McKinnon, un ex peluquero escocés aficionado a los ovnis y experto informático apodado “Solo”, está acusado de siete cargos en 14 estados norteamericanos por “haber realizado el mayor asalto informático de la historia a un sistema militar”.
Según los fiscales, entre febrero de 2001 y marzo de 2002, Solo penetró 97 redes y bases de datos del Pentágono, la NASA, el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea. De ser extraditado y juzgado, la condena puede llegar hasta 70 años de cárcel en una prisión de máxima seguridad. McKinnon creció apasionado por la ciencia ficción y oyendo las historias que le contaba su padrastro sobre el pueblo de Bonnybridge, capital mundial de los platillos voladores.
A los 15 años, se hizo miembro de la Asociación Británica para el Estudio de los Ovnis y, desde ese entonces, su afición se convirtió en obsesión. A los 17 años y viviendo en Crouch End –el barrio londinense con más alto índice de excéntricos por metro cuadrado– fue a ver la película que lo marcaría de por vida: Juegos de guerra, cuyo héroe es un nerd informático que hackea el sistema del Pentágono.
Dejó su oficio de peluquero, realizó un curso básico de informática y consiguió empleo como administrador de redes. Aburrido y obsesionado por conocer la verdad sobre la información que los gobiernos ocultan sobre platos voladores, renunció y se dedicó a su gran búsqueda. La sala de operaciones era la casa de la tía de su novia y las armas con que contaba eran una computadora barata y un primitivo módem de 56 K.
Dejó su oficio de peluquero, realizó un curso básico de informática y consiguió empleo como administrador de redes. Aburrido y obsesionado por conocer la verdad sobre la información que los gobiernos ocultan sobre platos voladores, renunció y se dedicó a su gran búsqueda. La sala de operaciones era la casa de la tía de su novia y las armas con que contaba eran una computadora barata y un primitivo módem de 56 K.
Con una dieta a base de porros, cerveza y cigarrillos, dedicó siete años a perfeccionar sus métodos hasta que encontró a sus grandes aliados. El Remotely Anywhere, un software empresarial utilizado para acceso remoto, y el Pearl, un programa que permite encontrar contraseñas en blanco, lo ayudaron a penetrar los servidores más seguros del planeta. Para entonces, su obsesión se había convertido en adicción y, según cuenta en entrevistas concedidas a la BBC y al periódico The Guardian, pasó centenares de noches sentado en pijama frente a la computadora, casi sin bañarse o vestirse y comiendo lo necesario para sobrevivir. Lo que Solo encontró en sus intromisiones ilegales raya lo increíble.
Sostiene McKinnon que encontró una lista de nombres bajo el rótulo “Oficiales No Terrestres”, una lista con el nombre de naves que no figuran en ningún catálogo oficial de la Marina y un registro de movimiento de mercaderías entre nave y nave. Que vio una foto perfecta de una nave espacial con forma de cigarro y que los militares norteamericanos han conseguido fabricar un sistema de propulsión antigravedad utilizando material recobrado de naves extraterrestres. Que este descubrimiento se mantiene oculto porque su utilización generaría la posibilidad de que la energía fuese gratis y se acabaría la dependencia del petróleo y otros combustibles.
En marzo de 2002, todavía en Crouch End y debido a un error que cometió con el cálculo de los usos horarios, fue arrestado por la Unidad Nacional de Crímenes de Alta Tecnología. “Como mucho, será condenado a sies meses de trabajo comunitario”, le dijeron entonces. El juez le dio la libertad bajo fianza, pero con condiciones draconianas.
Debía presentarse cada tarde en la comisaría, no podía salir de su casa por las noches y le estaba vedado el acceso a internet. Aparentemente, entre 2003 y 2004, la embajada de Estados Unidos en Londres –a través de un agente del FBI llamado Ed Gibson, hoy asesor en jefe de seguridad de Microsoft en el Reino Unido– le ofreció que, si aceptaba ser juzgado en Estados Unidos y se declaraba culpable, la condena sería de sólo tres o cuatro años. Cuando pidió que le pusieran la oferta por escrito, se lo negaron. No aceptó y, en 2005, aprovechando la firma de un nuevo Tratado de Extradición anglonorteamericano, la Administración Bush pidió su extradición y comenzó la batalla legal.
Debía presentarse cada tarde en la comisaría, no podía salir de su casa por las noches y le estaba vedado el acceso a internet. Aparentemente, entre 2003 y 2004, la embajada de Estados Unidos en Londres –a través de un agente del FBI llamado Ed Gibson, hoy asesor en jefe de seguridad de Microsoft en el Reino Unido– le ofreció que, si aceptaba ser juzgado en Estados Unidos y se declaraba culpable, la condena sería de sólo tres o cuatro años. Cuando pidió que le pusieran la oferta por escrito, se lo negaron. No aceptó y, en 2005, aprovechando la firma de un nuevo Tratado de Extradición anglonorteamericano, la Administración Bush pidió su extradición y comenzó la batalla legal.
Su caso se convirtió en causa célebre, se creó un comité de solidaridad llamado FreeGary y organizaciones defensoras de las libertades individuales, como Liberty, le dieron su apoyo. McKinnon, que trabaja ahora manejando un camión elevador, confiesa haber hackeado esos lugares pero asegura que no estaba solo, ya que se encontró con docenas de hackers de distintos países que entraban a los mismos sitios.
Dice que él es un hacker pero no un cracker –pirata virtual cuyo objetivo es sabotear o robar información– y niega haber producido daños o interrupciones al sistema de seguridad nacional norteamericano. Sus simpatizantes aseguran que la verdadera causa del odio de sus perseguidores son los mensajes antibélicos que dejaba McKinnon durante sus entradas furtivas. Especialmente uno, que aseguraba que la política exterior de Estados Unidos era equivalente a un terrorismo de Estado y que los atentados del 11 de septiembre habían sido un trabajo interno.
Dice que él es un hacker pero no un cracker –pirata virtual cuyo objetivo es sabotear o robar información– y niega haber producido daños o interrupciones al sistema de seguridad nacional norteamericano. Sus simpatizantes aseguran que la verdadera causa del odio de sus perseguidores son los mensajes antibélicos que dejaba McKinnon durante sus entradas furtivas. Especialmente uno, que aseguraba que la política exterior de Estados Unidos era equivalente a un terrorismo de Estado y que los atentados del 11 de septiembre habían sido un trabajo interno.
Sus abogados alegan que los norteamericanos abusaron del sistema judicial británico, piden que no se lo extradite y que se lo juzgue en Inglaterra, el país donde fueron cometidos los delitos de que se lo acusa. Temen, al igual que el imputado, que termine prisionero en Guantánamo. Como en el caso Pinochet, los lores tendrán la última palabra. O la penúltima, porque de recibir un fallo contrario, Solo apelará a la Corte Europea de Derechos Humanos en Estrasburgo.
Encuentros cercanos con informantes de cualquier tipo
Muchas de las ideas e investigaciones de McKinnon están relacionadas con The Disclosure Project o Proyecto Revelación, una organización global sin fines de lucro que se propone “revelar todos los hechos acerca de platos voladores, inteligencia extraterrestre y sistemas avanzados de propulsión y energía que se mantienen en secreto”.
Su fundador es el reconocido doctor norteamericano Steven Greer, quien la presentó al mundo en mayo del 2001 en el Club Nacional de Prensa de Washington. Cuentan con más de 400 testimonios de militares, funcionarios gubernamentales y agentes de inteligencia sobre su experiencia directa y de primera mano con ovnis, extraterrestres, tecnología extraterrestre y la gran conspiración que intenta mantener el secreto sobre esta información. En la práctica, sus objetivos son prohibir las armas espaciales, explorar y desarrollar el espacio e introducir la Energía del Punto Cero, una energía libre que creen podría ayudar a acabar con la pobreza y el hambre en todo el mundo.
Fuente: http://www.criticadigital.com/
http://veritas-boss.blogspot.com.es/2013/01/el-hombre-que-sabia-demasiado.html