EL GEN INOCENTE
Una de las creencias más limitantes acerca de la libertad del ser humano para desarrollar todo su potencial es sin duda la de la herencia genética. Desde su perspectiva, nuestro organismo está a merced de unos genes que condicionan aquello que somos y, lo que es más frustrante, aquello que podemos llegar a ser.
¿Estamos realmente condenados a ser víctimas de los genes que nos han tocado?
Habrá, sin duda, quien saque provecho de esta asunción, descargando en el legado biológico todas las dificultades derivadas de su sistema de pensamiento, incluidas las enfermedades. La herencia genética, como cualquier otra herencia, a veces lleva asociadas pesadas cargas, es cierto, pero la toma de conciencia podría ser el camino para liberarnos de ellas.La epigenética, la rama que investiga más allá de los márgenes de la genética, es uno de los campos de la biología con mayor proyección de futuro.
Los hallazgos en este área son asombrosos y tiran por tierra muchos de los supuestos, aceptados durante años, de la visión determinista de los genes. Al igual que Newton enunció las leyes físicas que se suponía regían a toda la materia —y que la física cuántica demostró que no eran válidas a nivel subatómico—, la genética ha establecido una especie de ley por la cual todo organismo, desde las amebas hasta el ser humano, está supeditado a la información contenida en sus genes sin que pueda hacer nada para evitarlo deforma natural.
Richard Dawkins en “El gen egoísta” llegaba a afirmar que son los genes —y no los individuos— los agentes sobre los que opera la evolución. Sin embargo, la epigenética ha venido a demostrar que el factor decisivo que influye en la evolución celular no es el gen, sino la membrana de la célula. Ella es la encargada de captar y procesar la información que proviene del medio ambiente en el que el organismo se desenvuelve. El resultado de ese proceso determinará si un gen se manifiesta o no, y de qué manera lo hará.
La forma en la que el ambiente y el organismo interactúan ha sido muy biendefinida en el concepto de autorregulación organísmica u homeostasis, y que se resume como la tendencia de todo organismo a buscar el equilibrio cada vezque el entorno en el que se encuentra varía. Para que esta autorregulación pueda darse tiene que haber un proceso de recogida de datos del exterior, una interpretación de los mismos y la elaboración posterior de la respuesta más adecuada para el restablecimiento del equilibrio de ese binomio organismo-entorno. La epigenética ha descubierto que esa respuesta condiciona la actividad de los genes, que no serían más que patrones de base, capaces de manifestarse en 30.000 variaciones diferentes.
Las implicaciones que se derivan de este descubrimiento son enormes cuando lo extrapolamos a todo nuestro cuerpo, que no deja de ser un conjunto de 50 billones de células que a su vez se agrupan en comunidades especializadas. Es el entorno en el que nos desarrollamos y, más exactamente, la lectura que hacemos del mismo, lo que condiciona realmente aquello que somos o podemos llegar a ser como individuos. Nunca hemos sido víctimas de nuestros genes, sino los directores de orquesta que deciden cuando y de qué manera interviene cada uno de ellos, para lograr un continuo equilibrio con el medio en el que creemos vivir. La forma en la que vemos el mundo lo determina todo.
El biólogo celular, Bruce Lipton, afirma que el objetivo primario de todo organismo es sobrevivir, pero que el objetivo último es crecer, desarrollarse y evolucionar. Hay dos caminos para sobrevivir: El primero es protegerse de cualquier amenaza que pueda proceder del entorno a través de un PROSESO DE BLINDAJE, lo cual impide el intercambio natural de información entre el exterior y el interior, dejando al organismo totalmente aislado. El segundo camino es, como ya hemos visto, interactuar con el entorno para BUSCAR EL MEJOR MODO DE ADAPTARSE A EL, llegando incluso a colaborar con otros organismos para dar una respuesta más optimizada. Esta última opción es la única que posibilita el crecimiento y el desarrollo.
Y ahora, observa por un instante tu vida actual y dime… ¿CRECES O TE PROTEGES?
Cuanta verdad. Solo nos protegemos. Vivimos en un mundo de mentiras.
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