LA ABDUCCIÓN DE EDUARDO PONS PRADES.
“Aquel día, el 31 de agosto de 1981, a poco más de las ocho de la tarde (seis hora solar), me echaba a la carretera. Mas, al salir del camino particular del hotel, en el que había dejado a mi compañera, yo debía tomar a la izquierda y dirigirme, tras atravesar el pueblo de Prats de Molló, hacia Perpiñán, donde proyectaba pasar la noche y salir a la mañana siguiente hacia Barcelona.
Esto debido a las enormes molestias que me ocasiona en la vista el conducir de noche. Pero sin saber por qué, tomé hacia la derecha. Es decir: por la carretera que conduce hacia la frontera y en dirección a Barcelona, vía Camprodón.
Al cuarto de hora, más o menos, y también sin razón para ello, poco antes de llegar a la frontera abandoné la carretera nacional y me adentré por un camino forestal, por el que circulé dos o tres minutos, h asta que se paró el motor del coche y se apagaron los faros. El tiempo y las distancias a que aquí me refiero las calculé seis días después, cuando fui a visitar el lugar del encuentro y a sacar algunas fotografías.
Accioné en seguida la puesta en marcha dos o tres veces sin que ninguno de los órganos del motor diese la menor señal de vida. Y cabe pensar que accionaría el botón de las luces preso de cierto nerviosismo, puesto que me quedé con él en la mano. Entonces bajé del coche y recorrí un centenar de pasos en dirección al interior del bosque. Luego regresé al punto de partida, sin haber visto ni oído nada, y me senté en el morro del coche, como quien espera algo o a alguien. Diré que de pronto pensé en ellos, en los extraterrestres, pero al no ver luces ni nada que delatase su presencia, deseché esta idea sin saber muy bien en qué pensar.
Tardé muy poco en ponerme a caminar de nuevo en la misma dirección que antes, hasta alcanzar una curva situada a unos 150 metros de distancia. Todavía clareaba. Mas no había rebasado del todo la curva cuando, de pronto, se iluminó –se inundó de luz, sería más apropiado decir- la parte derecha del bosquecillo, que se extendía a ambos lados del camino. Era un verdadero mar de luz, en el que si bien preponderaba el blanco, también se percibían franjas de color rosa y naranja. Aunque, por instantes, en los rayos de luz se entremezclaban multitud de colores difíciles de definir.
Era como una sinfonía de arcos iris cambiantes, rápida y suavemente a la vez. Detalle curioso: pese a que, como ya señalé, a mí me molestan tremendamente los faros de otros coches, cuando viajo por carretera, he de reconocer que no sentí molestia alguna ante aquel insuperable alarde de luminosidad, y la fantástica catarata de colores no sólo no me sorprendió sino que operó en mí como un delicioso sedante. Si tuviera que buscar un ejemplo diría que semejante estado no se da en mí más que cuando escucho música de jazz o brasileña. Desde el primer instante tuve la sensación de que todo aquello, tan insólito, me era algo familiar. Mi editor, al hablarle de ello, habló de “valentía”, de “temeridad”… No, yo creo que, en lo que me afecta, lo que se da es un poco corriente mezcla de curiosidad, fruto sin duda de mi temprana formación racionalista, y una cierta carga de inconsciencia, acumulada a lo largo de mi accidentada y apasionante existencia.
Por eso, seguramente, me encaminé hacia el lugar de donde parecía brotar aquella luz, con paso lento, pero resuelto, sin abandonar el camino, aunque muy pronto pude darme cuenta de que la iluminación procedía del interior del bosquecillo. Tardé poco más de un minuto en llegar a las lindes de un prado, que era donde nacía la luz, y desde allí empecé a distinguir la silueta de una enorme nave espacial. De unos 50 a 75 metros de anchura. La luz salía de la parte de arriba y de la parte baja de la nave. Así que salté del camino al prado y me quedé como encantado durante unos segundos. Al tiempo que los dos anchos haces de luz se apagaban lentamente, oí una voz –en correcto castellano, con un tono cantarín, algo musical- que me dijo:
- No temas. Acércate, por favor.
Entonces, con la mayor naturalidad del mundo, me acerqué a la nave, cuya base estaba ahora iluminada por un potente foco de luz blanca y rosa, que salía por una puerta abierta en su “bajo vientre”, de la que no tardó en salir una especie de rampa. Me dirigí hacia allí y apenas llegué al pie de la “escalerilla” me detuve y alcé la vista, percibiendo en la puerta una forma corporal alta, envuelta por una especie de halo multicolor. En el acto volví a oír la voz:
- No temas. Sube a nuestra nave,
que deseamos hablar contigo.
La rampilla mecánica me subió hasta arriba, hasta la puerta, que estaría situada a unos 4 o 5 metros del suelo. Antes había podido ver que la nave estaba posada sobre cuatro patas, que parecían estar articuladas tubularmente. Por lo que yo podía percibir, la nave era de un color metalizado, más bien oscuro. Al franquear la entrada la voz me dijo:
- ¡Bien venido a bordo de la nave Luz del Cosmos!
Y con un ademán suave, de los tres que me estaban esperando, el más cercano a mí –que luego resultó ser una fémina- me indicó unos asientos en el centro de aquella inmensa sala, colocados en torno a una mesa de forma ovalada. La primera impresión que tuve, que me “golpeó”, ante la blancura de todo aquello, es que se trataba de un aparato de materia plástica. Ahora, al verlos desplazarse a mi lado, ya podía hablar de cuerpos humanos, puesto que, por lo menos, tenían un torso, una cabeza, dos brazos y dos piernas. Iban vestidos con una especie de mono blanco, muy ajustado al cuerpo, y calzados con unas botas –también blancas- que parecían ser de lona. Nunca observé en su atuendo la menor arruga o pliegue. En el pecho, a la altura del corazón, llevaban un emblema en cuyo centro había un círculo, un ojo resplandeciente, multicolor y multiprisma, que no cesó de centellar un solo instante, y en el que, a menudo, quedaría clavada mi mirada.
A lo lejos, a unos 6 o 7 metros, al fondo de la sala, a mi derecha, percibí a cuatro tripulantes más, que se movían frente a una gran pantalla, en la que no cesaban de encenderse y apagarse lucecillas de todos los colores, como si estuvieran manipulando botones en aquel inmenso “tablero de mandos” que se encontraba al pie de la pantalla luminosa. Más tarde, uno de ellos se reunió con nosotros en la mesa, en torno a la cual llevábamos ya un buen rato sentados y silenciosos. Ellos, al sentarse, se habían quedado inmóviles, como estatuas.
No diré que “mirándome” –los tenía a 2 o 3 metros de distancia-, porque el halo aquel me impedía ver sus ojos –que luego descubriría-; apenas si veía el contorno de su cara, ya que llevaban puesto un pequeño casco. Fue sin duda un compás de “aclimatación”. Lo sentí como si me hubiesen estado diciendo: “Ten la certeza de que aquí, entre nosotros, te vas a sentir como en tu propia casa.” Y para ello, como es natural, el mejor camino era el de dejarme mirar, y observar y tratar de captar todo lo que me rodeaba.
Una de las cosas que me llamó más la atención fue el silencio que reinaba en el recinto. De vez en cuando fijaba mi mirada en los cuatro tripulantes que se andaban atareados ante la gran pantalla luminosa. Se movían y gesticulaban –esto sería la tónica general en todos los tripulantes mientras conviví con ellos- con lentitud. Parecían personajes de una película proyectada a cámara lenta. También observé con mucha atención la mesa que tenía delante. Y, como el orgullo terrestre todavía era de rigor, en todo momento me esforzaba por comparar lo que veía con lo que podía ser su equivalente en la Tierra. La mesa se parecía a esas que vemos en los estudios de radio, con varias manecillas, y del centro emergían unas pantallas escamoteables, en una de las cuales yo podría admirar varios documentales que trataban, entre otras cosas, de sus viajes, de las recepciones que les habían reservado las poblaciones de los planetas visitados, de fiestas populares, de zambullidos de mini-platillos en los mares, y varios episodios más, la mayoría de las veces con gentes extraterrestres y otras con terráqueos como principales protagonistas.
También conté varias puertas que no vi abrirse ni una sola vez. Detrás de mí, al pie de la pared, había como una especie de consola semicircular, con una mesa de la misma forma y media docena de silloncitos parecidos al mío. Así transcurrió quizá media hora. No sabría decirlo con exactitud, porque allí tuve la impresión de haber perdido la noción del tiempo. Ahora, cada vez que reflexiono sobre ello, pienso que era porque me sentía muy a gusto, aunque alrededor mío todo tuviera algo de misterioso y fantástico a la vez. Quizá porque presentía lo que iba a descubrir a bordo de aquella nave espacial extraterrestre. Cuando interrumpí mi inspección visual me quedé mirándolos fijamente. Y a pesar de que yo no podía descifrar miradas posadas en mí. Al cabo de un tiempo, oí la voz de nuevo:
- ¿Estarías dispuesto a recoger un mensaje nuestro destinado a los habitantes de la Tierra?
Respondí afirmativamente sin pensármelo dos veces. Y agregué:
- Ahora, si me lo permitís, iré hasta el coche a buscar papel y mi pluma.
- No, no es necesario. El mensaje te lo vamos a grabar en la mente. Si accedes a ello, naturalmente.
Les dije que no veía el menor inconveniente. Pasaron unos minutos de silencio, pero me di cuenta de que estaban hablando entre ellos: los tres tripulantes y el cuarto, que acababa de reunirse con nosotros y que estuve siempre de pie, apoyado en el respaldo del sillón del centro. Observé cómo ladeaban sus cabezas, como mirándose, pero no oí ningún ruido, ni la menor voz.
EL MENSAJE QUE RECIBIÓ EDUARDO PONS PRADES POR PARTE DE LOS SERES EXTRATERRESTRES
QUIÉNES SOMOS
Somos los representantes de una infinidad de planetas habitados por humanos y animales de todas las especies, que componen la Armoniosa Confraternidad Universal.
NUESTROS DESEOS
Desde hace muchos siglos: establecer un contacto fraternal con los habitantes del planeta Tierra. Tan sólo su carácter belicoso y las acciones destructivas han hecho imposible el contacto definitivo. Desde los tiempos más remotos, y por todos los medios a nuestro alcance, hemos intentado dar fe de nuestra existencia y de nuestras intenciones. Y anhelábamos que la Tierra centrase toda su inteligencia y esfuerzos en corresponder a nuestros intentos. En lugar de eso, recientemente las potencias más “civilizadas” han procurado mantener en secreto muchas de nuestras apariciones sobre la Tierra.
Como nosotros somos gente de paz, nos hemos limitado a visitar periódicamente la Tierra y a observarla, siempre con la esperanza de que un día se establecería el tan deseado contacto definitivo. Contacto que no ha sido posible, repetimos, a causa de vuestras guerras, en las que , al paso de los tiempos, se han ido empleando recursos destructivos de mayor potencia, hasta alcanzar la situación actual, en que el planeta Tierra puede saltar por los aires en millones de fragmentos el día menos pensado.
NUESTRAS ESPERANZAS Y NUESTROS TEMORES
Cuando las superpotencias de la Tierra empezaron a lanzar naves espaciales hacia el Cosmos, albergamos la frágil esperanza de que fuesen mensajes de paz. Pero en seguida pudimos comprobar que tales acciones sólo eran nuevas empresas con vistas a consolidar el poderío bélico de las dos superpotencias que dominan y esclavizan al planeta Tierra. Cediendo así, una vez más, a la tentación secular de dominio, de esclavización y exterminación del prójimo, fruto de la inconmensurable soberbia y de la peligrosa imbecilidad de quienes detentan el poder político, militar y espiritual en la Tierra. Por eso, nuestras apariciones, que ahora son además operaciones de policía, han proliferado tanto en este último cuarto de siglo.
Actualmente, en 1981, podemos asegurar a los habitantes de la Tierra que una de dichas superpotencias tiene en proyecto la instalación de bases militares espaciales para amenazar y chantajear a todas las comunidades terrestres, en general, y a la otra superpotencia, en particular. Aunque siempre nos ha entristecido el ver a los habitantes de la Tierra destruirse mutuamente y emplear su inteligencia en hallar medios de destrucción más horribles, nosotros, fieles a nuestra ética cósmica de no intervenir en el desarrollo de otras vidas, y menos todavía de coaccionarlas o violentarlas, siempre nos hemos abstenido de actuar en la Tierra. Sin embargo, hoy, cuando una de las dos superpotencias amenaza el armonioso orden universal, establecido confraternalmente desde hace muchos siglos, con el transporte de artefactos altamente destructivos en sus naves espaciales, nos hemos decidido a enviar este mensaje, que esperamos no sea interceptado o adulterado como otras veces ha ocurrido.
NUESTRA ADVERTENCIA
Nuestra advertencia, siempre con miras fraternales, es, sin embargo, muy seria y resuelta: esa superpotencia (cuya identidad, hoy por hoy, no revelaremos) debe renunciar de inmediato a ese loco proyecto, ya que, en caso contrario y sin previo aviso (en realidad este mensaje debe ser considerado como una advertencia), procederemos a la congelación indefinida de toda vida en el área de su territorio nacional y las de sus bases esparcidas por el planeta Tierra y en el espacio. Poseemos medios sobrados para ello. Medios que hemos ido descubriendo, a lo largo de muchos siglos, buscando el fermento de la Vida y no el imperio de la Muerte, desconocida en los planetas de la Armoniosa Confraternidad Universal. Y queremos recalcar que este aviso vale también para la otra superpotencia y para todas aquellas comunidades de la Tierra que puedan ceder a la tentación de dominar el Universo. Pretensión ridícula, cuando todavía no han sido capaces de conocer y amaestrar el planeta sobre el que nacen, viven y mueren.
Y a todas esas comunidades –grandes y pequeñas, potentes e importantes- les decimos que el contacto definitivo con nosotros no podrá ser establecido más que cuando quede bien claro que la Tierra desea vivir en paz consigo misma y con los demás. Y que, en lugar de surcar los espacios cósmicos con intenciones bélicas y destructivas, dedique sus principales esfuerzos y recursos a conocer a fondo las características y los maravillosos recursos de su planeta, único medio de que puedan vencer un día, a su vez, a la Muerte, dando a la Vida su única fuente de subsistencia: la del interminable descubrimiento de las inmensas e infinitas maravillas del
Universo…