Al parecer, cuando nacemos y después, durante la niñez, aún algunos niños no han sido contaminados del todo por esta sociedad tan material y tópica y sus sentidos están a flor de piel. ¿Cuántas veces hemos oído hablar del «amigo imaginario»?
No son pocos los niños que aseguran tener y jugar con un amigo invisible a los ojos del adulto e incluso a los ojos de otros niños. Los padres, habitualmente y como es «normal» —y pongo normal entre comillas—, explican a estos niños que se trata de su imaginación, de algo irreal, como si de un sueño se tratase, y es muy probable que una gran cantidad de estos niños que aseguran ver, sea lo que sea, acaben en las frías consultas psiquiátricas o en el despacho de un psicólogo infantil.
En la película ‘Sexto Sentido’ (1999), un niño sensitivo recibe visitas no deseadas de espíritus atormentados. En lo referente a lo paranormal, y para quienes nos dedicamos a esta disciplina, es sin duda básico el testimonio de quienes han vivido o sufrido algún suceso que escapa a la lógica de la ciencia.
El fenómeno OVNI, por ejemplo, se basa en gran medida en la cantidad de testimonios recogidos, lo mismo sucede con los fantasmas y con otros tantos ejemplos, pero… ¿qué sucede con el testimonio de los niños?
Lamentablemente no todos los toman como algo «serio», pues quizá ese niño, que aún no está formado intelectualmente, no merece la misma credibilidad que un adulto ya que la imaginación está mucho más desarrollada en el niño y tan solo con el paso de los años merma para entonces hablar de lo verdaderamente real.
Desde luego, hablamos de hipótesis equivocadas, pues bien es cierto que el niño inventa, pero desde luego no siempre, ya que tal cantidad de testimonios de niños quienes aseguran ver, hablar y jugar con lo «invisible» me merece credibilidad y el mayor de los respetos.
Un testimonio real María es madre de dos niñas, Paula y Eva. Paula, un día, en el momento de hacer los deberes del colegio le pide ayuda a su madre, quien en ese momento y por quehaceres de la casa le dice que se espere y que en unos momentos le ayudará, a lo que Paula contesta que como no ha de entregar hasta el día siguiente los ejercicios ya le ayudará la abuela por la noche. María, extrañada, le pregunta al respecto y Paula contesta que asegura ver, oír y hablar con su abuela fallecida años antes de que naciera.
Paula nunca conoció a su abuela. María es una mujer ajena al mundo al que denominamos de «misterio», pero ineludiblemente ha oído hablar de fantasmas y temas similares. En primera instancia, la madre piensa que es una broma o fabulación sin importancia, pero la niña insiste en que le ayuda a la hora de hacer los deberes y que le cuenta sus cosas.
María no da más importancia al tema, pero en días posteriores y en más ocasiones Paula vuelve a hablar de su abuela, María, intrigada, le pregunta como es y la niña contesta con los rasgos que claramente coinciden con los de la abuela —decir que las fotografías de la madre de María son escasas en el domicilio y apenas se guardan un puñado de ellas en un viejo álbum fotográfico—.
Quizá haya quien piense, como hice yo en un principio y cuando se me explicaba este caso, que tal vez rasgos similares a muchas personas de avanzada edad sean similares, pero determinadas expresiones y vivencias muy concretas, así como detalles exactos, hacían saltar la alarma en el cerebro de la madre,
¿Cómo podía ser posible que aquella niña conociese anécdotas de vivencias que jamás vio ni le fueron contadas? ¿Cómo era posible que supiese cosas que ni siquiera la madre conocía y sí sus hermanos?
La niña cuenta sobre aspectos físicos y características que concuerdan con la fisonomía de su abuela fallecida y a la que nunca conoció. Podemos buscar muchas explicaciones, cosas que se hayan dicho sin ser conscientes y que la niña hubiese guardado en su memoria: tal vez descripciones hechas en presencia de las niñas y las cuales no se recordasen, es posible, pero poco probable.
Curiosamente, la niña no sonreía cuando hablaba de su abuela, no lo hacía como cuando jugaba, sus explicaciones eran concretas y firmes, reales para ella.
Llegados a este momento, paso a resumir la situación y los puntos de este caso verídico, que bien sirve de ejemplo general. Los niños no están contaminados por convenciones sociales:
Quizá los niños son capaces de «ver» otra realidad, seguramente su mente y sus sentidos no están mermados ni contaminados por lo que ha de ser obligatoriamente irreal para esta sociedad. ¿Perciben energía?
La energía ni se crea ni se destruye, por lo tanto la persona al fallecer ha de convertirse necesariamente en algo. Naturalmente el cuerpo físico pasa a ser polvo, pero… ¿qué sucede con la energía mental, con nuestra consciencia, con nuestra propia esencia?
Es probable, aunque no pueda demostrarlo, que ésta perdure a la muerte, y tal vez esa consciencia sea la que «vean» y con la que conecten los niños al igual que otras personas sensitivas adultas. Con el paso del tiempo dejan de percibir:
A medida que el niño se hace mayor es probable que pierda sus facultades, pues entra en el juego de una sociedad que le asegura que aquello que sentía o veía era irreal, de que no podía ser. En el caso concreto del testimonio expuesto:
La niña no sonríe ni se toma a broma cuando habla de que «ve» a su abuela. El trato no persuasivo de su madre le da tranquilidad y lo ve como algo normal.
La niña habla sobre rasgos físicos y características de diferentes aspectos que concuerdan tanto con la fisonomía de la abuela fallecida y a la que nunca conoció, como con su particular forma de ser y de expresarse.
Asegura que la ayuda en sus deberes del colegio; sin embargo, la abuela era de muy poca formación académica, con lo que la pregunta parece obvia, ¿cómo es posible que la ayudase?
Tal vez porque a la edad de ocho años si le fuese posible asistir a la escuela y porque bien es cierto que no conocemos como funciona ese «otro lado», en el cual nos hallamos una vez fallecidos es posible, por tan solo nombrar una teoría, que allí seamos conscientes de más de un paso por la vida física y probablemente se aúnen conocimientos de diferentes vidas.
Para la niña es algo totalmente normal y no se asusta en absoluto. Claramente surge una pregunta a quienes tienen hijos que aseguran «ver».
¿Cómo actuar con ellos? Lo principal, a mi juicio, es la naturalidad, el no intentar negárselo ni asegurarles que son invenciones.
¿Acaso no es bonito que una niña hable de su abuela aún sin haberla conocido? ¿En esta u otras tantas historias similares podemos hallar algo que sea malo?
¿Acaso no nos encontramos ante una situación «romántica» familiarmente hablando? Como es natural, muchos padres reaccionan con miedo, pero el miedo no deja de ser una reacción normal y totalmente natural de nuestro cerebro ante lo que desconoce, ante lo que no tiene explicación o cuando hay en el registro de la memoria patrones adquiridos que niegan cuanto se relacione con lo extrasensorial o simplemente con la vida más allá de la vida. Insisto, la tranquilidad es crucial y necesaria en estos casos.
Por otro lado, en la mayoría de los casos tales facultades, tal y como he expuesto anteriormente, irán mermando en gran parte por una sociedad a la que no interesa que pensemos. Los niños «ven» una realidad de la que estoy plenamente convencido. Por Francisco Recio. Cortesía de Mundo Parapsicológico.
Artículo publicado en MysteryPlanet
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