El extraordinario altar de cráneos azteca, conocido como Huey Tzompantli, continúa sorprendiendo a los arqueólogos en la Ciudad de México.
La estructura, llamada Huey Tzompantli, fue descubierta por primera vez hace cinco años por arqueólogos del Programa de Arqueología Urbana (PAU) del Instituto Nacional de Antropología e Historia del Gobierno de México (INAH).
El altar fue descubierto en 2015 durante la restauración de un edificio.
Entonces fueron identificados 484 cráneos humanos que se piensa formaban una ofrenda al dios Huitzilopochtili, el patrón de la capital azteca, Tenochtitlán, entre 1486 y 1502.
Ahora, los arqueólogos dijeron que han encontrado 119 cráneos humanos adicionales en el lado este de la torre, según un comunicado del INAH.
«A cada paso, el Templo Mayor nos sigue sorprendiendo; y el Huey Tzompantli es, sin duda, uno de los hallazgos arqueológicos más impactantes de los últimos años en nuestro país, pues es un importante testimonio del poderío y grandeza que alcanzó México-Tenochtitlan», comenta la secretaria de Cultura del Gobierno de México, Alejandra Frausto Guerrero.
«La continuidad de proyectos arqueológicos y de investigación como éste son un claro ejemplo de que el trabajo en las instituciones culturales no se detiene; y una muestra fehaciente de la relevancia del trabajo de investigación, recuperación y rescate de nuestra memoria histórica y cultural, que todos los días llevan a cabo los especialistas del Instituto», añade.
Tres etapas
«La evidencia demuestra que, una vez caída la ciudad de México-Tenochtitlan en manos de los soldados españoles y sus aliados indígenas, se dio paso a la destrucción de la mayor parte de la última etapa constructiva del Huey Tzompantli, por lo cual se arrasó con los cráneos de la torre, cuyos fragmentos dispersos han sido recuperados y analizados por el equipo de antropología física», explican.
Hasta el momento, los investigadores del PAU han descendido hasta la profundidad de 3.5 metros desde el nivel actual de la calle de República de Guatemala, logrando identificar tres etapas constructivas de la plataforma mexica, mismas que se remontan, al menos, a la época del tlatoani Ahuízotl, quien gobernó Tenochtitlan entre 1486 y 1502.
Una declaración de poder y ofrenda a los dioses En Mesoamérica el sacrificio ritual se practicaba bajo la noción que, a través de su ejercicio, se mantenía con vida a los dioses y, por ende, se daba continuidad a la existencia del universo. Esta visión, incomprensible para nuestro sistema de creencias, convierte al Huey Tzompantli en un edificio de vida más que de muerte.
Si bien este imponente monumento también era una declaración de poder y principios bélicos para los enemigos de los mexicas, es probable que muchos de los individuos, capturados en combate, hayan sido sacrificados como nextlahualtin (pago de deudas), buscando con ello ser favorecidos por los dioses otorgándoles vida a cambio.
«Aunque no podemos determinar cuántos de estos individuos fueron guerreros, quizá, algunos eran cautivos destinados para ceremonias de sacrificio.
Sí sabemos que todos fueron sacralizados, es decir, convertidos en dones para los dioses o, incluso, en personificaciones de las propias deidades, por lo cual se les vestía y trataba como tales», explica el arqueólogo Barrera Rodríguez.
Esta visión fue radicalmente combatida por los españoles, quienes debieron presenciar numerosos sacrificios rituales en los siete tzompantli que, se sabe, existían en el Recinto Sagrado de Tenochtitlan.
Tal vez, agregan los expertos, por el asombro que les causó, y aun cuando Hernán Cortés y Bernal Díaz del Castillo hablan de dichas estructuras en sus crónicas, el único soldado que se ocupó de describir el Huey Tzompantli fue Andrés de Tapia.
«El sacrificio humano en Mesoamérica era un compromiso que cotidianamente se establecía entre los seres humanos y sus dioses, como una forma que incidía en la renovación de la naturaleza y en asegurar la continuidad de la vida misma», concluye el titular del PAU.
Fuente: Gobierno de México. Edición: MP.
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