de flotar en el aire involuntariamente.
La famosa exploradora y periodista francesa Alexandra David-Neel escribió sobre los “Lung gom pa” tibetanos, que solían llevar objetos pesados por ser sus cuerpos tan ligeros que corrían el riesgo de flotar en el aire involuntariamente. (The Evil Spartan/Public Domain)
En otra oportunidad, la cronista narra que un día, junto a su guía, vio un punto negro que se movía en la lejanía de la llanura tibetana. Al tomar sus binoculares pudo apreciar que aquel punto era un Lung gom pa que se acercaba corriendo a gran velocidad y con impresionantes zancadas.
“Pude ver su cara impasible, con los ojos abiertos como si mirasen fijamente algo elevado. Avanzaba a grandes saltos. Parecía que tenía la elasticidad de un balón y rebotaba cada vez que sus pies tocaban la tierra. Sus pasos tenían la regularidad de un péndulo”, escribiría más tarde en su libro “Magia y misterio del Tíbet”.
Los derviches, yoguis y monjes del Oriente son otro tipo de personas a quienes se atribuyen actos de levitación. Despojados de toda riqueza material, los derviches adoptan la postura de mendigos ascéticos de origen musulmán cuya característica más sobresaliente es su filosofía de desapego a lo mundano; los yoguis, grandes maestros de la filosofía hindú, también se deben al reino de lo espiritual y al abandono de los deseos.
Derviche. Una de las fotografías históricas realizadas en Irán por Antoin Sevruguin. Museo Nacional de Etnología, Leiden, Holanda (Antoin Sevruguin/Public Domain)
El prolífico escritor Louis Jacolliot (1837-1890), quien ejerciera durante muchos años como juez en la India, escribió a su vez sobre un peculiar encuentro que mantuvo cierta vez con un yogui conocido como Covindasamy.
Después de haber deslumbrado los sentidos de Jacolliot con toda clase de magias, el hombre santo salió para despedir al abogado regalándole una última visión de los poderes de la mística:
“Cruzó los brazos y se elevó del suelo como unos treinta centímetros. En el momento en que comenzó a elevarse miré el reloj. El tiempo total que estuvo sin tocar el suelo fue de ocho minutos”, escribió Jacolliot.
Por su parte, el investigador y escritor estadounidense John Keel relató otra anécdota de la India en una oportunidad en que visitó la ciudad de Sikkim, situada en la cordillera del Himalaya:
Me detuve en un monasterio. Allí entablé amistad con un lama al que le pedí que me dijese si era cierto lo que se decía sobre sus poderes sobre la Naturaleza.
Sin decir palabra se apoyó sobre un bastón que tenía y vi cómo sus pies comenzaban a separarse del suelo hasta que, sin soltar nunca el bastón, se puso sentado en el aire con las piernas cruzadas (…) Siguió hablándome durante un buen rato pero siempre sentado en el aire.
Los yoguis de la India son otro tipo de personas a quienes se atribuyen actos de levitación. En la imagen, joven yogui sentado sobre una piel de leopardo. (Public Domain)
La liviandad, a la par con el cultivo del espíritu
Bodhidharma, también conocido como Damo miró hacia un lado y otro del ancho río, sin hallar un solo bote disponible que le ayudase a cruzar. Mucha gente se agolpaba en las orillas intuyendo que un gran acontecimiento tendría lugar aquella mañana.
Días atrás, antes de llegar a China, el monje había prometido a las autoridades pagar con su vida si no lograba encender la llama del budismo en aquella tierra de Oriente.
-“El peso de esta tarea es más grande que una montaña. ¿Podrás cargarlo?”, había preguntado el abad mayor.
Ahora se hallaba en Nanjing, dispuesto a cruzar el Yangtzé para llegar al norte y propagar sus enseñanzas. Pero ninguna embarcación se disponía a llevarlo. Miró a su alrededor y solo encontró a una anciana sosteniendo un tallo de junco.
Con una reverencia, Damo pidió prestado el junco y la mujer se lo cedió amablemente. Entonces, caminando hasta la orilla, colocó el junco en el agua y juntando ambas manos se elevó sobre el mismo. Sobre aquel fino tallo cruzó el monje los 400 metros de río.
“Bodhidharma cruza el río sobre un tallo de junco,” pintura de Kim Myeong-guk, dinastía Joeon. (Public Domain)
Al igual que sucede con Damo y los “Lung gom pa” del Tíbet, la liviandad del cuerpo parece un factor común en aquellos a quienes se atribuye el arte de la levitación.
Se dice que los practicantes de las artes marciales primitivas, así como quienes aún las practican en remotas montañas de China, podían adquirir capacidades sobrenaturales, como la ausencia de peso al correr o saltar, y andar entre las ramas de los árboles, tal y como se puede observar en las películas modernas.
La diferencia radica en que para cultivar aquellas artes elevadas los practicantes debían desapegarse de todos los deseos mundanos como espadas, dinero o mujeres, objetivos que frecuentemente aparecen como eje central en las historias inventadas por los cineastas modernos.
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Aquellos antiguos practicantes de artes marciales solían prestar mayor atención a la perfección de la mente y el espíritu que a la transformación física del cuerpo: técnica y moralidad iban unidas en el camino de aprendizaje de los grandes maestros.
De este modo, un Maestro de una antigua disciplina explicaba que la práctica constante de los mecanismos de energía internos hace que los canales de qi (chi, energía interna) se ensanchen progresivamente, que la energía se vaya elevando y la materia del cuerpo se vaya transformando progresivamente en otro tipo de materia más pura, fina y liviana.
Sin embargo, para que la energía pueda llegar a esta etapa es necesario el cultivo del espíritu.
De otro modo, la energía sigue siendo el mismo qi primitivo, y las técnicas sólo pueden limitarse a los conocidos trucos mundanos de movilizar este qi, como soportar golpes con barras de acero, partir ladrillos o sostener el peso del cuerpo sobre una lanza apoyada en la garganta.
Los antiguos practicantes de artes marciales solían prestar mayor atención a la perfección de la mente y el espíritu que a la transformación física del cuerpo.
En la imagen, detalle de pintura mural del templo Shaolín de la provincia china de Henan, datada a principios del siglo XIX. (Public Domain)
Según los relatos de muchos monjes que vivieron en el Tíbet, cuando un practicante alcanzaba la iluminación en este mundo dejaba tras de sí un cuerpo carnal tan liviano como una pieza de tela. Aun cuando su apariencia y estado corporal parecieran ser los de una persona común, sus restos mortales eran tan fáciles de cargar que casi no pesaban.
Un estado energético similar podría ser atribuido a los grandes maestros espirituales, como Jesús cuando caminó sobre las aguas del Mar de Galilea, San Besarión de Egipto cuando caminó sobre el Nilo o Buda cuando levitó sobre un curso de agua para convencer a un brahmán del poder de la recta fe.
En todos los casos, la levitación y la capacidad de volar parecen estar indiscutiblemente asociadas a la elevación del plano mental y espiritual de la persona. Aun así, cabría preguntarse por qué hoy no existen, como en el pasado, personas de grandes cualidades que demuestren que es posible alzar el vuelo mediante la elevación del espíritu.
Muchos coinciden en que hubo un tiempo en que los humanos eran más rectos, inocentes y morales; más creyentes, menos obstinados. Los antiguos decían que primero hay que creer para después poder ver.
Pero hoy es al revés: conforme se fueron perdiendo los valores, la fe en lo divino fue desapareciendo, y quizás por ello a los humanos se les haya vetado la capacidad de volar, y también la de observar el vuelo de otros humanos.
Autor: Leonardo Vintiñi – La Gran Época
http://www.unsurcoenlasombra.com/levitar/
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