Un equipo internacional de científicos ha desarrollado evidencias que determinan que la vida podría prosperar a 20 kilómetros bajo tierra.
Concretamente, han encontrado huellas de bacterias que viven a esta profundidad, posiblemente, la más profunda a la que se haya encontrado vida nunca antes. La cueva de Voronia, o Krúbera-Voronya es la más profunda del planeta. Sus enrevesadas y peligrosas galerías se extienden 13.432 metros, y profundizan hasta los 2.197.
Allí se ha descubierto una especie de escarabajo adaptado a la vida subterránea. «La mayoría de los estudios informan de la vida microbiana en la corteza terrestre a una profundidad máxima de unos pocos kilómetros; asumiendo que nuestros datos son correctos, esto amplía enormemente nuestra comprensión de la magnitud de la biosfera de la Tierra», ha apuntado una de las autoras principales, Philippa Stoddard, de la Universidad de Yale.
El equipo ha presentado este trabajo en la reunión anual de la Sociedad Geológica de América, en donde precisaron que el estudio ha durado dos décadas de investigación en las que se inspeccionaron rocas en Lopez Island, en el noroeste de Washington. Se trata de un afloramiento —elevado a la superficie mediante procesos geológicos de millones de años— que contiene venas de aragonita en las que se han hallado niveles extrañamente altos de una versión ligera del carbono.
Una de las tantas venas de aragonita halladas en la roca. Crédito: Philippa Stoddard. Según han explicado los expertos, esta firma de carbono se produce generalmente por la presencia de microbios, que excretan el carbono que contiene metano compuesto. Los datos obtenidos en el trabajo, indican que los microbios habrían tenido que soportar temperaturas extremas y mucha presión, lo que, a juicio de los investigadores, es un buen augurio acerca de la capacidad para afianzarse de estos seres a ambientes sobrenaturales.
«Creo que los resultados como los nuestros son muy alentadores para la posibilidad de hallar vida en otros planetas. Cuanto más aprendemos sobre ambientes extremos en nuestro propio planeta, más nos damos cuenta de lo resistente que es la vida», concluye Stoddard.
Artículo publicado en MysteryPlanet
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