El Secretario de Estado «en funciones» se defiende contra los que critican su gestión y hace un balance «positivo»
¿Ha sido una salida de tono o un dardo de despedida? Lo cierto es que el todavía Secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, intenta contener las acusaciones de mediocre mandato al frente de la Secretaría de Estado Vaticana y echa balones fuera: «He sido atacado por una red de cuervos y víboras».
En estos términos se expresaba el aún «primer ministro» vaticano al hacer balance de sus siete años de gestión en el puesto, tras los que ha sido sustituido por el cardenal salesiano Pietro Parolini. Si bien aseguró que se iba con una sensación «positiva» del cargo, al ser inquirido por su parecer se consideró víctima de poco menos que una conspiración. «Aunque eso no debe oscurecer lo que considero un balance positivo», apuntó. Tampoco quiso escurrir el bulto del todo y reconoció que no todo había sido un camino de rosas: «Naturalmente han surgido muchos problemas, especialmente en los últimos dos años». Los periódicos italianos recogieron estas declaraciones que habría hecho el cardenal Tarcisio Bertone a la salida de una celebración en la Madonna delle lacrime de Siracusa, en Sicilia.
Las espinas de estos «últimos dos años» fueron las del «caso Vatileaks»protagonizado por «il corvo» (el cuervo) como llamó la prensa italiana a Paoletto, el asistente personal de Benedicto XVI. El escándalo fue el que puso en evidencia la vulnerabilidad del organismo que dirigía Bertone, la Secretaría de Estado.
De ella, salieron a la luz pública importantes documentos, cables diplomáticos incluídos, que fueron robados y fotocopiados por el mayordomo personal de Benedicto XVI,Paolo Gabrielle quien, según llegó a asegurar la prensa italiana, pudo esconder información confidencial de la Santa Sede hasta en la PlayStation de su hijo pequeño.
Las filtraciones desgastaron a un ya de por sí cuestionado Secretario de Estado. Máxime porque el primer documento secreto que vio la luz acusaba directamente a la Secretaría de Estado de gestión irregular de la administración vaticana. Era un cable diplomático que enviaba el Nuncio Apostólico en Estados Unidos, Monseñor Carlo María Viganó, en el que denunciaba la existencia de facturas falsas. En otro de los documentos, también denunciaba malas prácticas de los miembros del llamado «Comité de finanzas y gestión» que habría dilapidado más de 2 millones de dólares en una operación financiera.
Mientras se hacían públicos estos secretos vaticanos, el topo seguía revelando información. Fue Benedicto XVI quien tomó cartas en el asunto y quiso que una comisión cardenalicia ajena a la Secretaría de Estado fuera la que investigara las filtraciones capitaneada por el español Julián Herranz. Finalmente se supo que fue Paoletto, con ayuda de un informático, Claudio Sciarpelletti, quienes orquestaron todo el escándalo.
El primero recibió el indulto de Benedicto XVI. El segundo, condenado a cuatro meses por obstrucción a la justicia, no ha pisado aún prisión. Llevaba 20 años trabajando en Secretaría de Estado. Además de constituir todo un escándalo y de haber alimentado un círco mediático de primer orden, —amén de procurar pingües beneficios sobre todo para el periodista Gianluigi Nuzzi en cuyo programa se ofrecían píldoras de información vaticana y que pudo escribir incluso un libro sobre el caso con los papeles robados por Paoletto—, el caso puso, negro sobre blanco, los problemas internos de la institución que se ocupa del gobierno de la Iglesia y la inoperancia de su jefe.
Sanar «el orgullo herido»
Tan real y grave fue el asunto que, en las congregaciones generales previas al inicio del Cónclave, varios cardenales habrían pedido conocer el núcleo del informe Vatileaks. Sería el dossier completo del caso que elaboró la mentada comisión cardenalicia y que se le entregó a Benedicto XVI. Lo cierto es que la intención del Papa Emérito era entregárselo a su sucesor, con lo que para el Papa Francisco la debilidad de la Secretaría de Estado Vaticana no es ningún secreto.
Filtraciones aparte, con la elección de Parolin, el Papa Francisco también ha sanado «el orgullo herido» de los diplomáticos vaticanos. En una decisión inusitada, Benedicto XVI decidió romper con la tradición de nombrar a un diplomático como principal colaborador. Escogió en su lugar a un amigo con el que había colaborado durante años pero que no supo lidiar con la exigencia del puesto. Cansado de críticas, parece que ya, sin nada que perder, ha querido lanzar esta última defensa. «Lo he dado siempre todo», añadía.
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