viernes, 27 de septiembre de 2013

Los mundos olvidados y la Tierra Prohibida

En “La Révolte des Magiciens” (La Rebelión de los Brujos) de L. Pawels y J. Bergier

Sumario: La ascensión del joven Bingham. — Machu Picchu. — El enigma de Tiahuanaco. — Las balizas del llano de Nazca. — Fenicios en el Brasil. — Coincidencias de lenguaje y de objetos. — Un viaje de Benvenuto Cellini. — Japoneses en el Ecuador. — ¿Una ciudad en Amazonia? — El coronel Faucett y el explorador Varrill. — El cristal desconocido.— Una cárcel misteriosa.

Una mañana de julio de 1911, un granjero indígena, un militar peruano y un joven profesor de la Universidad de Yaie, llamado Hiram Bingham, caminan sobre un frágil puente de ramas y sarmientos, tendido sobre el vacío, entre dos bloques de roca gigantescos. En el fondo del abismo, ruge el Urumba, que vierte sus aguas en el Amazonas. Los hombres prosiguen su escalada, agarrándose a los árboles que brotan de la pared cortada a pico, y descubren unas terrazas rematadas por un dédalo de admirables ruinas de pálido granito. Bajo la vegetación, aparece la formidable ciudadela sin nombre, dominada por los imponentes picachos del Huayna Picchu y del Machu Picchu.

Bingham, piloto de combate en la Primera Guerra Mundial y, después, senador de los Estados Unidos por Connecticut, defenderá tercamente, en el curso de su variada carrera y hasta su muerte, acaecida en 1965, su interpretación de los orígenes de la ciudadela misteriosa de Machu Picchu. Según-él, se trata del Tampu Tocco del que habla el sacerdote español Fernando Montesinos, en su Historia del Perú antes de la Conquista. Montesinos fue el primer historiador de los peruanos, y le debemos los primeros trabajos sobre los recursos mineralógicos de los Andes. Murió en 1562. Según el padre Montesinos, la dinastía de los Amautas reinó en los Andes mucho tiempo antes de los incas, y, durante el reinado del sexagésimo segundo Amauta, unas hordas bárbaras invadieron el Imperio. En el año 800, varios soldados del derrotado ejército llevaron los restos de su rey a un refugio llamado Tampu Tocco, donde construyeron una ciudadela, de la que hacia el año 1300, bajaría un Amauta, Manco Cápac, para apoderarse de Cuzco y fundar el Imperio inca.

Es una tesis controvertida. La existencia de Manco Cápac no ha sido demostrada. Tal vez se trata de un héroe legendario o del nombre simbólico de una dinastía preincaica. Según ciertas tradiciones orales. Manco Cápac fue oriundo de Tiahuanaco. Y henos aquí encaminados hacia otra ciudad en ruinas, del misterioso pasado prehistórico.

Entre 1200 y 400 antes de J. C., la civilización de los chavines se extendió sobre las altas mesetas del norte del Perú y nos legó los vestigios de una obra de arte llena de dioses feroces. En los propios parajes encontramos la huella de civilizaciones prehistóricas que edificaron pirámides y colosales fortalezas de bloques de arcilla cocidos al sol. Hay fósiles que atestiguan la presencia de mastodontes en estas tierras. Al sudeste del lago Titicaca, se levantan los testigos de la más asombrosa cultura prehistórica. Tiahuanaco. En varias hectáreas de terreno, vemos pirámides truncadas, montículos artificiales, hileras de monolitos, plataformas, cámaras subterráneas, pórticos de dos pilares y dintel, tallados en la dura piedra.

La famosa Puerta del Sol, con sus inscripciones, hace pensar, según se ha dicho, en un calendario astronómico. ¿Se trata del centro de un Imperio, como Machu Picchu? Y si estos dos lugares altos, batidos por los vientos, inadecuados para el cultivo y de una antigüedad imposible de precisar, no eran centros de habitación, ¿cuáles fueron sus funciones?

¿Y cuál fue la civilización de Nazca, en la costa norte del Perú? Más antigua que el reino de Chimú, que nos legó las imponentes ruinas de Chan-Chan, la civilización nazca, cuyo origen ignoramos, dejó sobre los llanos desérticos, sobre la arena y los pedregales, gigantescas figuras geométricas, siluetas de pájaros, de ballenas y de arañas, cuyas líneas tienen cerca de siete kilómetros de longitud y parece que fueron trazadas para ser descifradas desde el cielo, a gran altura.

Nazca sigue siendo un enigma. Y Sprague de Camp, en su hermoso libro Ancient Ruins and Archeology, escribe: «Ya que el pueblo de Tiahuanaco, como las otras civilizaciones desaparecidas de América del Sur, carece de toda tradición escrita, no se puede descifrar ninguna inscripción. Nada permite descubrir la historia perdida de Tiahuanaco. 

Los acontecimientos que no pudieron consignarse por escrito se pierden para siempre cuando mueren aquellos que conservaban su recuerdo. Por esto la historia de la fortaleza inca de Machu Picchu, así como el enigma del Imperio perdido de Tiahuanaco, tienen grandes probabilidades de permanecer oculto» para siempre, entre las brumas que se arremolinan alrededor de los altivos picos de los Andes.»

No volveremos, bajo un pretexto romántico, a las tesis de Horbigger, que evocamos en El retorno de los brujos. Sabemos que, según Horbigger —que conoció la gloria bajo el nazismo—, el hombre era ya civilizado en la era terciaria. Según la teoría horbiggeriana del «hielo cósmico», antes de que existiese nuestra Luna actual, seis satélites, formados por explosiones de estrellas, fueron atraídos y destruidos por la Tierra, en eras geológicas diversas. Cuando se acercaba el satélite, se desintegraba en la atmósfera, y sus fragmentos se extendían sobre nuestro planeta. El Diluvio, la Atlántida, serían episodios de esta historia. La «luna« del terciario cayó hace 25.000 años. Todas las tierras tropicales quedaron sumergidas, a excepción de algunas altas montañas, como las del Perú y las de Etiopía. Según los horbiggerianos, como Hans Bellamy y Arthur Posnansky, Tiahuanaco y Machu Picchu datarían de esta época. Habían sido refugios de la élite humana de la era terciaria, situados, a la sazón, al nivel del mar.
Existen, quizás, algunas pistas a seguir en este delirio, pero han sido demasiadas las recientes observaciones astronómicas que han venido a destruir las afirmaciones de Horbigger, para que nos decidamos a seguir aquéllas por nuestra cuenta, ni siquiera por amor a los sueños. Nos limitaremos a dar un rápido vistazo, cruzando en zigzag la América del Sur, a algunos interrogantes fundados en investigaciones y descubrimientos, comprobables en todo o en parte.

Según refieren las crónicas, el inca Huayna Cápac, el dios vivo, hijo del Sol, oyó decir, allá por el año 1526 de nuestro calendario, que unos hombres extraños y de rostro pálido habían llegado muy cerca de las costas septentrionales de su Imperio, en unas embarcaciones de formas extravagantes y dimensiones anormales. En 1532, Pizarro desembarcaría en las costas del Ecuador y avanzaría hacia el Sur, cruzando el Imperio inca. Pero, cuando Huayna Cápac oyó hablar de rostros pálidos, tenía detrás de él una larga tradición que hablaba de hombres blancos venidos del mar, en la noche de los tiempos. 

El padre Montesinos pretendía que los peruanos eran descendientes de Ofir, bisnieto de Noé. La única prueba de un antiguo contacto entre América del Sur y la civilización mediterránea ha sido descubierta recientemente. El profesor Cyrus H. Gordon, que enseña arqueología en la Universidad de Brandéis, EE.UU., pretende haber descifrado un mensaje fenicio en una roca de Parayba, Brasil. Esta roca, cubierta de inscripciones, fue descubierta en 1872; pero entonces se creyó que se trataba de una falsificación, ya que la gramática no correspondía a lo que se sabía de la escritura fenicia de la época. Pero, más tarde, se encontraron numerosas inscripciones del mismo estilo en el Próximo Oriente. La autenticidad parece estar fuera de toda duda, al menos para Gordon, que observa que los barcos fenicios eran de mayores dimensiones que los de Colón y habían dado varias veces la vuelta a África. ¿Por qué no podían haber llegado al Brasil? Y sin embargo hay pruebas de Fenicios en Argentina.

Veamos el texto de Brasil:

«Somos hijos de Canaá y venimos de Sidón, la ciudad del rey. Cuando tratábamos de hacer comercio, fuimos arrojados a este país remoto y montañoso. Hemos sacrificado un joven, en honor de los dioses y diosas de gran poder, en este año diecinueve de Hirán, el gran rey. Zarpamos de Ezión-Gaber, en el mar Rojo, con diez embarcaciones. Navegamos todos juntos durante dos años dando la vuelta a la tierra de Ham. Una tempestad nos separó del grueso de la flota, y buscamos a nuestros compañeros. De este modo llegamos, doce hombres y tres mujeres, a una tierra nueva, de la que tomo posesión como almirante. ¡Que los altos dioses y las poderosas diosas nos protejan!»

Naturalmente, quisiéramos saber lo que fue de estos fenicios, cuando penetraron tierra adentro, y si las leyendas indias sobre dioses blancos no tendrían su origen en este desembarco. Si admitimos la existencia de un lazo entre los pueblos mediterráneos y la América del Sur, habría que reconsiderar toda la interpretación de la historia precolombina. He aquí un hermoso tema para nuestros sueños. Y aún podríamos añadirle algo más: cuando estos fenicios, o sus descendientes, recorrieron las tierras misteriosas, ¿encontraron mundos más antiguos y civilizados que el suyo propio? ¿Cuáles fueron sus repercusiones? ¿Podrían encontrarse rastros de otros encuentros en el pasado de estas tierras que han sido tan poco descifradas?

Si nos planteamos esta cuestión de contactos olvidados por la Historia, vemos, súbitamente, que toda una serie de descubrimientos y de observaciones se agrupan en un solo y agresivo enigma. Encontramos, a lo largo de todo el Amazonas, cerámicas que datan, al menos, del año 2000 antes de J. C.; están decoradas con serpientes aovilladas sobre sí mismas, extraordinariamente parecidas a las de ciertas cerámicas antiguas del Próximo Oriente.


La lengua de los indios mahua tiene caracteres comunes con las lenguas semíticas. El lenguaje de los quechuas se parece al turco.

La asociación de Venus con la serpiente que gira sobre sí misma se encuentra tanto en el Codex Borgiamexicano como en determinadas inscripciones del Próximo Oriente y, sobre todo, de Ras Shamra.
Mitra tiene una serpiente echada a sus pies. El Codex Troano nos dice que, en México, el haz de luz divina se sostenía verticalmente, con una serpiente echada a sus pies. En Bolivia, encontramos la misma serpiente, así como inscripciones parecidas a las del Próximo Oriente y hombres con turbantes. El bajorrelieve de Itacuatiara de Inga (Brasil) muestra una gran cantidad de inscripciones semejantes a las del Próximo Oriente.
Se han descubierto más de dos mil coincidencias de palabras entre la antigua lengua egipcia y las inscripciones brasileñas. Lo cual induce a C. W. Ceram a decir: «Cuanto más antiguas son las lenguas, más se parecen entre sí, demostrando de este modo que todas ellas proceden de una misma lengua madre.»
El estudio sistemático del monumento de Itacuatiara de Inga muestra, no solamente una relación con el Próximo Oriente, sino también elementos comunes con la isla de Pascua, Mohenjo Daro y Harappa. ¿Revela esto un origen común? Se suele pensar que aquel monumento fue esculpido hace treinta o cuarenta mil años. ¿Y qué encontramos en sus bajorrelieves? Símbolos fálicos; mándalas en forma de flores múltiples, que se parecen curiosamente a las de la India; y un símbolo repetido, que hace pensar en el número ocho: dos serpientes, o un signo doble de infinito.

¿Podemos, en fin, buscar una relación entre Itacuatiara de Inga, la civilización de Marcahuasi, descubierta por Daniel Ruzo, y la civilización de Nazca, estudiada por Maria Reich?

Otra civilización acaba de ser descubierta por el ingeniero peruano Augusto Cardich en unas alturas próximas al lago Lauricocha, en los Andes. Parece que su antigüedad es, al menos, de trece mil años.

Si hubo civilizaciones florecientes en América del Sur, y si éstas establecieron contacto con el mundo exterior por medio de visitantes procedentes del Próximo Oriente, el secreto de América del Sur es, quizás, el más extraordinario de cuantos se mencionan en la presente obra.

Un siglo después del descubrimiento de América persistían aún importantes residuos de técnicas de las antiguas civilizaciones, lo cual suscitó tanta curiosidad que Benvenuto Cellini viajó hasta México para aprender los medios empleados por los artistas de los Andes para confeccionar peces de plata con escamas de oro. Pero sin duda le negaron la información, porque regresó a Italia con las manos vacías…

En el Perú, encontramos objetos de metal cuya antigüedad se remonta, al menos, al año 500 antes de J. C., así como técnicas decorativas en las que se utilizaba el cinabrio y los polvos de piedras preciosas.

Allá por los tiempos de Jesucristo, los colombianos conocían ya la fundición de los metales. En Ecuador, se trabajaba en aquella época el platino, y el danés Paúl Bergsoe ha demostrado que los ecuatorianos practicaban la metalurgia de los polvos metálicos.

En el año 1000 antes de J. C., los artesanos de Colombia, de Panamá y de Costa Rica realizaban el moldeado con cera. Recientemente, se descubrieron, en una gruta de Honduras, hermosas cabezas de pájaros moldeadas de esta manera. En Panamá, se encontraron bellísimos reptiles de oro. La soldadura era cosa corriente, y se conocía la fabricación del hilo metálico. El origen de estas técnicas parece que hay que buscarlo en los Andes. Pero esto no hace más que alejar el problema en el pasado. Pues, aunque los fenicios hubiesen llegado al Brasil, no habrían podido enseñar procedimientos que ellos mismos ignoraban.

En el noroeste de Argentina, en Cobres, se exhumó una instalación chocante por su modernismo, destinada a la extracción y manipulación del mineral de cobre. También en aquel lugar se fabricaban objetos, entre los que llama particularmente la atención un ornamento a base de figuras de animales y de pájaros, entrelazadas, en un estilo parecido al de Archimboldo.

Por último, hay que observar que el uraeus, símbolo de poder de los faraones egipcios, se encuentra entre los indios campas de los Andes, y advertir, a este respecto, que, hasta finales del siglo xviii, algunos lingüistas, cuyos trabajos fueron indebidamente subestimados durante el siglo xix, afirmaban que el egipcio era la lengua original.

Consideremos ahora las relaciones de América del Sur, en la costa del Pacífico. En la actualidad, está comprobado que los japoneses desembarcaron en Valdivia, Ecuador, hace unos cuatro mil años.
Si, como todo induce a creer, existían en aquellos tiempos civilizaciones capaces de técnicas complicadas y de refinamiento estético e intelectual, que eran a su vez formas dispersas y residuales de altas civilizaciones mucho más antiguas y acreditadas por enigmáticas ruinas, como las de Tiahuanaco, forzosamente tuvieron que enterarse, en repetidas ocasiones, de la existencia de otro mundo más allá del gran océano, y asimilar de algún modo esta información.

Indudablemente, como dice el profesor Marcel F. Homet, «existe un hecho indiscutible: en el pasado de América del Sur floreció una civilización maravillosa, de la que nada sabemos».

Pero tal vez algún día sabremos algo de ellas, pues el espíritu de aventura no ha fenecido en el mundo, y las tierras misteriosas son, todavía, más numerosas de lo que se cree. El desengaño no es un producto de la cultura, sino, por el contrario, de la ignorancia. 

El que está deseoso de saber descubre que cada uno de sus pasos se apoya en la superficie de minas profundas, donde duermen los poderes y los conocimientos de mundos enterrados. En todas partes se guardan herméticos secretos, desde la Irlanda del Numinor céltico hasta la Australia extrañamente muda, desde Lascaux hasta la isla de Pascua, desde el desierto de Gobi hasta el Amazonas.

Algunos investigadores han insistido en que una civilización desconocida, heredera del fabuloso pasado, existe aún en las selvas inexploradas de Amazonia, y, más concretamente, en la región delimitada por el río Xingu, el río Tapajos y el Ama; zonas. 

La «ciudad Z» de este persistente sueño romántico se hallaría situada a 19″ 30′ de latitud Sur y 12″ 30′ de longitud Oeste. En las extrañas libretas del coronel Faucett, que desapareció en estas regiones, en 1925, sin dejar rastro, se lee: «La solución del origen de los indios de América y del mundo prehistórico, la tendremos cuando sean descubiertas y abiertas a la investigación científica las antiguas ciudades de la civilización solar. Pues yo sé que estas ciudades existen.» En efecto, algunos indios habían hablado a Faucett de una ciudad que seguía viva, habitada, iluminada por la noche. Pero nadie ha entrado aún en la tierra prohibida.

Alpheus Hyatt Varrill fue, como el coronel Faucett, una prodigiosa figura de explorador romántico. Murió en 1964, a los noventa y tres años, después de haber escrito un centenar de obras sobre la América Central y la América del Sur. 

Jamás intentó forzar la tierra prohibida, convencido de que moriría en el empeño; pero pudo consultar, según dice, los archivos secretos del duque de Medinaceli, en los cuales se encuentran —dice— los mapas utilizados por Colón, en los que figuran, no solamente el contorno de las dos Américas, sino también los detalles del interior. Varrill, y su viuda después de él, no han dejado de afirmar que existieron civilizaciones extraordinariamente avanzadas en América del Sur, y que aún permanecen vivos restos considerables de ellos. Dado que la mayoría de las predicciones de Varrill han sido comprobadas, en particular las referentes a las inscripciones fenicias y a los métodos químicos empleados por los antiguos peruanos para el tratamiento del granito, debemos considerar con cierto respeto su más obstinada afirmación.

Añadiremos, en recuerdo del coronel Faucett y de Varrill, dos informaciones que no tienen valor decisivo, pero que fueron recogidas por nosotros en el curso de los últimos años. La primera nos fue proporcionada por el señor Miguel Cahen, uno de los directores de la sociedad «Magnesita, S. A.», dedicada, en el Brasil, a minerales industriales y, en particular, a los derivados del magnesio que se utilizan en metalurgia. Un prospector de esta sociedad encontró, junto a los lindes de la tierra prohibida, un extraño cristal que el señor Miguel Cahen remitió a Jacques Bergier. Al ser examinado, este cristal resultó ser de carbonato de magnesio, dotado de una transparencia extraordinaria y de propiedades muy curiosas en el espectro infrarrojo, con radiaciones polarizadas. Ningún cristal de este tipo aparece descrito en mineralogía. Bergier envió este cristal a la Oficina Nacional de Investigaciones Aeronáuticas de Francia. Los especialistas de esta oficina declararon que el susodicho cristal sólo podía ser de origen artificial. Y la cosa quedó así, pues «Magnesita, S. A.» no disponía de otras muestras.

La segunda información llegó a nuestro conocimiento por medio de una periodista brasileña, Cecilia Pajak, del diario O Globo. Según Cecilia Pajak, allá por el año 1958 se pidió la extradición de cierto número de criminales de guerra alemanes, refugiados en Brasil. Algunos de éstos fueron a esconderse en la tierra prohibida. En general, los que penetran en esta zona desaparecen para siempre. Pero no ocurrió así en el caso de estos nazis. Desde 1964, sus familiares residentes en Brasil reciben cartas, remitidas desde el interior. Estas cartas afirman que aquellos hombres permanecen prisioneros, pero reciben buen trato. Les está prohibido decir quiénes son sus carceleros… ¿Serán mantenidos como rehenes en alguna de aquellas ciudades secretas de que, con tanta fe, nos hablaba el coronel Faucett?

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