lunes, 28 de octubre de 2019

La Valencia misteriosa: El Reptiliano de La Yesa

A lo largo de la historia, muchos han sido los que dicen haber tenido encuentros con seres de otros planetas y nuestra comunidad no se salva de ello. 

Las descripciones se han ido adaptando a la época, donde por ejemplo a lo que antes llamaban demonio y carro de fuego, ahora lo llaman humanoide y objeto volador no identificados (OVNI). 

La evolución y el progreso dan una descripción totalmente diferente adecuada a cada tiempo. Impensable hablar de naves espaciales o cohetes en plena Edad Media. 

Seguramente, siempre fueron encuentros con extraterrestres o seres de otro espacio, tiempo o dimensión. Como ya sabéis, hay infinidad de pinturas rupestres donde se interpretan lo que parecen ser seres con escafandras y naves, incluso algunas de ellas situadas en cuevas de nuestra comunidad, pero que no se puede atribuir a algo que todavía desconocemos su significado. 

Puede ser que simplemente fueran pinturas de algo que quisieran plasmar como parte de su imaginación, o puede que fuesen aquellos Dioses a los que tanto veneraban “como caídos del cielo”. La historia que os traigo hoy era el reflejo de una sociedad, en su gran mayoría, campesina y agrícola por aquel entonces: La España franquista





Corría el año 1968, concretamente un día de verano, de un 31 de agosto en la localidad valenciana de La Yesa (Valencia), cuando ocurrió uno de los avistamientos y encuentros ufológicos más extraños de la historia de nuestro país. En las proximidades de la localidad, en un barranco a 5 kilómetros de este pequeño pueblo montañoso, tres hombres se disponían a descansar después de un día de caza a la intemperie. 

El apetito era notable después de una jornada en el monte, así que se dispusieron a preparar una ”torrá” de carne. Lo que tuvo que ser una comida más entre amigos se convirtió en una de las mayores experiencias en la vida de estos hombres. Aquí os dejo un artículo de nuestra sección “La Valencia misteriosa”: El Reptiliano de La Yesa.

“…Es una tórrida tarde de verano, de las últimas de un mes de agosto de 1968. Antes de abrir bocado los tres cazadores que habían pasado una jornada de caza en las proximidades de La Yesa, ven una especie de “fogonazo” en el cielo. Ajeno y restando importancia de lo que ha visto hace escasos momentos, Mateo Chóver, residente en la localidad de Liria, se acerca al bode del barranco para orinar antes de la comida. 

De repente ve al otro extremo del barranco una figura de un ser un tanto extraño, atípico, que nada tenía que ver con los rasgos de un ser humano: de una complexión atlética, con cabeza de reptil, rasgos de lagarto y dos ojos enrojecidos (cercana a la visualizada en la mítica serie de “V”), manos con garras (propias de una película de ciencia ficción) y un rabo o cola alargada que pronunciaba el fin de una larga extremidad de su cuerpo. La descripción era más propia de lo que en el mundo ufológico se conoce como un reptiliano.

Las tres partes mencionadas eran visibles sin ropajes al ojo de aquel cazador atónito por lo que estaba viendo.

El resto de su cuerpo parecía cubierto por un mono blanco, como si de un traje espacial se tratase recorriendo desde la zona del cuello, cubriendo hasta las muñecas y terminando en unas botas de un color blanco cegador. 

La distancia era suficiente como para que aquel cazador, con vista de lince, pudiera apreciar detalles tan significativos como la mochila metálica de un tono parecido al “aluminio”, brillante y con una antena negra, que llevaba aquel ser en su espalda.

Agazapado entre arbustos y matorrales, Mateo, después de un momento de miedo y de quedar paralizado, avisó mediante señas a sus dos compañeros para que pudieran ver con sus propios ojos lo que él estaba observando. Aquel ser, que permanecía inmóvil sin percatarse de los cazadores, parecía que esperase algo. 

En esos minutos de incertidumbre creyeron observar que aquel ser que no parecía humano, sacaba una lengua bífida cada cierto tiempo, como si de una serpiente se tratase. Aquellos minutos fueron eternos, llenos de terror y de incógnitas por lo observado. Como si de una presa se tratase, seguían allí escondidos y agazapados, a la espera de poder ver averiguar más, solo que esta vez ellos se sentían presas y no cazadores por el miedo que recorría sus cuerpos.

De repente, mientras seguían escondidos, apareció un objeto volador en forma de cilindro con un aspecto metálico y color negro, que no emitía ningún sonido y que reflejaba el Sol en sus esquinas como si de un espejo se tratase. Más asustados que nunca, los testigos retrocedieron casi arrastrándose hasta refugiarse con sus escopetas entre unos zarzales. El miedo se multiplico tanto entre los cazadores, que Mateo perdió su gorra de caza.

Pasados unos minutos, mientras seguían escondidos, escucharon un fuerte ruido como si de un despegue se tratase pero con engranajes a su vez y que pasados unos segundos, cesó. Con la vista en el cielo, de nuevo aquel “fogonazo” con una ligera estela que desapareció repentinamente.

 Después de aquello, les costó salir, no sin antes beber agua, mojarse la cara y aclarar la vista, pero al final lo hicieron con precaución, comprobando el terreno donde el humanoide había estado y las cercanías de donde se posó aquel objeto.

Como si de una guerra se tratase, se armaron de munición hasta las trancas, para bajar a hacer comprobaciones. Llegados al lugar, en los alrededores había un fuerte olor a azufre, como a podrido. Las ramas de algunos árboles estaban quemadas, hechas carbonilla, como si un incendio acabase de pasar por aquel lugar.

 La tierra estaba reseca y hallaron varias huellas de pisadas sin ninguna marca o característica, donde tan solo pudieron comprobar que aquella huella era más propia de un gigantesco jugador de baloncesto. No pudieron evitar poner sus botines en la huella, para estimar como debía de ser aquel reptiliano. 

La sorpresa era tal que no podían ni llegar a imaginar lo que medía aquel ser, pero tenían clara una cosa: Aquello era una mole y seguramente, en una lucha contra ellos tres, los hubiera matado. Fue entonces cuando encontraron el árbol donde Mateo vio que esperaba el ser.

Haciendo estimaciones, ya que tocaba las primeras ramas, aquel “lagarto” media más de 2 metros y 20 centímetros. No cabía duda, aquello era una mole.

La curiosidad hizo que los cazadores caminaran hacia una cueva cercana, pensando quizás que el humanoide había podido salir de allí, pero desistieron poco rato después por culpa de la maleza. Sin apetito ya, optaron por dejar la “torrá” para otro día. 

No tenían hambre. Aquel susto de sus vidas les había quitado las ganas de todo. Por el camino de vuelta, montados en sus bicicletas, se toparon con una pareja de Guardias Civiles, que no les hicieron caso alguno y les dijeron: “Por estas tierras eso es normal; los ha visto más gente…”





Aquel hecho no trascendió a más, tan solo quedo entre familiares más allegados y amigos íntimos. Poco o nada hay documentado de aquel suceso. 

Tan solo recuerdos de gentes de aquel lugar cercano, y que a día de hoy siguen en la memoria de a quienes les contaron la historia y siguen con vida o aquellos que han oído hablar de ella.

Lo cierto es, que el subconsciente puede jugar una mala pasada, pero más difícil todavía es pensar que una histeria o visión colectiva se apoderó de aquellos cazadores, testigos presenciales de lo que creyeron ver: Un reptiliano. Cierta o no, esta historia es ya parte de las leyendas de nuestra Comunidad Valenciana.


octubre 28, 2019

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