Breve historia del clan Rockefeller, Inicios (parte1)
Brief history of the Rockefeller clan, Beginnings (part 1)
El forjador del Clan Rockefeller, John Davison Rockefeller, nació en 1839 en Richford Nueva York, en el seno de una familia descendiente de inmigrantes judío-alemanes llegados a Estados Unidos en 1733.
Durante sus modestos inicios como contable de la firma Hewit and Tuttle, el joven John Davison emprendió la redacción de una especie de diario económico al que tituló “Libro Mayor A”. Aquel curioso registro, que todavía se conserva actualmente, y las anotaciones contenidas en su libro autobiográfico “Random Reminiscences”, ofrecen un esbozo magistral de su personalidad, en la que se combinaban, a partes iguales y en una suerte de simbiosis perfecta, la austera cicatería del buhonero y la ambición ilimitada del empresario predador.
En 1858 abandonó su primer empleo para asociarse con un negociante inglés llamado Maurice Clark, con quien fundó la compañía Clark and Rockefeller. A la habilidad para los negocios del joven Rockefeller vino a sumarse muy pronto un acontecimiento crucial: la guerra de Secesión. Tal suceso multiplicó los pedidos y el volumen comercial de la firma, aunque ése no fue más que el primer capítulo de su dilatada carrera empresarial. El segundo y más importante comenzaría el 10 de enero de 1870, cuando, después de una experiencia de varios años en el sector petrolífero, fundara ya en solitario la Standard Oil.
A partir de ese momento se inició una ascensión imparable que acabaría desembocando en el dominio prácticamente absoluto del trust Rockefeller en la industria del petróleo. Por el camino quedaron sus competidores y un largo rosario de artimañas, extorsiones, sobornos e irregularidades de toda índole. Nada, por otra parte, que no fuera la propia lógica del capitalismo llevada a sus naturales consecuencias. Desde entonces, la jaculatoria preferida del fundador de la dinastía sería “Dios bendiga a la Standard Oil”, y la divisa de su imperio económico, perpetuada en el tiempo por sus descendientes, dice así: “Por el bien de la Humanidad”.
Entre las prácticas habituales de la Standard Oil figuraban: Los sobornos a los empleados de otras compañías, Las coacciones a los clientes de sus competidores, amenazándoles para que cancelasen sus pedidos, La compra de parlamentarios, mediante la cual paralizó en numerosas ocasiones diversas proyectos legales tendentes a poner coto a sus desmanes.
A todo esto se añadiría la extraordinaria complejidad jurídica de su estructura, lo que, unido a la absoluta laxitud e inoperancia de las leyes federales antimonopolísticas, garantizaba a la Standard una amplia impunidad. Tanto es así que, desde su creación en 1870, la Standard pasó de una producción inicial equivalente al 4% del mercado petrolífero americano, al control en 1876 del 95% de dicho mercado. En el corto espacio de seis años la compañía de Rockefeller había laminado o absorbido prácticamente a todos sus competidores.
Con el transcurso del tiempo, el nivel de organización y eficacia del Trust se iría ampliando de acuerdo con las exigencias del capitalismo en expansión. En 1923, Junior incorporó al trust familiar una nueva categoría de colaboradores: los asociados, una especie de consultores con rango oficial que en poco tiempo conformaron una amplia red de influencia cuyas ramificaciones abarcaban todos los sectores de la sociedad norteamericana. Además de velar por los intereses de la casa Rockefeller, uno de los más importantes cometidos de sus asociados consistía en contactar con personas bien situadas y relacionadas e incorporarlas a la firma, extendiendo así el peso y la influencia de ésta.
En 1911, John D. Rockefeller adquirió un grueso paquete de participaciones de la Equitable Trust Company, convirtiéndose así en su accionista mayoritario. Nueve años después esa entidad financiera manejaba ya un volumen de depósitos superior a los 250 millones de dólares y se había situado en el octavo lugar del escalafón bancario estadounidense.
Fuentes Martín Lozano, El Nuevo Orden Mundial (extractos)
Breve historia clan Rockefeller,Chase Manhattan
Breve historia clan Rockefeller,Chase Manhattan (parte 2)
Brief History Rockefeller clan, Chase Manhattan (Part 2)
Chase Manhattan Bank
El siguiente paso tuvo lugar en 1930, cuando John Davison Junior ultimó la fusión de la Equitable Trust Company con el Chase National Bank, que pasó a convertirse de ese modo en el mayor banco del país.
No habían transcurrido aún tres años desde la fusión cuando el clan Rockefeller lograba situar a uno de sus miembros (Winthrop Aldrich) en la presidencia del Consejo de Administración de la entidad. El proceso de consolidación financiera culminaría finalmente en 1955, con la fusión del Chase National Bank y el Bank of the Manhattan Company, ligado al grupo Warburg, fusión de la que resultó el Chase Manhattan Bank, presidido desde 1969 por David Rockefeller, nieto del fundador de la dinastía y cabeza de la misma en la actualidad.
Por lo que se refiere a la evolución del trust Rockefeller, pueden mencionarse dos simulacros jurídicos de impedimento a sus prácticas monopolísticas, que se saldaron, como no podía ser de otra forma, con sendos fiascos. Considerando cuál es la dinámica propia y connatural del sistema capitalista, esperar otra cosa habría sido absurdo.
El primero de tales intentos tuvo lugar en 1887, a raíz de una resolución adoptada por el Congreso (Inter State Commerce Act) en contra de los consorcios comerciales interestatales y de las rebajas discriminatorias practicadas por las compañías ferroviarias en favor de los grandes trusts. La Standard Oil, que vulneraba dichas disposiciones, fue emplazada ante los Tribunales y condenada en juicio a su disolución. Pero la sentencia no fue ejecutada.
Poco después, en 1889, el Estado de Ohio demandaba de nuevo a la Standard, apoyándose en una ley que prohibía toda asociación económica cuya red comercial se extendiese por varios Estados de la Unión. El fallo de los Tribunales volvió a ser condenatorio, conminando a los responsables de la Compañía a disolverla. Como respuesta, John D. Rockefeller, que en esa ocasión simuló acatar formalmente la resolución judicial, estableció con los administradores y fideicomisarios de sus empresas un “gentlemen agreement”, es decir, un acuerdo tácito entre “hombres de honor” por medio del cual se mantuvo de facto la vinculación orgánica de todas las compañías del Trust. Todo siguió, por tanto, igual que antes.
Veinte años más tarde, tras un largo paréntesis de calma, se desencadenaba la segunda y última tentativa. Por aquellas fechas, el juzgado federal móvil de Missouri emprendía un proceso contra el trust Rockefeller bajo la acusación de complot contra el libre mercado, iniciándose así un dilatado proceso a lo largo del cual fueron acumulándose las resoluciones condenatorias y los consiguientes recursos. Finalmente la causa llegó a la Corte Suprema, que en marzo de 1911 decretó la desmembración de la Standard en 39 compañías diferentes, cada una de las cuales debería operar independientemente y en competencia con las demás. Aquello no fue más que un nuevo espejismo, ya que las participaciones de la Standard siguieron, lógicamente, en manos de los mismos accionistas, de tal modo que el único cambio que se produjo consistió en que el Trust dejó de operar con un solo nombre para hacerlo bajo varios distintos. Fue así como nacieron La Standard Oil of New Jersey, la Standard Oil of Ohio, la Standard Oil Company of New York (SOCONY), la Vacuum Oil, la Humble Company, etc.
Fuentes: Martín Lozano, El Nuevo Orden Mundial (extractos)
Breve historia clan Rockefeller Fundaciones Filantrópicas (parte 3)
Breve historial clan Rockefeller, Fundaciones Filantrópicas (parte 3)
Brief History clan Rockefeller Philanthropic Foundations (Part 3)
Fundaciones Filantrópicas
Por su parte, John D. Rockefeller, que seguía siendo el accionista mayoritario, eludió cualquier sospecha de intentar reconstruir el consorcio creando una serie de fundaciones filantrópicas a las que transfirió buena parte de sus acciones. A título de muestra, sólo una de ellas, la Rockefeller Fundation, recibió cuatro millones de acciones de la Standard de New Jersey y dos millones de títulos de la Standard de Indiana. Un tema del que convendrá ocuparse a continuación, no sin antes consignar que el único resultado efectivo de aquella “desmembración” fue la espectacular subida experimentada por las acciones de la Standard en la bolsa neoyorquina, al punto que, en el breve plazo de cinco meses, el valor de las mismas aumentó en 200 millones de dólares, una cifra nada despreciable para la época. Poco después de aquel evento era elegido nuevo presidente de los Estados Unidos William Taft, quien manifestaría públicamente sus escasas simpatías por la legislación antitrust, calificándola de insensata e inoperante.
Por lo que se refiere a las Fundaciones filantrópicas, el primero que supo vislumbrar sus polifacéticas utilidades fue Andrew Carnegie, quien, por otra parte, era un decidido entusiasta del darwinismo social ; una contradicción que, a la luz de la realidad que se enmascara tras esas instituciones, no es más que aparente. Pero serían los Rockefeller quienes mejor partido iban a sacar a este valioso instrumento, que en sus manos se reveló como un recurso de efectividad inigualable. Y es que tales entidades no sólo sirvieron para convertir la animosidad social hacia el clan de los primeros momentos en creciente simpatía, derivada de su nuevo papel “benefactor”, sino también como un útil de primer orden para burlar la reglamentación antitrust.
Con todo, no se agotan ahí los múltiples usos de las Fundaciones, toda vez que éstas se han mostrado también como un vehículo inmejorable de penetración e influencia en todos los ámbitos de la sociedad.
Si nos ceñimos al terreno estrictamente económico, las prerrogativas que la legislación norteamericana concede a este tipo de instituciones hablan por sí mismas: los fondos transferidos a una Fundación son deducibles en la declaración de la renta, y todos los bienes que le son entregados están exentos de derechos sucesorios.
Por lo demás, las donaciones pueden ser efectuadas tanto por personas físicas como por cualquier tipo de sociedad, sea o no de carácter lucrativo.
Asimismo, las fundaciones están exentas a perpetuidad del pago de impuestos, lo que no impide que puedan poseer, comprar o vender todo tipo de bienes inmuebles y de valores mobiliarios, así como conceder préstamos a sus donantes.
Fuente: Martín Lozano, El Nuevo Orden Mundial (extractos)
Breve historia clan Rockefeller Control de la natalidad (parte 4)
Breve historia clan Rockefeller Control de la natalidad (parte 4)
Rockefeller clan Brief History of Birth Control
Control de la natalidad
Uno de los campos en el que la Fundación Rockefeller fue pionera es el del control de la natalidad, al punto que ya en 1934 comenzó a desarrollar su labor en ese terreno uno de los miembros del clan, John D. Rockefeller III, si bien los condicionantes mentales de la época no eran aún lo suficientemente propicios para tales planteamientos. Pero ese inicial inconveniente no habría de suponer un gran obstáculo. Todo era cuestión de tiempo y del adecuado despliegue propagandístico para que la mentalidad occidental fuera adaptándose a las necesidades del capitalismo moderno. A medida que el asunto se fue divulgando, el rechazo de los primeros momentos a las tesis anticonceptivas fue dando paso a una acogida más favorable, de tal modo que ya a finales de los cincuenta el control de la natalidad se había convertido en una de las prioridades de la política exterior norteamericana. Tanto es así que, en 1958, el Departamento de Estado adoptó como tesis oficial que el crecimiento demográfico constituía el mayor obstáculo para el desarrollo económico y social y para el mantenimiento de la estabilidad política en los países del Tercer Mundo. Una tesis que ha venido manteniéndose desde entonces, y mediante la cual se han soslayado sistemáticamente las razones de fondo de la postración tercermundista. No será ocioso significar que buena parte del presupuesto dedicado por la Administración norteamericana al control de la natalidad en las regiones subdesarrolladas ha corrido tradicionalmente a cargo de las Fundaciones Ford y Rockefeller, cuyo proverbial altruismo se manifiesta igualmente en el ámbito occidental a través de sus aportaciones millonarias a la causa proabortista.
Fuentes Martín Lozano, El Nuevo Orden Mundial (extractos)