En diciembre de 1927 varios científicos, entre los que se encontraban el profesor de matemáticas de la Universidad de Oslo, Carl Stoermer, y el ingeniero de telecomunicaciones norteamericano Leo C. Young, recibieron una extraña señal que procedía, aparentemente, del espacio, mientras llevaban a cabo un arduo estudio de las ondas de radio.
La «anomalía» no fue a más, hasta que décadas después, ya en 1960, al parecer fue el satélite ruso Sputnik el que captó una señal idéntica.
¿De qué se trataba?
En febrero de ese mismo año, desde los EE. UU. se logró registrar las evoluciones de un artilugio desconocido y de un tamaño superior a cualquier satélite conocido hasta esa fecha, en órbita polar, algo que hasta entonces ninguna potencia había logrado.
Y fue entonces cuando se empezaron a decodificar extraños mensajes ocultos en las señales de radio que con cuentagotas llegaban hasta los observatorios de la Tierra.
De este modo algunas mentes un tanto conspiranoicas comenzaron a barajar la posibilidad de que aquella misteriosa frecuencia estuviera provocada con mucha intención por un artefacto creado ni más ni menos que por una inteligencia ajena a nuestro mundo.
Pero es que la cuestión fue a mayores cuando el escocés Duncan Lunan, astrónomo de la Universidad de Glasgow y miembro de la ASTRA –Asociación Escocesa de Tecnología e Investigación Astronáutica– creyó ubicar la escurridiza señal de radio.
No menos cierto es que en la mente de los científicos de aquella época estaban las palabras del astrónomo norteamericano Ronald Bracewell, que rompiendo todos los moldes de la ortodoxia se había atrevido a decir que dichas emisiones de radio intermitentes eran provocadas por una sonda enviada por una civilización de otro planeta con el firme objetivo de establecer contacto con nosotros.
Pues bien, el citado Lunan se puso en marcha siguiendo los patrones de investigación que décadas atrás crearon los primeros en captar las extrañas señales de radio, y fue algo más lejos, tanto en sus investigaciones como en sus exposiciones.
Porque el escocés aseguró haber descubierto el mensaje encriptado que se ocultaba en las mismas, ni más ni menos que un mapa estelar que conducía directamente hacia un conjunto de estrellas ubicadas en la constelación del Boyero, y más concretamente de un sistema doble llamado Epsilon.
Así, Duncan Lunan llegó a la conclusión de que, como ya planteara Bracewell, las misteriosas señales eran provocadas por un aparato artificial procedente de Epsilon, que durante cien años luz habría vagado por el espacio hasta llegar a la órbita terrestre.
Y como ya se hiciera en 1977 con las sondas Voyager y el disco de oro titulado «Sonidos de la Tierra», el misterioso artilugio habría atravesado las planicies estelares propulsado por una no menos extraña tecnología basada en la recolección de hidrógeno interestelar, a la que habría que añadir la fusión nuclear. Y por si esto no fuera suficiente, en dichas emisiones de radio estarían contenidos valiosos datos referentes a la civilización que habría mandado la sonda al espacio.
De este modo Duncan, dando un paso más allá de de lo aconsejado, se atrevió a traducir un supuesto mensaje recibido a través de las citadas ondas de radio. Decía así: «Somos de Epsilon del Boyero, que es una estrella doble. Vivimos en el sexto planeta de un sistema de siete. Nuestro sexto planeta tiene una luna, nuestro cuarto planeta, tres; nuestros planetas primero y tercero una cada uno. Nuestra sonda está en órbita de vuestra Luna.
La distancia orbital del sexto planeta es de 1.755 millones de kilómetros. El séptimo planeta está a 2.913 millones de kilómetros del Sol. El sexto planeta no es nuestro hogar originario. La sonda ha sido lanzada desde el séptimo planeta para girar en torno al Sol mayor y, desde allí, aprovechar el empuje gravitacional del Sol menor. La sonda está preparada para comunicar a través del láser».
12 de Agosto de 2020 (10:00 CET)
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