9 FEBRERO, 2022 - 22:10 LIZLEAFLOOR
La historia nos ha pintado un cuadro desolador de los devastadores efectos que las enfermedades, la contaminación o el veneno pueden provocar sobre el ser humano. Pero gracias a aquellas difíciles lecciones se ganaron experiencia y conocimientos y la humanidad, con suma eficacia, supo sacar partido de estos nuevos conocimientos para así crear armas biológicas, que empezó a emplear contra sus enemigos ya en la prehistoria.
El empleo deliberado de agentes biológicos contra el enemigo ha sido puesto en práctica una y otra vez a lo largo de la historia, con efectos letales.
Los antiguos actos de guerra biológica generalmente se clasifican en tres categorías: contaminación deliberada de fuentes de agua y de abastecimiento de alimentos con venenos o agentes contagiosos; uso de toxinas y microbios procedentes de plantas o animales en un arma; y la infección intencionada de bienes y personas para causar enfermedades.
Las tribus aborígenes llevan impregnando desde hace milenios las puntas de sus flechas y lanzas con toxinas vegetales o procedentes de animales como ranas o serpientes. Durante la Prehistoria estas toxinas eran utilizadas sobre las armas con las que se cazaba para acelerar la muerte de presas y enemigos.
Como las ventajas del uso de venenos resultaban obvias, rápidamente se comenzaron a construir instrumentos y armas diseñados, expresamente, para ser empleados junto con venenos. De hecho, la palabra "toxina" deriva del antiguo término griego utilizado para referirse a las flechas envenenadas.
La rana dardo de patas negras, tal y como indica su propio nombre, es una de las especies que segrega sustancias que son utilizadas en la preparación de venenos para dardos. Luis Miguel Bugallo Sánchez, (CC By-SA 3.0)
Las formas mediante las cuales tribus, naciones, y civilizaciones han planeado el uso de agentes biológicos contra sus enemigos han sido, a lo largo de la historia, más que numerosas.
Entre ellas se incluyen desde los consejos aportados por un antiguo tratado hindú para envenenar los alimentos del enemigo, hasta documentos chinos, del siglo II a. C., en los que se aboga por el empleo "de una niebla que caza las almas" quemando ciertos vegetales tóxicos o, por ejemplo, la táctica de la antigua Grecia que animaba a envenenar los vitales acueductos utilizando la dañina flor de eléboro.
Instrumentos de infección, terror y enfermedades
En la antigüedad, aunque no se comprendía del todo bien la manera en que se extendían las epidemias, sí que se llegó a la conclusión de que la putrefacción de los cadáveres de humanos y animales era fuente de enfermedades.
Así los arqueros escitas bañaban sus flechas en los fluidos putrefactos de los cuerpos y en sangre corrompida por excrementos ya en el año 400 a.C. Más tarde los arqueros ingleses clavarían las puntas de sus flechas en el lodo, no solo para poder sacarlas y dispararlas rápidamente, sino también para que sus puntas estuvieran sucias, aumentando así la posibilidad de provocar una infección a su desafortunado objetivo.
Ya en el año 300 a. C., se decía que guerreros romanos, griegos y persas contaminaban los pozos de agua con excrementos y cadáveres de animales.
En el siglo XIV la Peste Negra arrasó Europa, Oriente Próximo y el norte de África, provocando el desastre por enfermedad más ampliamente extendido de la historia y acabando con entre 75 y 200 millones de personas. Resulta estremecedor constatar que parte de esta terrible pandemia estuvo provocada por la infección deliberada de poblaciones enteras durante las guerras.
Los cadáveres eran arrojados por encima de las murallas de las ciudades sitiadas con la intención de aterrorizar al enemigo y provocar un insoportable hedor en la población (se creía que el olor en sí mismo era susceptible de contagiar la enfermedad), además de la propia infección y la putrefacción.
Ciudadanos de Tournai, Bélgica, enterrando a víctimas de la Peste Negra. Public Domain
Basándonos en un escrito del siglo XIV firmado por el genovés Gabriele de Mussi, se dice que en 1343 estalló la guerra entre genoveses y mongoles por el control de las rutas comerciales que recorrían las caravanas entre el Mar Negro y Oriente.
Los mongoles atacaron Caffa, una colonia genovesa en Crimea, y la sitiaron, pero el ejército mongol también tuvo que vérselas con la Peste Negra, que había hecho estragos en sus filas. Al final, los mongoles, conscientes de que no podrían sostener el ataque durante muchos años, decidieron como último recurso lanzar "montañas" de cadáveres de enfermos de Peste por encima de las murallas con la intención de infectar toda la ciudad con su hedor.
Dicho y hecho: la Peste devoró a la población encerrada tras las murallas. Esta táctica repugnante se ha repetido en muchas ocasiones desde entonces, hasta en el año 1.710, en el que los rusos tenían sitiadas a las fuerzas suecas en Estonia y según se cuenta catapultaron cadáveres de víctimas de la Peste sobre la ciudad de Reval.
Bestias de la Guerras Biológica
Los animales también han representado un importante papel en la guerra biológica.
No sólo eran utilizados como arma para matar y hacer la guerra gracias a sus venenos naturales, sino que también servían de vehículos transmisores de enfermedades y plagas.
En la región que ahora ocupa Turquía, los dirigentes Hititas resolvieron abandonar ovejas infectadas en las afueras de las ciudades enemigas en el año 1325 a. C. Estas ovejas eran portadoras de tularemia, más conocida como fiebre de los conejos: una peligrosa enfermedad que aún hoy es incurable.
Cuando los vecinos de estas ciudades se comían a una de estas ovejas o, simplemente, las cruzaban con sus propios rebaños, la infección corría como la pólvora, matando a muchos de ellos. Una población debilitada no puede defender una ciudad.
De manera muy similar a la legendaria historia del caballo de Troya, en la que un gran caballo de madera, sirvió al ejército griego para infiltrarse tras las murallas de la ciudad de Troya y derrotar así definitivamente a los troyanos, se catapultaron auténticos caballos enfermos sobre las murallas en el ataque al castillo de Thun L'Eveque, en el norte de Francia, en 1340.
La venenosa serpiente aparece en los mitos y en la historia del mundo entero y el general cartaginés, Aníbal, utilizó a este mortífero animal como terrorífica arma biológica. En el año 184 a. C. Aníbal ganó la batalla de Eurymedon contra el Rey Eumenes II de Pérgamo.
El astuto comandante llenó con serpientes venenosas frascos de cerámica que luego lanzó sobre la cubierta de los barcos enemigos. Cuando los frascos se hicieron añicos, las serpientes sembraron la confusión y el terror entre los marineros enemigos.
De la Guerra Antigua a la Moderna
Se supone que la guerra biológica también fue utilizada deliberadamente por las fuerzas británicas en sus transacciones con los nativos americanos en 1763. Según refleja la correspondencia entre distintos oficiales británicos, se dieron mantas infectadas de viruela a los nativos americanos en las conversaciones diplomáticas llevadas a cabo durante la Guerra Franco-India.
Los británicos sabían que los nativos americanos eran vulnerables al virus mortal y el general británico al mando, Sir Jeffrey Amherst, ordenó el uso de la viruela para prevenir el posible sitio de las fortalezas británicas por parte de los nativos americanos. La enfermedad devastó notablemente las poblaciones indígenas del Nuevo Mundo.
Nativos americanos Iroqueses comerciando con los europeos, 1722. Public Domain
Lo cierto es que la práctica de la guerra biológica por parte del hombre ha dado forma tanto a la propia guerra como a la historia del mundo. Una táctica que sigue en uso a día de hoy, con o sin tratados, leyes y regulaciones, por la sencilla razón de que resulta tremendamente eficaz.
Imagen de portada: Imagen de un manuscrito ilustrado que representa el sitio de una ciudadela por parte de los Bizantinos. Una antigua táctica de guerra biológica consistía en lanzar cadáveres infectados por encima de las murallas de las ciudades. Public Domain.
Autor Liz Leafloor
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LIZ LEAFLOOR
https://www.ancient-origins.es/origenes-humanos-ciencia/guerra-biologica-002621
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