Por las indiscreciones de cierto cardenal innominado, so pena de incurrir en causa de excomunión, hemos sabido que Jorge Mario Bergoglio se arrugó en 2005 como candidato del bloque progresista opuesto a Ratzinger.
En esta ocasión no ha habido miedo escénico. El arzobispo de Buenos Aires es el nuevo jefe de la Iglesia católica, aupado en parte por los cardenales que hace ocho años se quedaron con las ganas de frenar al todopoderoso teólogo germano, mano derecha de Juan Pablo II, en nombre de una apertura de la Iglesia a los nuevos tiempos.
El antecedente no es nada tranquilizador ante la bicefalia vaticana que se avecina: un dolor de cabeza para el recién llegado. La convivencia de un Papa efectivo y un Papa “emérito” puede ser una fuente de problemas en el manejo de la barca de San Pedro. El anterior está viendo y oyendo todo lo que ocurre como si estuviera al otro lado de la pared. Realmente lo está, o lo estará, físicamente.
Ahora en Castel Gandolfo, donde ha conocido el desenlace del cónclave; luego, en un convento de monjas a una distancia del despacho de su sucesor no mayor de cien metros. Los vaticanistas contienen el aliento cuando imaginan cómo gobernará la Iglesia el nuevo Papa con la sombra de su antecesor proyectándose sobre sus decisiones.
Francisco I reza por que una distancia tan cercana a la sala de máquinas sólo sea geográfica.
Sin embargo, no podemos ignorar que las asignaturas pendientes de la Iglesia en general y de la Curia en particular, son las mismas que angustiaron a Ratzinger. Desde las intrigas vaticanas a la crisis de vocaciones, pasando por el escaso respeto prestado al sexto y séptimo mandamiento en ciertos sectores de la jerarquía. ¿Cómo afrontarlos sin remitirse a lo que hizo o dejó de hacer el Papa anterior, que sigue ahí sin haber perdido la vista ni el oído?
Con el paso de los siglos el templo se fue comiendo a la doctrina en la Iglesia católica. Del Sermón de la Montaña hace mucho tiempo que no tenemos noticia. Sólo si Francisco I estuviera dispuesto a desempolvarlo tendría sentido hablar de regeneración doctrinal. Se podría explicar a la vista de sus orígenes humildes, como hijo de un trabajador del ferrocarril y un ama de casa (emigrantes italianos) en la Argentina de los años treinta. El relato se habría adaptado mejor al nombre de Francisco en la estela y el ejemplo de San Francisco de Asís. Pero me temo es la deSan Francisco Javier. Es la que le toca a un jesuita.
Y poco más respecto a la hoja de ruta del nuevo Papa, más allá de la marea especulativa que nos invade en relación con la nueva etapa. Es demasiado pronto para saber cómo enfocará el gobierno de la Iglesia este seguidor del San Lorenzo de Almagro que lee a Borges y Marechal y cree que el matrimonio entre personas del mismo sexo es cosa del diablo. Fue muy explícito cuando en 2010 el Gobierno deCristina Fernández aprobó la polémica ley, que fue un precedente en América Latina: “No seamos ingenuos. No se trata de una cuestión política, sino de una pretensión destructiva de los planes de Dios”.
Toda una pista sobre sus convicciones y su firmeza a la hora de defenderlas. Basta echar un vistazo a sus agrios enfrentamientos con los Gobiernos de Nestor Kirchner y la esposa sucesora. Cuando no son los matrimonios gays es el Te Deum del 25 de mayo (fiesta nacional argentina). O, ay, su presunta benevolencia con la dictadura militar de Videla, que es la acusación que de forma recurrente el kirchnerismo lanza contra él.
Fuente: http://www.elconfidencial.com/opinion/al-grano/2013/03/14/bicefalia-vaticana-primer-dolor-de-cabeza-de-francisco-i-10902/
No hay comentarios:
Publicar un comentario