El científico británico James Lovelock siempre estará asociado con la teoría de Gaia, un ecosistema global, entendido para funcionar a la manera de un vasto organismo autorregulado, en cuyo contexto todos los seres vivos definen y mantienen colectivamente las condiciones propicias para la vida en la tierra.
Ese fue el comienzo de un argumento sostenido y en desarrollo que reformuló a la Tierra como, en efecto, un superorganismo. La teoría de Gaia de Lovelock establece que, durante gran parte de los últimos 3.800 millones de años, se ha desarrollado un sistema de retroalimentación holístico en la biosfera, con formas de vida que regulan la temperatura y las proporciones de los gases en la atmósfera en beneficio de la vida.
La ciencia del sistema terrestre ahora está firmemente establecida como un marco intelectual valioso para comprender el único planeta conocido que alberga vida, y cada vez más vulnerable a las acciones irreflexivas de una especie. Pero ahora, un equipo de astrobiólogos han ido un paso más allá y sugieren que la Tierra misma puede ser una entidad inteligente.
Inteligencia planetaria
Un grupo de investigadores ha planteado un experimento mental fascinante y francamente alucinante: si un planeta como la Tierra puede estar «vivo», ¿también puede tener una mente propia? El equipo publicó un artículo que explora esta cuestión en la revista científica International Journal of Astrobiology. En él, presentan la idea de “inteligencia planetaria”, que describe el conocimiento y la cognición colectivos de todo un planeta.
Aunque parece la trama de una película de ciencia ficción, creen que el concepto podría ayudarnos a lidiar con problemas globales como el cambio climático, o incluso ayudarnos a descubrir vida extraterrestre.
Los investigadores apuntan a la evidencia de que las redes subterráneas de hongos pueden comunicarse para sugerir que las redes de vida a gran escala podrían formar una gran inteligencia invisible que altera profundamente la condición de todo el planeta.
Una de las principales especies que impulsan ese cambio en este momento son los humanos, y actualmente, desde el clima hasta la crisis del plástico, es posible que estemos cambiando irrevocablemente el equilibrio ambiental.
“Todavía no tenemos la capacidad de responder de manera comunitaria en el mejor interés del planeta”, dijo en un comunicado de prensa Adam Frank, profesor de física en la Universidad de Rochester, Nueva York, y coautor del artículo.
Los investigadores creen que tales experimentos mentales pueden ayudar a los humanos a comprender su impacto en la Tierra y servir como guía sobre cómo mejorarlo. Curiosamente, también creen que podría ayudar en la búsqueda de extraterrestres.
“Estamos diciendo que las únicas civilizaciones tecnológicas que podemos ver, las que deberíamos esperar ver, son las que no se suicidaron, lo que significa que deben haber alcanzado la etapa de una verdadera inteligencia planetaria”, agregó Frank. “Ese es el poder de esta línea de investigación. Une lo que necesitamos saber para sobrevivir a la crisis climática con lo que podría suceder en cualquier planeta donde evolucionen la vida y la inteligencia.”
Sin duda alguna se trata de una teoría realmente sorprendente. Estamos hablando de que formamos parte de un ser vivo que piensa y sufre con nuestros actos. Por su propia naturaleza, un sistema complejo tiene propiedades completamente nuevas que emergen cuando las piezas individuales interactúan. Por ejemplo, es difícil discernir la personalidad de un ser humano examinando únicamente las neuronas de su cerebro.
Eso significa que es difícil predecir exactamente qué propiedades podrían surgir cuando los individuos forman una inteligencia planetaria. Sin embargo, un sistema complejo como la inteligencia planetaria tendrá dos características definitorias: tendrá un comportamiento emergente y deberá mantenerse a sí mismo.
“La biosfera descubrió cómo albergar vida por sí misma hace miles de millones de años mediante la creación de sistemas para moverse alrededor del nitrógeno y transportar el carbono. Ahora tenemos que descubrir cómo tener el mismo tipo de características de automantenimiento con la tecnosfera”, concluye Frank.
De ser cierta esta hipótesis, ¿cambiará nuestras vidas para siempre? Por desgracia la respuesta es no. Parece ser que nosotros somos una especie de virus que afecta gravemente al huésped, que en este caso es la Tierra. Y lo pero de todo es que la estamos matando lentamente.
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