Nacido hacia 670 a. de C., gobernó Tartessos durante mucho tiempo, según la leyenda griega. En los textos clásicos, su nombre aparece ligado a la inagotable riqueza de esta ciudad —presuntamente ubicada en la pennsula Ibrica— y a los focenses, a quienes ayudó contra los persas.
Una de las mayores incógnitas para la arqueología es, sin duda, ubicar en la península Ibérica la presunta localización de la mítica ciudad de Tartessos, cuyo máximo esplendor se dio entre los siglos VII y VI a. de C.
Aunque la escasez de pruebas impide certificar que existiera semejante urbe, los textos del historiador griego Herodoto hablan de ella. Relataba que, hacia el siglo VI a. de C., una nave con tripulantes focenses provenientes de Jonia (Grecia) fue desviada, por causas climatológicas, unos kilómetros más allá de las famosas columnas de Hércules.
La desgracia se tornó en alegría cuando los marineros griegos, comandados por Colaios de Samos, contactaron con una cultura que pareca instalada en la más abrumadora abundancia. Sorprendidos por el hallazgo, trabaron amistad con el rey de aquel pueblo, cuyo nombre era Argantonio.
Este famoso monarca del sur peninsular pudo haber nacido, según los textos helenos, hacia 670 a. de C., y ocupó el trono del hipotético emporio social y minero desde 630 a. de C hasta 550 a. de C., fecha de su fallecimiento, cuando tena 20 años.
Según los filólogos, su nombre vendría a significar hombre de la plata, si bien, algunos expertos determinan que, más que un solo gobernante, deberíamos pensar en una dinastía integrada por varios representantes que fueron asumiendo el poder bajo el mismo nombre. En todo caso, existe un sonoro debate sobre el origen de los tartesios: unos apuntan una procedencia indoeuropea y otros una raza griega.
Son escasas las fuentes documentales sobre el origen de este pueblo ibérico. Las más fiables seran Herodoto, Anacreonte y Estrabn, y, en todos los casos, tan exiguas como difusas. Hasta la fecha, no podemos concretar si Tartessos fue una invención de los clsicos, que utilizaron la supuesta fábula para aumentar la leyenda mitológica de sus pueblos marineros.
Muchos expertos preconizan la posibilidad de un Tartessos conformado por élites comerciantes que, simplemente, acumulaban los beneficios económicos de su trato con los fenicios. También señalan que pensar en un reino establecido es absurdo, ya que no se han encontrado vestigios arquitectónicos que nos hagan sospechar algo de mayor calado que simples estructuras aldeanas con escaso tejido social.
Por tanto, los griegos habrían llegado a la zona con evidente interés colonizador, dados los inmejorables recursos naturales que ofrecía aquella tierra. Argantonio conservaba el arraigo de su pas ancestral y por eso habría recibido con generosidad y cariño la llegada de los helenos.
Así, según la narración de Herodoto, les entregó oro suficiente para que construyeran, en su ciudad de origen, una muralla que les protegiera de los ataques persas. Asimismo, parece que el amable soberano les facilitó la posibilidad de establecerse de manera permanente en su reino. En este sentido, cabe mencionar la posible fundación de una colonia a la que llamaran Mainake, que algunos investigadores identifican con Málaga.
Durante los siglos de la antiguedad, las tradiciones griegas y romanas mantuvieron firme el relato sobre Tartessos. En dichas historias siempre se hablaba de aquel reino como tierra de promisin y riquezas inagotables entre las que sobresalan la plata, el cobre, el estaño…, materiales muy preciados por los insaciables comerciantes fenicios que a cambio ofrecan sus productos manufacturados en Oriente.
Según cuentan, los navegantes fenicios obtenían de Tartessos tanta plata que tenan que fundirla para transportarla. Así, convertían sus naves, incluidas las anclas, en auténticas plataformas argenferas. Aunque, cuando los griegos contactaron con Argantonio y los suyos, estimaron que aquella latitud —pese a los siglos continuados de comercio con Fenicia— estaba aún por explotar, lo que demuestra la ingente cantidad de materia prima que generaba la zona.
Existen numerosas hipótesis sobre el final de este semilegendario reino: unos piensan que fueron los cartagineses quienes destruyeron Tartessos —en 500 a. de C.— para apropiarse de sus recursos; otros aseguran que aquellos primigenios pobladores andaluces evolucionaron, siendo los turdetanos sus grandes herederos, ya que en la poca romana eran los más cultos de su entorno, poseían una gramática más compleja que el resto y conservaban viejas tradiciones que ellos mismos databan en 6.000 años de antiguedad.
Sea como fuere, tras los grandes descubrimientos arqueológicos del siglo XIX, como los palacios talasocráticos de Creta, a cargo de Arthur John Evans, o la Troya homérica de Heinrich Schlieman, el hallazgo de Tartessos se alza como uno de los últimos grandes retos para la arqueología del siglo XXI.
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