El rey Juan I de Inglaterra, más conocido como Juan sin tierra, aparece apretando con rabia la Carta Magna con el ceño fruncido.
Es 1215 y la rebelión de su pueblo lo ha llevado a un callejón sin salida. Los graves problemas sociales, consecuencia de haber intentado quitarle a los campesinos los derechos del uso del agua y las tierras, entre otros, obligaron a este rey a claudicar ante un documento que reconocía libertades a su pueblo y ponía límites a su poder. Con esta imagen tan significativa ilustra el historiador estadounidense Peter Linebaugh (1943) su último libro, El Manifiesto de la Carta Magna. Comunes y libertades para el pueblo (editorial Traficantes de sueños).
Este historiador marxista, profesor de la universidad de Toledo (Ohio), forma parte, junto a otros expertos e investigadores como Silvia Federici y Georges Caffentzis, del colectivo Midnight Notes, “un grupo pionero en el estudio y difusión de los comunes históricos y contemporáneos”. Ha dedicado su vida al estudio de los hechos pasados y ahora se presenta en España para, en una gira por diferentes ciudades como Madrid, Barcelona y Zaragoza, presentar las conclusiones de sus estudios sobre la evolución de los derechos socioeconómicos en la Edad Media Inglesa y reflexionar sobre conceptos como el bien común, la libertad, la democracia. Además quiere presentar el valor de los comunes en la actualidad y como una opción de futuro.
En el libro define procomún como “la teoría que deposita toda la propiedad en la comunidad y organiza el trabajo para el beneficio común de todos”. Y es que para el autor, “si no poseemos los medios de producción y somos dueños de nuestro consumo, nunca vamos a llegar a ser realmente libres”.
“Las grandes empresas de hoy son mucho peores que los reyes medievales, temidos y autoritarios. Son mucho más peligrosas porque no son sensibles con el pueblo y porque quieren convertirlo en su cómplice, hacerles partícipes de su existencia. Quieren meternos en la cabeza la idea de que ‘si es bueno para la empresa, es bueno para la sociedad y por tanto para la seguridad’, y eso es lo peor que podemos pensar”, explica el historiador.
El discurso de Linebaugh parte de la explicación de las diferentes suertes que han corrido la Carta Magna y la Carta de los Bosques a lo largo de la historia. “La primera establece y reconoce libertades de los individuos y la segunda determina los usos de los recursos comunes”, explica. Pero mientras la Carta Magna ha mantenido su influencia hasta el día de hoy, la relativa a los bienes comunales se ha perdido en el camino. “¿Por qué la Carta Magna sigue siendo un referente legislativo de las “democracias” actuales y nadie recuerda la Carta del Bosque?”, se pregunta el experto en su libro. “Porque en los últimos 500 años se ha dado una separación de la política y la economía radical, y los intereses relacionados con una u otra son muy diferentes”.
Aun siendo férreo defensor del bien común reconoce que una situación de producción comunal no tiene por qué ser idílica, pues en determinados lugares del planeta (como algunas zonas de África) la organización comunal está sometida a una estructura patriarcal. “Esto contradice el principio básico de los commons de que cualquier persona tenga el mismo acceso a los recursos y, sobre todo, derecho a decicir. En el patriarcado, las mujeres quedan totalmente excluidas de la vida política del grupo social”.
Recursos expropiados
Cuando habla de la desconocida Carta del Bosque va mucho más allá de conceptos propios del ecologismo. “Este documento marca las reglas del juego de la basura, la caza, la leche, el ganado, bosques, tierras… En resumidas cuentas, de la vida”. Pero, ¿por qué es tan importante conocer esta Carta? “Porque regula los usos de los recursos naturales comunes, de todos por igual, como el derecho de las viudas de acceder a la madera o de los cerdos a alimentarse en el bosque. La situación ha cambiado mucho en todos estos siglos, pero las necesidades y problemáticas humanas siguen teniendo mucho en común. Dependemos de las proteínas. ¿Qué ha sido de la vida del cerdo antes de convertirse en nuestra comida? Tenemos que saber responder a esa pregunta”.
Denuncia que con el paso de los siglos la clase dirigente ha ido expropiando a millones de personas de todos los continentes y añade, “los pueblos indígenas son todos comuneros, al desposeerlos de sus tierras pasan a ser seres sometidos por el poder”. Pero más allá de sonar a un discurso antiguo, la lucha por recuperar lo que un día perteneció al pueblo es una realidad en este momento.
‘Público y común no pueden ser sinónimos’
Reconoce que lo común se puede presentar como una “tercera vía” en el debate entre lo público y lo privado, pues “lo público siempre está relacionado de alguna forma con el estado, mientras que el common lo está con los usuarios, que son los que realmente dependen, utilizan y trabajan los recursos. La diferencia es fundamental”. E ilustra esta diferencia poniendo como ejemplo EEUU, donde “un parque público es algo que el Estado organiza para los ciudadanos, pero es así tras una expropiación previa o robo de las zonas comunes a quién les pertenecían. Público y común no pueden ser sinónimos”.
¿Qué perfil tiene que tener un comunero? “Los comuneros son personas muy sociables, que sienten una responsabilidad para con los otros, que se reúnen para compartir y decidir en colectividad”, explica y advierte: “Son las generaciones mayores las que tienen en su memoria el conocimiento de la salud y de la educación. Son ellos quienes nos pueden enseñar a cómo salir de ésta”.
Como ilustra la portada del libro, a Juan sin tierra se le rebeló su pueblo y eso es lo que Linebaugh cree que está haciendo ahora el mundo. “La situación es totalmente nueva, desde el punto de vista histórico, porque ahora tenemos tiempo, no como durante una Guerra Civil. Las personas tenemos tiempo para estudiar, para hablar unos con otros y compartir con gentes de otras partes del mundo. La sociedad está creciendo y estudiando y de ahí viene el ataque a la educación; a los poderes no les interesa que ese aprendizaje se dé”.