Montse Gil.- Margaret Sanger fue enfermera y activista. Y feminista. En el lenguaje actual se diría que luchó para que las mujeres tuvieran acceso a tratamientos de salud reproductiva, en esa neolengua llena de eufemismos que se practica en la actualidad y que está empeñada en darnos la visión buenista de los aspectos más siniestros de la naturaleza humana.
Pero lo cierto es que fue una de las más firmes defensoras del control de la natalidad en base a planteamientos eugenésicos. Podrán contarnos que fue una valiente defensora de los derechos femeninos pero sus ideas están fundamentadas en la selección artificial, en la buena genética, el “origen correcto”.
Sanger fundó en 1915 la American Birth Control League, la Liga Americana para el Control de la Natalidad, que en 1942 se convirtió en la Federación Estadounidense para la Planificación Familiar (Planned Parenthood Federation of America, PPFA). Esta asociación se integró, junto a otras similares en todo el mundo, en la Federación Internacional de Planificación Familiar (IPPF en inglés) en 1952.
Las siglas IPPF significan muerte. Su página web anuncia que están trabajando para crear la generación más saludable hasta ahora, tanto en EEUU como en todo el mundo; lo que no dice es a costa de qué o de quiénes van a conseguir tal perfección.
Sabemos que cuentan con unas 9000 clínicas en todo el mundo y que en el periodo 2019-2020 practicaron aproximadamente 350.000 abortos, cifra que aumenta cada año en un 3%. La IPPF obtiene la mitad de su financiación a través de programas oficiales de asistencia al desarrollo de todos los gobiernos del mundo y es la única organización dedicada a la ”salud sexual y los derechos reproductivos” que ejerce como miembro consultivo ante el Consejo de Europa.
En 1916 Sanger abrió en Nueva York la primera clínica de control de “desarrollo demográfico”, y fue detenida por distribuir información sobre la anticoncepción. El juicio supuso una gran inyección de popularidad para su causa y aunque pasó treinta días en la cárcel, aquel proceso judicial no hizo otra cosa que catapultar a la fama a su impulsora y a sus seguidoras, cuyo número iba en aumento cada día.
Emma Goldman fue una anarquista judía, nacida en 1869 en la actual Lituania (entonces parte de la Rusia zarista) que emigró a EEUU en 1885. Las revueltas sindicales del 1 de mayo de 1886 en la plaza Haymarket de Chicago, que supusieron la consolidación del movimiento obrero en EEUU y en el mundo, empujaron a Goldman hacia el anarquismo.
Expulsada de EEUU en 1919 y declarada enemiga pública número 1, regresó a la URSS y pese a ser una anarco comunista convencida no llegó a sentirse en casa en aquella Rusia que acababa de vivir su revolución obrera, que por entonces ya se había cobrado 10 millones de muertos.
Tras pasar solo dos años allí se escapó y vivió en Francia, Reino Unido y Canadá. No perdió la ocasión de participar en la Guerra Civil española mostrando su apoyo a los anarco sindicalistas.
Sanger y su marido se reunían frecuentemente con intelectuales de la época prebélica en Greenwich Village, Nueva York. Allí coincidieron con Emma Goldman. El sector femenino de aquellas reuniones clandestinas estaba más comprometido con las mujeres y sus condiciones de vida en lo referente a la “salud reproductiva” que en los derechos laborales que reivindicaban los hombres desde el movimiento obrero.
Hartas de los consejos médicos que hasta entonces centraban sus prescripciones anticonceptivas en la abstinencia sexual como el método más idóneo, las mujeres enfocaron su lucha en la difusión del mensaje feminista. Desde el boletín The Women Rebel, Sanger lanzaba sus proclamas bajo el lema “no gods no masters” (sin dioses ni maestros).
Unos años antes, en la Inglaterra de finales de siglo XIX Francis Galton, un antropólogo, investigador y curiosamente, primo de Charles Darwin, inventó el concepto de eugenesia como la selección artificial para mejorar la raza. Consiguió reunir a muchos científicos e intelectuales de su época preocupados por las previsiones de Malthus sobre la superpoblación del planeta, situación que pondría a la raza humana al borde de la extinción en caso de cumplirse sus profecías más catastrofistas.
En 1906 se fundó en EEUU la Comisión de Herencia, consejo asesor del gobierno de Theodore Roosvelt sobre la eugenesia, y seis años más tarde, en 1912 los maltusianos y galtonianos celebraban en Londres el Primer Congreso Internacional de la Eugenesia, presidido por el hijo de Darwin y dedicado a Galton, que había fallecido un año antes. Además contó con la presencia de Wiston Churchill.
Y es que los pobladores estadounidenses de origen anglosajón se creyeron los depositarios de unos privilegios físicos y culturales que debían salvaguardar de la influencia que los inmigrantes que llegaban en gran número procedentes de otras naciones no tan privilegiadas étnicamente.
La pureza de la recién establecida “raza americana” estaba amenazada, así que un sector abiertamente defensor de la eugenesia vio en las tesis anticonceptivas de Sanger y Goldman la coartada perfecta para llevar a la práctica su teoría sobre la selección de la población, basada en planificar y permitir la reproducción solamente a aquellos que poseyeran cualidades genéticas dignas de ser heredadas.
Para conservar los privilegios genéticos que llevaba a ocupar lugares más elevados en la escala social era imprescindible aplicar políticas de control de población, así que muy oportunamente confluyen los intereses de la feministas, que centraban su lucha en las reivindicaciones relacionadas con la anticoncepción, con las ideas profundamente xenófobas y totalitarias de la clase anglosajona dirigente.
Estas diabólicas ideas sobre la la esterilización obligatoria con fines eugenésicos desembocaron en las Leyes de Eugenesia, la primera de las cuales se aprobó en el estado de Indiana en 1907. Hasta 1914 se aprobaron otras doce leyes en sus correspondientes estados. Así, el movimiento se llevó por delante a todos los que no fueron considerados dignos de convivir con la clase anglosajona fundadora.
Dementes, disminuidos físicos y psíquicos, criminales, violadores, convictos…fueron víctimas de la esterilización. Una comisión médica decidía, en base al historial familiar y personal de los candidatos, si su progenie era o no apta para venir al mundo. Pero no solo se tuvieron en cuenta las características físicas o psicológicas: el nivel económico también fue un factor a considerar a la hora de seleccionar a quién le estaba permitido traer hijos al mundo y a quién no.
En 1927 la Corte Suprema de los EEUU convirtió en Ley Federal la práctica abominable de las esterilizaciones forzosas a los discapacitados, tras un caso en el que se pedía la castración química para una joven de 18 años ingresada en una residencia psiquiátrica (también llamadas colonias para débiles mentales).
La Corte dictaminó que no solo era constitucional esterilizarla sino que “sería irresponsable no hacerlo”. En los años 30 las operaciones se dispararon. Se esterilizó a sordos, ciegos, enfermos, pobres, cualquiera que fuera considerado una carga para la sociedad. Algunos estados como Virginia siguieron esterilizando hasta 1979.
En paralelo a este proceso de castración humana, las clínicas de Sanger iban creciendo en número. Consiguió sortear la ley que prohibía a las clínicas de Nueva York operar sin la dirección de un facultativo y encontró un médico que se prestó a dirigir su primer chiringuito abortista y prescribir anticonceptivos por causas médicas en 1923. Pero Sanger se convierte en una figura controvertida porque desde 1920 se involucra activamente en lo que se ha llamado eugenesia negativa.
Porque nos quieren vender la idea de que el control de la natalidad se puede ver desde dos enfoques: el de izquierdas, social y solidario, identificado con las clases trabajadoras y con los derechos de las mujeres, es decir, progresista, y el enfoque conservador, de derechas, supremacista, basado en el racismo, en la xenofobia y en la intolerancia.
Lo cierto es que ambos confluyen en una misma premisa: unos pocos privilegiados juegan a ser dioses y deciden sobre los más débiles, sobre su vida y su muerte, sobre si son dignos o no de tener descendencia.
Pero hoy en día manda lo políticamente correcto, es decir, la hipocresía y la manipulación en su grado máximo. Hasta el nombre de Sanger ha sido retirado de uno de sus edificios históricos de Planned Parenthood en Nueva York por sus conexiones con la eugenesia y por su “legado racista”.
Los grandes financiadores del movimiento eugenésico americano fueron el Instituto Carnegie (la fundación sin ánimo de lucro de Andrew Carnegie, considerado el segundo hombre más rico de la Historia), la Fundación Rockefeller y John Harvey Kellog, el fundador junto a su hermano Will de la compañía de los copos de maíz tostado, el famoso fabricante de los cereales de desayuno cuya caja de cartón resulta más nutritiva que el mismo contenido.
De la misma leche mamó el informático más famoso en la historia de la humanidad, Bill Gates, que se mostraba abiertamente orgulloso de que su padre fuera la cabeza visible de Planned Parenthood durante muchos años.
El mismo que nos dice que es posible reducir la población del mundo entre un 10 y un 15% haciendo un buen trabajo con las vacunas y con la salud reproductiva. Ya sabemos lo que significa salud reproductiva, sobre las vacunas poco más hay que decir. Póngasela. Se lo dicen los mismos que defienden la eugenesia.
https://www.alertadigital.com/2021/10/26/los-grandes-financiadores-del-movimiento-eugenesico-son-los-mismos-que-promueven-hoy-las-vacunas/
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