No se trata de un relato de ciencia ficción:
un genetista de New Jersey ha sido capaz de "producir" bebés a partir de células de tres adultos.
Y no sólo uno:
quince bebés de una primera ronda de experimentos tienen entre uno y tres años.
Si estuviera en nuestras manos, probablemente haríamos todo lo posible por que nuestra descendencia no tuviera ciertos genes de nuestros antepasados, los que los predisponen para el cáncer, la calvicie o incluso la depresión; otros tal vez tratarían que sus hijos fueran más altos, tuvieran la piel más clara o una nariz bonita.
Para la mayoría de la gente, la modificación genética en humanos es un relato de ciencia ficción que vemos en un futuro distante que, precisamente por distante, no notamos en nuestro espectro temporal.
Pero en el Instituto de Medicina Reproductiva y Ciencia de San Bernabé, en Nueva Jersey, la modificación genética es cosa de todos los días.
El pionero en investigación de la fertilidad es el profesor Jacques Cohen. Su experiencia es tal que, según dice, clonar un bebé humano representaría solamente,
"una tarde de trabajo para uno de mis estudiantes".
Y es que la eugenesia (la modificación o elección, genética o social, de las características con las que nace un nuevo ser humano) remite a los experimentos sociales del nazismo y el régimen de Hitler, cuando no a fantasías futuristas de mano de obra barata conformada por clones desechables.
los primeros bebés diseñados mediante ingeniería genética, de hecho, ya han sido "creados".
De hecho, algunos de ellos estarían a punto de cumplir tres años.
"Quince niños han nacido durante los últimos tres años como resultado de un programa experimental" en San Bernabé, según Cohen.
"Los niños nacieron de mujeres que habían tenido problemas para concebir. Genes extra de una donadora femenina fueron insertados en los óvulos antes de que fueran fertilizados en un intento por permitirles concebir.
Pruebas de identificación genética en dos de los niños de un año confirman que han heredado ADN de tres adultos: dos mujeres y un hombre".
Debido a que el ADN se transmite de padres a hijos, estos niños pasarán su información genética a su descendencia.
Las mitocondrias de sus madres no les habrían permitido concebir, por lo que porciones de células de óvulos sanos fueron insertadas en los óvulos de las mujeres infértiles.
Debido a que los óvulos contienen ADN, la incorporación del ADN de las donadoras con el de las mujeres infértiles (además de la unión con el ADN de los espermas masculinos) le da a estos 15 bebés una conformación genética inédita en la humanidad.
Pero la comunidad científica no se ha mostrado 100% convencida de que este procedimiento sea ético y deseable.
Lord Winston del hospital Hammersmith de Londres afirmó:
"En lo correspondiente al tratamiento de la infertilidad, no existe evidencia de que valga la pena realizar esta técnica… Estoy muy sorprendido de que haya sido llevada hasta este punto. Ciertamente no sería permitida en Inglaterra."
John Smeaton, director nacional de la Sociedad para la Protección de Niños No-Nacidos dijo:
"Uno tiene una tremenda empatía por las parejas que sufren de problemas de fertilidad.
Pero ésta parece la ilustración final del hecho de que todo el proceso de fertilización 'in vitro' como forma de concebir bebés lleva a que los bebés sean vistos como objetos en una cadena de producción.
Este es un paso grande y muy preocupante hacia el camino incorrecto para la humanidad".
Esta situación nos lleva a pensar si la humanidad de las próximas décadas se dividirá (aún más) entre los concebidos de manera "natural" y los concebidos en laboratorio:
¿se trata solamente de un procedimiento que permite que una pareja pueda tener un bebé sano y hacerse cargo de él o se trata de una rama de la humanidad que podría poner en peligro la estabilidad de la especie, tanto en sus aspectos sociales, como en los genéticos?
Por otra parte, la modificación genética de cultivos agrícolas (transgénicos) ha alarmado a muchas asociaciones ecologistas y de agricultores; la modificación de los cultivos afecta no sólo la calidad de los alimentos, sino a otras especies animales y vegetales del ecosistema.
¿Ocurrirá lo mismo con los humanos?
¿Somos capaces de predecir con precisión los efectos secundarios de nuestros experimentos?
¿Estamos dispuestos a correr ese riesgo?
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